Pocos objetos mexicanos en colecciones europeas han sido tan disputados como el llamado penacho de Motecuhzoma, el tocado de plumas en exhibición en el Weltmuseum de Viena. Su uso original ha sido motivo de controversia –¿se trata de un tocado o de un estandarte? ¿Perteneció realmente a Motecuhzoma?–, lo mismo que las circunstancias bajo las cuales salió de México –¿fue un regalo para Hernán Cortés? ¿Se puede siquiera hablar de regalos en el contexto de la conquista de México?–. Sin embargo, hay un consenso acerca de su biografía europea. El penacho posiblemente aparece en una lista de objetos que Cortés envió desde México a Carlos V. Para finales del siglo XVI aparece en el inventario de la Wunderkammer en el castillo de Ambras en Innsbruck, donde se le describe como un “sombrero morisco” –en este sentido, “morisco” operaba como un indicador de lo exótico– y se exhibía junto a la naturalia y la artificialia. Para finales del siglo XIX, se integró a la colección de historia natural de Viena y, décadas más tarde, al Museum für Völkerkunde, rebautizado como Weltmuseum Wien en 2013.
((1 Para una explicación detallada e informada del penacho y su trayectoria como objeto de museo y como objeto de estudio, véase Christian Feest, “El penacho del México antiguo en Europa”, en El penacho del México antiguo, Sabine Haag, Alfonso de María y Campos, Lilia Rivero Weber y Christian Feest (coords.), Viena, Conaculta-INAH/Museum für Völkerkunde, 2012, pp. 5-28. La referencia al “sombrero morisco” y sus implicaciones aparecen en la página 5.))
A lo largo de los siglos y después de varias mudanzas, el penacho se ha deteriorado: sus bellas plumas azules de quetzal y cotinga se han vuelto frágiles, la máscara de pájaro dorada en su centro fue fundida y muchos de sus discos de oro y medias lunas decorativas se han perdido. Ha sido sometido a varias restauraciones, la más reciente por parte de una comisión binacional dirigida por María Olvido Moreno Guzmán y Melanie Korn, entre 2010 y 2012.
Como objeto de arte y ciencia y como pieza de museo, el penacho ha habitado varios espacios físicos y conceptuales –al igual que otros objetos del México prehispánico que forman parte de colecciones a ambos lados del Atlántico–. A la vez, por lo menos desde mediados del siglo XIX, el penacho, asociado con la divinidad y la realeza del México antiguo, encarnó el poder, la autoridad y la soberanía. Según las leyes mexicanas, lo mismo que todas las antigüedades prehispánicas, se trata de un patrimonio nacional inalienable.
{{Sandra Rozental, “On the nature of patrimonio: ‘Cultural property’ in Mexican contexts”, en The Routledge companion to cultural property, Haidy Geismar y Jane Anderson (eds.), Londres, Routledge, Taylor & Francis Group, 2017, pp. 237-57.}}
Las dos identidades del penacho, como objeto de museo por una parte y como símbolo político por otra, son inconmensurables.
{{Para varias discusiones sobre las diferentes identidades del penacho, véase Haag et al., El penacho del México antiguo.}}
A partir de la década de 1860, Maximiliano, el malhadado emperador Habsburgo que ocupaba el “trono” mexicano, buscó repatriar el penacho, porque creía que le daría los galones de liderazgo y lo presentaría como un heredero de los emperadores aztecas a los ojos de sus súbditos.
{{Miruna Achim, From idols to Antiquity. Forging the National Museum of Mexico, Lincoln, University of Nebraska Press, 2017, p. 241.}}
Su petición fue negada, aunque los empeños por regresar el penacho a México han sido retomados una y otra vez, tanto por funcionarios mexicanos (el más reciente fue el presidente Andrés Manuel López Obrador en 2022), como por asociaciones civiles. La solicitud ha sido rechazada en repetidas ocasiones, lo que ha provocado una creciente tensión diplomática entre Austria y México. La negativa del museo vienés se basa esencialmente en dos consideraciones: la primera porque aseguran que el penacho llegó a Austria como un regalo, y la segunda por su fragilidad, lo que hace que no pueda soportar un traslado, según se determinó en la última restauración.
((Renée Riedler, Melanie Korn, Johann Wassermann y María Olvido Moreno Guzmán, “Should feathers fly? Risks and challenges concerning feathers in motion”, en Material in Motion: Preprints; 10th North American Textile Conservation Conference, November 16th-20th 2015, New York, New York, Howard Sutcliffe y Beth Szuhay (eds.), Nueva York, North American Textile Conservation Conference, 2015, pp. 203-18.))
En el libro The contested crown. Repatriation politics between Europe and Mexico, Khadija von Zinnenburg Carroll se adentra en este espacio conceptual, legal y simbólicamente tenso, para entregar un alegato en favor de la repatriación del penacho a México. De acuerdo con Carroll, los tecnicismos, como la fragilidad del penacho o el estatus de su propiedad, se usan a menudo para encubrir cuestiones políticas. Los “hechos” han servido para justificar quedarse con artefactos robados o con artefactos adquiridos bajo condiciones asimétricas de poder, reforzando esas mismas condiciones y perpetuando así la marginación de las personas indígenas alrededor del mundo. Carroll afirma que no importa si el penacho se desintegra en su viaje hacia el oeste del Atlántico: “Podría decirse que si cada una de las plumas del penacho se desintegrara en camino a México, y aquellos fragmentos fueran todo lo que les quedara a los mexicanos, ¿es algo que debe decidirse en Viena?” Basada en sus conversaciones con el ingeniero mexicano Alejandro Ramírez, ella cree, sin embargo, que es posible crear una especie de cámara para mitigar las vibraciones y prevenir la desintegración del objeto. (Otros ingenieros, como Marcelo López, a quien Carroll no nombra, están en desacuerdo.)
{{María Olvido Moreno Guzmán, comunicación personal con la reseñista, 5 de febrero de 2022.}}
Conservar el penacho en Viena repite el gesto de apropiación colonial que lo llevó allá en un principio; regresarlo a México reconocería su agencia como un objeto capaz de movilizar una afectividad intensa. Las plumas, insiste Carroll una y otra vez, no debían permanecer estáticas detrás de una vitrina sino estar en movimiento. Estos puntos podrían ser parte de una discusión interesante si tan solo el sentido de urgencia de Carroll estuviera respaldado por una sensibilidad histórica y etnográfica que uno esperaría de un libro publicado como parte de una serie sobre antropología cultural. Pero con demasiada frecuencia, y en especial cuando se trata de cultura e historia mexicana, su observación de que los hechos se interponen en el camino de la repatriación se vuelve una excusa para escribir como si los hechos simplemente no importaran, como si estos pudieran ser recogidos y torcidos a voluntad para escribir cualquier tipo de historia que uno guste.
Como el penacho, Carroll misma tiene una identidad en disputa. Su libro está confeccionado con sus inclinaciones personales, intereses intelectuales y ambiciones profesionales, lo que lo vuelve difícil de resumir. Ella es una historiadora del arte altamente respetada: ocupa la cátedra de Arte Global de la Universidad de Birmingham y es profesora en la Central European University. Su interés en la trayectoria y las transformaciones del penacho es una expresión de sus amplios intereses profesionales y de investigación. Pero en el libro incluye una narrativa más personal, contada desde la historia del objeto. Carroll, como lo deja claro desde las primeras páginas del libro, es una Habsburgo por línea materna, la cual traza hasta Philippine Welser, Freiherrin von Zinnenburg, esposa de Ferdinand II, y dueño del castillo de Ambras, donde estuvo el penacho durante varios siglos y adonde Carroll regresa durante sus investigaciones. “Viajé al castillo de Ambras”, escribe, “para descubrir de dónde venimos. Esa primera persona del plural se refiere a mí y al penacho, que ya se había instalado en mi imaginación como el personaje de un libro”. The contested crown cuenta la historia de una persona y de un objeto y hay momentos en los que uno se pregunta si el penacho es algo más que un personaje en una suerte de bildungsroman en el que la narradora, cada vez más consciente de los pecados de sus ancestros, se decide a expiarlos.
La descendencia Habsburgo de Carroll plantea suficientes oportunidades para hacer un juicio sobre sí misma. Los dominios alemanes en Venezuela durante el siglo XVI atan la posesión del penacho directamente con emprendimientos esclavistas (capítulo 2). Más aún, Carroll confiesa una culpa adicional como descendiente, por el otro lado de la familia, de los colonizadores europeos de Australia. Construye su caso en favor de la repatriación del penacho basada en su experiencia con el vibrante movimiento de derechos indígenas en Australia. Y aquí la pregunta que surge es si las políticas del retorno pueden generalizarse sin homogeneizar la categoría de lo indígena o sin asumir que el actual Estado mexicano es un heredero directo de las entidades estatales indígenas prehispánicas –justamente la narrativa que ha planteado el Estado mexicano a lo largo del siglo pasado–. El hecho de que Carroll diga muy poco acerca de a quién debe entregársele el penacho es sintomático de su comprensión superficial de las políticas culturales mexicanas hoy en día. Después de todo, el Estado mexicano y los museos nacionales construidos para albergar objetos considerados patrimonio nacional también han operado como agentes coloniales y han contribuido a la marginación de las comunidades indígenas. También es deficiente la reconstrucción que hace Carroll de la historia legal del retorno del pillaje nazi a los herederos judíos (capítulo 5), aplicada a la repatriación del penacho: regresar propiedad robada a los descendientes de los familiares asesinados en los campos de concentración no es lo mismo que regresar objetos robados a una entidad abstracta, México, que fue constituida a lo largo del siglo XIX y XX. Sugerir que hay continuidades entre los dueños del penacho en el siglo XVI y el Estado mexicano contemporáneo es naturalizar un tipo de esencialismo racial producido tanto por medio de amalgamar la diversidad étnica y racial mexicana como por marginalizar a ciertos grupos de esta mezcla.
Al mismo tiempo, Carroll es una activista e intérprete que ha participado en ceremonias de concheros frente al Weltmuseum. Junto con sus compañeros en la protesta, ha exigido la restitución del penacho mientras imitan a Moctezuma, Cortés y Quetzalcóatl, la serpiente emplumada de la mitología azteca asociada con el penacho. En el performance, dijo: “Soy Quetzalcóatl, dos lados, dos ojos, tanto Moctezuma y Cortés… Soy Quetzalcóatl, la serpiente emplumada… Quetzal, Quetzalcóatl, Quetzal.” En un libro que condena vehementemente la apropiación de objetos indígenas, que Carroll adoptara el ritual “nativo” y que prestara su voz para que Quetzalcóatl hablara a través de ella son, por su propia definición, actos de apropiación.
{{Véase también Philip Deloria, Indians in unexpected places, Lawrence, University Press of Kansas, 2004.}}
A lo largo del libro, relata sus viajes a México para participar con concheros, realizar entrevistas rápidas con algunos historiadores y algunas figuras culturales, observar el trabajo de los amantecas (artesanos de las plumas) y recopilar impresiones fugaces de la cultura, la historia y la política mexicana.
Este involucramiento atropellado con México es el que lleva a errores ofensivos. Algunos tienen que ver con nombres mexicanos, lo que da la desafortunada impresión de que a la autora le importan tan poco las personas y los lugares sobre los que escribe que no puede redactarlos correctamente. Por ejemplo, escribe acerca de “Lázaro Cardena”, acerca de “Filipe Calderón” y acerca del “Palazzo Nacional”. Extrañamente le impone al emperador azteca Motecuhzoma el apelativo de “el Magnífico”, título honorífico que nunca tuvo pero que va bien con el palazzo. También nos enteramos de que Vincent Gallo, actor y director de la película Buffalo ‘66, se apunta un logro más a su currículum como el autor de un libro sobre Sigmund Freud y antigüedades mexicanas (Carroll se refiere en realidad al historiador mexicano Rubén Gallo).
Pero lo más preocupante son las múltiples falacias de diferentes grados. Describe las plumas de quetzal como de color rojo, supuestamente como símbolo de la sangre derramada por los guerreros aztecas (las plumas de quetzal son azul verdosas). Reporta que el penacho tiene una extensión “de tres metros por cuatro metros” (cuando en realidad mide aproximadamente 1.30 por 1.75 metros; sus dimensiones infladas habrían hecho imposible que alguien usara el penacho y realizara bailes rituales con él). Identifica a Teotihuacán como la capital del imperio mexica (la capital era Tenochtitlán). Sugiere que el Imperio azteca es ahora México (una idea que sin duda habría complacido a los imperialistas mexicas). Nos informa que el “partido comunista prohibió las manifestaciones de culto público en México” (el partido comunista jamás ha estado en posición de prohibir nada en México). Erróneamente promueve a personas a altos puestos institucionales (como lo hace con Lilia Rivero Weber, a quien identifica extraña y equivocadamente como la directora del Instituto Nacional de Antropología e Historia) y baja de puesto a otros, en especial cuando sus opiniones sobre el penacho no coinciden con las suyas. Uno de los casos lamentables ocurre cuando se refiere a “un arqueólogo llamado Montezuma”, o a veces “Motecuhzoma”; aquí, Carroll se refiere, sin nombrarlo nunca, a Eduardo Matos Moctezuma, investigador emérito del inah y exdirector del Museo del Templo Mayor, donde se alberga una de las colecciones más importantes asociadas con la antigua capital mexica, Tenochtitlán. También emplea la frase “curadora desleal” para referirse sin nombrarla directamente a María Olvido Moreno Guzmán, una de las dos especialistas más importantes que participaron en la comisión de restauración y que, en el proceso, se convenció de que el penacho debe permanecer en Viena. La poca valoración que le merecen a Carroll los tres años de trabajo de Moreno Guzmán con el penacho –que dio como resultado no solo la restauración del objeto sino un avance en el conocimiento sobre las técnicas prehispánicas de trabajos con plumas– es especialmente injusta y desdeñosa.
((María Olvido Moreno Guzmán y Melanie Korn, “Las restauraciones históricas del penacho del México antiguo”, en México. Restauración y protección del patrimonio cultural, Olimpia Niglio (ed.), Roma, Aracne Editrice, 2015, 1:225-46.))
En el siglo XVIII, intelectuales criollos compilaron listas con información errónea sobre México que se publicaba y circulaba, en especial del otro lado del Atlántico. El punto no era producir una lista porque sí, sino intervenir en la “disputa del Nuevo Mundo” y debatir sobre quién podía hablar a nombre de las realidades locales y dar forma a sus agendas políticas.
{{Antonello Gerbi, The dispute of the New World. The history of a polemic, 1750-1900, Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1973.}}
Al denunciar las impresiones superficiales y muchas veces equivocadas que realizaban los viajeros, también las consideraban parte de acomodos estructurales mayores. Esta situación enfrentó a los criollos del Nuevo Mundo, que habían pasado años estudiando sus ambientes naturales y sociales, contra los impulsivos recién llegados, o los también llamados científicos de sillón. Esta dinámica sigue operando hoy, como lo demuestra The contested crown.
El mayor defecto del libro de Carroll no está en los errores que podrían corregirse, a fin de cuentas, sino en su ignorancia o su indiferencia hacia las densidades políticas y culturales locales que hacen posible entender lo que implica el retorno del penacho. Sus entrevistas y las observaciones que hace sobre los participantes ofrecen retratos unidimensionales: mexicanos animistas, visitantes del Weltmuseum, y dóciles amantecas que “bajan la mirada con humildad” cuando hablan con ella; ingenieros cuyas “fórmulas elegantes” demuestran que el penacho puede moverse contra restauradoras desleales; científicos mexicanos contra autoridades museísticas austriacas villanas y condescendientes que les prohíben a los primeros siquiera tocar el penacho.
{{Moreno Guzmán ha insistido en que solo las dos restauradoras más importantes –ella y Melanie Korn– han tocado el penacho y que lo hicieron en el contexto de los procedimientos en los que las dos restauradoras estaban presentes (comunicación personal con la reseñista, 5 de febrero de 2022)}}
Mientras que, como autora, Carroll se permite la oportunidad de colarse entre las identidades e incluso asumir la identidad de un dios mexicano (al tiempo que apenas si reflexiona sobre el tipo de privilegio que le permite hacer eso), concluye que el penacho representa “poderosamente” la identidad mexicana, basada en la imagen de un México congelado en el tiempo y en la extrañeza, con una relación frágil y titubeante con su presente. No hay un mejor resumen de este exótico Otro que el bosquejo que hace del centro de la Ciudad de México, donde el uso insistente de la voz pasiva borra la agencia y evoca una especie de espectáculo mágico en el que las cosas suceden por sí mismas:
Justo afuera del Palazzo Nacional, los intérpretes de la cultura mexicana se reúnen para realizar variaciones sobre el tema del “tocado de plumas como índice de precontacto”. Se encienden los copales. Se practican rituales. Se danzan danzas. Se muestran y se interpretan tocados de plumas. Una calle más allá, puede uno encontrar a una mujer en zancos con un tocado de madera pintada. Llama a los peatones a una tienda mientras hace equilibrio en esas piernas largas, como si dar un paso entre el pasado y el presente fuera incierto para ella. Su penacho es enorme, pero de alguna manera logra mantenerse en equilibrio. Las personas se paran alrededor suyo y la filman y la miran con asombro.
Al final, The contested crown sirve también como una Wunderkammer del tipo que los Habsburgo armaron en el castillo de Ambras: el libro no solo contiene objetos sino también asombrosas exhibiciones de personas y lugares arrancados de sus contextos y vaciados de sentido; escenas creadas expresamente para ser observadas, frecuentemente sin precisión factual. Por qué dejar que los hechos se interpongan en el camino de una buena historia de redención. ~
Traducción del inglés de Pablo Duarte.
Publicado originalmente en West 86th 29, no. 1 (primavera-verano de 2022).