Una afinidad crítica

La crítica literaria pone en relación el pasado y el presente, apuesta por la inteligencia del lector común y anima la conversación cultural, a pesar de que todavía se le vea como una actividad parasitaria a la obra de arte. En la siguiente conversación, tres ensayistas discuten la pertinencia de la crítica en tiempos del consumo.
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En Ensayos reunidos 1983-2012, publicado en 2022 por El Colegio Nacional, Christopher Domínguez Michael recopila buena parte de su obra crítica aparecida en la prensa y en otros volúmenes a lo largo de tres décadas. Sus textos son una invitación a recorrer los diferentes territorios y lenguas de la literatura mundial y dan muestra de la vocación del crítico como intermediario entre vivos y muertos, entre el pasado y el presente.

A continuación ofrecemos una versión editada de la charla que sostuvo el crítico junto con los escritores italianos Fabrizio Cossalter y Filippo La Porta con motivo de la presentación de su libro el 6 de octubre del 2022 en El Colegio Nacional.

Fabrizio Cossalter (FC): Empecé a leer los ensayos, artículos y reseñas de Christopher Domínguez Michael casi una decena de años antes de conocerlo, cuando todavía vivía en Madrid. Gracias a los consejos de los amigos de la redacción española de Letras Libres, tuve la oportunidad de acercarme a su obra y percibí enseguida cierto aire de familia, cierta afinidad no solo cultural. Domínguez Michael en efecto es, así me lo pareció entonces, hace casi veinte años, y así me lo sigue pareciendo ahora, lo que en Italia llamaríamos un crítico militante, es decir, alguien que habitualmente ejerce la crítica literaria fuera de los departamentos universitarios, colaborando en los periódicos, las revistas, los suplementos culturales desde una posición de absoluta libertad y fidelidad a sí mismo y a una idea de literatura nunca sometida a ningún tráfico, ni comercial ni académico. Cualquier lector avezado tiene la aptitud para captar la tonalidad, el pulso, la textura de una prosa; en el caso de Christopher sentí inmediatamente la pertenencia de su escritura, de su imaginario y de su genealogía al ámbito, hoy un poco denostado o quizá demodé, de la goethiana Weltliteratur. En mi opinión, el segundo tomo de los Ensayos reunidos es un reflejo cabal de todo esto. Yo ya había leído muchos de los ensayos aquí recogidos; al releerlos en estos últimos días, y después también de haber sido sorprendido por varios gratos descubrimientos, me he dado cuenta de que las sensaciones despertadas por la relectura, o bien por la lectura de cosas nuevas, son las mismas que habían caracterizado mis primeros encuentros con sus escritos, es decir, ante todo un auténtico esparcimiento intelectual. Esto es precisamente lo que encontramos en los textos de Christopher, quien es un hábil dueño del difícil arte de la conversación entre los vivos y los muertos, entre el pasado y el presente y, por lo tanto, es un ensayista tan necesario, precisamente, porque es tan inactual y a la vez comprometido con el presente en el que vivimos. Bastaría con mencionar al respecto su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, que nos revela una insobornable vocación a la vez intelectual y existencial. Su discurso representa una declaración, una poética crítica y, además, la reivindicación de una genealogía literaria e intelectual de los maestros que han fraguado el destino del crítico literario que tenemos aquí y ahora. En cambio estos Ensayos reunidos nos alientan a leer o a releer en secuencia los textos que Christopher ha escrito en un periodo de tres décadas, entre 1983 y 2012, y son, por lo tanto, una fascinante travesía por los territorios de la literatura universal, territorios cambiantes naturalmente según el paso, la mirada y la edad misma del crítico que los recorre. Pero también se trata de una travesía por la única biografía del autor que debería interesarnos: su biografía de lector, de crítico y de ensayista.

Al final de su vida, Ricardo Piglia escribió las siguientes palabras: “No creo que un escritor evolucione, son las formas las que cambian y uno solo debe estar abierto a la experimentación.” Se me vino a la mente esta reflexión del escritor argentino al releer los textos que componen este libro, los cuales representan una muestra, a mi juicio ejemplar, de las pasiones, de las aficiones, de las idiosincrasias y de los intereses de Christopher, que reivindican, de manera muy noble, el ensayo en cuanto género literario específico y autónomo. Y, sin negar la función de servicio y de mediación tan fundamental de la crítica, el autor nos demuestra, por si hiciera falta, que las aventuras más emocionantes y las intrigas más apasionantes son las del pensamiento. Tal como lo podemos ver destilarse dentro de una escritura infiel.

Los ensayos de Christopher nos dan verdaderamente cuenta de su trayectoria y, contemporáneamente, en cierta medida, nos sugieren casi el revés o, como diría Javier Marías, “la negra espalda del tiempo” de las inquietudes y de las zozobras, de la historia del México de ayer y de hoy. Para citar a otro de sus maestros, Álvaro Mutis, “el gaviero crítico no se rinde ni se duerme” y, al contrario, dialogando con sus maestros y escudriñando la producción literaria de ayer y de hoy, de un pasado tan glorioso y de un presente a veces muy mediocre, nos demuestra que el pasado, el presente y el porvenir siguen vivos, si alguien se atreve a alimentar y a resucitar la cultura de la conversación, la república de las letras y, ante todo, el irrenunciable estilo de la inteligencia crítica.

Filippo La Porta (FLP): En los libros de Christopher la crítica literaria se encuentra con la conversación de Montaigne y se convierte en un género literario. Un género literario hecho de muchas cosas, hecho de una pasión por el relato, por un uso ético de los clásicos, por una calidad evocadora de la prosa y un gusto por la polémica cultural. Al final la crítica literaria como crítica de la vida, como crítica de la cultura, como crítica de los lenguajes, como crítica de la sociedad. El crítico literario es, como dice Christopher en un artículo sobre Sainte-Beuve, también un parásito, un creador frustrado, un vampiro, pero es un vampiro lleno de imaginación y con su opinión caprichosa.

La crítica es parte de una obra literaria. Los maestros de Christopher son también para mí maestros. No compartimos solamente el interés por la novela rusa y la francesa, también por algunos filósofos como Spinoza o Kierkegaard y toda la tradición del pensamiento crítico.

Entonces, Christopher y yo somos intelectuales desligados, indóciles, intratables, solitarios, sin familia y sin partido, y por eso poco fiables para la clase crítica. Somos bateadores libres, outsiders. Quizás una diferencia podría ser que fuimos marxistas ambos, pero yo he mantenido un vínculo más fuerte con la tradición socialista y con la tradición del pensamiento anarquista no violento. Una diferencia podría ser que yo soy al mismo tiempo populista y antipopulista porque para mí entre la gente común y los intelectuales no hay una gran diferencia; según santo Tomás todos estamos dotados de un intelecto pasivo o potencial. La mente no es una tabula rasa. Yo creo que la obra del concepto, como la definió Hegel, no pertenece a la corporación de los intelectuales, por eso soy populista y antipopulista.

En Italia la literatura se ha convertido en un consumo entre los cultos. Esto es terrible porque yo creo que la literatura es, ante todo, una forma sofisticada de conocimiento. Por último, a mí me gusta mucho la manera en que Christopher trata los clásicos como nuestros contemporáneos porque yo creo que nos presionan todo el tiempo.

Christopher Domínguez Michael (CDM): Actualmente la palabra populismo, me parece que con buenas razones, goza de muy mala prensa, pero entiendo muy bien a lo que se refiere Filippo. Más que al populismo o al pueblo, yo trasladaría el problema a una figura que admiro muchísimo que es el common reader, es decir, aquel lector del que hablaba Virginia Woolf, que es el lector de a pie, el lector de cualquier edad, hombre o mujer, que va con naturalidad a la literatura. Ese lector es mi principal objetivo. Desde luego que los críticos escribimos para los autores que criticamos, para un público del cual tenemos ganas de que entienda la militancia y la actualidad de los clásicos; escribimos para nuestros familiares, para nuestros colegas, y desde luego también para nuestros enemigos. Pero yo creo que el príncipe de los lectores es esa persona desconocida que sin ninguna autoridad académica, política o intelectual, se acerca a la literatura y le concede su legitimidad al crítico literario.

Y bueno, haré un poco de autobiografía. A diferencia de Filippo, sí pertenezco a una familia, que es la revista Vuelta y después la revista Letras Libres. Cuando tenía veintiún años David Huerta me llevó a escribir a la revista Proceso. En esa época yo era un joven aspirante a crítico totalmente independiente que en Proceso gozó de la libertad para decir todas las locuras y sandeces o cosas interesantes de las que podía yo ser capaz. A mis veinticuatro años acabé convirtiéndome en el crítico titular de Proceso y empecé a ganar una autoridad como crítico literario, misma que, acaso, hizo posible me invitaran a Vuelta. Esa autoridad no me la dio un partido político, ni un grado académico –yo no tengo ningún grado académico–, sino me la dieron esos lectores comunes, que a veces, en un mundo sin internet, me escribían cartas o telegramas apoyando o difiriendo de mis opiniones literarias. Entonces, más que de populismo, yo hablaría de que creo en el lector común, a él me dirijo y no tengo ninguna duda, como dice santo Tomás, de que hay una inteligencia, una potencia muy alta en todo lector. Y si soy antipopulista es porque no he creído necesario rebajar el nivel de mi crítica literaria. Si se trata de hablar de un escritor de lectura muy ardua, que cumple dos siglos, como John Ruskin, del cual ya nadie habla, hablo de él en el periódico. ¿Por qué? Porque los lectores me dieron la autoridad de hablar de él y no de la novela más reciente.

FC: Efectivamente hay unas distinciones semánticas entre el uso de populismo al que se refiere Filippo y al que nos referimos nosotros y detrás de ello, ante todo, hay una preocupación distinta. A pesar de los resultados de las últimas elecciones en Italia, nunca será lo mismo hablar de populismo en Europa occidental y hablar de populismo en América Latina.

Respecto de la cuestión de las familias, yo creo que sí hay una diferencia fuerte. Justamente tú, Christopher, reivindicas tu pertenencia a una familia, la de Vuelta, a una tradición, a una genealogía que quizás en Italia yo creo que ya no existe. En Italia no hay un lugar que reúna a las personas con sus diferencias, pero, diríamos, animadas por un intento y también una idea común, tanto de militancia cultural así como a veces de militancia política. Esto sí es algo que marca cierta diferencia de lo que puede ser la cultura mexicana contemporánea y la italiana.

En cuanto a lo que atañe a la práctica de la crítica, aquí quizá se puede gozar de una libertad inédita. En Italia poder escribir de lo que uno quiere es cada vez más raro, incluso para un crítico muy prestigioso. Es decir, tú escribes también reseñas de libros escritos en otro idioma, algo así sería hoy en día inconcebible en Italia, incluso para alguien dotado de un recorrido, de una autoridad y de una relevancia tan extraordinaria como la de Filippo y de los otros pocos críticos que nos acompañan a los lectores italianos desde hace muchas décadas.

FLP: Estoy de acuerdo con el common reader. Yo creo que el common reader es como el ciudadano crítico, irresponsable, del cual hablaba Tocqueville, como el alma de la democracia. Entonces, el lector común y el ciudadano crítico, indispensable, son la misma cosa para mí. El common reader toma en serio la literatura y sabe que cada novela nos pregunta si vivimos bien, si somos o no felices con nuestra manera de vivir, de tener relaciones con otros. El lector común sabe que la literatura no es ni un consumo ni tampoco una disciplina académica sino un puente hacia la realidad. Entonces mi populismo es muy particular, como decía, yo soy la mitad antipopulista porque al final cada populo está hecho de individuos, eso es importante para mí. Un pueblo está hecho de individuos y no de una masa acrítica y manipulable.

CDM: Yo creo que el lector común sabe porque no hay nada más difícil para un profesor de literatura o para un crítico literario que explicar por qué un libro es bueno o es malo, eso es un problema epistemológico-cognitivo difícil. Sí se puede, desde luego, pero por fortuna el buen lector viene con la antena y distingue. Sabrá que la obra de Isabel Allende, por ejemplo, es un derivado de un escritor mayor que es Gabriel García Márquez o que Anne Carson, la gran poeta canadiense, ahora tiene miles de imitadores en el mundo, que pueden ser perfectamente distinguidos por este lector que entra a las librerías como un emperador de la lectura.

FC: Antes, Filippo citó de manera indirecta a Benedetto Croce, quien decía que “toda historia es historia contemporánea”. Pero yo quería preguntarte, según lo que ha sido tu experiencia y dado que han pasado cuarenta años desde los primeros textos recogidos en el segundo tomo de Ensayos reunidos 1983-2012, ¿cuáles han sido tus sensaciones al trabajar en esta edición? Es decir, ¿cuáles han sido los cambios en la misma práctica de la crítica literaria? Tú insistes mucho en varios de tus textos en la función decisiva, de tamiz naturalmente, en la necesidad de desaprobar que justamente el crítico ejerce. Y no sé si, más allá de la afortunada ocasión de la publicación, hay algún tipo de reflexión retrospectiva que podrías compartirnos.

CDM: El tomo primero, que apareció hace dos años, reunía lo que estaba disperso en relación a México, a la literatura mexicana; este tomo compila lo que ya no se conseguía sobre la literatura universal. Del tomo uno tengo poco que agregar porque es obligación de un crítico mexicano hablar de México. En cambio, yo nunca hubiera podido ser un crítico solo dedicado a México, hubiera sido para mí torturante y angustioso, y veo cómo les fue a los críticos que nada más se dedicaron a eso. Uno debe escapar del hogar de vez en cuando y mirarlo desde lejos. Siempre me he sentido con el atrevimiento de hablar de lo que me da la gana, de aprender otras lenguas para poderlas leer por lo menos y de, como dice Filippo, hacer contemporáneos a los clásicos, porque para mí son contemporáneos. Yo tengo una profunda desconfianza del culto a las novedades y parte del calvario del crítico literario es que todo el mundo, empezando por los amigos, le pregunta “qué hay de nuevo para leer” y uno tiene la tentación pedante de decirle “no hay nada nuevo para leer, lee a Séneca”, lo cual es una respuesta agresiva, impropia, maleducada porque también la obligación del crítico es estar al día en lo nuevo. Entonces, quien siga mis ensayos quincenales o mensuales, en el Confabulario de El Universal o en la revista Letras Libres, verá que yo trato de combinar mis aficiones clásicas y modernas con mi deseo de informar al lector de lo que está publicándose. Trato de sostener ese equilibrio.

En relación a la hechura de esta edición, por un lado fue muy fácil, porque los críticos literarios, la mayoría, cada cinco años hacemos esta clase de libro que junta lo que hemos publicado en los periódicos y revistas durante ese periodo. Para un poeta reescribir un libro de poesía que apareció hace cuarenta años o un año es casi un dilema moral. José Emilio Pacheco y Octavio Paz lo sufrieron en México. Ese dilema creo que no existe en el crítico literario, en mí por lo menos, porque yo veo lo que publico cada semana o cada quincena como un borrador que a lo mejor va a ir a dar a un libro. Entonces, cuando yo hago esta clase de libros los corrijo porque también soy un periodista, es decir, tengo que hacer un artículo que va a salir el domingo y hay que entregarlo a más tardar el miércoles a mediodía. Entonces, esa premura, desde que soy muy joven, hace que escriba cosas mal o diga cosas de las que me arrepiento o, una vez aparecido un artículo el domingo, el lunes una persona inteligente me diga “oye, lo que dijiste sobre ese autor es una estupidez” y yo tenga que admitirlo. Entonces existe esa segunda oportunidad de corregir mis errores o mis tonterías en el libro por venir. Y sí lo hago, advierto siempre en el prólogo que son versiones corregidas. El lector imaginario que quiera leer la versión original ya no tiene que ir a la hemeroteca, sino basta que prenda su computadora y busque el periódico de tal día y vea en qué cambié mi punto de vista.

Entonces sí hay un ejercicio de reescritura creativa y de filtro. Yo he escrito miles y miles de cuartillas, de las cuales la mayoría me parecen deleznables y muchas no quisiera que nadie las volviera a leer, para empezar porque están mal escritas o porque mis opiniones ya no las sostengo o porque hablan de obras que ya no aprecio o de personajes que ya no me aprecian a mí, es decir, todo lo que es la vida literaria. Por eso, cuando se hace un libro como Ensayos reunidos 1983-2012,se desechan textos. Una edición de todos los textos que publiqué en esas tres décadas sería un volumen tres veces mayor y sería moral, económica y literariamente incosteable, y yo disfruto mucho tirando a la basura cosas que me parecen detestables. Entonces, hay una labor de reescritura, una labor de selección y lo que más destacaría es esa segunda oportunidad que te da el libro, de corregir, de abreviar o de extenderte. Entonces para mí el momento culminante de la hechura de un libro es cuando llegan las galeras, que es cuando empiezo a borrar, a agregar, e inicia la verdadera fiesta.

FLP: Yo leí un ensayo muy inteligente de Christopher sobre la literatura italiana. Se llamaba Retrato, personaje y fantasma, un ensayo sobre D’Annunzio, Malaparte y Pasolini, que para mí son casi tres máscaras italianas: D’Annunzio como un Cagliostro del siglo XX, retórico y un hechicero; Malaparte un dandi muy inteligente y oportunista; Pasolini un reaccionario, moralista y vitalista. Yo creo que ellos demuestran que nosotros los italianos somos un poco refractarios a la novela. Ellos escribieron también novelas, pero las novelas de denuncia de Malaparte y Pasolini son más ensayos autobiográficos o reportajes. El alma de la novela es la vérité,como dijo Stendhal, “l’âpre vérité” [“la áspera verdad”]. Los italianos no queremos que nadie nos diga nuestra verdad. No. Nos gusta disfrazarnos. Entonces pregunto a Christopher su impresión sobre la literatura italiana y sobre los escritores italianos, si él encuentra también esta centralidad del disfraz y la máscara en la cultura mexicana.

CDM: Yo soy muy dado a pensar a términos históricos, de hecho José Luis Martínez, gran crítico mexicano que me honró al pedirme hacer un libro con él, me decía: “el problema contigo es que no entiendes muy bien en dónde acaba la historia y en dónde empieza la literatura”. Y sí, en efecto, tengo el vicio de que me apasiona igual una novela que un libro de historia, lo cual no es técnicamente muy correcto. Por ello nunca olvido que buena parte de Italia perteneció al Imperio español, ni ignoro la latinidad como decía el aborrecible D’Annunzio, creo en ella y me siento más en casa en Francia o en Italia que en Estados Unidos, eso es un hecho, y mi relación con la lengua francesa y después con la lengua italiana ha sido más feliz, por razones familiares, que con la lengua inglesa y creo en la vigencia del barroco como fuente de la personalidad de nuestros países. La trampa de ojo, el engaño, la ilusión barroca es parte de nuestra naturaleza cultural y la encuentro también en Italia.

Hay una afinidad entre la literatura italiana y la mexicana, y no en balde son muchos los escritores de origen italiano que han hecho su vida en la literatura mexicana, ya sea porque son hijos de italianos o porque llegaron a México: Carlo Cóccioli, Fabio Morábito, Valeria Luiselli, Alejandro Rossi, Luigi Amara. Es realmente sorprendente la nómina, algunos de ellos ni siquiera hablan italiano, pero el hecho de que se hayan convertido, viniendo de allá, en personajes de la literatura mexicana, de una literatura en lengua española, habla mucho de nuestra afinidad.

Para mí estar aquí sentado presentando mis Ensayos reunidos 1983-2012 con dos escritores italianos, no solo me da mucho gusto sino me parece muy natural porque los interlocutores no siempre están en la esquina de tu casa, hay que ir a buscarlos o se los encuentra uno milagrosamente, porque hay una literatura mundial y las afinidades son a través del océano y de las lenguas. Yo habito la lengua española, pero la habito para relacionarme desde ella con otras lenguas y las más importantes para mí son la francesa y la italiana, las lenguas latinas. Y si volviera a nacer quizás estudiaría rumano y no alemán.

FC: A pesar de las simples necesidades comerciales, es el ensayo el género literario que, si bien no goza de un exceso de salud económica, sí sigue siendo el género en el cual seguimos encontrando verdaderas sorpresas. Me parece que hay que destacar la labor que ha llevado a cabo Christopher, quien empezó a escribir con poco más de veinte años, los ensayos que aparecen también en este libro, porque de verdad es un intento de constante construcción de una conexión con otras realidades lingüísticas, literarias, sociales. Y eso, precisamente, se valora tanto más hoy, cuanto más nos encontramos en un mundo curiosamente global, pero a veces muy empequeñecido, muy provinciano. Una de las tareas fundamentales muy bien desplegadas en este libro, como en los demás de Christopher, es precisamente esta lucha en contra del provincianismo, que nos vuelve el mundo más pequeño, más angosto, en donde literalmente no se respira porque no se logran abrir las ventanas para hablar otros idiomas y confrontarnos con otras experiencias. ~

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile

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(Roma, 1952) es uno de los principales críticos literarios italianos.

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(Padua, 1974) es ensayista y editor italiano residente en México.


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