Ilustraciรณn: Hugo Gonzรกlez

Toma y lee: Los escritores conversos

Un converso es alguien que no tenรญa religiรณn y un dรญa la tiene. Hay algo de misterio en esa transformaciรณn, que no sucede de la noche a la maรฑana sino de manera lenta y natural.
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Un reportero preguntรณ a T. S. Eliot por quรฉ la religiรณn constituรญa parte inseparable de su filosofรญa. Eliot contestรณ: โ€œยฟPor quรฉ tiene cuatro patas un elefante? La religiรณn es lo mรกs importante de la vida y solo a su luz se entienden las cosas.โ€ Tal vez poca gente responderรญa asรญ por estos dรญas. Sin embargo, numerosos escritores del siglo XX lo hicieron.

Son conversos Lรฉon Bloy, G. K. Chesterton, Paul Claudel, Graham Greene, Ernst Jรผnger, C. S. Lewis, Giovanni Papini, Charles Pรฉguy, Edith Sitwell, Aleksandr Solzhenitsyn, Evelyn Waugh… Algo pasรณ en su vida, que podrรญa llamarse locura. Llรกmese como se llame, pasรณ.

En el habla comรบn, un converso es alguien que no tenรญa religiรณn y un dรญa la tiene. Como si dijera: โ€œAyer no estaba enamorado. Hoy sรญ.โ€ Conversos y enamorados son incomprensibles por igual. Sin embargo, existen. Si Dios no fuera real, la conversiรณn seguirรญa siendo un fenรณmeno psicolรณgico comprobado.

San Agustรญn de Hipona, un norafricano latinizado del siglo IV, escribiรณ la que quizรก sea la primera autobiografรญa de un converso: las Confesiones, que dejan el mismo sentimiento que tendrรญa sorprender a un amigo que habla encerrado en su cuarto y, fascinados por la cadencia de sus palabras, no cerrar la puerta para dejarlo a solas con su amor. Cuando la conversiรณn de san Agustรญn alboreaba, obedeciรณ a una voz que le decรญa: โ€œToma y lee.โ€ La fe a veces llega con libros. Al leer las Confesiones, queda claro que la conversiรณn de Agustรญn no sucediรณ de improviso. Fue un camino largo y sinuoso hacia un Dios al que podรญa rezar, porque podรญa esperar tocarlo.

Segรบn se desprende de las Confesiones, los queveres de san Agustรญn con Dios cargan con el peso emocional de dos almas que se dan batalla cuerpo a cuerpo. Dios cambia de estado de รกnimo. Tiene lados desconocidos. Tiene sombra que le da bulto. Agustรญn tambiรฉn cambia. Empieza por ser siervo, luego es hijo, luego enamorado. Su famosa frase Sero te amavi puede entenderse como: โ€œยกAntes de amarnos todo fue perder el tiempo!โ€

Con habilidad, Agustรญn utiliza terminologรญa mรฉdica para describir las รบltimas etapas de su conversiรณn. Dios es un mรฉdico gentil que entra de puntillas al cuarto del enfermo para cubrir con bรกlsamo sus heridas. Aunque el libro tambiรฉn habla de dulzura que da vรฉrtigo, tal vez lo mรกs notable sea que la conversiรณn sucede paulatinamente en la vida ordinaria. Agustรญn sigue siendo el mismo. No es que de pronto le haya salido un tercer ojo en medio de la frente.

โ€œDame castidad, pero no todavรญaโ€, tambiรฉn le dijo san Agustรญn a Dios en su juventud, cuando no se habรญa convertido del todo. La imaginaciรณn se desboca fรกcilmente. Agustรญn no se estaba refiriendo a la promiscuidad. Durante catorce aรฑos, viviรณ en lo que hoy llamarรญamos uniรณn libre con una sola mujer (unam habebam, dice) y ella le dio un hijo a รฉl, pero tambiรฉn รฉl a ella, y la pareja le puso por nombre Diosdado.

La conversiรณn no transformรณ a un joven libertino de Cartago en un solterรณn espantado por su sexualidad. Con dolor y confusiรณn, pero tambiรฉn con afecto y cariรฑo, Agustรญn habla del amor que le tuvo a quien en su libro llama Una y รšnica, mensajera de otro amor, el del Uno y รšnico. El amor y la fe entran por la belleza. Hay mucha belleza en dos enamorados que se pusieron casa y tuvieron un niรฑo, aunque hayan decidido seguir caminos separados.

El proceso de conversiรณn, mรกs que pirotecnia emocional, se parece mรกs a un quinquรฉ, a un horno para hacer pan. Es milagroso. Pero tal vez su mayor milagro estรก en que sucede con naturalidad. Es un proceso largo lleno de humildes y modestos sentimientos de consuelo y seguridad, mientras el converso se libera progresivamente de la angustia y el miedo, sostenido por una ayuda espiritual inmediata. Agustรญn estรก consciente de que a diario es un poco mรกs feliz. Y eso lo hace todavรญa mรกs feliz.

Oscar Wilde amรณ la belleza: un bello chaleco, una bella orquรญdea, un bello palacio, un bello atardecer. Amรณ las bellas artes y los bellos sentimientos, los rostros y los cuerpos bellos. Amรณ a Dios a fuego lento y, cuando ese amor estuvo en su punto, Wilde muriรณ en la religiรณn que, como รฉl dijo, es la รบnica en la cual vale la pena morir.

Wilde empezรณ a interesarse por el catolicismo en Oxford. Ahรญ tomรณ clases con Walter Pater, quien lo moviรณ a gustar el sabor de la liturgia. Wilde frecuentaba la misa, en donde saboreรณ la dimensiรณn estรฉtica de la experiencia religiosa. Un amigo cercano se convirtiรณ y juntos fueron a Roma. Este amigo tomรณ el orden sacerdotal, pero Wilde regresรณ a Londres, para hacer su entrada espectacular en el mundo literario. No se convirtiรณ. Quien querรญa ser alguien en la Inglaterra victoriana no lo hacรญa. En el punto mรกs alto de su carrera, hizo una gira por Estados Unidos. En la aduana le preguntaron si tenรญa algo que declarar. Replicรณ: โ€œMi genio.โ€

Por debajo de las bellezas exteriores de la liturgia, Wilde amaba la belleza de los movimientos interiores. Sentimientos armoniosos proporcionaban la estructura emocional de sus obras. โ€œEl gigante egoรญstaโ€ o โ€œEl prรญncipe felizโ€ son miniaturas de la compasiรณn. En las obras de teatro, llenas de confeti y serpentinas verbales, de personajes brillantes como azotadores, la virtud triunfa por encima del vicio. Ademรกs, lo hace de buen humor: virtud olorosa a vetiver y lavanda, no a naftalina.

El retrato de Dorian Gray es mรกs que un divertimiento inteligente en cuanto describe a un hombre sensible y culto que se vuelve monstruoso por mirarse el ombligo. En su รบnica novela, Wilde prodiga aforismos y despilfarra ingenio, pero tambiรฉn registra, sin sermones, la conciencia del pecado. Este dandi que era el รกrbitro de la moda decรญa: โ€œNo soy catรณlico. Solo soy un papista furibundo.โ€

Si es indignante que las leyes de su รฉpoca persiguieran a Wilde solo por ser homosexual, serรญa una pena que las costumbres de la nuestra lo recordaran sobre todo por su libido. Fue mucho mรกs que eso.Capaz de amar con locura, รกvido de afecto, en guerra contra sรญ mismo por todos aquellos a quienes traicionรณ para ser fiel a sรญ mismo, buscรณ tambiรฉn la belleza eterna en lo bello que se hace polvo.

Condenado a dos aรฑos de trabajos forzados, leyรณ a san Agustรญn, a Dante, al cardenal Newman. De esa experiencia brotan La balada de la cรกrcel de Reading y De profundis. Al salir de prisiรณn, partiรณ a Francia para encontrarse con su amado Robbie Ross, despuรฉs de escribir una carta a los jesuitas pidiรฉndoles que lo recibieran para un retiro de seis meses. Estos no aceptaron la solicitud.

El estado fรญsico de Wilde era muy malo. Para colmo, bebรญa demasiado. Fue a Roma y despuรฉs a Parรญs, donde un pasionista inglรฉs le administrรณ los รบltimos sacramentos. La hermosa alma de Wilde pasรณ la vida entercada en ir tras la belleza. Quiso ser bello y al final lo consiguiรณ, porque el que busca encuentra.

Josรฉ Vasconcelos es un converso problemรกtico. Pero tambiรฉn fue un escritor atormentado, un polรญtico complejo y un megalรณmano marca diablo. Vasconcelos fue un hombre contradictorio de cabo a rabo. Su conversiรณn no pudo haber sido de otra manera. La conversiรณn no suprime la naturaleza humana: la supone. Trabaja con lo que hay.

Pareciera que a este hombre convertirse lo volviรณ enteco, pues de viejo expurgรณ de sus originales y brillantes memorias-novela lo mejor que estas tienen: la conmovedora narraciรณn de los amores erรณticos de un mรญstico violento y tierno, que se encontraba con el Absoluto a travรฉs de las mujeres, siempre sospechando el carรกcter sobrenatural de esa otra que lo besa y lo abraza, lo escucha y lo consuela.

En sentido estricto, Vasconcelos no es un converso, pues nunca dejรณ de ser cristiano. En 1925, se define a sรญ mismo, como โ€œun cristiano prรกcticoโ€ que se va con los ateos, si estos โ€œimponen la justiciaโ€. En su celo final, Vasconcelos dio bandazos casi hasta la herejรญa, rechazando con vehemencia el matrimonio y celebrando la bomba de hidrรณgeno. Su corazรณn era mejor que eso. Despuรฉs del suicidio de su amada Valeria, Vasconcelos dejรณ ver su misericordia en algunos de sus escritos.

El autor de Ulises criollo viviรณ esperando seรฑales de lo alto, pero nunca pudo sentir familiaridad con Jesรบs. Nunca dio el paso que dio Job: pegarse de gritos con Dios. Pero lo vio y oliรณ, lo tocรณ, escuchรณ y gustรณ en Adriana y Valeria, amores regidos por la empatรญa de espรญritus y la concordancia de cuerpos.

En una conversiรณn hay poca teologรญa dogmรกtica. Hay la sensaciรณn de estar incompleto, de ser imperfecto y la esperanza de un desenlace feliz, a pesar de la distancia que separa lo que un hombre quiere de lo que puede. Vasconcelos no querรญa sabidurรญa. Querรญa revelaciรณn. En su esfuerzo denodado por dar con ella, destruyรณ lo bello que llegรณ a su vida. Como marido, fue adรบltero. Como papรก, reprochable. Fue altanero y rastrero sin ton ni son. Fue muy humano, como son los conversos.

Las conversiones suelen ser sociales y pรบblicas. Maduran al calor de la amistad. En el sentido etimolรณgico del tรฉrmino, son eclesiales: una red humana de pan, vino y palabra. Lewis reseรฑa a Chesterton, Waugh felicita a Thomas Merton por su nuevo libro, Eliot y Waugh coinciden: Occidente serรญa incomprensible sin entender sus fundamentos religiosos. Eliot visita a Christopher Dawson, quien toma la copa con Lewis. Waugh es amigo de Graham Greene y padrino de bautismo de Edith Sitwell. G. M. Hopkins busca a Newman para conversar…

En la conversiรณn de Max Jacob, judรญo adorable, saltimbanqui estrafalario de simpatรญa irresistible, brillante fracaso cuyos editores le aconsejaban que mejor pintara y a quien las galerรญas le sugerรญan que mejor escribiera, que ganaba unos centavos haciendo horรณscopos para las prostitutas, es fundamental su amigo del alma, Pablo Picasso. Cuando nadie tomaba en serio a Jacob โ€“ni los clรฉrigos a quienes pedรญa el bautismo, ni sus amigos de farraโ€“ Picasso lo aceptรณ como ahijado, una mezcla de fe con chanza. Le regalรณ la Imitaciรณn de Cristo de Kempis y le escogiรณ para nombre de pila el de Cipriano.

En la conversiรณn de Lรฉon Bloy intervino Jules Barbey dโ€™Aurevilly. Bloy era un pueblerino inculto de veinte aรฑos, que un dรญa fue a una librerรญa de viejo a rematar las obras de Voltaire. Empeรฑado en ser escritor, habรญa abandonado la casa paterna y en aquel momento necesitaba dinero para comprar algo de comer. En la librerรญa, se topรณ a Barbey dโ€™Aurevilly. Barbey iba a cumplir sesenta aรฑos, pero vestรญa a la moda romรกntica de veinticinco aรฑos atrรกs: capa escarlata, pantalรณn gris perla con listas plateadas, puรฑos de encaje, levita con cuello de terciopelo, guantes blancos. Bloy se le quedรณ viendo a este aristรณcrata de bigote de mosquetero y melena desordenada.

โ€œยฟLe puedo servir en algo, joven?โ€, preguntรณ Barbey.

โ€œPermรญtame contemplarleโ€, respondiรณ Bloy. Asรญ comenzรณ una extraรฑa amistad entre un caballero anacrรณnico y un provinciano norteado. De moral distraรญda pero sincero creyente, Barbey puliรณ, instruyรณ y educรณ a Bloy, le recomendรณ a Joseph de Maistre, lo puso a estudiar latรญn; enseรฑรณ a Bloy a vivir contra el mundo y a conformarse con el Absoluto y nada mรกs, devolviรฉndole a una fe que habรญa perdido como un niรฑo pierde una pelota y de adolescente se da cuenta que era la pelota con la que mรกs le gustaba jugar.

Los conversos no cambian. Evelyn Waugh tenรญa muy mal carรกcter. Acerca de esto decรญa: โ€œSin ayuda sobrenatural a duras penas serรญa humano.โ€ Sin embargo, cambian. Se suavizan y profundizan, se dulcifican e intensifican. Nadie entiende a los enamorados ni a los conversos. Anthony Burgess โ€“que naciรณ, viviรณ, pecรณ y muriรณ catรณlicoโ€“ dijo: โ€œLos grandes escritores catรณlicos de la actualidad, de Newman a Greene, fueron conversos. Para un catรณlico como yo, que cree desde la cuna, es difรญcil tomarlos en serio.โ€ Puede ser. Toma y lee para comprobarlo. ~

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