Enrique Lihn: tres escenas de una demoliciĆ³n

A travĆ©s de lecturas de poesĆ­a, performances, libros vanguardistas, Lihn enfrentĆ³ el terror pinochetista con su incesante espĆ­ritu contracultural. A la distancia enseĆ±Ć³ una Ć©tica y un oficio de cĆ³mo hacer literatura en tiempos oscuros.
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Era un mundo raro. Sin duda menos impredecible, pero sĆ­ mucho mĆ”s raro que el actual. Al cierre de su libro Fantasmas literarios. Una convocaciĆ³n (2005) ā€“en el Ćŗltimo pĆ”rrafo de la Ćŗltima pĆ”gina del Ćŗltimo capĆ­tulo de sus memorias sobre la generaciĆ³n del 50 en Chile, como si buscara dejar una flor de espinas a los pies de la tumba de Enrique Lihn y de toda una Ć©pocaā€“ el escritor chileno HernĆ”n ValdĆ©s narra su encuentro con el poeta chileno en los dĆ­as inmediatamente posteriores al golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973.

Es sĆ”bado y el toque de queda ha sido levantado por unas pocas horas para que la gente pueda desplazarse por la ciudad, volver a sus casas, buscar una embajada, ocultar o quemar material sospechoso de simpatĆ­a con los partidos de izquierda o el gobierno del presidente Allende que se ha suicidado en el palacio de La Moneda. Hay que rendirse, en suma, y ValdĆ©s llega a la LibrerĆ­a Universitaria buscando despejar el sentido de culpabilidad que reina en el ambiente: ā€œUno no se atreve a saludar o a responder abiertamente. Unas seƱas faciales, un alzamiento de cabeza sustituyen los gestos normales. En el fondo veo a Enrique (Lihn), frente a una estanterĆ­a. Su silueta es inconfundible, el pelo crespo, la cabeza siempre algo ladeada. Me pongo a su lado, cojo un libro y aparento examinarlo, como hace Ć©l con el suyo. Al hablar nos dirigimos a nuestras respectivas pĆ”ginas.ā€

Parece una escena sacada de una pelĆ­cula de espionaje, escribe ValdĆ©s, y allĆ­ mismo deciden encontrarse en el cafĆ© de la esquina. Salen separados para no despertar sospechas. El intercambio no puede extenderse por mĆ”s de unos cuantos minutos. ā€œNo te encuentro la menor pinta de hĆ©roeā€, dice Lihn cuando ValdĆ©s le plantea la urgencia de denunciar lo que estĆ” sucediendo. ā€œNi a ti de indiferenteā€, replica el narrador. Y luego viene lo que serĆ” la involuntaria demarcaciĆ³n del programa de trabajo que le espera a Enrique Lihn para los prĆ³ximos aƱos en un Chile por completo diferente al conocido hasta entonces: ā€œCuando querĆ­amos hacer algo, nos ignoraron ā€“le comenta a ValdĆ©s, en referencia explĆ­cita a la marginaciĆ³n que recayera sobre Ć©l en los cĆ­rculos intelectuales a partir de la defensa que hiciera del poeta cubano Heberto Padilla encarcelado por la revoluciĆ³nā€“. Ahora, los ayer poderosos y hoy perseguidos, seguramente esperan que cantemos sus glorias y condenemos su caĆ­da. La condena del agresor no implica necesariamente el elogio de la vĆ­ctima. Hay que ocuparse de lo que uno es o pretende serā€, lo exhorta Lihn.

Ambos, ValdĆ©s y Lihn, habĆ­an marchado juntos por la Alameda el dĆ­a de la victoria presidencial de Allende el 4 de septiembre de 1970, y ahora, tres aƱos mĆ”s tarde, aquella celebraciĆ³n se tornaba en despedida. Miran la hora, se incorporan y salen del cafetĆ­n en busca de transporte. ā€œAllĆ­ viene su bus, atestado de pasajerosā€, escribe ValdĆ©s en las lĆ­neas finales de su libro. ā€œEmpujando a los otros, Enrique logra aferrarse a la manija. Cuando el vehĆ­culo ya estĆ” en marcha, ā€˜ĀæadĆ³nde vas?ā€™, le grito. ā€˜Ā”Al infierno!ā€™, me grita a su vez, haciendo corneta con su mano libre.ā€

AllĆ­ termina el relato de ValdĆ©s, con Lihn colgado de una micro de transporte urbano atestada de gente, una mano aferrada a la manija del bus y la otra mano libre, mĆ”s libre que ninguna otra parte del cuerpo que empuja a los demĆ”s para hacerse un espacio entre otros cuerpos comprimidos y asustados. La mano libre de Lihn se ahueca sobre la boca y se abre convertida en una corneta que anuncia a los gritos su destino en el infierno. La imagen es demasiado exacta para no ver en ella una prefiguraciĆ³n del habla parĆ³dica que Lihn se apronta a desplegar por esas mismas calles que lo alejan del dĆ­a de ayer. AtrĆ”s queda el poeta reconocido nacional e internacionalmente con un puƱado de libros que han hecho de Ć©l un autor imprescindible en el panorama continental: La pieza oscura (1963), PoesĆ­a de paso (1966) y La musiquilla de las pobres esferas (1969) serĆ”n conservados a justo tĆ­tulo en la testera de los anaqueles de la generaciĆ³n del 50 a la espera de un tiempo mejor. Por ahora, la corneta de su mano abierta serĆ” su nuevo instrumento para hacerse oĆ­r.

Neruda ha muerto, no se sabe si envenenado o por una agudizaciĆ³n de su cĆ”ncer prostĆ”tico. Nicanor Parra se deja querer por las nuevas autoridades militares y transitoriamente acepta la direcciĆ³n del Departamento de FĆ­sica en la Universidad de Chile, a la cual renunciarĆ” al cabo de un mes. Una gran mayorĆ­a de amigos, poetas y escritores, parten al exilio. Algunos son detenidos en los campos de concentraciĆ³n, como el caso del mismo HernĆ”n ValdĆ©s.

Entretanto, Lihn desespera en el anonimato y la falta de recursos: tiene una hija adolescente que cuidar, dos matrimonios rotos en los trayectos de un paĆ­s a otro, y una maleta a sus pies con manuscritos que no sabe bien dĆ³nde poner. En Santiago, su nueva pareja, la ensayista Adriana ValdĆ©s, se hace cĆ³mplice de su situaciĆ³n y es testigo de los constantes cambios de residencia que ilustran la desinstalaciĆ³n en la que vive y trabaja. El poeta de los pelos en la sopa, que al regresar de Cuba en 1968 ha dicho no comprender ā€œuna escritura que no acompaƱe al individuo de situaciĆ³n en situaciĆ³nā€, descubre de pronto que podrĆ­a quedar calvo bajo las garras de la Junta Militar. Pero ya no parece posible ni deseable irse definitivamente de Chile. Menos aĆŗn entrar: las puertas se han cerrado a cal y canto, su generaciĆ³n poĆ©tica ha sido diezmada, no hay editoriales donde publicar ni espacios a los cuales recurrir. Su Ćŗnica tierra firme es el precario puesto de profesor en el Departamento de Estudios HumanĆ­sticos de la Universidad de Chile, una posiciĆ³n que detenta desde 1972 gracias a los buenos oficios de su amigo CristiĆ”n Huneeus.

El resto serĆ”, en el mejor sentido de la palabra, pura literatura.

Desde el comienzo, para Lihn el problema serĆ” cĆ³mo verbalizar un discurso que estĆ” prohibido. Aun enfrentado a las pĆ©simas condiciones que impone la nueva situaciĆ³n, Lihn se da maƱa para escribir y publicar en Barcelona Por fuerza mayor (1975), un conjunto de sonetos que dan seƱales de vida en el naufragio, y al que seguirĆ” dos aƱos mĆ”s tarde ParĆ­s, situaciĆ³n irregular (1977), un poliforme conjunto de poemas emergido al paso de una breve estancia en Francia que lo devuelve rĆ”pidamente a Chile. Y es que, como ha escrito prematuramente en un verso cĆ©lebre, nada es bastante real para un fantasma, ni aun la Ciudad Luz que le hace sombra. Menos todavĆ­a el meteco hispanoamericano que busca compensaciĆ³n a su empobrecida condiciĆ³n cultural en el mejor de los mundos posibles, una figura central de la crĆ­tica lihneana a los modelos hegemĆ³nicos. ā€œEl meteco de toda especie es el bĆ”rbaro o el extranjero que se queda con un palmo de narices cuando llega a Atenas. Se cuelga del Ćŗltimo carro del tren: llega atrasado a la historia de los paĆ­ses modelos y la repite en el propio, falsificando de este modo lo propio y lo ajeno ā€“dirĆ” Lihn en sus Conversaciones con Pedro Lastra (1980)ā€“. El meteco es el falsificador al cuadrado.ā€

A partir de esta premisa, pero invertida a modo de provocaciĆ³n, es decir haciendo del falsificador un hĆ©roe decadentista y charlatĆ”n, Lihn se vuelca puertas adentro para escribir lo que llamarĆ” mĆ”s tarde ā€œla utopĆ­a de un texto inhabitableā€, en una escena de encierro y respiraciĆ³n artificial de la cual saldrĆ”n dos novelas de evidente tono parĆ³dico: La orquesta de cristal (1976) y El arte de la palabra (1980), ambas trabajadas a lo largo de los aƱos 1975-1978. En ellas, el autor apuesta por un declarado antirrealismo, sin concesiones a la verosimilitud, y con todos los radares alertas a los deslices mimĆ©ticos de la escritura. Saludadas como parĆ”bolas de lo que se calla cuando se calla bajo un rĆ©gimen de terror, ambas novelas despliegan textos angustiosos y angustiantes de una sociedad corroĆ­da por el signo dictatorial y las enfermedades de la palabra, como apunta Rodrigo CĆ”novas, uno de los primeros en ocuparse de este discurso paranoico y a la vez vacĆ­o que da cuenta de las prohibiciones del lenguaje. Estamos contaminados de aquello que rechazamos, dirĆ” Lihn en defensa propia cuando se le acuse de hermetismo. En condiciones de excepciĆ³n, lo importante para Ć©l serĆ” ā€œraspar la ollaā€ de la escritura en sus alcances textuales mĆ”s que fomentar un vanguardismo exclusivo en sus ambiciones pĆŗblicas. Lo que busca Lihn es forzar hasta el lĆ­mite la chĆ”chara literaria de Gerardo de Pompier, personaje central no solo de El arte de la palabra sino tambiĆ©n epĆ­tome del fantasma que lo ronda, y hacerlo a travĆ©s de un discurso del todo inaccesible para el poder e inmanejable por la autoridad. La verdadera resistencia artĆ­stica a la retĆ³rica de la dictadura comienza allĆ­, se dirĆ­a, en la liquidaciĆ³n de toda presunciĆ³n, incluida la propia.

Que hablen las mĆ”scaras, proclama Lihn, interviniendo de manera decisiva en la discusiĆ³n al interior del campo cultural que comienza a florecer tras cuatro aƱos de terror. Dividido entre quienes buscan un horizonte de recuperaciĆ³n nacional y los que se ven a sĆ­ mismos encarnando un corte radical de acciones de avanzada, la propuesta de Lihn trae de vuelta la saludable carcajada que le falta a la primera y la carga parĆ³dica de la que carece por completo la segunda.

Es el dĆ­a 28 de diciembre de 1977 en horas de la tarde, y mientras el poeta maquilla su rostro con unos enormes bigotes estilo Belle Ɖpoque, su selecta audiencia reunida en el salĆ³n del Instituto Chileno-Norteamericano de Cultura observa con atenciĆ³n la progresiva transfiguraciĆ³n de Enrique Lihn en la mĆ”scara de Gerardo de Pompier, quien en un acto arrojadizo ha decidido pasar de las palabras escritas a una existencia real, ā€œactuando desde el escenario como un fantasma, pues, de carne y huesoā€. DetrĆ”s, colgado sobre la pared, un enorme afiche de autor y personaje fundidos en un solo retrato aclara de quĆ© se trata todo este ruido:Ā Lihn & Pompier eneldĆ­adelosinocentesĀ (sic) se anuncia con grandes caracteres sobre el sombrero seƱorial de un ser hermafrodita, de labios pintados y lengua viperina, con rĆ­mel en las cejas y el ancho bigote que ahora cubre el rostro de Lihn en el escenario.

La performance es el teatro de los pintores, como bien apunta Susan Sontag en Contra la interpretaciĆ³n (1966), y apela a lo hermoso de lo horrible, a la yuxtaposiciĆ³n de elementos y a la gratuidad de sus conexiones. AsĆ­ es como tambiĆ©n Pompier se adueƱa de la palabra ese DĆ­a de los Inocentes, entregado a una recitaciĆ³n esperpĆ©ntica y contradictoria entre las risas de un pĆŗblico cĆ³mplice. Todos los que han llegado hasta allĆ­ son parte de una tribu confabulada que descifra al instante los signos en rotaciĆ³n; cada uno de ellos entiende de inmediato que el verbo de Pompier es la personificaciĆ³n de la sociosis persecutoria en la que viven, asediados por los mensajes edificantes de la televisiĆ³n y los diarios, urgidos al silencio en el trabajo y en la escuela, advertidos de dĆ­a por los bandos militares y recluidos de noche por el toque de queda; en suma, conscientes de la angustia de recubrir y disfrazar a cada instante y en pĆŗblico lo que se piensa en privado, ā€œde la incoherencia como forma de vida socialā€, apuntarĆ” Lihn, para quien Pompier es manifiestamente ā€œel discurso del poder menos el poder y mĆ”s el esfuerzo por halagarloā€, segĆŗn la precisa definiciĆ³n que ofrece en sus Conversaciones con Pedro Lastra. ā€œPompier hace la prosopopeya de un discurso ya prosopopĆ©yico. Es la retorizaciĆ³n de la retĆ³ricaā€, dirĆ”, significando con ello que autor y personaje son una misma mĆ”scara, un mismo objeto parlante donde se representa ā€œla inautenticidad congĆ©nita de la palabra literariaā€ en tiempos de violencia estatal e impunidad jurĆ­dica.

Sin exagerar la nota, es posible aventurar que la performance Lihn&Pompier acaba con el fantasma de la pieza oscura para el cual nada era suficientemente real, al mismo tiempo que opera una transfiguraciĆ³n del autor en una mĆ”scara sin unicidad ni estabilidad discursiva posible. Si Pompier se destruye en la pulsiĆ³n de muerte que lo saca de la pĆ”gina, cediendo al deseo de convertirse en un ser distinto al de su fantasmagorĆ­a verbal, el promotor de semejante inversiĆ³n escĆ©nica sabe que ha cometido un crimen perfecto contra su criatura, dando origen a un sujeto literario monstruoso. Para Lihn, el monstruo es ā€œun representante utĆ³pico y feliz de la literaturaā€, como dirĆ” en la famosa entrevista secreta (porque fue guardada durante cuarenta aƱos, hasta publicarse en forma de libro en 2019 bajo el tĆ­tulo Enrique Lihn en la cornisa) con la periodista Claudia Donoso. ā€œLa literatura es un acto de apelaciĆ³n, pero ese sujeto monstruoso prescinde de esa apelaciĆ³n y del lector, y asĆ­ tambiĆ©n del juicio. Esto hace que la literatura se transforme en una cuestiĆ³n para sĆ­ misma, consigo misma y en sĆ­ misma. Esa literatura llega al fondo de lo que es.ā€

Las luces de la performance se van a negro y, en las nuevas condiciones, no queda otra opciĆ³n que tirar la casa por la ventana. Corre el aƱo 1981, y Lihn raspa la olla con sus Derechos de autor, especie de autoenciclopedia ilegible por monstruosa, un libro no libro hecho de fotocopias y anillados que imprime en offset al modo de un bricoleur salvaje. Es el Ćŗltimo acto de una demoliciĆ³n convenida. El sujeto poĆ©tico asume de buena gana la descomposiciĆ³n del discurso literario y cede su lugar a la mĆ”scara y el carnaval en los proyectos futuros, los wild projects, como los llamarĆ” Christopher Travis en su libro Resisting alienation. The literary works of Enrique Lihn (no traducido al castellano), y que llenarĆ”n de goce y escĆ”ndalo sus intervenciones callejeras.

Por cierto, Lihn seguirĆ” escribiendo y publicando parte de la mejor poesĆ­a del periodo, con libros plenos de autoironĆ­a y baƱados de un aura dramĆ”tica, como A partir de Manhattan (1979), Al bello aparecer de este lucero (1983), y su adiĆ³s definitivo en Diario de muerte (1989), con versos que escribirĆ” en su lecho agĆ³nico con un lĆ”piz de tinta negra amarrado a aquella mano libre con la que habĆ­a anunciado su destino en 1973. El plato fuerte, sin embargo, estĆ” en otra parte. ā€œEntre el Vate y el combate, Lihn escoge el combateā€, escribe Filebo, apodo del escritor Luis SĆ”nchez Latorre en referencia a su Ćŗltima dĆ©cada de vida.

Sin saber al principio cĆ³mo ni exactamente con quiĆ©nes, Enrique Lihn sale a la calle, se enamora, convoca a los jĆ³venes, protagoniza peleas con los crĆ­ticos oficiales, escribe notas de arte, dibuja cĆ³mics, filma pelĆ­culas, escribe obras de teatro y se para en pleno centro de Santiago con una corneta manufacturada que hace las veces de megĆ”fono para leer en voz alta los poemas de El Paseo Ahumada con los que envenena las aguas del milagro neoliberal chileno. Una mĆ­tica fotografĆ­a de InĆ©s Paulino lo muestra haciendo alarde de su histrionismo, el pelo revuelto y la corneta de cartĆ³n dirigida hacia un pĆŗblico de paso que no sabe bien si aplaudir, reĆ­rse o correr ante los policĆ­as que llegan al lugar y se llevan a Lihn detenido por un par de horas.

Dar cuenta de cada uno de esos ā€œproyectos locosā€ del Ćŗltimo Lihn serĆ­a materia de todo un libro que le haga justicia. Con la salud quebrantada pero animado de un prestigio creciente y una actividad contracultural incesante en todos los gĆ©neros a su alcance, Lihn ya es para entonces el involuntario legislador anĆ³mico del campo cultural, un nomoteta lĆŗcido y desaliƱado al que todos respetan y quieren sin saber exactamente lo que ha hecho por ellos y la autonomĆ­a del arte en tiempos de oscuridad. Unos considerarĆ”n esa producciĆ³n bajo un aspecto magazinesco y de escaso valor autoral; para otros, los mĆ”s jĆ³venes, serĆ” la piedra de Rosetta de un oficio y de una Ć©tica ejemplar de cĆ³mo, aun en tiempos ominosos, Lihn ejerciĆ³ la poesĆ­a y la literatura sin visitar la casa del verdugo, como dice en su memorable poema ā€œPorque escribĆ­ā€, ni se dejĆ³ llevar por el amor a Dios, ni aceptĆ³ que los hombres fueran dioses, ni se hizo desear como escribiente, ni la pobreza le pareciĆ³ atroz, ni el poder una cosa deseable, ni se lavĆ³ ni se ensuciĆ³ las manos, ni fueron vĆ­rgenes sus mejores amigas, ni tuvo como amigo a un fariseo, ni a pesar de la cĆ³lera quiso desbaratar a su enemigo. Porque escribiĆ³, dice, el infierno le supo a sal:

Pero escribĆ­ y me muero por mi cuenta,
porque escribĆ­, porque escribĆ­ estoy vivo. ~

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(Santiago de Chile, 1957) es escritor, profesor universitario y autor de artĆ­culos de opiniĆ³n. ƚltimos dĆ­as (Rialta Ediciones, 2017) es uno de sus libros mĆ”s recientes.


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