De la filología y de la crítica

Estudios sobre literatura contemporánea

Antonio Carreira

Renacimiento

Sevilla, 2022, 418 págs.

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Así define el viejo Diccionario de Autoridades la voz “Philología”: “Ciencia compuesta y adornada de la gramática, rhetórica, historia, poesía, antigüedades, interpretación de autores, y generalmente de la crítica, con especulación general de todas las demás ciencias. Es voz griega. Lat. Philologia.” Nótese bien: “ciencia compuesta y adornada” (entre otras cosas) de la crítica. En materia literaria, ¿cuántas veces se ha producido de verdad en lengua española una filología digna de ese nombre desde el siglo XVIII hasta hoy? Pregunta inquietante y muy difícil de contestar, dados el marco temporal y la muy variada casuística.

Si nos limitamos al momento presente, se reconocerá que en el mundo académico son más bien escasos, hoy por hoy, los filólogos capaces de hacer crítica, un plano –el del juicio estético– en el que muchos filólogos no entran, razón por la cual la filología se asocia en la actualidad mayormente a los estudios lingüísticos. Y a la inversa: son más raros aún, decididamente, los críticos no universitarios que dominan la “ciencia compuesta” de la filología o se interesan mínimamente por ella (se trata de una preocupación “académica”). Unos por una cosa y otros por otra, y… la casa sin barrer. Buena parte de la crítica carece hoy de rigor, y buena parte de los filólogos rehúye en estos tiempos pronunciarse en materia estética, lo que desvirtúa la naturaleza misma de la filología. Por supuesto que existen muy honrosas excepciones en ambos campos; se trata ahora solamente de hacer ver un problema central en el ámbito contemporáneo de las ciencias humanas.

Viene a cuento este preámbulo a propósito de la reciente publicación de un libro escrito por un rigurosísimo filólogo que no solo decide hacer crítica (esto es, ser un filólogo, en sentido estricto), sino que también se atreve a formular retadores juicios estéticos. Antonio Carreira es, tras la muerte de Robert Jammes, el mayor especialista actual en la obra de Góngora, amén de autoridad indiscutible en literatura de los Siglos de Oro y del siglo XX, editor del Estebanillo González y de Luis Cernuda, profesor en España, Estados Unidos, Italia, Francia o México, y redactor y asesor de las más prestigiosas revistas de filología hispánica. Estos Estudios sobre literatura contemporánea incluyen trabajos sobre, entre otros, Antonio Machado, Pessoa, Guillén, Lorca, Aleixandre, Max Aub, Emilio Prados (cuya obra editó en su día, en colaboración con Carlos Blanco Aguinaga) o los poetas hispanomexicanos. La aproximación a cada uno de estos autores revela tanto un profundo conocimiento de la bibliografía activa y pasiva como una insólita capacidad para ir a lo esencial y distintivo de las obras respectivas y sintetizar su significación en la secuencia de la historia literaria. Ahora bien, nada de esto sería en verdad relevante si Carreira eludiera pronunciarse en cuestiones estéticas espinosas y mantuviera la actitud reverencial y acrítica de la mayor parte de sus colegas. Él mismo lo dice en alguna ocasión: “Con los autores importantes suele darse una actitud de beatería que, a nuestro juicio, es nociva para la libertad crítica.” Es, pues, esa libertad lo que aquí cabe apreciar ante todo, sin olvidar que, por otra parte, se profundiza de manera notable en las obras examinadas.

Como no es posible, en una breve nota como esta, repasar cada uno de los quince estudios, vale la pena detenerse en uno de los más extensos, “Voces poéticas de la generación del 27”, que en cierto modo los resume. Empieza con una afirmación insólita en boca de un filólogo al uso: “Desde el Siglo de Oro son muy pocos los grandes poetas que ofrece la lengua española.” Para Carreira, el Romanticismo hispánico fue “algo de segunda mano” y el Modernismo “pasó por alto […] lo mejor de la poesía francesa coetánea: Rimbaud y Mallarmé”. Lo que viene enseguida es otra cosa: Darío, antes que nadie, Unamuno, Antonio Machado, Jiménez… ¿Cómo interpretar hoy, un siglo más tarde, la aparición de aquellos jóvenes poetas que Juan Chabás, al parecer, llamó por vez primera “generación del 27”, cómo valorar su evolución? Carreira no cuestiona el marbete (como lo hace Arthur A. Anderson en un libro espléndido, El veintisiete en tela de juicio, 2005), pero lo importante es que se nos señala el “timbre peculiar” de cada autor, con sus pros y sus contras. Sin dejar de mencionar que la decisiva Institución Libre de Enseñanza fue “tan liberal como elitista”, y que en la guerra civil se produjo el brutal asesinato de García Lorca en zona nacional, pero también el de José María Hinojosa en zona republicana, se repasan los nombres principales: Salinas “se afirma sin trabas en sus libros centrales, luego decae”; el Guillén que importa es el del primer Cántico (1928), porque el que sigue es muy desigual y, en cualquier caso, excesivo, como “si se viera urgido por la pretensión de poetizarlo todo, sin dejar resquicio”; Diego tiene un oído exquisito, y su rigor en la Fábula de Equis y Zeda hace pensar en Malévich o Mondrian, pero fue víctima de la facundia y la banalidad; Alberti, hábil versificador, llega a “una autoestima que lo acerca a la egolatría” de Neruda, con quien competía “para superar en volumen las obras de Victor Hugo”. Lorca es una de las “voces mayores” y más “personales” del 27; Carreira observa agudamente que el granadino “no adopta un lenguaje sino que son los lenguajes quienes se pliegan a su energía”, dotada de un atrayente sentido del misterio, y sus caracteres –la amargura, la infantilidad, la tradicionalidad– resultan originalísimos. En cuanto a Domenchina, en su generación “habrá pocos ejemplos iguales de sinceridad, de autenticidad” y de dominio formal; Prados, por su parte, es “un presocrático del siglo XX” que “intenta decir lo inefable, y no puede salir del círculo vicioso”. Aleixandre “es uno de los autores del 27 cuya obra muestra más arrugas, no solo por mantenerse aferrada a las técnicas y trucos del surrealismo, sino por su preciosismo no menos irritante que el de Jiménez, su verbosidad empalagosa y lo limitado de su falacia sentimental”. Algunos poemas de Cernuda, en fin, constituyen “cimas de la poesía contemporánea” (no solo, se entiende, la de lengua española). Bien, el lector puede estar de acuerdo o no con estas ideas, pero se trata de juicios en los que deja siempre sentir su peso, sin duda, el más responsable saber filológico.

Mención aparte merece el estudio final, “Dichtungsdämmerung o El ocaso de la poesía”. Se trata de un trabajo deliberadamente provocativo, algo así como un paso más allá en el dominio de lo que Nabokov llamaba strong opinions. La tesis central es que la poesía moderna inició un proceso de decadencia con las vanguardias, lo mismo que la música con la rebelión contra la tonalidad o la pintura con la rebelión picassiana contra la perspectiva. El problema reside aquí en aceptar que exista tal “ocaso”, por más que muchas imposturas permitan hoy pensarlo. Paradójicamente, Carreira argumenta contra la vanguardia con ideas y ejemplos de grandes vanguardistas (Pessoa, Eliot). No es que no tengamos pruebas de la estupidización creciente del gusto y de la sensibilidad, sino que hace falta un trazo más fino para distinguir la obra importante del engañoso sucedáneo o de la simple estafa. Carecemos todavía de perspectiva suficiente para juzgar de manera cabal el arte contemporáneo, como el propio Carreira reconoce, y la crítica puramente teórica y “deconstructiva” ha venido a enredar las cosas de una manera del todo inaceptable. En todo caso, el lector agradece esta llamada de atención desde la filología y la crítica más serias sobre la babélica realidad creadora de nuestro tiempo, y sobre nuestra obligación de estar alertas. ~

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(Santa Brígida, Gran Canaria, 1952) es poeta y traductor. Ha publicado recientemente La sombra y la apariencia (Tusquets, 2010) y Cuaderno de las islas (Lumen, 2011).


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