Michel Pastoureau
Los colores de nuestros recuerdos
Traducción y notas de Laura Salas Rodríguez Cáceres, Periférica, 2017, 257 pp.
El título del último libro de Michel Pastoureau (París, 1947), Los colores de nuestros recuerdos, remite a las palabras que el poeta romántico Gérard de Nerval escribió en una carta fechada en 1848 al pintor Paul Chenavard: “antes de que se diluyan en la eternidad del silencio incluso los colores de nuestros recuerdos”. La memoria, la identidad y el tiempo se mezclan en este libro que se despliega, a su vez, como una mixtura de géneros –historia, autobiografía, ensayo y libro de arte– para desembocar en un recorrido por la historia de los colores en la Europa del último medio siglo. Pastoureau ya había dedicado otros libros al estudio de los colores: Azul: historia de un color (2010), Diccionario de los colores (2009) o Breve historia de los colores (2006).
Esta suerte de diario cromático comienza con los recuerdos de la infancia del autor. Pastoureau vivía en la colina parisina de Montmartre. El poeta surrealista André Breton visitaba su casa para mantener largas charlas con su padre, Henri Pastoureau. Michel tenía entonces cinco años y su primer recuerdo cromático tiene que ver con un chaleco amarillo que llevaba Breton. Amarillo, por supuesto, en el recuerdo del pequeño Michel, pues una de las tesis que apunta el autor es que existen determinados recuerdos que son incoloros: solo al evocarlos la memoria se encarga de dibujar sus contornos y líneas, de tintarlos de colores que quizás nunca poseyeron.
El libro está dividido en siete partes que hacen referencia a elementos esenciales de la existencia: “La indumentaria”, “La vida cotidiana”, “El arte y las letras”, “Los terrenos de juegos”, “Para gustos, colores” y “Las palabras”. Un prólogo titulado “El color como memoria” y un epílogo que responde a la cuestión “¿Qué es el color?” completan la propuesta fundamentalmente humanística de Pastoureau, que afirma: “Los colores del físico o del químico no son los del neurólogo o el biólogo. Como tampoco son los del historiador, el sociólogo o el antropólogo.” Con todos ellos se reúne anualmente Pastoureau en coloquios que tienen como objetivo la compleja labor de definir qué es un color. No existe un modo unívoco de hacerlo y Los colores de nuestros recuerdos es solo una aproximación cultural y humana para encontrar una respuesta.
En la vida cotidiana, los colores parecen imperceptibles; sin embargo, los colores están repletos de significados concretos que señalan la tristeza de un luto, el líder de una competición, el camino correcto o incorrecto que se debe tomar… En este sentido, Pastoureau escribe que “el color no es un simple fenómeno natural, sino una construcción cultural compleja”. Y como tal, está pegada a la sociedad de cada época. Uno de los impedimentos del trabajo de definir qué es un color estriba en que la obra de Pastoureau no tiene predecesores. La razón tiene mucho que ver con la naturaleza bicolor que durante tanto tiempo ha imperado en la historiografía: “Otra dificultad que explica el silencio de los historiadores viene de que desde el siglo XVI se acostumbra a trabajar a partir de la documentación en blanco y negro: primero con imágenes grabadas, luego con fotografías.” Por eso este libro tiene algo de pionero y singular. Además, la labor de contextualización y divulgación de hechos históricos a partir de anécdotas personales con un color como protagonista dota al relato de un ritmo vivo, al tiempo que la narración combina magistralmente la erudición con el sentido del humor o la ternura.
¿A cuándo se remonta el uso de los semáforos tricolores en la señalización urbana? ¿Por qué la capa de Caperucita es roja? ¿Por qué el maillot del ganador de Tour de Francia es amarillo? ¿El verde fue siempre el color de la esperanza? ¿Por qué el color de los europeos es el azul? ¿De qué rojo y de qué negro exactos hablaba Stendhal en El rojo y el negro? ¿Por qué el gato negro es símbolo de lo funesto y misterioso? Muchas de estas cuestiones pululan en todo el libro mezcladas con digresiones intelectuales y anotaciones más convencionales que conectan no solo con la memoria del autor, sino también con la memoria colectiva de todo el continente europeo.
En Los colores de nuestros recuerdos también hay nombres propios: el de Ludwig Wittgenstein, el de Johannes Vermeer o el de Vladimir Nabokov. Del primero, el autor recuerda el libro que publicó a propósito de la relación entre los colores y el lenguaje: Observaciones sobre los colores. Pastoureau se sorprende en este capítulo de la ignorancia del gran pensador vienés a propósito de la regla de empleo de los colores heráldicos existente desde el siglo XII, según la cual el blasón solo emplea seis colores con peculiares nombres: oro (amarillo), plata (blanco), gules (rojo), sable (negro), azur (azul) y sinople (verde). De Vermeer destaca sus amarillos, “a menudo discretos, donde parece descansar toda la música vermeeriana, la que nos hechiza y hace de él un pintor diferente de todos los demás”. Por último, la anécdota personal dedicada al autor de Lolita revela el matiz confesional que posee la obra. Pastoureau se encontró con su escritor favorito a orillas del lago Lemán al final de su vida. Tanto admiraba al escritor que no se atrevió a abordarlo. Sin embargo, quedaron para siempre en su recuerdo los pantalones de un “espléndido beis aristocrático” que lucía el ruso. ~
(Valencia, 1982)es periodista. Es cofundadora de la emisora El Extrarradio.