María Moreno
Black out
Buenos Aires, Literatura Random House, 2016, 416 pp.
María Moreno es el pseudónimo más usual de María Cristina Forero, pero no el único. En más de treinta años de carrera periodística –integró míticas redacciones en Argentina como las de Primera Plana y Página/12, además de participar de la revista Literal junto a Germán García, Luis Gusmán, Osvaldo Lamborghini y Héctor Libertella– también adoptó los de Rosita Falcón, Dolly Skeffington o Juan González Carvalo. La heteronimia es un dato que no debería soslayarse en la lectura de Black out, su último libro, que se presenta como autobiográfico aunque carezca de la pretensión de dar testimonio de la propia vida como algo definido de antemano, consumado y reconocible. Al contrario: Black out es una narración urgente e inestable y en ella, como en los pseudónimos, vida y literatura se funden en una experiencia común solo reconocible en la escritura.
Así y todo, los “fríos hechos” no están ausentes. Porque ante el problema de escribir sobre sí, Moreno opta por no desviarse de lo que ha venido haciendo durante más de treinta años en el periodismo cultural argentino. Black out es una autobiografía construida a partir de recuerdos de la infancia que sirven para trazar contundentes retratos del padre y de la madre; de crónicas en donde fluyen el alcohol y el reviente; y de ensayos que oscilan entre la reflexión literaria (la veneración por la obra de Lucio V. Mansilla es una contraseña de entrada a la obra de Moreno), la escritura de ficción o directamente la vida, en los que consigue perfiles conmovedores, no pocas veces vengativos, de escritores amados que bebieron junto a ella y que ya han muerto (Norberto Soares, Miguel Briante, Jorge Di Paola Levin –Dipi– o Claudio Uriarte).
El libro no se organiza siguiendo un orden cronológico sino en torno a los territorios genéricos recurrentes en su obra. Pero si la crónica o el ensayo son presencias permanentes, su vida-obra jamás podría distinguirse del todo sin el biografema (Moreno es una barthesiana confesa) que la constituye en todos sus vaivenes: el alcohol, que es el verdadero vector temporal del relato pues, como toda tragedia alcohólica que se precie de tal, Black out no termina sino en el instante epifánico en que la heroína logra dejar la bebida.
De entrada, el alcohol es el eje de una paradoja. Moreno pasó su infancia junto a su madre y su abuela en un conventillo (así se designa en Buenos Aires a las vecindades) del Once, un barrio de inmigrantes al sur de la ciudad de Buenos Aires. El conventillo es la arquitectura que posibilita que la vida privada y las tribulaciones del pueblo se imbriquen. La paradoja surge entonces cuando la madre, doctora en química, decide instalar allí un laboratorio de análisis clínicos. Ya adulta, seguidora del peronismo de izquierda de los años setenta, Moreno no dudará en ver en ello una metáfora desafiante. El laboratorio será interpretado retrospectivamente como el pues- to de avanzada del ejército contrainsurgente de la asepsia que, armado de alcohol etílico de 97 grados de pureza, tenía por única misión desinfectar las habitaciones de uso común (el baño, la cocina, la escalera) de cualquier vestigio de pueblo. “Lectora de las obras del doctor Ramos Mejía, asociaba el pueblo al pecado, la infección y la barbarie”, escribe Moreno, en quien el mensaje higienista produce un efecto literal en sentido contrario: “Si para mi madre colocar alcohol entre el mundo y uno significaba protección y seguridad, yo tomé el mensaje al pie de la letra.”
Tomar el alcohol al pie de la letra es escribir la vida al dictado del alcohol. En Black out, el alcohol es una patria y frente a su omnipotencia todas las otras identidades –ser escritora, periodista, heterosexual, homosexual o bisexual– pasan a formar parte del anecdotario jactancioso de una escritora que, al parecer, solo cultiva una pretensión en la vida: la de ser, como exigía el vidente, absolutamente moderna. Los bares, esas “pasarelas del alcohol” que se extendían también “del otro lado de la puerta vaivén”, son el olimpo de esa modernidad; gracias a ellos, en otras épocas Moreno supo guiar su propia educación sentimental sometiéndose al imperativo de que las mujeres debían ganar las tabernas. Escribe: “Comencé a beber para ganarme un lugar entre los hombres. Imitaba una iconografía fuerte. Alfonsina Storni en el Café Tortoni, Norah Lange en el Auer’s Keller. Como Alfonsina, quería un hogar contra el hogar, ser la mujer de las medias rotas –una gota de esmalte detiene la corrida–, la varonera ante cuya sorna se ponen a prueba las teorías, la amada vitalicia pero protegida por el tabú del incesto a la que se descubre de pronto como la amante más fiel aun en su traza impostada de pendenciera.”
Black out, la pérdida de conciencia a largo o mediano plazo provocada por la ingesta de alcohol, es el feliz hallazgo de la autobiógrafa para titular su libro. ¿Qué otro sentido tiene ese anglicismo sino el de señalar el fondo de amnesia sobre el que se erige toda autobiografía, el secreto que nunca se develará, que es imposible sacar a la luz, que no se puede correr de la oscuridad que lo constituye? Tal vez a eso, también, refiere la foto de la portada. En ella, Moreno viste una campera negra y mira hacia abajo como prefiriendo no mostrarse del todo. Sin embargo, aun renuente, se presta a la pose. Ahí hay una clave: Black out se mueve entre lo ficcional y lo biográfico, entre el develamiento de frivolidades y la astucia camaleónica de quien se pone en escena ofreciendo un repertorio de ardides para, en el fondo, no dejarse ver porque no hay nada que ver más allá de las palabras. ~
(La Plata, 1976) es doctor en letras por la Universidad de París 8. Profesor Adjunto de la cátedra “Arte, vanguardia e industrias culturales” de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, es además investigador, crítico literario y periodista cultural. Coordinó y editó, junto a Maya González Roux, el volumen colectivo Seis formas de amar a Barthes (Capital Intelectual, 2015)