Revolviendo a Revolver

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En principio iba a llamarse Abracadabra (como esa palabra mágica que precede al más ilusionista e ilusionante de los trucos), pero los Beatles descubrieron que ya había otro disco con ese título. Otras opciones fueron Freewheelin’ Beatles (en alusión al álbum de Dylan), Bubble and squeak, The Beatles on safari (muy The Beach Boys), Four sides to the circleAfter Geography (guiño al Aftermath de los Rolling Stones) o Pendulum. Al final, se decidieron por Revolver, que no se refería estrictamente al arma de fuego sino al movimiento –al revolving– de un long-play en un tocadiscos.

Y dieron en el blanco y pusieron a girar oídos y cabezas.

Porque en 1966 Revolver –séptimo álbum de la banda ahora revisitado fuera de efeméride redonda en formato de luxe–The Beatles alcanzaron una nueva cumbre. Cima que, para muchos estudiosos/revisionistas de los Fab Four, se trata nada menos que del cénit de su carrera y muy por encima del siguiente Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Puede ser, pero qué importa (lo mismo sucede con Bob Dylan) cuando se ha alcanzado el punto de competir única y exclusivamente contra sí mismo. Y, claro, basta con verlos sin necesidad de oírlos: pocos cambiaron tanto (y a tantos) en tan poco tiempo.Y sí es indiscutible que en Revolver se abrieron las puertas de sus edad dorada para salir a jugar hasta su turbulento pero brillante The End e inventar –luego de haberlo inventado todo en el pop– eso de separarse como último gran hito artístico.

Resumiendo lo publicado y recapitulando lo sonado hasta entonces, The Beatles eran un dichoso huracán que había arrasado el planeta. Habían conseguido la perfección de su primera encarnación con A hard day’s night. Se habían tomado un respiro con clase con Beatles for sale y estrenado su segunda película/soundtrack con Help! (donde se incluían “Yesterday”, “Tickt to ride”, “You’ve got to hide your love away” y esa inesperadamente desesperada canción pidiendo ayuda). Y –para inquietud de sus fans de su primera hora– comenzaban a mutar ya desde esa portada con fotografía como líquida y un tanto (es)fumada de rostros serios para Rubber soul, donde, en perspectiva, se estrena la idea de pensar ya no en canciones sueltas sino en un “concepto” sonoro que puede entenderse como ensayo general y primeros giros y prácticas de tiro para Revolver y todo lo que vendrá después.

Revolver también ponía en evidencia la fatiga de materiales por tantas giras y giras desde hacía años, por no escuchar lo que tocaban en directo sepultado por una avalancha de alaridos adolescentes y por, sí, empezar a cansarse de ser The Beatles tal como los entendían y adoraban los demás. Revolver es entonces el tiro de gracia a toda esa vida que muchos suponían (y que ellos mismos publicitaban como tan graciosa en sus apariciones públicas hasta que el asunto se complicó un poco con ese de ser “más populares que Jesús” y el “desaire” a Imelda Marcos). Y, a la vez, Revolver es disparo de largada y giro alternativo en trayecto (ya desde su tan diferente diseño de portada a cargo de Klaus Voorman, amigo de los días más bien nocturnos de Hamburgo). Sí: tan elegante como drástica, la decisión sin vueltas de cambiar el estadio de actuación por el estudio de grabación. Así, los breves y tumultuosos conciertos mutan a largas y aventureras sesiones y, sí, esa era la traviesa estrategia para la retirada hacia delante: canciones imposibles de ser interpretadas en directo coincidiendo, karmáticamente, con cierre del Cavern Club en Liverpool. Cansados de que experimenten con ellos, The Beatles deciden fortalecerse experimentando entre ellos. Pronto, cometerán una sucesión de crímenes perfectos en habitación muy cerrada de la que ya no saldrán salvo para despedirse trepando a la azotea de Apple Corps y dejarlo ser cruzando Abbey Road y despidiéndose con un último comunicado a sus millones de hijitos de padres que se quisieron y se siguen queriendo mucho, pero que más vale tomar/ganar cierta distancia: al final, el amor que recibes equivale al amor que das. O algo así.

Aquí y ahora –antes de eso pero tanto tiempo después– esta versión potenciada en cinco cd más libro de Revolver vuelve a poner en evidencia la paradoja de que los objetos más deseables por estos días dentro del pop-rock apelen más al ayer y a la nostalgia que a lo novedoso y revolucionario. Lo que alguna vez fue vanguardia hacia lo desconocido ahora es retaguardia en la que el “¡Al ataque!” se ordena y obedece en el patriota nombre de lo que fue y no de lo que vendrá ni volverá sino que retorna levemente corregido y muy aumentado por remezcla (que ya indigna a fundamentalistas) y bonus surtidos. En este sentido –como los ya encajados en box y potenciados Sgt. Pepper’sThe Beatles/White album, Abbey Road y Let it be– este Revolver recargado no decepciona a la vez que, con sus recapturas de lo efímero, no sirve más que para subrayar la eternidad del original.

Bienvenido sea entonces lo que nunca se fue ni se irá. Aquí y entonces, los últimos días de felicidad absoluta por ser The Beatles (pronto todo comenzará a agrietarse) en un puñado de canciones que juegan como contrapuntos sonoros y temáticos entre ellas mismas, preguntándose y respondiéndose. Precedidas por un single ya inquietante en sus extremos –el power-pop-paulístico de “Paperback writer” con la languidez-psicodélica-johniana de “Rain” y, dato atendible, primero en no alcanzar de entrada el n.º 1 de ventas desde “She loves you”– Revolver descarga todo límite anterior y carga baterías futuras partiendo de la ácida amargura de Harrison en “Taxman” por tener que pagar tanto a Hacienda para acabar disolviendo todo materialismo en el mantra lisérgico tibetano de “Tomorrow never knows”. Entre un extremo y otro, la delicada soledad de “Eleanor Rigby” y el exquisito romanticismo de “Here there and everywhere”, el infantilismo maduro de “Yellow submarine” (que algunos decodificaron como homenaje a las cápsulas amarilla de Nembutal o como condena a la guerra en Vietnam) y la apología juguetona de la droga en “Doctor Robert”, el existencialismo de “She said she said” y el solipsismo de “I’m only sleeping”, los aires indios de “Love you to” y el sonido Motown de “Got to get you into my life”, las soleadas “Good day sunshine” y “And your bird can sing” y las canciones de (des)amor “I want to tell you” y “For no one” con el mejor solo de corno francés (gracias, Alan Civil) de la historia de la humanidad.

Recordó el productor George Martin: “Las ideas dentro del estudio eran cada vez más y más potentes.” En sus memorias, el por entonces flamante ingeniero de sonido Geoff Emmerick (y mano derecha de Martin) apuntó: “Es un hecho: el día en que salió Revolver cambió para siempre el modo en que los músicos se enfrentaron al hecho de hacer y grabar discos.” A Ray “The Kinks” Davies no le gustó Revolver por su carácter experimental: “Los Beatles tienen que ser, se supone, como el chico de la casa de al lado, solo que mejor.” Iris Murdoch se declaró fan y, en una de sus novelas, postuló que “The Beatles acabaron con las diferencias entre clases sociales”. El periodista/crítico Charles Shaar Murray explicó que “la diferencia entre Rubber soul y Revolver es la diferencia que hay entre 1965 y 1966” (y sí, 1966 fue grande e irrepetible anno mirabilis del rock’n’pop editándose Face to face de The Kinks, Pet sounds de The Beach Boys, A quick one de The Who, Fifth dimension de The Byrds, Love de Love, Aftermath de The Rolling Stones y Blonde on blonde de Bob Dylan, mientras The Velvet Underground & Nico ya estaba grabado/demorado pero con copias circulando entre David Bowie y Brian Epstein). El beatleólogo Nicholas Schaffner comparó este momento con el instante en El mago de Oz en que la imagen vira del blanco y negro al más rabioso tecnicolor. Y no hace mucho Rob Sheffield en su Dreaming The Beatles sintetizó: “Luego de años de adulación, con Revolver se descubrió que, en verdad, se había estado subestimando a The Beatles.”

Lennon, por su parte, diagnosticó: “Hemos sido Beatles de la mejor manera que pudimos. Ya saben: esos cuatro alegres chicos. Pero ya no somos así.” McCartney, más didáctico, añadió: “Hay sonidos en Revolver que nadie hizo sonar hasta ahora. Quiero decir… nadie, jamás.” “Nada más que Rubber soul 2”, restó importancia el siempre disconforme Harrison. Por su parte, Starr –quien reinventó a su instrumento en “Tomorrow never knows”– se quejó de la mala calidad del papel higiénico en los baños del estudio y, obediente, la emi Parlophone se pasó de inmediato a una marca más suave y cara.

En 1981, un rollo de papel higiénico de los despreciados por Ringo se vendió por 65 libras en una subasta benéfica. La edición de luxe de Revolver se vende –cualquiera de estos días en la vida– a 108,20 libras en Amazon UK. ~

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es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


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