Cuando Beatriz de Moura tomó la palabra el pasado 4 de julio ante unas cuatrocientas personas, cincuenta años de historia editorial la contemplaban. En efecto, en 1969, tras salir de la editorial Lumen que entonces dirigía su cuñada Esther Tusquets (“aquello acabó como el rosario de la aurora”, afirmó en su discurso), Beatriz fundó Tusquets Editores con su marido Óscar en el piso de la avenida Hospital Militar de Barcelona en que vivían. Eran años de efervescencia cultural y política en todas partes, pero Barcelona vivía un esplendor particular: escritores, editores, fotógrafos, diseñadores, arquitectos, publicistas y cineastas compartían juergas, ideas y proyectos. Era un magma creativo y lúdico que dejó entre otras cosas un mote mal digerido (gauche divine), una renovación estética más que necesaria para la gris España de la época, un puñado de obras importantes y varios catálogos editoriales fundamentales (sobre todo los de Lumen, Tusquets y Anagrama).
La historia de la editorial ya está contada en varios libros, sin ir más lejos en Por el gusto de leer, el libro de conversaciones de Moura con el periodista y editor Juan Cruz. Las penurias económicas de los setenta, el favor de García Márquez al ceder a Tusquets Relato de un náufrago, la crucial entrada de Toni López de Lamadrid en la empresa, la creación de la colección de narrativa en los ochenta como respuesta al cambio de los lectores españoles (según decía Toni, España dejó de leer ensayo bruscamente en el verano de 1980: “al volver de vacaciones en septiembre nos esperaban devueltos todos los ensayos publicados los seis meses anteriores”). A partir de ese momento es una historia triunfal, con Kundera, Duras, Grandes, Semprún, Landero y muchos más, hasta convertirse en un emblema de la mejor edición independiente europea y un modelo de éxito. La temprana muerte de Toni, la crisis económica y la necesidad de garantizar una continuidad a medio plazo acabaron provocando la venta a Planeta, para convertirse en uno de los sellos de prestigio del gran grupo barcelonés.
En la espléndida fiesta del cincuentenario se dieron cita buena parte de los autores españoles que dan lustre a un catálogo excepcional: Grandes, Landero, Reig, Orejudo, Abad, Fernández Cubas, Aramburu, Hidalgo Bayal, Amat, Trejo, Tena, y latinoamericanos como Padura, Sepúlveda o Estévez. Faltaban algunos, claro, como el añorado Ramiro Pinilla, que vivió un segundo esplendor ya octogenario en Tusquets, o Javier Cercas, que publicó allí el libro que le consagró, Soldados de Salamina. Para explicar ese éxito colosal, el propio Cercas recurría a una frase de Rorty: “El éxito de un libro se debe a la coincidencia azarosa entre las obsesiones privadas de un escritor y las necesidades públicas de una sociedad”, y no deja de ser llamativo que los dos grandes bestsellers literarios de los últimos veinte años en España, Soldados de Salamina y Patria, que exorcizan respectivamente la Guerra Civil y el terrorismo vasco, hayan aparecido en la misma editorial.
Pero Tusquets ha sido mucho más que un sello de narrativa. En septiembre de 1999, cuando llegué a trabajar por primera vez a la torre de Cesare Cantú, 8, palaciega sede de la editorial, el viento soplaba fuerte de popa, y había filiales en México y en Argentina y colecciones que cubrían casi todos los campos imaginables. El inolvidable Jorge Wagensberg dirigía Metatemas, una de las grandes colecciones de ciencia de la historia editorial española. Toni Marí estaba a cargo de la poesía con Nuevos Textos Sagrados. La Sonrisa Vertical, la colección erótica creada por Luis García Berlanga, daba sus últimos coletazos. Los Cinco Sentidos era un brindis al hedonismo, a la cocina y al disfrute. Tiempo de Memoria se ocupaba de la historia y publicaba el Premio Comillas, un intento por fomentar en España el género biográfico y memorialístico. Las colecciones Ensayo y Kriterios se ocupaban de la no ficción más seria; Marginales, del ensayo literario. Teníamos un perro llamado Gunther, un estanque con peces y un gerente que se jugaba el puesto alimentando a escondidas a los gatos del vecindario. En verano comíamos en el espléndido jardín; en invierno, en la sala de juntas, rodeados de catálogos de arte. Ningún proyecto era demasiado complicado, no había departamento de marketing y una semana absurda llegamos a copar los tres primeros puestos de los libros más vendidos con Cercas, Mankell y Almudena Grandes, el tridente.
Gunther murió, y en Césare Cantú, 8, hay un edificio de pisos. Tusquets ocupa un par de despachos en la sede de Planeta. No es de extrañar: la supervivencia de las empresas culturales es siempre complicada y azarosa. De los tres emporios que dominaban la edición española en los años cincuenta, Salvat, Aguilar y Espasa, apenas quedaba nada veinte años más tarde. Así que no es poco que ahí siga Tusquets. Incluso dentro de un gran grupo marca un camino propio, con el equipo formado esos años, Juan Cerezo, Ana Estevan, Josep Maria Ventosa, Natalia Gil, Delia Louzán; con las atractivas rarezas propias de una dama de mediana edad, huraña con los agentes, seductora con los autores, triunfante con libreros y lectores.
Hay que juzgar una editorial por lo que es y no por lo que ha sido, y Tusquets hoy sigue siendo un sello fundamental en el panorama literario español. Y sin embargo es inevitable cierta nostalgia, personal pero también sectorial, por así decirlo, de la torre y del jardín, y de los engranajes misteriosos que sostenían una empresa en la que todo era posible y divertido, y además salía bien. Por eso aún hoy, cuando me preguntan por los elementos claves para el éxito editorial, he de resistir la tentación de mencionar la posesión de un perro y de un estanque. ~
Miguel Aguilar (Madrid, 1976) es director editorial de Debate, Taurus y Literatura Random House.