Un país dependiente, emergente y exótico

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Un nuncio apostólico quien, como el diablo, sabía más por viejo, definía la diplomacia como “el arte de agradar a Dios sin enfadar a Lucifer”. Esta definición no está lejos de la etimología. Diplomacia viene del griego diploma, “cosa doblada en dos”. Tras leer el reporte La imagen de México en el mundo 2006-2015, preparado por César Villanueva Rivas y su equipo (auspiciados por la Universidad Iberoamericana y el Conacyt), salta a la vista que la diplomacia mexicana tiene que doblarse en dos, cuatro y ocho, para hacer “diplomacia pública” utilizando el “poder suave” de México.

La imagen del país en el exterior es un elemento importante de las relaciones internacionales. Incide en el turismo, en las inversiones directas, en la calificación de la deuda, en la volatilidad del peso, en el trato que reciben migrantes y expatriados, en el margen de maniobra para negociar acuerdos bilaterales y votos en organismos multilaterales. Como nos ven nos tratan. Al exterior (como al interior), esta imagen es “caleidoscópica”, según el adjetivo escogido por el reporte.

César Villanueva y su equipo revisaron un millón de tuits, noticias e “imágenes icónicas” (fotografías, caricaturas, carteles) publicados por medios internacionales (BBC, CNN, El País, Le Monde, The Economist, Xinhua y otros) entre 2006 y 2015. Escogieron once mil para examinarlos a detalle. Guglearon México, personajes y símbolos mexicanos. Leyeron cables hackeados por WikiLeaks y filtraciones off-the-record. Analizaron esta ensalada de acuerdo con su “carga semántica” y su “contenido lexical” (es decir, contaron las veces que aparecieron palabras positivas o negativas en sus fuentes) y organizaron los resultados en una matriz de 3×3.

De once mil ítems, 72% cupo en tres casillas: dependiente, emergente o exótico. La imagen predominante es la de un país “dependiente” (31% de los ítems). En seguida, la de “emergente/moderno” (27%). En tercer lugar (14%), México parece exótico. Aunque moderadamente positivas, las tres imágenes “representan percepciones […] muy divergentes” y “mutuamente excluyentes”; por lo cual, desde fuera nos ven con lo que Villanueva llama “disonancia cognitiva”.

En 2007 y 2013, México recibió buena prensa gracias a la estabilidad macroeconómica, el medio ambiente, la equidad de género, el patrimonio mundial, el turismo internacional, las reformas estructurales, el futbol y las artes. Los datos cuentan una historia de optimismo moderado: una potencia mediana a medio cuajar, con ciudades vibrantes, vida cultural intensa y oportunidades para los negocios.

En el sur de Estados Unidos e Hispanoamérica se percibe a México como un país de tradiciones ancestrales, con rico patrimonio cultural y natural, una industria cultural prestigiosa y una oferta cultural envidiable. Destaca por su cultura. Sin embargo, para el exterior, su cultura es Frida Kahlo, sandías de Rufino Tamayo y mayas y aztecas. En las películas, los mexicanos son luchadores enmascarados, mariachis o quinceañeras de merengue rosa. Los mexicanos más cosmopolitas según sus compatriotas, Octavio Paz y Carlos Fuentes, brillan por su ausencia.

Hasta aquí pareciera que los diplomáticos mexicanos tienen materia prima de calidad pasable con la cual trabajar. Pero está todo lo malo. Desde el exterior, la política mexicana destaca por la debilidad institucional y la corrupción. (El mejor ángulo de la política mexicana es la cooperación internacional. Por ejemplo, México se ubica entre los diez primeros contribuyentes a la ONU. Sin embargo, este hecho no es tan fotogénico como una marcha.)

En la prensa y las redes sociales se muestra un aparato político cuyo cuerpo adolece de fallas sistémicas: “gobernantes insensatos incapaces de administrar los momentos críticos de la república; una clase política desconectada del cuerpo social, con apenas una ideología reconocible; un Estado de derecho caprichoso y frágil”. La participación política de la sociedad se reduce a ir a votar, “sin transformar la plaza social en un ejercicio plenamente democrático de civilidad y valores”.

La imagen social de México es rojo sangre: violaciones a los derechos humanos e incremento en homicidios intencionales. Según las agencias noticiosas, México es un país “bárbaro” de mirreyes, narcos y contra-narcos. En los editoriales de The New York Times, The Guardian o El País, México aparece mal por la injusticia social y la desigualdad económica. Ayotzinapa es el hoyo negro que absorbe lo que se dice sobre México.

No obstante, esta no es todavía la imagen de México que predomina en el exterior. En un análisis cuantitativo, el México bárbaro está en quinto lugar, muy por detrás del México dependiente, emergente o exótico. Ni aunque hubiera 50% más de noticias acerca de lo malo que sucede aquí las categorías negativas alcanzarían el tercer lugar. Pero hay la posibilidad real de que estas categorías se instalen en la imaginación de la gente alrededor del mundo.

Después de ojear la prensa nacional, casi es un alivio leer este reporte, pensado como un instrumento para uso de académicos y diplomáticos. Hay otros instrumentos parecidos, como el admirable México, las Américas y el mundo (que elabora el CIDE). No hay mucho más en la caja de herramientas de los diplomáticos mexicanos, que tienen que hacer maromas para fortalecer la posición internacional de México, tratando de agradar a Dios diciendo la verdad sobre la patria, sin enfadar al diablo diciendo la verdad de lo que pasa en el país. El pasado mes de enero, Luis Videgaray comenzó sus labores de canciller con estas palabras: “Se los digo de corazón y con humildad: vengo a aprender de ustedes [los que han trabajado en la diplomacia].” En el Servicio Exterior hay muchos que tienen mucho que enseñar. Quizás alguno le haga llegar al jefe de asesores del secretario Videgaray una tarjeta con el resumen de La imagen de México en el mundo 2006-2015. ~

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