Retorno fallido a León Felipe

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Ningún poeta ha sido tan querido como León Felipe, y tan mediano. De muchacho lo leí mucho porque vivía en Monterrey y orbitaba alrededor de dos viejos republicanos exiliados, el poeta Pedro Garfias y el librero Alfredo Gracia Vicente, que lo veneraban. Y leíamos casi a coro “La insignia” y los poemas contra “Franco, el sapo iscariote y ladrón” y acababa yo ceceando y con kepí.

Leía la paráfrasis que hizo León Felipe del Canto a mí mismo de Walt Whitman, a quien ya tenía leído yo por órdenes de Rubén Darío y de García Lorca. Ante el poema-prólogo de León Felipe, con su lento flujo de profeta hidráulico, ocurrió el fervor obligatorio. Como todo muchacho, surtí mi receta de justicia Y sublimé mi iracundia Y aborrecí al progreso Y practiqué el totalitarismo del amor Y acabé ebrio de “las genuinas esencias de los pueblos” servidas en las copas de “nuestros viejos alfareros” Y acabé hablando en polisíndeton Y todo eso. (El “todo eso” que, para sulfurar a León Felipe en las veladas del Café París, Xavier Villaurrutia calificaba de “poesía para boy scouts”.)

Ahora encontré trepidante el Canto, inflado por la enfática levadura redituable. Si Whitman escribe “I celebrate myself, and sing myself, / And what I assume you shall assume, / For every atom belonging to me as good belongs to you”, León Felipe llega a “Me celebro y me canto a mí mismo. / Y lo que yo diga ahora de mí lo digo de ti / porque lo que yo tengo lo tienes tú / y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”. Antes me encantaba; ahora no entiendo cómo pudo tabletear tantos hipos: porqueloque yotengolotié…

Borges (quien admiró a Whitman al grado de rimarlo con ritman) humilló inmisericorde esa traducción. En una crítica casi canalla, la acusó de ser perífrasis más que paráfrasis y de haber convertido “la larga voz sálmica” de Whitman en unos “engreídos grititos de cante jondo”. Tiempo después daría su versión: “Yo me celebro y yo me canto, / Y todo cuanto es mío también es tuyo, / porque no hay un átomo de mi cuerpo que no te pertenezca.”

El herido León Felipe contestó en un artículo famoso, “Tal vez me llame Jonás”. Ya esperaba esos ataques, dice, de “los honrados lebreles de la letra” y luego convoca al “Cristo que vino a defender los derechos de la Poesía contra la intrusión de los Escribas”. Más que poeta, dice, le interesa ser “parte de la gran canción del destino del hombre”. No un “escriba pragmático” como Borges, sino un buscador de su “nombre legítimo”, no el de los papeles sino el que nace “del vaho de mi sangre, de mis humores y del viejo barro de mis huesos, que es el mismo barro de la creación”; un nombre “auténtico y transferible; legítimo y descomunal; mi nombre de hoy, de ayer y de mañana, escrito sobre mi cuerpo palpitante”.

Y luego escribe, indignado, que acusarlo de lanzar “grititos de cante jondo” es ignorar “el salmo español” y confundirlo con “la flamenquería confitera” que mendiga en las cantinas de Hispanoamérica. Y para el caso, le parecen peores “los sonsonetes lugareños” y las “deformaciones arrabaleras” (como las del primer Borges). Y que si “cambio los versículos y los hago míos porque estoy en un terreno mostrenco, en un prado comunal”. Y luego que no es un “intelectual”, sino apenas una cueva por la que “el Viento sopla a veces y articula unas palabras”, tal la traducción de Whitman, obra de “un ciego que no sabe cantar”.

Borges, hasta donde sé, no volvió a mencionarlo. ~

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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