Sin Dios

Un fantasma recorre el mundo anglosajรณn: el fantasma del ateรญsmo. Ejemplo de ello son estos dos ensayos: en uno, Steven Weinberg explora las ventajas del agnosticismo; en el otro, John Gray revisa crรญticamente algunos de los libros ateos que han invadido, durante los รบltimos aรฑos, las mesas de novedades.
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En “El estudioso americano”, su cรฉlebre discurso de 1837 ante la Sociedad Phi Beta Kappa, Ralph Waldo Emerson vaticinรณ que habrรญa de llegar el dรญa en que Estados Unidos pusiera fin a lo que รฉl mismo llamara “nuestra larga labor como aprendices del saber de otras tierras”. Su predicciรณn se cumpliรณ en el siglo XX, y en ninguna otra รกrea del saber mรกs que en la ciencia. Esto, sin duda, habrรญa complacido a Emerson. Cuando enlistaba a sus hรฉroes, Emerson solรญa incluir a Copรฉrnico, Galileo y Newton junto a Sรณcrates, Jesรบs y Swedenborg. Pero creo que habrรญa tenido sentimientos encontrados ante una de las consecuencias del avance de la ciencia en este paรญs y en el extranjero: habernos conducido a un debilitamiento generalizado de las creencias religiosas.

Difรญcilmente podrรญa calificarse a Emerson de ortodoxo: segรบn Herman Melville, Emerson tenรญa la impresiรณn “que, de haber vivido en los dรญas en que el mundo fue hecho, habrรญa ofrecido algunas valiosas sugerencias”; aun asรญ, durante algรบn tiempo se desempeรฑรณ como ministro unitario y, por lo general, le era posible hablar favorablemente del Todopoderoso. A Emerson lo afligรญa lo que ya en su propia รฉpoca veรญa como un debilitamiento de las creencias –entendidas estas en contraposiciรณn a la mera beaterรญa y asistencia a misa– en Estados Unidos y mรกs aรบn en Inglaterra, aunque no podrรญa afirmar que lo atribuyera al avance de la ciencia.

La idea del conflicto entre la ciencia y la religiรณn es de larga estirpe. De acuerdo con Edward Gibbon, la Iglesia bizantina sostuvo que “el estudio de la naturaleza era el sรญntoma mรกs certero de una mente descreรญda”. Quizรก la descripciรณn mรกs conocida de este conflicto sea un libro publicado en 1896 por el primer presidente de Cornell, Andrew Dickson White, bajo el tรญtulo Una historia de la guerra entre la ciencia y la teologรญa en la cristiandad.

En รฉpocas recientes se ha suscitado una reacciรณn contra el discurso de la guerra entre ciencia y religiรณn. En 1986 Bruce Lindberg y Ronald Numbers –ambos renombrados historiadores de la ciencia– atacaron la “tesis del conflicto” de White en un artรญculo que seรฑalaba numerosas fallas en la erudiciรณn de este. La Fundaciรณn Templeton, por su parte, ofrece un jugoso premio a aquellos que argumenten que no existe un conflicto entre la ciencia y la religiรณn. Algunos cientรญficos adoptan esta lรญnea de pensamiento en su deseo de proteger a la ciencia frente a los fundamentalistas religiosos. Stephen Jay Gould afirmรณ que no podรญa existir un conflicto entre la ciencia y la religiรณn, dado que la primera se ocupa sรณlo de los hechos y la segunda sรณlo de los valores. Sin duda, no fue esta la postura mantenida en el pasado por los partidarios de la religiรณn, y si muchos de quienes hoy se llaman religiosos concuerdan con Gould eso no constituye sino un signo del decaimiento de la creencia en lo sobrenatural.

Concedamos que ciencia y religiรณn no son incompatibles; despuรฉs de todo, existen algunos (aunque no muchos) excelentes cientรญficos como Charles Townes y Francis Collins que mantienen sรณlidas creencias religiosas. No obstante, pienso que entre la ciencia y la religiรณn hay, si no una incompatibilidad, sรญ al menos lo que la filรณsofa Susan Haack ha denominado una “tensiรณn”, tensiรณn que ha ido debilitando paulatinamente las creencias religiosas serias, especialmente en Occidente, donde la ciencia ha avanzado mรกs. Quisiera bosquejar aquรญ algunas de las fuentes de esta tensiรณn y, en seguida, ofrecer algunos comentarios sobre la muy difรญcil cuestiรณn que plantea el consecuente declive de tales creencias: la cuestiรณn de cรณmo serรก posible vivir sin Dios.

1.

No creo que la tensiรณn entre ciencia y religiรณn sea sobre todo el resultado de las contradicciones entre los descubrimientos cientรญficos y las doctrinas religiosas especรญficas. Esto era lo que mรกs le preocupaba a White; por mi parte, pienso que estaba mirando en la direcciรณn equivocada. Galileo, en su famosa carta a la Gran Duquesa Cristina, seรฑalรณ que “la intenciรณn del Espรญritu Santo es enseรฑarnos a andar hacia el cielo, y no cรณmo anda el cielo”, y esta no era sรณlo su opiniรณn: Galileo citaba a un prรญncipe de la Iglesia, el cardenal Baronio, bibliotecario del Vaticano. Una y otra vez se han suscitado contradicciones entre las escrituras y el conocimiento cientรญfico y, por lo general, los mรกs ilustrados de entre los religiosos les han dado cabida. Por ejemplo, algunos versos tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento parecen indicar que la Tierra es plana y, como lo seรฑalara Copรฉrnico (citado por Galileo en esa misma carta a Cristina), tales versos llevaron a algunos de los primeros padres de la Iglesia, como Lactancio, a rechazar la concepciรณn griega de una Tierra esfรฉrica; pero, mucho antes de los viajes de Colรณn y Magallanes, los cristianos educados habรญan admitido ya la forma de esfera de la Tierra. Dante estimaba el interior de una Tierra esfรฉrica como un lugar apropiado para almacenar pecadores.

Lo que por un breve periodo fue un asunto serio en los primeros dรญas de la Iglesia se ha convertido hoy en parodia. En su pelea contra los fanรกticos que pretendรญan asignar un tiempo equivalente de enseรฑanza al creacionismo en las escuelas pรบblicas de Kansas, el astrofรญsico Adrian Melott, de la universidad de Kansas, fundรณ una organizaciรณn llamada Familias por el Aprendizaje de Teorรญas Certeras (FLAT, “plano”, por sus siglas en inglรฉs). Su organizaciรณn parodia a los creacionistas exigiendo un tiempo equivalente de enseรฑanza para la geografรญa de una Tierra plana, argumentando que los niรฑos deben ser expuestos a ambos lados de la controversia en torno a la forma de la Tierra.

Pero, si bien el conflicto directo entre el conocimiento cientรญfico y las creencias religiosas especรญficas no ha sido tan importante en sรญ mismo, hay al menos cuatro fuentes de tensiรณn importantes entre la ciencia y la religiรณn.

La primera fuente de tensiรณn surge del hecho de que, en su origen, la religiรณn se granjeรณ mucha de su fuerza a partir de la observaciรณn de fenรณmenos misteriosos (rayos, terremotos, enfermedades) que parecรญan requerir la intervenciรณn de algรบn ser divino. Habรญa una ninfa en cada arroyo, una drรญade en cada รกrbol. Pero, con el paso del tiempo, mรกs y mรกs de estos misterios han sido explicados de forma puramente natural. Explicar tal o cual cosa acerca del mundo natural no excluye, por supuesto, las creencias religiosas. Pero si la gente cree en Dios porque ninguna otra explicaciรณn parece posible para una multitud de misterios, y si, con los aรฑos, estos misterios se resuelven uno a uno desde un punto de vista naturalista, entonces es de esperarse un cierto debilitamiento de la creencia. No es accidental que el advenimiento del ateรญsmo y el agnosticismo generalizados entre los estudiosos del siglo XVIII sucediera al nacimiento de la ciencia moderna en el siglo precedente.

Desde un principio, el poder explicativo de la ciencia
preocupรณ a aquellos que apreciaban la religiรณn. Platรณn estaba tan horrorizado ante el intento de Demรณcrito y Leucipo de explicar la naturaleza en tรฉrminos de รกtomos y sin referencia a los dioses (aun cuando no llegaran muy lejos con esto) que en el Libro x de las Leyes reclamaba cinco aรฑos de aislamiento para quienes negaran la existencia de los dioses o su preocupaciรณn por los hombres, y la pena de muerte en caso de que el prisionero no se reformara. Isaac Newton, ofendido por el naturalismo de Descartes, tambiรฉn rechazรณ la idea de que el mundo pudiera ser explicado sin Dios. En una carta a Richard Bentley, por ejemplo, Newton argumentaba que no habรญa explicaciรณn alguna, salvo Dios, para la distinciรณn que observamos entre materia brillante –el Sol y las estrellas– y materia oscura –como la de la Tierra. Irรณnico, dado que por supuesto fue Newton, y no Descartes, quien acertรณ en cuanto a las leyes del movimiento. Nadie hizo mรกs que Newton por la elaboraciรณn de explicaciones no teรญstas de lo que vemos en el cielo, pero Newton mismo no era newtoniano en ese sentido.

Claro que no todo ha sido explicado, ni lo serรก nunca. Lo importante es que no hemos observado nada que parezca requerir de la intervenciรณn sobrenatural para ser explicado. Hoy hay quienes se aferran a las lagunas que aรบn quedan en nuestro conocimiento (tales como nuestra ignorancia en torno al origen de la vida) como evidencia de un Dios. Pero, conforme pasa el tiempo y mรกs y mรกs de estas lagunas desaparecen, esta postura no parece mostrar sino a un grupo de personas que se obstinan en mantener opiniones superadas.

El problema con las creencias religiosas no sรณlo radica en que la ciencia haya explicado muchos cabos sueltos sobre el mundo. Existe una segunda fuente de tensiรณn: que estas explicaciones han puesto en duda el rol especial del hombre como un actor creado por Dios para representar el papel estelar
en un gran drama cรณsmico de pecado y salvaciรณn. Hemos tenido que admitir que nuestro hogar, la Tierra, es sรณlo otro planeta mรกs que circunda nuestro Sol; que nuestro Sol es sรณlo una entre miles de millones de estrellas en una galaxia que es sรณlo una entre miles de millones de galaxias visibles; y que quizรก toda la nube de galaxias en expansiรณn sea sรณlo una pequeรฑa parte de un multiverso mucho mรกs grande, la mayorรญa de cuyas partes son completamente inhรณspitas para la vida. Como ha dicho Richard Feynman, “la teorรญa de que todo estรก dispuesto como un escenario para que Dios presencie la lucha del hombre entre el bien y el mal parece inadecuada”.

Empero, lo mรกs importante hasta ahora ha sido el descubrimiento, por parte de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, de que los humanos nacieron de otros animales gracias a la selecciรณn natural y su acciรณn aleatoria de variaciones hereditarias, y sin necesidad de un plan divino que explicara el advenimiento de la humanidad. Este descubrimiento llevรณ a algunas personas, incluido Darwin, a perder su fe. No es de sorprender que, de todos los descubrimientos de la ciencia, sea este el que siga molestando mรกs a los religiosos conservadores. Me imagino cuรกn molestos se sentirรกn en el futuro, cuando por fin los cientรญficos sepan comprender la conducta humana en tรฉrminos de la quรญmica y la fรญsica del cerebro, y ya no quede nada que requiera ser explicado por nuestra posesiรณn de una alma inmaterial.

Nรณtese que me refiero aquรญ a la conducta, y no a la conciencia. Algo tan puramente subjetivo como la forma en que nos sentimos cuando miramos el color rojo o cuando descubrimos una teorรญa fรญsica parece tan diferente del mundo objetivo descrito por la ciencia que resulta difรญcil imaginar cรณmo podrรญan combinarse. Como ha dicho Colin McGinn en The New York Review of Books: “El problema radica en integrar la mente consciente y el cerebro fรญsico, en revelar una unidad bajo esta aparente diversidad. Dicho problema es muy difรญcil, y no creo que nadie tenga buenas ideas para resolverlo.”

Por otra parte, tanto la actividad cerebral como la conducta (incluido aquello que decimos sobre nuestros sentimientos) se hallan en el mismo mundo de fenรณmenos objetivos, y no sรฉ de ningรบn obstรกculo intrรญnseco para que se les integre a una teorรญa cientรญfica, aunque claramente no serรก fรกcil. Esto no significa que podamos o debamos olvidarnos de la conciencia y, como B.F. Skinner con sus palomas, ocuparnos sรณlo de la conducta. Sabemos tan bien como cualquier otra cosa que nuestra conducta estรก gobernada en parte por nuestra conciencia, asรญ que comprender aquella exigirรก necesariamente la elaboraciรณn de una detallada correspondencia entre lo objetivo y lo subjetivo. Esto quizรก no nos diga cรณmo surge la una de la otra, pero al menos confirmarรก que no hay nada sobrenatural en la mente.

Hay quienes, sin ser cientรญficos, recurren a ciertos desarrollos de la fรญsica moderna que sugieren el carรกcter impredecible de los fenรณmenos naturales –como la mecรกnica cuรกntica o la teorรญa del caos– como signo de un alejamiento del determinismo, uno tal que abrirรญa un resquicio para la intervenciรณn divina o para una alma incorpรณrea. Estas teorรญas nos han obligado a refinar nuestra concepciรณn del determinismo, pero no, me parece, de tal forma que tenga implicaciones para la vida humana.

Una tercera fuente de tensiรณn entre la ciencia y las creencias religiosas ha tenido mรกs relevancia en el islam que en la cristiandad. Alrededor del aรฑo 1100 el filรณsofo sufรญ Abu Hamid Al Gazali refutรณ la idea misma de las leyes de la naturaleza, argumentando que cualquier ley de ese tipo dejarรญa a Dios con las manos atadas. De acuerdo con Al Gazali, un retazo de algodรณn colocado sobre una llama no se oscurece ni arde debido al calor de la llama sino porque Dios quiere que se oscurezca y arda. Las leyes de la naturaleza podrรญan haberse reconciliado con el islam, considerรกndolas como un compendio de lo que Dios suele querer que pase, pero Al Gazali no siguiรณ ese camino.

A menudo se describe a Al Gazali como el filรณsofo mรกs influyente del mundo islรกmico. Quisiera saber lo suficiente como para juzgar cuรกn grande fue el impacto de su rechazo a la ciencia. En cualquier caso, en los paรญses musulmanes, que habรญan liderado el mundo en los siglos IX y X, la ciencia entrรณ en declive uno o dos siglos despuรฉs de Al Gazali. Como un augurio de este declive, en 1194 el ulema de Cรณrdoba mandรณ quemar todos los textos mรฉdicos y cientรญficos.

Hasta ahora la ciencia no ha resurgido en el mundo islรกmico. Hay cientรญficos talentosos que vienen a Occidente desde paรญses islรกmicos y que realizan aquรญ un trabajo de gran valรญa, entre ellos el fรญsico musulmรกn pakistanรญ Abdus Mohammed Salam, quien en 1979 se convirtiera en el primer cientรญfico musulmรกn en ser galardonado con el Premio Nobel por el trabajo que realizรณ en Inglaterra e Italia. Sin embargo, durante los รบltimos cuarenta aรฑos no he visto ningรบn artรญculo del รกrea de fรญsica o astronomรญa –de las que estoy al tanto– escrito en el mundo islรกmico y que valiera la pena leer. En esos paรญses se elaboran miles de artรญculos cientรญficos, y tal vez me perdรญ de algo. No obstante, en 2002 la revista Nature llevรณ a cabo un estudio sobre la ciencia en los paรญses islรกmicos, y encontrรณ que hay sรณlo tres รกreas en las que el mundo islรกmico produce excelente ciencia, las tres enfocadas a la aplicaciรณn antes que a la ciencia bรกsica. Esas tres รกreas son: la desalinizaciรณn, la cetrerรญa y la crรญa de camellos.

Algo parecido a la preocupaciรณn de Al Gazali por la libertad de Dios asomรณ durante algรบn tiempo en la Europa cristiana, pero con resultados bien distintos. En el siglo XIII, en Parรญs y Canterbury hubo una ola de condenas a aquellas enseรฑanzas de Aristรณteles que parecรญan limitar la libertad de Dios para hacer cosas como crear un vacรญo, construir varios mundos o mover los cielos en lรญnea recta. La influencia de Tomรกs de Aquino y de Alberto Magno salvรณ la filosofรญa aristotรฉlica en Europa y, con ella, la idea de las leyes de la naturaleza. Pero, aun cuando Aristรณteles dejรณ de estar condenado, su autoridad habรญa sido puesta en duda (algo afortunado, ya que nada podรญa construirse con base en su fรญsica).

Quizรก fue el debilitamiento de la autoridad de Aristรณteles por parte de eclesiรกsticos reaccionarios lo que abriรณ la puerta a los primeros y breves pasos hacia el descubrimiento de las verdaderas leyes de la naturaleza en Parรญs, Lisieux y Oxford en el siglo XIV.

 

Existe una cuarta fuente de tensiรณn entre la ciencia y la religiรณn que podrรญa ser la mรกs importante de todas. Por lo general, las religiones tradicionales descansan sobre una autoridad, ya sea esta un lรญder infalible, como un profeta o un papa o un imรกn, o un corpus de textos sagrados, como la Biblia o el Corรกn. Tal vez Galileo no se metiรณ en problemas solamente por expresar opiniones contrarias a la escritura sino porque lo hacรญa de manera independiente, antes que como un teรณlogo actuando dentro de la Iglesia.

Por supuesto, los cientรญficos se apoyan en autoridades, pero de una clase muy diferente. Si quisiera comprender algรบn punto clave de la teorรญa general de la relatividad, podrรญa buscar algรบn artรญculo reciente de un experto en el campo. Sin embargo, sabrรญa que el experto podrรญa estar equivocado. Algo que quizรก no harรญa es buscar los artรญculos originales de Einstein, ya que hoy cualquier estudiante universitario entiende la teorรญa general de la relatividad mejor que Einstein. Progresamos. A decir verdad, esa teorรญa, tal como la describiรณ Einstein, se considera hoy como una teorรญa de campo efectiva, segรบn la jerga del รกmbito cientรญfico; es decir, se trata de una aproximaciรณn vรกlida para las distancias de gran escala para las que ha sido probada, pero no bajo condiciones abigarradas, como en el big bang.

En la ciencia tenemos hรฉroes como Einstein, que fue sin duda el fรญsico mรกs grande del siglo pasado; pero para nosotros esos hรฉroes no son profetas infalibles. Para quienes en su vida cotidiana respetan la independencia de pensamiento y se muestran abiertos a la contradicciรณn, rasgos que Emerson admiraba –especialmente en lo que respecta a la religiรณn–, el ejemplo de la ciencia no deja bien parada la deferencia ante la autoridad en la religiรณn tradicional. El mundo siempre necesita hรฉroes, pero no le harรญa mal un menor nรบmero de profetas.

El debilitamiento de las creencias religiosas resulta evidente en Europa occidental, pero podrรญa sonar extraรฑo decir que lo mismo sucede en Estados Unidos. Nadie que hubiera expresado dudas sobre la existencia de Dios habrรญa resultado jamรกs electo presidente de Estados Unidos. No obstante –y aunque no tengo ninguna evidencia cientรญfica sobre este punto–, basรกndome en mi observaciรณn personal, me parece que aun cuando muchos estadounidenses creen a pie juntillas que la religiรณn es buena, y aun cuando se enfadan bastante cuando se le critica, incluso quienes albergan estos sentimientos no suelen tener nada parecido a una creencia religiosa bien clara. En ocasiones, he charlado con amigos que se identifican con alguna religiรณn organizada sobre lo que piensan de la vida despuรฉs de la muerte, o de la naturaleza de Dios, o el pecado. La mayorรญa de las veces me han dicho que no lo saben, y que lo importante no es lo que se cree sino cรณmo se vive. He escuchado esta respuesta incluso por parte de un sacerdote catรณlico. Aplaudo el sentir, pero sin duda constituye un distanciamiento respecto de las creencias religiosas.

Si bien me es imposible demostrarlo, sospecho que cuando los encuestadores les preguntan a los estadounidenses si creen en Dios, o en los รกngeles, o en el cielo o el infierno, estos sienten que su deber religioso es decir que sรญ, sin importar lo que realmente crean. Y queda muy claro que hoy, en Occidente, difรญcilmente hay alguien que parezca albergar el mรกs mรญnimo interรฉs en torno a las grandes controversias –arrianos contra atanasistas, monofisitas contra monoteรญstas, justificaciรณn por la fe o por obras– que antes se tomaban tan en serio y hacรญan que los cristianos se atacaran a muerte unos a otros.

He hecho รฉnfasis sobre las creencias religiosas –la creencia en los hechos sobre Dios o la vida despuรฉs de la muerte– aunque estoy consciente de que esto conforma sรณlo un aspecto de la vida religiosa y, para muchos, no es el mรกs importante. Tal vez hago รฉnfasis sobre tales creencias porque, en tanto fรญsico, en un nivel profesional me preocupa la bรบsqueda de la verdad y no de aquello que nos hace buenos o felices. Para muchas personas, lo importante de la religiรณn no es un conjunto de creencias sino multitud de otras cosas: un conjunto de principios morales; reglas sobre el comportamiento sexual, la dieta, la observancia de dรญas sagrados, etcรฉtera; rituales de matrimonio y duelo; y la seguridad que brinda la filiaciรณn con otros creyentes que, en casos extremos, autoriza el placer de matar a quienes tienen una filiaciรณn religiosa diferente.

Para algunos tambiรฉn existe una suerte de espiritualidad –sobre la que escribiรณ Emerson, y que yo mismo no comprendo– descrita a menudo como un sentimiento de comuniรณn con la naturaleza o con toda la humanidad, y que no implica creencias especรญficas en torno a lo sobrenatural. La espiritualidad es capital para el budismo, que no llama a creer en Dios. Aun asรญ, histรณricamente el budismo ha recurrido a la creencia en lo sobrenatural, especรญficamente en la reencarnaciรณn. Lo que impulsa la bรบsqueda de la iluminaciรณn es el deseo de escapar al ciclo del renacer. Los hรฉroes del budismo son los bodhisattvas, quienes habiendo alcanzado la iluminaciรณn, regresan a la vida a fin de mostrarle el camino a un mundo envuelto en la oscuridad. Puede ser que tambiรฉn en el budismo se haya registrado un debilitamiento de las creencias. Un libro reciente del Dalai Lama apenas y menciona la reencarnaciรณn, ademรกs de que, en Japรณn, la naciรณn asiรกtica que ha conseguido el progreso cientรญfico mรกs notable, el budismo se encuentra en declive.

Los diversos usos de la religiรณn pueden mantenerla en pie durante unos cuantos siglos, aun despuรฉs de que desaparezca la creencia en cualquier elemento de รญndole sobrenatural, pero me pregunto cuรกnto durarรญa la religiรณn sin este nรบcleo, cuando ya no tratara mรกs sobre nada exterior a los seres humanos. Por poner un ejemplo mรกs terrenal: la gente va a los juegos de futbol universitario en gran medida porque disfruta de las animadoras y las bandas musicales, pero dudo que acudiera al estadio en sรกbado si lo รบnico que hubiera fueran animadoras y bandas, sin nada de futbol, de manera que las porras y la mรบsica no tuvieran que ver con nada.

 

2.

No es mi intenciรณn sostener que el debilitamiento de las creencias religiosas sea bueno (aunque pienso que lo es), ni tratar de convencer a nadie de abandonar su religiรณn, como han hecho los รบltimos y elocuentes libros de Richard Dawkins, Sam Harris y Christopher Hitchens. En lo que llevo de vida, al argumentar a favor de un mayor gasto en investigaciรณn cientรญfica y educaciรณn superior, o en contra de invertir en la defensa con misiles balรญsticos o en enviar gente a Marte, he logrado un rรฉcord perfecto: no haber cambiado nunca el parecer de nadie. Antes bien, me propongo ofrecer a aquellos que ya han perdido sus creencias religiosas, o que podrรญan estar perdiรฉndolas, o a aquellos que las pierdan en el futuro, unas cuantas opiniones –sin ninguna base erudita– sobre cรณmo es posible vivir sin Dios.

En primer lugar, una advertencia: debemos tener cuidado con los sustitutos. Ya se ha seรฑalado con frecuencia que los mรกs grandes horrores del siglo XX fueron perpetrados por regรญmenes –como la Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin o la China de Mao– que, al tiempo que rechazaban todas o algunas enseรฑanzas religiosas, copiaban las peores caracterรญsticas de la religiรณn misma: lรญderes infalibles, textos sagrados, rituales masivos, ejecuciรณn de apรณstatas y un sentido de comunidad que justificaba el exterminio de quienes estuvieran fuera de dicha comunidad.

Cuando estudiaba el bachillerato, conocรญ a Will Herberg, un rabino preocupado por mi falta de fe. Herberg me advirtiรณ que debรญamos adorar a Dios, ya que de otra forma comenzarรญamos a adorarnos los unos a los otros. El rabino tenรญa razรณn sobre el peligro, pero yo sugerirรญa una cura distinta: deberรญamos librarnos del hรกbito de adorar cualquier cosa.

No dirรฉ que es fรกcil vivir sin Dios, y que la ciencia es todo lo que necesitamos. Para un fรญsico, aprender a usar las hermosas matemรกticas a fin de comprender el mundo real constituye en verdad una gran alegrรญa. Nos esforzamos por comprender la naturaleza, por construir una gran cadena de institutos de investigaciรณn, desde el Museo de Alejandrรญa y la Casa del Saber en Bagdad, hasta el CERN y el Fermilab de hoy. Pero sabemos que nunca llegaremos al fondo de las cosas, porque sea cual fuere la teorรญa que unifique todas las partรญculas y las fuerzas observables, nunca sabremos por quรฉ es esa teorรญa la que describe el mundo real y no alguna otra.

Lo que es peor: la visiรณn cientรญfica del mundo es algo terrorรญfica. No sรณlo no encontramos ningรบn sentido a la vida dispuesta para nosotros en la naturaleza, tampoco un fundamento objetivo para nuestros principios morales, ni correspondencia alguna entre eso que pensamos que es la ley moral y las leyes de la naturaleza, una correspondencia como la que imaginaran los filรณsofos, desde Anaximandro y Platรณn hasta Emerson. La ciencia tambiรฉn nos enseรฑa que los sentimientos que mรกs atesoramos (el amor por nuestro cรณnyuge, por nuestros hijos) son posibles gracias a procesos quรญmicos que tienen lugar en nuestros cerebros, y que estos son resultado de la selecciรณn natural y de sus mutaciones aleatorias que han operado durante millones de aรฑos. Pero, pese a todo, no debemos hundirnos en el nihilismo ni sofocar nuestros sentimientos. En el mejor de los casos, vivimos en el filo de una navaja, con la ilusiรณn por un lado y la desesperanza por otro.

¿Quรฉ podemos hacer entonces? El humor, una cualidad no muy profusa en Emerson, ayuda. Asรญ como nos reรญmos con empatรญa, sin desdรฉn, cuando vemos a un bebรฉ de un aรฑo luchando por mantenerse en pie cuando da sus primeros pasos, podemos sentir una jovialidad empรกtica hacia nosotros mismos, cuando nos vemos intentando vivir en equilibrio sobre el filo de una navaja. En algunas de las tragedias mรกs grandiosas de Shakespeare, justo cuando la acciรณn estรก a punto de alcanzar un clรญmax insoportable, los hรฉroes trรกgicos son confrontados por algรบn “tipo vulgar” que ofrece comentarios cรณmicos: un enterrador, un portero, un par de jardineros o un hombre con una canasta de higos. La tragedia no se ve disminuida, pero el humor la pone en perspectiva.

Luego estรกn los placeres cotidianos de la vida, que han sido despreciados por los fanรกticos religiosos, desde los anacoretas cristianos en los desiertos de Egipto hasta los ejรฉrcitos Talibรกn y Mahdi. Visitar Nueva Inglaterra a principios de junio, cuando las azaleas y los rododendros relumbran, me recuerda cuรกn bella puede ser la primavera. Y no desdeรฑemos los placeres de la carne. Quienes no somos fanรกticos podemos regocijarnos, porque cuando el pan y el vino dejan de ser sacramentos siguen siendo pan y vino.

Tambiรฉn estรกn los placeres que nos brindan las bellas artes. En este respecto pienso que perderemos algo con el declive de las creencias religiosas. En el pasado muchas grandes obras de arte surgieron de la inspiraciรณn divina. Por ejemplo, no puedo imaginar la poesรญa de George Herbert o de Henry Vaughan o Gerard Manley Hopkins sin una sincera creencia religiosa. Pero nada impide que quienes no tengamos tales creencias disfrutemos de la poesรญa religiosa, de la misma manera que no ser ingleses no impide que los estadounidenses disfruten los discursos patriรณticos de Ricardo II o Enrique V.

Quizรก nos entristezca que en el futuro ya no se escriba poesรญa religiosa. Ahora mismo ya notamos que es poca la poesรญa en lengua inglesa de las รบltimas dรฉcadas que le debe algo a la creencia en Dios y, en algunos casos, cuando entra en juego la religiรณn, en poetas como Stevie Smith o Philip Larkin, es su rechazo el que brinda la inspiraciรณn. Pero por supuesto que puede escribirse gran poesรญa sin religiรณn. Shakespeare proporciona un ejemplo: nada en su obra, segรบn me parece, muestra la mรกs mรญnima pista de una inspiraciรณn religiosa seria. Con excepciรณn de Ariel y Prรณspero, vemos que a los poetas les va bien sin รกngeles y profetas.

No creo que deba preocuparnos el que abandonar la religiรณn nos lleve a la decadencia moral. Hay muchas personas que no profesan una religiรณn y que viven vidas moralmente ejemplares, y aun cuando la religiรณn ha inspirado en ocasiones estรกndares รฉticos admirables, tambiรฉn ha fomentado con frecuencia los crรญmenes mรกs odiosos. De cualquier forma, la creencia en un creador del mundo, omnipotente y omnisciente, no tiene por sรญ misma implicaciรณn moral alguna: decidir si es correcto obedecer sus รณrdenes aรบn estรก en nuestras manos. Por ejemplo, incluso alguien que crea en Dios puede sentir que, en el Viejo Testamento, Abraham no hizo lo correcto al obedecer a Dios y acceder a sacrificar a Isaac; y que Adรกn, en El Paraรญso perdido, tenรญa razรณn en desobedecer a Dios y comer la manzana con Eva, para poder estar a su lado cuando fuera expulsada del Paraรญso. Los jรณvenes que pilotearon los aviones contra edificios en Estados Unidos, o que hicieron explotar bombas en medio de multitudes en Londres o Madrid o Tel Aviv, no sรณlo eran estรบpidos al imaginar que esas eran รณrdenes de Dios; incluso si pensaban que esas eran sus รณrdenes, actuaron vilmente al obedecerlas.

Entre mรกs reflexionamos sobre los placeres de la vida, mรกs extraรฑamos esa grandiosa consolaciรณn que nos solรญan brindar las creencias religiosas: la promesa de que nuestras vidas continuarรกn despuรฉs de la muerte, y de que en esa vida despuรฉs de la muerte nos encontraremos con las personas que hemos amado. Conforme las creencias religiosas se debilitan, mรกs y mรกs de nosotros sabemos que despuรฉs de la muerte no hay nada. Esto es lo que nos hace cobardes.

Cicerรณn ofrecรญa consuelo en su De Senectute, argumentando que resulta tonto temer la muerte. Despuรฉs de mรกs de dos mil aรฑos sus palabras aรบn no tienen ni el mรกs mรญnimo poder de consolarnos. Philip Larkin fue mucho mรกs convincente acerca del temor a la muerte:

 

Ningรบn ardid disipa esta manera

de temer. Ese brocado musical

y apolillado que es la religiรณn, que finge

que hay vida tras la muerte, lo ha intentado.

Se ha dicho que ningรบn ser racional

puede temer lo que no siente, sin ver

que eso es lo que tememos justamente:

nada de vista ni de olfato ni de tacto,

nada de gusto ni de oรญdo, nada

con quรฉ pensar o amar, con quรฉ enlazarnos,

tan sรณlo la anestesia sin retorno.*

 

Vivir sin Dios no es fรกcil. Pero la dificultad misma que conlleva ofrece otra consolaciรณn: que hay un cierto honor, quizรก tan sรณlo una adusta satisfacciรณn, en enfrentar nuestra condiciรณn sin desesperanza y sin ilusiรณn, con buen humor, pero sin Dios. ~

 

Traducciรณn de Marianela Santoveรฑa

© The New York Review of Books

 

 

 

 

* Traducciรณn de Julio Trujillo.

 

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