La clave de la teoría aparece al final del texto que el experiodista de Rolling Stone y director de cine Cameron “Almost Famous” Crowe escribió para el cuadernillo de la antología póstuma The best of everything: 1976-2016. Allí Tom Petty (Florida, 1950-California, 2017) explica, riéndose, lo que para él es más que obvio: “Yo soy las canciones. Nunca entendí a esos que afirman que por un lado hay un ‘yo’ y por otros ‘el personaje’. Yo no miro al público pensando en que hay dos Tom Petty. ¿Es que puedes irte de allí y que otro tipo ocupe tu lugar? Yo no salgo y actúo como TP y luego me voy a casa y soy otro. Es decir, vamos, hombre: ¡siempre eres tú!”
Y la idea y la risa se expanden a lo largo de toda una vida y obra. Seguirla a fondo en Runnin’ down a dream (documental de Peter Bogdanovich de 2007); en la muy sentida a la vez que implacable biografía de Warren Zanes (de 2015, editada en español por Neo-Sounds); y experimentarla aún más de cerca en las cuatrocientas cincuenta páginas del por fin reeditado y expandido este año (la versión de 2005 estaba descatalogada/agotada y se vendía de segunda mano a precios imposibles) de esa suerte de manual para songwriters que es el Conversations with Tom Petty recopilado por el especialista en el métier Paul Zollo. Aunque (y tened muy en cuenta que Petty fue alguien que, casi enloquecido por la frustración, destrozó su mano izquierda contra una pared porque su “Rebels” no sonaba en el estudio de grabación tan bien como él la oía en su cabeza) todo lo anterior da un paso atrás e inclina la cabeza ante la escucha de la práctica, de lo que Tom Petty hacía a partir de todo lo que sabía.
Y aquí está –superados litigios entre Hija n.º 1 y Viuda n.º 2– el recientemente aparecido, en lo más alto de las listas de ventas mientras escribo estas líneas y perfecto para regalo de (In)Felices Fiestas más o menos confinadas Wildflowers & all the rest. Aquí, de nuevo, entre pastoral y lobo feroz, el tío Tom con fiebre en su cabaña. Versión por fin completa (y, en varios formatos, muy potenciada por muy reveladores demos domésticos y tomas alternativas y dinámicas versiones en directo) de su segundo trabajo solista y de lo que se suponía que, en 1994, iba a ser un álbum doble pero que se redujo a uno solo a pedido de la discográfica. Entonces, por una vez, el siempre combativo contra los “ejecutivos de la música” Petty –pensando que serían demasiados dólares a desembolsar por sus seguidores– no opuso demasiada resistencia y los veinticinco tracks se redujeron a quince. En cualquier caso, Wildflowers –al que se suponía destino cult y atractivo limitado por ser demasiado personal– vendió millones de copias y muchas de sus canciones son parte inevitable e infaltable de sucesivos greatest hits junto a “Refugee”, “Here comes my girl”, “The waiting”, “Free fallin’” y “I won’t back down”, “Into the great wide open” o “Mary Jane’s last dance”.
En cualquier caso, Petty siempre entendió a Wildflowers como su cumbre. “Nunca estuve tan arriba: el oficio en sincronía con la inspiración”, diagnosticó. Y, de hecho, antes de morir por accidente automedicado opioide, ya trabajaba en su resurrección y en una última gira de presentación al completo con estrellas invitadas para luego dejar definitivamente la carretera.
Por supuesto, la de Petty es la más autorizada de las opiniones; lo que no restará validez a que otros prefieran Damn the torpedoes, full moon fever o, mi caso, Echo que –junto a Songs and music from “She’s the one”– cierra la trilogía divorcista, producida por Rick Rubin, que abre Wildflowers. Y no: Wildflowers no es “autobiográfico” como otras cumbres del subgénero confesional. Wildflowers no es aquella inmensa música nocturna compilada por Frank Sinatra para sobreponerse al huracán Ava G. o Blood on the tracks de Bob Dylan o Rumours de Fleetwood Mac o The visitors de abba. Wildflowers es algo mucho más sinuoso y esquivo y difícil de enfocar pero aun así tan preciso. Canciones tristes en primera persona que parecen páginas de diario íntimo mientras otras se disfrazan de alegres short stories en tercera persona o sobre otros y otras. Así su tan íntegro como fragmentado y bipolar y multiestilístico y perversamente polimorfo White album teñido de portada color marrón e influenciando a posteriores especímenes del dolor gratificante y liberador como The boatman’s call de Nick Cave, Heartbreaker de Ryan Adams, Sea change de Beck o For Emma, forever ago de Bon Iver. Y, sí, es incuestionable que aquí Petty parece alcanzar el punto exacto e ideal de destilación de todo lo de los demás para ofrecer algo suyo y nada más que suyo en música y letra. Aquí el a la vez Big Bang y Agujero Negro de quien –a lo largo de cuatro décadas y junto a Mudcrutch y a The Heartbreakers, sus módelicas bandas descendientes directas de The Band, tanto más versátiles que la Crazy Horse de Neil Young o la E Street Band de Bruce Springsteen– consiguió la alquimia de fundir lo uk con lo usa.
Sí, Petty –noble urraca camaleónica, al igual que David Bowie en la otra orilla– como aquel que se las arregló para mezclar y beber cocktail de Bob Dylan y de The Beatles (y cerrar filas con ambos, en esa formidable broma muy en serio que fueron The Traveling Wilburys). Petty enviando postales sónicas donde comulgaban el gentleman sureño con el psicodélico West Coast y look del Felipe de Mafalda cruzado con Cayetana Álvarez de Toledo. Un experto conservador a la vez que aventurero explorador y gran escritor moviéndose con gracia entre la descripción sintética y la epifanía sin límites. Pruebas al canto y al cantar en All the rest: esas “Something could happen” (donde se oye que “No soy fácil de conocer / Mi mente puede cambiar / Mis estados de ánimo vienen y van / No soy fácil de complacer / A veces el bosque / Se pierde entre los árboles”) y “Confusion wheel” y “Somewhere under heaven” así como aquellas ya clásicas codas crepusculares para amanecer “Wake up time” y (con participación del Beach Boy Carl Wilson y de un tal Ringo Starr) “Hung up and overdue”. Y –por esa astucia en la que todo vale y sirve y en la que, por una vez, lo muy bueno gozó siempre del favor de fans adoradores y de un volumen de ventas adorable– tal vez de ahí que los críticos más cool tendiesen a despreciarlo porque, de algún modo, Petty era músico experto y crítico perspicaz al mismo tiempo. Así, Greil Marcus formuló un “Tom Petty = Nada” y Robert Christgau concluyó que “Si Petty fuera una flor, sería una flor marchita. Pero, como es un idiota, digamos que es una flor aletargada”. Allá –más allá aún– ellos…
Aquí, la obra y vida de aquel a quien Johnny Cash le escribió agradeciéndole ser “un buen hombre junto a quien cabalgar el río”. Alguien que –cerrando el círculo de su carrera volviendo al principio, en Mudcrutch 2 (2016), pero sonando muy pero muy Wildflowers– se despidió con dos nuevas/últimas obras maestras de título conciliador consigo mismo y estrofas de esas para perderse rumbo al horizonte: “I forgive it all” y “Hungry no more”, con ese último verso donde se instruye un “Que nadie llore por mí, de nada sirve ahora / De algún modo el mundo seguirá girando”.
Contrario a lo que asegura aquí la felizmente melancólica o melancólicamente feliz “You don’t know how it feels”, escuchando Wildflowers & all the rest uno sabe perfecta y definitivamente cómo se sentía ser él.
Ser ese Tom Petty que –flores en la tumba de un enterrado más vivo que nunca– era y es sus canciones.
Y –sépanlo, más allá de todo mal, girando– se siente muy pero que muy bien. ~
es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).