El 1 de enero de 1919, en el seno de una acomodada familia neoyorquina de ascendencia judĆa, nacĆa Jerome David Salinger, uno de los autores mĆ”s presentes en el imaginario colectivo de las Ćŗltimas dĆ©cadas y, como tal, uno de los mĆ”s desvirtuados, simplificados, caricaturizados y mal entendidos. En el centenario de su nacimiento nos esperan, previsiblemente, multitud de artĆculos periodĆsticos que se centrarĆ”n en la peculiar vida del escritor, en sus secretos, sus rarezas y sus supuestas perversidades. Escucharemos, una vez mĆ”s, que el asesino de John Lennon llevaba encima El guardiĆ”n entre el centeno cuando cometiĆ³ su crimen. Que Salinger se retirĆ³ a un rancho en Cornish, New Hampshire, en plan eremita, donde se zambullĆ³ en el estudio y la prĆ”ctica de las religiones orientales. Leeremos de nuevo detalles morbosos sobre sus biografĆas no autorizadas, sobre su obsesiĆ³n por la privacidad, sobre sus amorĆos con chicas muy jĆ³venes. Rumores sobre los libros no publicados, esos que supuestamente siguiĆ³ escribiendo y escondiendo en cajas fuertes. Anecdotarios, en suma, que poco sirven para celebrar la verdadera grandeza de uno de los escritores mĆ”s influyentes de mediados del siglo XX, aunque su influencia haya quedado tantas veces adulterada por lecturas epidĆ©rmicas. Todo esto recuerda a una de las reflexiones que hace Buddy āel escritor y profesor de los Glass, esa gran familia āsalingerianaāā: sus alumnas de Ćŗltimo curso, dice en Seymour: una introducciĆ³n (1963), especializadas en literatura inglesa, son incapaces de citar un verso de āOzymandiasā o de explicar mĆnimamente de quĆ© trata el poema, pero, eso sĆ, se saben al dedillo detalles como que Shelley era partidario del amor libre, que una de sus dos mujeres escribiĆ³ Frankenstein y que la otra muriĆ³ ahogada.
En realidad, como (casi) siempre sucede con los escritores autĆ©nticos, la mejor manera de conocer no solo su literatura, sino tambiĆ©n su vida, es leyĆ©ndolos. Si alguien de verdad tiene curiosidad por saber cuĆ”les fueron las motivaciones de Salinger para esconderse, quĆ© pensaba de la guerra, por quĆ© se interesĆ³ en el budismo o quĆ© le asqueaba de la clase alta estadounidense, no tiene mĆ”s que leer su breve y compacta obra con atenciĆ³n: ahĆ estĆ” todo. Es llamativo, por ejemplo, que a menudo se seƱale con asombro que, habiendo estado en la Segunda Guerra Mundial āparticipĆ³ en el desembarco de NormandĆa, en la liberaciĆ³n del campo de concentraciĆ³n de Dachau y fue adscrito al cuerpo de contraespionajeā, la experiencia de la guerra no centre sus libros. ĀæDe verdad? La experiencia de la guerra estĆ” presente en prĆ”cticamente toda su obra, impregnĆ”ndola con una amargura irĆ³nica difĆcil de pasar por alto. Si a lo que nos referimos es a que no aparecen batallas ni escenarios bĆ©licos, es cierto, no aparecen. Pero Salinger es un maestro de la elipsis, del arte de dar rodeos en torno al tema central, de tensionar la narraciĆ³n justo hacia aquello que falta, lo innombrable. Un magnĆfico ejemplo de esto es Levantad, carpinteros, la vida del tejado (1963), relato sobre la boda del mĆtico Seymour Glass en el que ni aparece Seymour, ni la novia, ni boda alguna, y en el que todo el conflicto āĀ”y menudo conflicto!ā estĆ” narrado a travĆ©s de las voces que quedan fuera.
La guerra es, para Salinger, la mĆ”xima expresiĆ³n de la corrupciĆ³n de la pureza e inocencia infantiles. Los soldados que se alistan, llenos de heroĆsmo, apenas han salido de la adolescencia, pero cuando regresan son hombres inevitablemente rotos, sin futuro. La figura del veterano con estrĆ©s postraumĆ”tico es una constante en sus narraciones, desde D. B. Caulfield, el hermano mayor de Holden Caulfield en El guardiĆ”n entre el centeno (1951), hasta el ineludible Seymour Glass āa cuyo suicidio asistimos en el cuento āUn dĆa perfecto para el pez plĆ”tanoāā, pero tambiĆ©n Walt Glass āque muriĆ³ en un absurdo accidente en JapĆ³n, y que estĆ” presente ya, por ausente, en āEl tĆo Wiggily en Connecticutāā, Frankie āotro personaje enigmĆ”tico de āJusto antes de la guerra con los esquimalesāā y, por supuesto, el narrador y sargento x del estremecedor āPara EsmĆ©, con amor y sordidezā, al que le tiemblan las manos y es incapaz de leer un pĆ”rrafo seguido: āEra algo asĆ como un Ć”rbol de Navidad con las lucecitas conectadas en serie: si se apagaba una, todas las demĆ”s, necesariamente, debĆan apagarse.ā
Las reacciones de estos veteranos son juzgadas inadecuadas por su entorno. Cuando Seymour Glass le confiesa a su prometida que, durante la guerra, deseaba que volviese la paz para convertirse āen un gato muertoā, su futura suegra lo presiona para que se someta a psicoanĆ”lisis y comienza a divulgar el rumor de su āpersonalidad psicĆ³ticaā y su āhomosexualidad latenteā. Por su parte, mientras sirve en el ejĆ©rcito, Walt Glass afirma con sarcasmo que, si todo va bien, es porque estĆ” progresando āen una direcciĆ³n distinta a los demĆ”sā. Y el hermano mayor de Caulfield, que se pasa las horas y los dĆas tumbado mirando al techo, se siente tan asqueado de los nazis como de los ābastardosā que anidan entre las filas aliadas, llegando a confesar que, si hubiese tenido que disparar, no habrĆa sabido a quiĆ©n.
El deseo de huir, de escapar de la impostura y el esnobismo de un mundo manchado de violencia es evidente en otro buen puƱado de personajes, encabezados por el propio Holden Caulfield, al que montones de anĆ”lisis literarios califican como elitista, cĆnico o frĆo, cuando lo cierto es que rezuma autenticidad y ternura en cada pĆ”gina. El hijo de Boo Boo, una de las hermanas Glass, que aparece en el cuento āEn el boteā, tiende a esconderse todo el tiempo debajo de las mesas o en el bosque; en palabras de su madre āse escapa desde los dos aƱos de forma sistemĆ”ticaā. Pero quizĆ” el caso mĆ”s paradigmĆ”tico sea el de la mĆ”s pequeƱa de la familia Glass, Franny, que mediante la prĆ”ctica continua de la oraciĆ³n trata de huir del vacĆo de su entorno. En Franny y Zooey (1961), la joven, que pasa por su primera crisis religiosa, quiere dejar el teatro: āNo tengo miedo de competir. Es justamente lo contrarioā¦ Me da miedo ver que acabarĆ© compitiendo, eso es lo que me asustaĀ porque estoy tan horriblemente condicionada a aceptar los criterios de los demĆ”s, y precisamente porque me gusta el aplauso y que la gente me admireā¦ Me avergĆ¼enzo de ello.ā No es demasiado complicado comprender que buena parte de estas razones justifican tambiĆ©n el aislamiento de Buddy Glass āel escritor en su cabaƱaā, de Waker Glass āel monje catĆ³licoā y del propio Salinger, que se retirĆ³ no de la vida, sino de la vida āde escritor reconocidoā, es decir, de los peajes que suponen los aplausos.
āSiempre escribo sobre gente muy jovenā, afirmĆ³ como principio literario, y no era por casualidad. El mundo luminoso, mĆ”gico, de la infancia, es en sus libros una manifestaciĆ³n de cierta mĆstica religiosa. En seis de los Nueve cuentos (1953) aparecen niƱos con un papel determinante āĀæo acaso no lo es el encuentro de Seymour Glass en la playa con la pequeƱa Sybil, previo a su suicidio?ā. Sus descripciones son plĆ”sticas, sensuales, llenas de matices. No pocos de estos niƱos alcanzan una forma de sabidurĆa trascendente. Teddy, que protagoniza el cuento del mismo nombre, es el ejemplo mĆ”s claro āāsu cara trasmitĆa la sensaciĆ³n, aunque oblicua y lenta, de la verdadera bellezaāā, pero no hay que olvidar a EsmĆ©, āsumamente interesada en la sordidezā. La misma contemplaciĆ³n de niƱos, en determinados momentos, lleva a los personajes a epifanĆas, como le pasa a Zooey al mirar desde la ventana el reencuentro de una niƱa con su perro. En su diario, Seymour dice que tiene ācicatrices en las manosā por tocar la coronilla de su hermana cuando era bebĆ© o por agarrar del vestido a otra niƱa que corrĆa: āCiertas cabezas, ciertos colores y texturas de pelo humano, dejan marcas permanentes en mĆ.ā TambiĆ©n en el haiku que escribiĆ³ antes de suicidarse aparece una niƱa, una distinta a aquella con la que se baĆ±Ć³ en la playa. Phoebe, la hermana pequeƱa de Holden Caulfield, representa la inocencia que hay que preservar a toda costa: convertirse en el guardiĆ”n entre el centeno es evitar que los niƱos caigan por un precipicio; el empeƱo es profundo, pero inĆŗtil, tanto como cuando Holden borra una pintada obscena en un cuarto de baƱo: evitarĆ” que Phoebe vea esa, pero tarde o temprano verĆ” otra.
Inocencia y sabidurĆa: Los niƱos sabios era el programa radiofĆ³nico por el que pasaron los siete hijos de los Glass, un espacio de preguntas y respuestas con el que mĆ”s tarde se pagarĆan la universidad. Admirados y odiados por su genialidad, los Glass pueden llegar a ser pedantes o inaccesibles, pero nadie los acusarĆa de impostores. En palabras de Buddy, entre ellos hablan una especie de lenguaje esotĆ©rico, āuna suerte de geometrĆa semĆ”ntica segĆŗn la cual la distancia mĆ”s corta entre dos puntos es un cĆrculo casi completoā. Son infelices, sĆ, pero creen que cada ser humano lleva en su interior el reino de los cielos. SegĆŗn Zooey, el problema es que la estupidez, el sentimentalismo y la falta de imaginaciĆ³n nos impiden encontrarlo. Probablemente Salinger se retirĆ³ de la vida pĆŗblica para buscar ese reino en su interior, y asĆ se convirtiĆ³, de manera inmediata, en un excĆ©ntrico, destino que ya vaticinĆ³ a travĆ©s del niƱo Teddy: āEs muy difĆcil meditar y llevar una vida espiritual en Estados Unidos. Al que trata de hacerlo, se le toma por un bicho raro.ā TambiĆ©n Buddy era consciente de que un escritor con aspiraciones espirituales se convierte en sospechoso: āSi vuelvo a utilizar profesionalmente la palabra āDiosā en un futuro inmediato, no siendo como una sana y comĆŗn exclamaciĆ³n americana, ello serĆ” considerado āo mĆ”s bien, confirmadoā como la peor clase de presunciĆ³n y un signo equĆvoco de que voy derecho a mi perdiciĆ³n.ā
En los Ćŗltimos aƱos, la literatura de Salinger se fue cargando de esta espiritualidad āaunque, cabe resaltar, sin perder humor ni frescuraā. El monĆ³logo de Buddy en Seymour: una introducciĆ³n es, entre otras cosas, un complejo tratado sobre poesĆa japonesa y filosofĆa zen. Finaliza con una orden ambigua (āAhora vete a la cama. RĆ”pido. RĆ”pido y lentamenteā) que podrĆa interpretarse como una llamada a la quietud. Es posible que a Salinger le asaltara el temor de que su obra estaba entrando en un callejĆ³n sin salida y que por ello se retirara de la literatura āo al menos de la publicaciĆ³n de sus escritosā. TambiĆ©n el miedo a la autocomplacencia, que ya puso en boca de Holden Caulfield aƱos antes, pudo tener su peso: ācuando uno sabe hacer una cosa muy bien, si no se anda con cuidado, empieza a pasarse y entonces ya no es buenoā. CuestiĆ³n distinta es saber si esos miedos eran o no fundados. Probablemente no, pero sea como sea, Salinger decidiĆ³ echar el telĆ³n en la bĆŗsqueda de su propia coherencia. ~
Es escritora. Entre sus libros recientes estƔn Cicatriz (2015), Mala letra (2016) y Un incendio invisible (2011, 2017), todos ellos bajo el sello de Anagrama.