FotografĆ­a: Antonio Nava

Reivindicar la decepciĆ³n

Ha pasado un aƱo desde que AMLO asumiĆ³ la presidencia. El plazo, si bien no alcanza para evaluar a fondo sus polĆ­ticas pĆŗblicas, resulta suficiente para tomarle el pulso a su gobierno.
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Con frecuencia queremos tener lo mejor de dos mundos incompatibles y, como resultado, no obtenemos nada. En cambio, cuando empeƱamos nuestros recursos intelectuales en un solo lado, no podemos recuperarlos de nuevo y quedamos atrapados en una suerte de inmovilidad dogmƔtica. Podemos imaginarnos como cazadores de tesoros en un bosque, pero gastamos nuestros esfuerzos en evadir emboscadas y, si tenemos Ʃxito, nuestro Ʃxito consiste precisamente en eso: evadir emboscadas. Es una ganancia neta, desde luego, pero no es la que buscƔbamos.

Leszek Kołakowski, Modernity on endless trial

No votĆ© en la elecciĆ³n presidencial del 2018. Pocas semanas antes del primero de julio se concretĆ³ una buena oportunidad de trabajo: colaborar en el seguimiento de la jornada electoral para una cadena de televisiĆ³n hispana en Estados Unidos. El llamado, en Miami, empezaba por ahĆ­ de las cuatro de la tarde del domingo primero de julio, y concluirĆ­a en la madrugada del lunes. ĀæTenĆ­a que hacerlo? No, pero querĆ­a. ĀæHubiera podido hacer los arreglos necesarios para estar en la Ciudad de MĆ©xico en la maƱana, votar temprano y luego correr al aeropuerto para tomar un aviĆ³n y llegar rayando a mi compromiso? Tal vez, pero no quise. EscogĆ­ evitar las prisas, no estresarme, viajar tranquilo. Como tranquilo era el clima previo al dĆ­a de la votaciĆ³n (dentro de lo que cabe, al menos, en un paĆ­s con los niveles de violencia, abusos e impunidad que hay en MĆ©xico). Las campaƱas habĆ­an transcurrido, un poco como en el 2000, con relativa normalidad e, incluso, con mucha menos incertidumbre. A diferencia de entonces, cuando las encuestas nunca acabaron de decantarse bien a bien entre Vicente Fox o Francisco Labastida, esta vez anticipaban un desenlace holgado, sin tensiones, que dejaba poco margen para el nerviosismo o la suspicacia. La ventaja para el candidato puntero era muy cĆ³moda. AsĆ­ que decidĆ­ volar desde el sĆ”bado tambiĆ©n cĆ³modo, sin presiones de tiempo y, ni modo, no votar. Pero si hubiera votado, lo sabĆ­a entonces y lo sĆ© todavĆ­a ahora, hubiera votado por AndrĆ©s Manuel LĆ³pez Obrador.

Aunque siempre ha sido una figura que me despierta muchas dudas, ya antes habĆ­a votado por Ć©l. No en el 2006, cuando optĆ© por la candidatura socialdemĆ³crata de Patricia Mercado ā€“que no tenĆ­a posibilidades de triunfo mas representaba una alternativa de izquierda progresista, liberal, igualitaria, con la que me identificaba desde entonces y a la que me hubiera gustado ver crecer y consolidarseā€“, pero sĆ­ en el 2012. No fue una decisiĆ³n difĆ­cil. De un lado estaba el PAN. Una opciĆ³n de derecha conservadora; un partido que cargaba con el violento sexenio de Felipe CalderĆ³n a cuestas; y con una candidata, Josefina VĆ”zquez Mota, deslucida e indefinible. Descartado pues, por triple partida. Del otro lado estaba Enrique PeƱa Nieto. Un candidato que era mucha imagen y poca sustancia; del partido que mi generaciĆ³n aprendiĆ³ a pensar, muy bĆ”sicamente, como sinĆ³nimo de todo aquello que la transiciĆ³n tendrĆ­a que erradicar; pero que supo apelar al creciente desengaƱo ante los gobiernos de la alternancia, a la especiosa demagogia del desencanto ā€“como si la democracia posible no fuera siempre conflictiva, inacabada y frustranteā€“, y logrĆ³ aglutinar las preferencias de una mayorĆ­a sin ilusiĆ³n que resolviĆ³ darle una nueva oportunidad a la joven cara del viejo PRI. Una mayorĆ­a a la que quizĆ”s hubiera podido pertenecer, pues yo tambiĆ©n estaba muy insatisfecho con el rumbo en el que desembocĆ³ el cambio democrĆ”tico, pero con cuya ominosa resignaciĆ³n, entre cĆ­nica y nostĆ”lgica (ā€œque se vayan los pendejos, que regresen los corruptosā€), jamĆ”s me identifiquĆ©. Por eliminaciĆ³n, entonces, solo me quedaba votar por AMLO.

ĀæMe convencĆ­a? Tampoco. Un mes antes de la elecciĆ³n hice un largo cuestionario que ubicaba las preferencias de quien lo respondiera conforme a las plataformas de los candidatos presidenciales: un ejercicio esclarecedor para identificar las posiciones con las que uno coincidĆ­a o discrepaba, pero tambiĆ©n desconcertante por todas las incongruencias que hacĆ­a evidentes. En algunos temas mis coincidencias no eran las que hubiera querido o imaginado; en otros, los candidatos no parecĆ­an cuadrar tanto con sus partidos ni viceversa. En general, daba la impresiĆ³n de que el espectro polĆ­tico mexicano estaba contrahecho, deforme, no sĆ©, que no acababa de cobrar sentido, sobre todo porque a veces la derecha no resultaba tan conservadora ni la izquierda tan progresista. Pero el voto ā€“ese acto de formarse en una fila, marcar un papel y depositarlo en una cajaā€“ es un instrumento modestĆ­simo, rudimentario, inĆŗtil para expresar desconcierto, reservas o matices. ā€œUno no vota por un candidato en ciertos temas y por otro en otros. Y el voto de un elector entusiasta vale exactamente lo mismo que el de un elector escĆ©pticoā€, anotĆ© por aquellos dĆ­as. Votar es simplificar. Despejar la tediosa y enredada ecuaciĆ³n polĆ­tica que nos plantea un proceso electoral hasta una Ćŗnica variable: dĆ³nde poner la equis en la boleta. Antes o despuĆ©s puede haber diversas complicaciones, pero votar se reduce a eso. Por tanto, que ningĆŗn candidato nos convenza no es, no deberĆ­a ser, un problema. El problema es, mĆ”s bien, la expectativa ridĆ­cula, pueril, de que para votar hay que estar convencido. No. O no, al menos, para mĆ­. Porque si uno trata de ser honesto consigo mismo, y consciente de lo compleja que es la sociedad en la que vive, hay demasiadas incongruencias ā€“insisto: en uno, en los candidatos, en los partidos y en el paĆ­sā€“ como para pedirle tanto a un gesto tan escueto. De modo que, a sabiendas de sus defectos, carencias, excesos y contradicciones, votĆ© por AMLO. No votĆ© contra mis dudas, votĆ© con ellas. Con los ojos bien abiertos. No por el candidato que me convencĆ­a, no habĆ­a ninguno ni esperaba que lo hubiera, sino por el que me inspiraba las dudas con las que estaba mĆ”s dispuesto, en ese momento, a convivir. Incluso si eran, como las que siempre me ha generado AMLO, dudas muy incĆ³modas.

Entonces ganĆ³ Enrique PeƱa Nieto, y mis dudas respecto a AMLO se relativizaron mucho. La demagogia del desencanto como propuesta de campaƱa se transformĆ³ en culto al consenso como prĆ”ctica de gobierno ā€“en la ilusiĆ³n de que es viable una democracia sin antagonismos, de que el disenso es un estorbo, de que el mejor adversario es el que asienteā€“, cristalizando en el ā€œPacto por MĆ©xicoā€ entre el presidente y las dirigencias de los principales partidos. A pesar de haber sido menos un quid pro quo democrĆ”tico que un convenio de complicidad oligĆ”rquica, en su momento fue muy celebrado como eficaz salida de una ā€œparĆ”lisisā€ que, en realidad, nunca hubo. Lo que hubo, en todo caso, eran cuatro o cinco temas ā€œestructuralesā€*

((Siempre me ha parecido extraƱa la denominaciĆ³n de ā€œestructuralā€ respecto a ciertos temas y reformas. ĀæPor quĆ© la reforma energĆ©tica o la educativa lo son y no la reforma al sistema de salud o una que atienda la desigualdad que padecen los pueblos indĆ­genas?
))

en torno a los cuales habĆ­a discrepancias legĆ­timas, falta de mayorĆ­as, oposiciones renuentes a regalarle triunfos al partido en el poder. Relativa normalidad democrĆ”tica, pues. Pero en algĆŗn punto entre 1997 y 2012 fue cobrando fuerza la impresiĆ³n de que algo no funcionaba, de que la falta de acuerdos para hacer tal o cual reforma era una patologĆ­a, incluso de que era indispensable cambiar la composiciĆ³n del Congreso o el sistema electoral con el fin de ayudar a los presidentes a tener mayores contingentes legislativos y, de ese modo, aumentar su capacidad para cumplir su mandato. El ā€œPacto por MĆ©xicoā€ demostrĆ³ que dichas soluciones eran innecesarias, aunque a costa de validar la premisa implĆ­cita de que hacĆ­a falta corregirle la plana a una ciudadanĆ­a que insistĆ­a en seguir votando dividido. Las cĆŗpulas negociaron al margen de las diferencias sustantivas que habĆ­a entre sus programas, sus militantes, sus electores, como si su legitimidad no dependiera precisamente de representar esas diferencias. Y al hacerlo, no solo dieron cuenta de un vaciamiento del sistema de partidos de la transiciĆ³n, sino que ademĆ”s socavaron la credibilidad del pan y el prd como oposiciones.

Las reformas se hicieron, algunas con mejor y otras con peor fortuna. Pero dada la inflaciĆ³n de expectativas que se habĆ­a generado en torno a ellas, las prematuras y exageradas promesas con las que sus promotores trataban de ā€œvenderlasā€ ante la opiniĆ³n pĆŗblica, y las dificultades inherentes al proceso de su implementaciĆ³n ā€“los errores e imprevistos que suelen ocurrir cuando hay que convertir nuevas normas en acciones y esas acciones en los beneficios deseadosā€“, su resultado quedĆ³ a deber. Los costos fueron evidentes y las utilidades inciertas. Con ello, comenzĆ³ a hacer agua no solo la acometida reformista del gobierno de PeƱa Nieto sino la propia fĆ³rmula del reformismo, otro de los puntales de la economĆ­a polĆ­tica de la transiciĆ³n mexicana a la democracia.

A esos dos desfondamientos, el del sistema de partidos y el del reformismo de la transiciĆ³n, se sumaron dos fenĆ³menos en los que no hace falta ahondar, pues fueron muy visibles y son bien conocidos: un repunte de la violencia y una cascada de escĆ”ndalos de corrupciĆ³n. Sin entrar a desmenuzar cada uno de sus mĆŗltiples episodios, lo que me interesa es recordar el efecto que su acumulaciĆ³n tuvo sobre el Ć”nimo de amplios sectores de la poblaciĆ³n, entre los que desde luego me incluyo; cĆ³mo fueron cobrando forma, por un lado, una nĆ­tida imagen de que el paĆ­s estaba en llamas mientras la clase gobernante se dedicaba a robar y, por el otro, un creciente sentimiento de desolaciĆ³n y enojo ā€“alimentado, a su vez, por otros agravios de mĆ”s larga data, aunque no por eso de menor actualidad, como la pobreza, la desigualdad, la impunidad o la discriminaciĆ³nā€“. El saldo, hacia el final de un sexenio tan malogrado como el de Enrique PeƱa Nieto, no podĆ­a ser otro que la fractura de la confianza pĆŗblica.

La elecciĆ³n presidencial de 2018 transcurriĆ³, para mĆ­, a la sombra de dicha fractura. El pri postulĆ³ a un candidato que quiso capitalizar como virtudes dos hechos, digamos, irĆ³nicos: nunca haber militado entre sus filas y haber sido funcionario de primer nivel en los gobiernos de CalderĆ³n y PeƱa Nieto. El pan y el prd, en el colmo de su desdibujamiento, postularon a un joven dirigente del pan en cuyo meteĆ³rico ascenso polĆ­tico habĆ­a tenido mucho que ver su palaciega cercanĆ­a con el gobierno de PeƱa Nieto (la escandalosa ofensiva en su contra desde la ProcuradurĆ­a General de la RepĆŗblica por supuestos cargos de corrupciĆ³n, con fundamento o sin Ć©l, siempre tuvo la fisonomĆ­a de un cobro por su volte face contra los peƱanietistas que lo habĆ­an impulsado). Ambos, JosĆ© Antonio Meade y Ricardo Anaya, tenĆ­an trayectorias que los ubicaban en el centro de la fractura. Aunque algunas de sus propuestas no carecieran de mĆ©rito, sus figuras carecĆ­an del mĆ­nimo de credibilidad necesaria para ponderarlas. No tenĆ­an cĆ³mo constituir una genuina alternativa. Cada uno, a su modo y con sus asegunes, representaba un sĆ­mbolo de continuidad en una competencia cuya trama era, de principio a fin, el cambio. LĆ³pez Obrador, en contraste, supo ser el candidato que encarnaba ese zeitgeist. Es mĆ”s, en cierto sentido lo habĆ­a diagnosticado desde antes. El sexenio de PeƱa Nieto acabĆ³ dĆ”ndole la razĆ³n a las crĆ­ticas en las que LĆ³pez Obrador llevaba mĆ”s de una dĆ©cada insistiendo. Al tiempo que la clase polĆ­tica y el sistema de partidos de la transiciĆ³n experimentaban un profundo dĆ©ficit de credibilidad, LĆ³pez Obrador se volviĆ³ mĆ”s creĆ­ble que nunca. Aunque algunas de sus propuestas carecieran, hay que reconocerlo, de mĆ©rito. No es que AMLO fuera, como dicen en Estados Unidos, a man with a plan. Es que era, mĆ”s bien, el Ćŗnico candidato de oposiciĆ³n creĆ­ble para emitir el inequĆ­voco voto de castigo que se ganĆ³, a pulso, el gobierno de PeƱa Nieto.

Con todo, si hubiera votado por Ć©l, como pensaba hacerlo, no hubiera sido con esperanza sino con renuencia. CompartĆ­a suficientes de las razones que habĆ­a para votar por Ć©l, aunque no por eso iba a pretender que no tenĆ­a las dudas que siempre he tenido respecto suyo. Nunca he dejado de criticarlo, ni entonces ni ahora. ĀæMe arrepiento? No. Porque tengo memoria y en el contexto del 2018 votar por Ć©l tenĆ­a para mĆ­, con todo y mis dudas, sentido. Acaso no el mismo sentido que tenĆ­a para sus simpatizantes mĆ”s leales, de primera o Ćŗltima hora, pero sĆ­ el sentido que podĆ­a tener para muchos ciudadanos no militantes de su movimiento que, de todos modos, en ese momento, estĆ”bamos dispuestos a darle una oportunidad. ĀæEstoy decepcionado? SĆ­. Y no porque tuviera grandes expectativas, la verdad, sino porque nunca imaginĆ© que gobernarĆ­a mĆ”s preocupado por la lealtad que por los resultados, tan a sus anchas en sus propias limitaciones, con tanto descuido por la administraciĆ³n pĆŗblica, tanto desdĆ©n por la evidencia, tanta hostilidad contra la prensa, con una oposiciĆ³n tan dĆ©bil y contrapesos tan frĆ”giles. Me decepciona, sobre todo, que haya hecho de la fractura de la confianza pĆŗblica no un problema por resolver sino un arma polĆ­tica a su disposiciĆ³n. Y que, en la lĆ³gica de la polarizaciĆ³n que Ć©l y sus incondicionales no dejan de atizar, se haya reducido tanto el espacio para ejercer ciudadanĆ­a, es decir, autonomĆ­a, escrutinio, exigencia, crĆ­tica, participaciĆ³n, mĆ”s allĆ” de los estrechos confines del antagonismo entre los lopezobradoristas y sus adversarios. (Estos Ćŗltimos, por cierto, no son menos decepcionantes, pero es consecuencia de la historia que aquĆ­ contĆ©.)

En un rĆ©gimen democrĆ”tico siempre hay, siempre debe haber, un lugar legĆ­timo para la decepciĆ³n. Las preferencias polĆ­ticas no son estĆ”ticas, las expectativas rara vez se cumplen, los tiempos cambian. Decepcionarse no es un defecto, una abominaciĆ³n, ni una deslealtad. Es una forma de evaluar los hechos, de permanecer alerta, de ponerse al dĆ­a. No es una obligaciĆ³n mas tampoco tiene por quĆ© ser un estigma. Decepcionarse es parte fundamental de la experiencia democrĆ”tica. Los autoritarismos no admiten la decepciĆ³n como tampoco aceptan la disidencia. Las democracias se nutren, aprenden y se renuevan con ellas.

Hoy, en MĆ©xico, ĀæcuĆ”l es ese lugar para los decepcionados? ~

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es historiador y analista polĆ­tico.


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