Nuevo papa de una Iglesia vieja

La función del papa no es encarnar el genio religioso, sino contenerlo y conducirlo. León XIV, mezcla de pastor, político y profesor, contará para hacerlo con la sabiduría que le dan los años a la Iglesia.
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León XIV no intentará hacer de la Iglesia un producto más vendible. Algunos dirán que es demasiado conservador y otros, que es demasiado liberal. O que va demasiado aprisa o lento. Por incomprensión de estos o aquellos, será incomprendido en vida. Cuando muera, los medios volverán a hacer ruido, pero pronto pasará la novedad.

Seguirá habiendo apóstatas, unos poquitos por razones doctrinales, la mayoría por acedia, pero también catecúmenos que piden el bautismo en la adultez. Por ejemplo, en Francia aumentó en 45% el número de bautizados mayores de edad entre 2024 y 2025. Sin embargo, las conversiones no detendrán el descenso de católicos declarados entre la población total, que en México disminuyó de 89% a 82% en los últimos veinte años. Las monjas se seguirán muriendo de viejas y los cuatrocientos mil sacerdotes del planeta seguirán teniendo quehacer de sobra. Pero no se extinguirán las novicias. En seminarios donde caben trescientos seguirá habiendo veinte alumnos, pero estarán soñando con trabajar como cien curas.

Mezcla de pastor, político y profesor, León XIV será sabio, pero no habrá por qué atribuirlo a la acción del Espíritu Santo, sino a que la Iglesia es muy vieja. Siendo sabio, el nuevo papa entenderá que la Iglesia quedaría viuda en el parpadeo de un siglo, si la casa con el espíritu de esta época. Aunque electo por un Colegio Cardenalicio de cuyos 135 miembros Francisco nombró 108, el nuevo León no necesariamente será “francisquista”. Después de todo, Benedicto XVI y Juan Pablo II crearon a los cardenales que eligieron al recién difunto.

León XIV será uno más en la notable serie de sucesores de Pedro que comenzó con Pío IX (1846-1878). En sentido estricto, la historia de los papas empieza desde el principio, cuando eran el caos y la confusión. Pero en esa historia se pueden aislar subtramas como la de los últimos once papas, que han tenido que enfrentar los dilemas de gobernar la Iglesia en el mundo moderno, que nació de la Revolución francesa y la Revolución Industrial. Para la Iglesia, ese mundo padece una enfermedad filosófica: progresivamente se atrofia el concepto de persona, el más fabuloso invento de Occidente. Por tanto, enferman las comunidades y asociaciones humanas: familia, empresa, nación. Esto es tan grave como si los hombres contrajeran hipertrofia de la rueda o anquilosis en la agricultura.

Pío IX descuella por diagnosticar los males de la modernidad y León XIII (1878-1903) por idear el tratamiento, que algo tiene del arte y la ciencia de una obstetra que busca acabar bien un embarazo difícil. Sonriente como Juan XXIII (1958-1963) o adusto como Pío XII (1939-1958), el nuevo papa seguirá aplicando el tratamiento, sabiendo que la paciente no está para una intervención quirúrgica. Un dato ilustra cuán importante es esta tarea para la Iglesia: de los últimos once papas, cuatro han sido declarados santos. Antes de esta serie, el último papa canonizado, san Pío V (1566-1572), murió en el siglo XVI.

Sería ocioso discutir si el nuevo papa recibe una Iglesia en auge o en decadencia, pues hay argumentos sólidos para ambas posturas. Es más útil considerar que, en el curso de dos mil años, la Iglesia ha muerto y revivido media docena de veces. Y cada vez que revive, no ha sido por iniciativa de papas, sino de laicos. Trapenses, dominicos, jesuitas o carmelitas descalzos, aunque de fuera hoy parecen inertes, catalizaron el orbe. Empezaron por san Bernardo de Claraval, santo Domingo de Guzmán, san Ignacio de Loyola y santa Teresa de Ávila, fieles que, al principio de su obra, fueron piedras en el zapato para su obispo diocesano y el papa de Roma.

La función del papa no es encarnar al genio religioso, sino contenerlo y conducirlo. La revolución de san Francisco de Asís fue un torrente de alegría que pudo haber arrasado Europa. El mediocre Inocencio III (1198-1216) solamente diseñó el plan para encaminar esa crecida de agua en represas y canales de riego que siguen fecundando la tierra.

Cuando se asiente el polvo de la elección, la Iglesia volverá a ser noticia a causa de los políticos que querrán usar el cristianismo para sacar raja. Blandiendo Biblias y rosarios, hay gobernantes que, pretendiendo achicar la fe católica al tamaño de sus ideas, tildan a la jerarquía eclesiástica de ser una élite de hipócritas que no representa al pueblo. Trump y Vance ya han manoseado el nombre del cristianismo para justificar el trato cruel contra migrantes y refugiados. Viktor Orbán, modelo a seguir para el vicepresidente de Estados Unidos, lleva años declarando que la auténtica democracia cristiana es “iliberal”. Según Giorgia Meloni, para la identidad cristiana importan menos la conducta y la creencia que pertenecer a una cultura.

La tendencia es poner la religión al servicio del Estado. Pero esta tendencia no es de años ni décadas. Proviene de hace casi tres siglos. Con talante, carisma y personalidad diferentes, el nuevo papa dirá lo mismo que sus predecesores: no se vale poner la patria primero, si se pone al último la humanidad.

Aunque ha habido otros Leones de nota, por ejemplo, León I (440-461), que impidió a Atila devastar Roma, o León IX (1049-1054), quien padeció el Cisma de Oriente, probablemente León XIV escogió su nombre inspirado en el formidable san León XIII. En este León se origina el cuerpo de la llamada Doctrina Social de la Iglesia (DSI), que cuenta con un buen compendio, aunque no actualizado.

Desde Rerum Novarum, cada papa ha dedicado al menos un escrito a la DSI, que básicamente dice que capitalismo y comunismo están igual de mal, pues parten de una antropología errónea. La DSI trata sobre medios de producción, división del trabajo, propiedad privada, libre mercado, intervencionismo estatal, depredación ecológica y otros asuntos que parecen rebasar el ámbito espiritual, aunque para la Iglesia son parte integral de la verdad sobre el hombre.

La DSI ha dado resultados prácticos, por ejemplo, las sociedades cooperativas, que en Costa Rica fueron un éxito. En México, ha dado por lo menos un fruto: Anacleto González Flores. G. K. Chesterton e Hilaire Belloc la promovieron bajo el nombre de distributismo. T. S. Eliot le dedicó un librito: Christianity and culture. Jacques Maritain y Michael Novak la explican, respectivamente, en El hombre y el Estado y The spirit of democratic capitalism.

León XIV trabajará para que, en el mundo entero, si uno se siente agobiado por la carga, pueda meterse a una iglesia y recobrar fuerzas ante la cruz. Pero no será él quien detenga la persecución en Sudán, Corea del Norte o Pakistán. Hay 2.4 mil millones de cristianos en el mundo. Uno de cada siete carece de libertad religiosa y al menos diez mil murieron por su fe en la primera década del siglo XXI. En la tierra se habla poco de estos muertos. Pero la Iglesia sostiene que en el cielo se canta por su causa: son los nuevos mártires. ~


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