Ucrania, la paz y el futuro de la democracia

A lo largo de dos décadas, Putin no ha perdido oportunidad para minar las democracias occidentales. En tiempos de guerra y con el autoritarismo al alza en el mundo, no es difícil entender la enorme simpatía que despierta.
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La guerra es el infierno.
General William Tecumseh Sherman
(1820-1891).

La guerra es el sino de la civilización, su motor y su freno. La humanidad no ha conocido una era de paz. Siempre hay conflictos armados en varias regiones del mundo. Guerras entre países o entre facciones de un mismo país. Al tiempo que Rusia ataca a Ucrania hay fuego y sangre en Libia, en Siria, en Etiopía, en Yemen… Terrorismo islámico en el Medio Oriente y en diversos puntos del globo.

En el último año se produjeron varios golpes de Estado, la mayoría en países africanos: en Chad, Guinea-Conakry, Mali, Níger y Sudán, además de en Myanmar. Las guerras del siglo XX y las de todos los anteriores son incontables. En la Guerra de las Galias de los romanos contra las tribus galas (58-51 a.C.) murieron entre 400 mil y un millón de personas, y otro millón fueron esclavizadas;

{{Matthew White, “Body Count of the Roman Empire”}}

diversos cálculos cuentan hasta 55 millones de personas muertas durante la segunda Guerra Mundial, entre soldados y civiles. Hablamos de cientos de miles o millones de personas, es decir, de tragedias. No se trata solamente de cifras, sino de acontecimientos que dejan una larga estela de dolor y desesperación. “Un muerto es una tragedia y un millón, una estadística”, dice una frase que se atribuye a Stalin. Esto no debería ser así. En México, en 2006, el entonces presidente Felipe Calderón le declaró la guerra al crimen organizado y ahora este mantiene una guerra permanente contra el Estado –lo que ha causado la muerte de 350,000 personas y más de 72,000 continúan desaparecidas, según cifras oficiales de enero de 2006 a mayo de 2021.

((José Luis Pardo Veiras e Íñigo Arredondo, “Una guerra inventada y 350,000 muertos en México”, The Washington Post.))

Hasta septiembre de 2021 había en el mundo 13,400 armas nucleares, según la ONU. El 22 de enero de ese año entró en vigor del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, y el 3 de febrero las partes acordaron prorrogar el Tratado entre Estados Unidos de América y la Federación de Rusia sobre medidas para una mayor reducción y limitación de las armas estratégicas ofensivas hasta el 4 de febrero de 2026. Pese a ello, el presidente de Rusia, Vladímir Putin, ordenó el 27 de febrero que las fuerzas de disuasión, que incluyen armas nucleares, entraran en su máximo estado de alerta. Según Nuclear Threat Initiative, Rusia tiene 1,444 ojivas nucleares desplegadas, y si se cuentan también las ojivas no desplegadas, almacenadas o que esperan su desmantelamiento, el arsenal total llegaría a 6,370 armas. Después del colapso de la Unión Soviética, Ucrania tenía el tercer arsenal más grande de armas nucleares, las cuales fueron devueltas a Rusia. En octubre de 2021 el gobierno del presidente estadounidense Joe Biden reveló las cifras del arsenal nuclear de su país: 3,750 ojivas nucleares y otras dos mil a la espera de ser desmanteladas. Desde 1945, cuando Estados Unidos arrojó dos bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, se han detonado más de dos mil bombas nucleares para probar su potencia. De estos ensayos, más de la mitad han sido realizados por Estados Unidos. El 29 de agosto de 1949 la Unión Soviética detonó con éxito su primera bomba nuclear, la RDS-1, a la que siguieron otras dos en 1951. Entre 1949 y 1990 la Unión Soviética hizo más de novecientas pruebas nucleares en varios tipos de ambientes: 216 pruebas en la atmósfera, incluyendo cinco a una altitud de 50 km, 496 pruebas nucleares subterráneas y tres pruebas submarinas. El 9 de octubre de 2006 Corea del Norte anunció que había detonado su primera bomba nuclear, otra más en mayo de 2009 y tres más en 2013, 2016 y 2017. La agencia norcoreana KCNA informó en enero de 2022 de una “posible reanudación de las pruebas nucleares y de misiles de largo alcance”, durante una reunión del buró político con el presidente Kim Jong-un.

A pesar del sombrío panorama, el número de conflictos armados desde finales de la Segunda Guerra Mundial ha disminuido, aunque han resurgido con más vigor otros fenómenos como el racismo, la intolerancia y el fanatismo, los nacionalismos y los fundamentalismos –además de la pobreza y las enfermedades–, que con frecuencia provocan hechos de violencia –recuérdense las sangrientas guerras yugoslavas, que se sucedieron entre 1991 y 2001, o las masacres contra los tutsis perpetradas por la etnia hutu dominante en Ruanda–. Pero, de acuerdo con Max Roser, quizás haya una razón para ser optimistas. Con los datos que ha reunido sobre conflictos bélicos desde el siglo xv hasta nuestros días el investigador de la Universidad de Oxford concluye que, aunque los dos mayores picos de muertes registrados en el periodo sucedieron en el siglo XX, desde entonces la cifra ha descendido.

{{Max Roser, Joe Hasell, Bastian Herre y Bobbie Macdonald, “War and Peace”, OurWorldInData.org}}

El psicólogo Steven Pinker afirma que cada vez mueren menos civiles y militares: la guerra cada vez es menos rentable, no solo en términos económicos sino también políticos, pues adueñarse de un territorio ya no es tan relevante como lo era hace doscientos años. El foco de conflicto se ha desplazado a otros terrenos políticos, sobre todo en una economía global integrada. Aunque presidentes como Vladímir Putin (nacido en 1952) y organizaciones terroristas como el Estado Islámico piensen otra cosa… Es difícil creer que existe la posibilidad de un conflicto mayor entre Rusia y la OTAN, pero, por desgracia, no podemos descartarla.

Cuando Rusia se anexó Crimea el psicólogo Pinker le respondió a un periodista:

–Rusia bajo Vladímir Putin parece ser una clara excepción a este patrón. Putin cree que librar una guerra en Ucrania vale el costo de las sanciones internacionales y el oprobio, sin mencionar las vidas perdidas. ¿Por qué cree que es así?

–Creo que ha habido un retroceso. Gorbachov lo sintió claramente: por eso no llamó a los tanques cuando cayó el Muro de Berlín. Obviamente quería evitar enfrentamientos militares que resultarían en cientos o miles de muertos. Putin definitivamente está retrocediendo, y es sumamente explícito al respecto. Da un gran valor a la recuperación de la grandeza nacional rusa. Ese es un valor que obviamente puede estar reñido con la preservación de vidas.

Zack Beauchamp, “Steven Pinker explains how capitalism is killing war”, Vox, 4 de junio de 2015.

Pinker, al parecer, no consideró que todo lo que se ha construido durante siglos de civilización puede destruirse en un momento. Putin es un líder del pasado. Elegido por primera vez como presidente en el año 2000, añora la gloria y la grandeza de la antigua Rusia zarista y de la poderosa Unión Soviética y su influencia en el mundo. La complejidad del gobierno y de la política se simplifica cuando existe uno de esos especímenes. Sobre su infancia y su vida escribe Vladímir Fédorovski, exdiplomático y portavoz del Movimiento por las Reformas Democráticas en los días finales de la URSS:

Es en esta dura atmósfera de posguerra, en una miseria total, en la que se cría el joven Putin, en un apartamento comunitario de veinte metros cuadrados situado en uno de los barrios más desfavorecidos de la ciudad, y sometido a las leyes de la calle, en la que hay que pelear para sobrevivir. La manera que tiene hoy de responder ojo por ojo en el ámbito internacional se remonta a esa infancia, marcada por un agudo sentimiento de heroísmo nacionalista combinado con la rabia del chico que quiere salir adelante.

Citado por Giles Whittell, “En la mente de Putin, las claves para entender al presidente ruso”, El Correo, 20 de abril de 2022.

Putin fue agente del antiguo Comité para la Seguridad del Estado soviético (KGB) y es dueño de un ego que no conoce la mesura. Diversos analistas ofrecen explicaciones sobre las razones de Putin para invadir Ucrania, y una de las más importantes es su íntima necesidad de imponerse y de controlar un territorio que considera parte de la mítica Gran Rusia. Putin es un líder que se hace fotografiar mientras cabalga por las estepas del Asia Central con el torso desnudo, como un bragado cosaco que desafía al mundo, en tanto reprime y castiga a la comunidad LGBT+ –lo que ha llevado a personajes como Madonna y Stephen Colbert a parodiarlo como un pintoresco icono gay–, a las mujeres y a los periodistas críticos en su país.

“Putin es un personaje complejo”, sigue Fédorovski. “Su revancha social sobre sus orígenes obreros y campesinos la lleva a cabo convirtiéndose en el jefe supremo del país con una misión de grandeza histórica.” En la KGB aprendió técnicas de espionaje y de contraespionaje: información, cribado de datos, eliminación de adversarios con diversos métodos, a golpes o envenenándolos. Su animadversión contra Occidente es bien conocida. Ahí están los autores que lee y admira –Lev Gumilev o Aleksandr Duguin, por ejemplo–, esos que hablan del regreso a una Gran Rusia, los sacrificios por esos ideales y la lucha contra Occidente, una especie de nueva cruzada.

{{Jesús Ortiz Redondo, “Evolución e influencia del Eurasianismo en la idea nacional rusa”, Repositorio Universidad Pontificia Comillas.}}

Esto parece darle más sentido a su forma de actuar: no es por él, sino por la supervivencia de Rusia, sobre todo después de la implosión de la Unión Soviética, cuando Estados Unidos creyó que vendría un nuevo siglo americano de influencia y expansión. En un artículo la internacionalista Brenda Estefan dice a este respecto:

El Kremlin está actuando contra dos cronómetros. El 9 de mayo Rusia conmemora la victoria en la “Gran Guerra Patriótica”, fecha que Moscú marca con la capitulación de la Alemania nazi ante la entrada del Ejército Rojo a Berlín (si bien la capitulación se firmó el 8 de mayo a las 23:30 horas de Berlín, ya era 9 de mayo en Moscú). Es un día importante porque de alguna forma la propaganda rusa y el mismo Putin justifican la acción militar en Ucrania presentándola como una suerte de continuación de la Gran Guerra Patriótica y en esa fecha Putin dará un discurso en el que querrá presentar una victoria en Ucrania.

Brenda Stefan, “¿Hacia dónde va la guerra de Ucrania?”, El Universal, 3 de mayo de 2022.

Durante sus poco más de dos décadas en el poder Putin no ha perdido la oportunidad de tratar de minar las democracias occidentales por medio de insidiosas campañas en las redes sociodigitales con noticias falsas y teorías conspiratorias, y cultivó la complicidad de los líderes de las dictaduras cubana, venezolana y nicaragüense; en diversos medios se habló de la cercanía de Donald Trump con el presidente ruso e incluso que este había interferido en las elecciones en las que aquel ganó la presidencia. “Un gran número de estadounidenses comparte nuestras ideas de lo que debería ser el mundo”, dijo entonces Putin. Trump fue criticado por no incluir a los miembros del gabinete en sus reuniones con el líder ruso, no informar a su propio equipo sobre sus conversaciones y no emitir versiones escritas de estas, una práctica diplomática común antes de que aquel asumiera el cargo. Dice Roberta Garza: “En 2014, un cronista deportivo le preguntó a Eric Trump cómo es que su familia pagaba tantos campos de golf teniendo tan mal crédito, a lo que contestó: ‘Nosotros no usamos bancos americanos, obtenemos todos los fondos que necesitamos de Rusia.’”

{{Roberta Garza, “La otra guerra de Putin”, Milenio.}}

Otros dirigentes han expresado simpatías por Putin, como Nigel Farage, iniciador de la campaña por el Brexit, y hasta no hace mucho la excandidata francesa Marine Le Pen. En México parlamentarios del Partido del Trabajo y Morena crearon un Grupo de Amistad México-Rusia, en tanto que el presidente López Obrador acusa a la prensa de “sesgada” y minimiza el horror y la sangre.

“El horror sembrado por Putin en Ucrania está en todos los medios”, continúa Garza. “Pero muy pocos están viendo el corrosivo veneno que, sin ser polonio o novichok, el Kremlin vierte día a día en el alma de las naciones hasta ahora libres, incluyendo a la nuestra.” No hay duda. Putin tiene el síndrome de hubris. Hubris es un concepto que puede traducirse como desmesura del orgullo y la arrogancia.

El síndrome de hubris es un trastorno psiquiátrico que afecta a personas que ejercen el poder en cualquiera de sus formas y se ha descrito en muchos campos, desde la política a las finanzas. La ausencia de humildad y empatía en su ejercicio puede hacer que cualidades como la confianza y la seguridad en uno mismo se transformen en soberbia, arrogancia y prepotencia características de la persona con ese síndrome.

J. González-García, “Síndrome de ‘hubris’ en neurocirugía”, Revista de Neurología, 16 de abril de 2019.

Los líderes autoritarios están al alza en el mundo, y al parecer no pocos padecen también de este síndrome. Nacionalistas y populistas de distinto signo piensan que la sociedad se divide entre una élite y el pueblo, al que estos dicen encarnar, y capitalizan a su favor el malestar y la indignación ciudadana frente a la corrupción de los gobiernos anteriores y los altos niveles de inseguridad en sus países. El diario inglés The Guardian encargó a un grupo de politólogos coordinados por Kirk Hawkins, profesor de la Universidad Brigham Young, la elaboración de un índice de populismo de acuerdo con la retórica expresada por diferentes mandatarios. El equipo examinó discursos de 140 líderes que gobernaron en cuarenta países en los últimos veinte años, a los que clasificaron con una escala de 0: no populista, a 2: muy populista.

Hugo Chávez, presidente de Venezuela entre 1999 y 2013, tuvo un puntaje de 1.9; en segundo lugar, su sucesor, Nicolás Maduro, con 1.6. El tercer puesto, con 1.5, lo ocuparon Evo Morales (Bolivia) y Recep Erdogan (Turquía). Otros dirigentes en los primeros lugares son Viktor Orbán (Hungría), Silvio Berlusconi (Italia), Donald Trump (Estados Unidos), Narendra Modi (India), Jair Bolsonaro (Brasil) y el mexicano Andrés López Obrador (Mizrahi, 2019). Nicolás de Pedro, investigador del Barcelona Centre for International Affairs, escribe que

Putin es un referente para los populismos de derechas a un lado y otro del Atlántico. Hace años ya, mucho antes de la aparición política de Donald Trump, que el ala más reaccionaria del Partido Republicano –el Tea Party– y grupos racistas de extrema derecha estadounidenses muestran su admiración por el presidente ruso. Durante la campaña presidencial Trump lo presentó como un arquetipo de sus aspiraciones presidenciales. Algo parecido sucede con la mayor parte de movimientos xenófobos europeos. Tanto el Front National (FN) francés como la Alternative für Deutschland (AfD) alemana o el United Kingdom Independence Party (UKIP) británico parecen fascinados por la imagen que proyecta –y cultiva– Putin de líder enérgico, viril y tradicionalista. Por caminos distintos, partidos como Syriza en Grecia, el Movimento 5 Stelle italiano o Podemos en España –que cabe definir como populistas de izquierda– también muestran gran sintonía con Moscú, aunque, en este caso, por supuestas razones “geopolíticas”. Así, sus simpatías se decantan por una suerte de “eje de la resistencia” ampliado que incluye además de Rusia a países como Irán, Siria o Venezuela aglutinados por su enfrentamiento con Washington. En este contexto, cabe preguntarse por la naturaleza del putinismo y por la posibilidad de incardinarlo o no dentro de la marea populista en Europa.

Nicolás de Pedro, “Putin, icono de los populismos euroatlánticos”, abril de 2017, en cidob.org.

Para reforzar la legitimidad de su mandato Putin cuenta con el apoyo nacional-populista de una oposición leal de izquierda y de derecha –el Partido Comunista de la Federación Rusa y el Partido Liberal-Demócrata– que agita el espacio público con soflamas demagógicas, pero no representa ningún desafío político real ni cuestiona la figura del presidente.

El expresidente brasileño y ahora candidato de nuevo a la presidencia Luiz Inácio Lula da Silva pretende aportar a la discusión con una visión simplista:

Los políticos cosechamos lo que sembramos. Si siembro fraternidad, solidaridad, armonía, cosecharé cosas buenas. Si siembro discordia, cosecharé querellas. Putin no debería haber invadido Ucrania. Pero no es solo Putin el culpable. Estados Unidos y la Unión Europea también son culpables. ¿Cuál fue el motivo de la invasión de Ucrania? ¿La OTAN? Entonces Estados Unidos y Europa deberían haber dicho: “Ucrania no se unirá a la OTAN.” Eso habría solucionado el problema.

Ciara Nugent, “Lula talks to Time about Ukraine, Bolsonaro, and Brazil’s fragile democracy”, Time, 4 de mayo de 2022.

La democracia es ya una forma de gobierno minoritaria en el mundo. El 70% de la población mundial, unos 5,400 millones de personas, vive hoy en dictaduras o con gobiernos autoritarios, según un reporte del Instituto V-Dem (2022). Es una regresión democrática que nos ha llevado a los mismos niveles de 1989.

¿Es fascista Vladímir Putin? La pregunta es pertinente, pues su régimen siempre ha sido autoritario, aunque, como escribe Francine Hirsch, académica visitante del Centro Davis para Estudios Rusos y Euroasiáticos de la Universidad de Harvard, “desde la brutal invasión rusa de Ucrania el 24 de febrero algo ha cambiado. Putin cerró por completo a la sociedad civil rusa y criminalizó la libertad de expresión mientras lanzaba una campaña masiva de propaganda y desinformación. Rusia se está convirtiendo rápidamente en un Estado totalitario. Las piezas están todas ahí”.

{{Francine Hirsch, “Putin’s Russia has crossed a threshold: It now looks like 1933 Germany”, The Boston Globe, 28 de febrero de 2022.}}

En esta apreciación coincide Andrei Kolesnikov, investigador del Carnegie Endowment for International Peace: “El llamado público de Putin a una ‘autolimpieza’ de la sociedad es una práctica totalitaria, más que autoritaria. También lo es dividir a la población en ‘patriotas’ versus ‘traidores de la nación’ o en ‘quintacolumnistas’.”

{{Andrei Kolesnikov, “Putin’s War Has Moved Russia From Authoritarianism to Hybrid Totalitarianism”, sitio web del Carnegie Endowment for International Peace.}}

En este mismo respecto, la periodista rusa Olesya Zakharova escribe:

La propaganda de Putin está batiendo récords de efectividad. Monstruosidades y atrocidades, como un ataque contra otro país, asesinatos, torturas, arrestos por usar palabras específicas (a veces incluso una sola palabra: “guerra”) y el odio incitado en la sociedad, se presentan como la salvación de Rusia, y de hecho la de todo el “mundo ruso”. Desafortunadamente, la gente lo cree. Todos los discursos de Putin representan una colección de recursos retóricos y discursivos que ya han sido probados por otros dictadores (desde Hitler hasta Gadafi, Mubarak, Sadam Husein y otros). A pesar de su aparente diversidad, su lenguaje se reduce a unas pocas técnicas lingüísticas recurrentes y muy simples.

Olesya Zakharova, “What dictators talk about”, Riddle.

Al hablar de fascismo se alude por lo general a dictaduras de derecha como las de Franco, Pinochet o Videla, pero en su estudio de los extremismos políticos Seymour Martin Lipset describe otros movimientos que han sido clasificados como fascistas debido a la “intenciónde mantener ciertos privilegios o posiciones privilegiadas por medios autoritarios”, los cuales pueden ser divididos en fascismos de izquierda, de centro y de derecha. Una característica que comparten estos movimientos son las ideologías particularistas, o intereses de grupo, y las nacionalistas, aunque difieren en que unas tratan de “proteger la posición tradicional de viejas élites (derecha)”; otras de “proteger los intereses de la ‘clase media’ contra amenazas del Estado, de las grandes empresas y de los sindicatos (centro)”, y otras más “apelan de manera populista a los sentimientos antielitistas de los marginados (izquierda)”.

{{Seymour Martin Lipset, La política de la sinrazón, FCE, 1981}}

No es difícil entender por qué el presidente ruso goza de amplias simpatías en su país e incluso fuera de sus fronteras. En México no es raro encontrar en las redes sociales frecuentes muestras de simpatía por un líder al que todavía suponen continuador o heredero de la Unión Soviética y que en realidad combate al nazismo en Ucrania…

La guerra que ha emprendido Putin contra Ucrania es salvaje y viola todas las normas que se supone debe seguir un conflicto armado –y quizá no sea descabellado pensar que aprovechó la coyuntura que le brindó la salida de Estados Unidos de Afganistán para atacar al país vecino, hermano, de origen común–. Bombardear indiscriminadamente objetivos civiles es una infamia, un crimen de guerra: hospitales, escuelas, edificios habitacionales, estaciones de trenes y autobuses, aeropuertos, fábricas; bloquear los corredores humanitarios, asesinar a sangre fría a civiles desarmados –y, encima, negar que lo ha hecho y culpar de crear montajes mediáticos a Volodímir Zelenski–, además de los millones de personas que han huido de Ucrania y los millones que lo han perdido todo. No es una guerra convencional, es un ataque sádico que dejará un enorme daño a Ucrania y a su población. Es difícil prever cómo terminará, acaso Rusia termine por apropiarse de la región histórica del Donbás –Donetsk y Lugansk–, y quizá sea una victoria pírrica, pues el costo de la guerra será un precio altísimo que pagará el pueblo ruso, y la reconstrucción de Ucrania será una empresa descomunal. Rusia será un paria entre las naciones, y las sanciones de Occidente seguirán vigentes largos años. El futuro de Putin es incierto, pero quizá la hubris lo orille a tomar decisiones enloquecidas.

Muchas de las críticas más radicales a Occidente provienen de intelectuales occidentales, cuyos dardos apuntan principalmente a los países europeos y a Estados Unidos, al que aluden con frecuencia como “el Imperio”. Para muchos de ellos Occidente, capitalismo, libre mercado, imperialismo y neoliberalismo significan lo mismo, como puede leerse en artículos de Noam Chomsky –quien se define como “socialista libertario”–, Naomi Klein –que desconoce el rigor académico– o el neoestalinista lacaniano Slavoj Žižek, pasando por algunas glorias de la academia, la política y el periodismo locales que ensalzan libremente la violencia revolucionaria. Infortunadamente, muchas críticas raras veces despliegan opciones serias ante lo que llaman la decadencia, el declive o la inminente desaparición del capitalismo. ¿Significan esas críticas a Occidente que Oriente es mejor o que puede haber una versión mejor de Occidente? En algunos casos la crítica se inclina por la opción de un socialismo democrático o del “socialismo del siglo XXI” de Nicolás Maduro y sus aliados en la región. También los hay que defienden a estas alturas el totalitarismo de la dictadura cubana, a pesar del desastre.

En el Occidente heredero de la Ilustración no todo marcha como debiera, y la crítica consistente de sus aberraciones es hoy más necesaria que nunca. La larga marcha de Occidente no ha estado exenta de tropiezos, accidentes, desviaciones y retrocesos, pero tampoco de grandes saltos cualitativos. Ha pasado por eras oscuras –invasiones, colonialismo, explotación, guerras, terrorismo– y en ocasiones ha parecido que su final estaba cerca, la última vez en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, cuando pudo haber triunfado una versión grotesca y terrorífica de la cultura occidental: su negación. Marx decía que en el seno de las sociedades surgen las contradicciones que llevarán a su destrucción o a su transformación, lo cual es cierto en parte si observamos los grandes cambios que se han producido en Occidente en el curso de los siglos, pero se equivocó de cabo a rabo al predecir el nacimiento del socialismo en las sociedades industriales avanzadas.

En Occidente hay tendencias que se oponen a veces violentamente, pero es ahí donde se han dado los pasos más trascendentes de la humanidad: la democracia, la noción de igualdad, la tolerancia, la libertad, los derechos humanos, el avance de la ciencia y la tecnología. Es esta tendencia la que debería fortalecerse. Hirsch termina su artículo de esta manera:

A medida que las instituciones rusas se alinean con el régimen de Putin, prácticamente todas las ideas expresadas en los medios rusos son ahora proyecciones de una posición oficial. Los observadores occidentales han preguntado si los expertos rusos que piden la eliminación de Ucrania como nación y los académicos rusos que presentan una agenda imperialista realmente están expresando las intenciones del Estado. La respuesta es sí.

Hirsch, Op. Cit

Ucrania es apoyada por muchos países, que han enviado armamento y asistencia, pero es urgente encontrar medidas para evitar las guerras. “Está claro que artillería estadounidense y francesa, baterías de misiles eslovacos y británicos, tanques polacos y alemanes, multiplican las capacidades del ejército ucraniano”, dice Estefan, aunque es necesario “impulsar la seguridad económica: reducir la dependencia económica de los agresores y crear vínculos comerciales, de inversión, científicos y tecnológicos más fuertes entre aliados y socios”, dijo Liz Truss, cuando era ministra de Asuntos Exteriores del Reino Unido. “La guerra debería ser un catalizador para reiniciar, remodelar y refundir una arquitectura de seguridad global que le ha fallado a Ucrania”, expresó en un discurso en la Mansion House de Londres el 27 de abril. “La victoria de Ucrania es un imperativo estratégico para todos nosotros”, “el G7 y sus socios deben mantener la presión sobre Rusia a través de sanciones más severas, como cortar las importaciones de petróleo y gas de una vez por todas, proporcionar más ayuda militar, así como apoyo humanitario continuo”. “Si Putin tiene éxito, habrá una miseria incalculable en toda Europa y terribles consecuencias en todo el mundo.”

((Liz Truss, “Canciller británica Liz Truss: Debemos aprender lecciones de Ucrania y adoptar un nuevo enfoque para la seguridad global’”, Infogate.))

Winston Churchill tenía razón: la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado. ~

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(Torreón, 1956) es periodista, escritor, editor de la revista cultural Replicante y profesor del ITESO. Actualmente está enfrascado en la redacción de su primera novela.


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