Verano en Madrid

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Con veinte aรฑos fui a vivir a Madrid, al barrio de Lavapiรฉs. Iba a estudiar los dos รบltimos cursos de la carrera de Filosofรญa en la Complutense. Madrid se presentaba a mis ojos como una liberaciรณn. Yo habรญa estudiado en un colegio religioso de Huesca, y despuรฉs habรญa pasado tres aรฑos en la Universidad de Navarra, la mayor parte del tiempo en un colegio mayor. Pero, en cierto modo, nunca me habรญa sentido libre. No al menos de la manera en que me sentรญ una noche de comienzos de octubre de 1989, cuando salรญ con mi maleta de la estaciรณn de metro de Lavapiรฉs camino al piso que iba a compartir junto a otros dos estudiantes. Quizรก algunas de las cosas que vi en ese primer trayecto a otros les podrรญan resultar tenebrosas, pero a mรญ me parecรญa entonces que todo aquello, incluida la suciedad que se amontonaba bajo el portal de mi nueva casa, era luminoso como un sol. En ese piso de la calle de Lavapiรฉs vivรญ durante el curso, y cuando llegรณ el verano decidรญ no moverme de aquel lugar. Busquรฉ un trabajo para hacerme cargo de mis gastos durante esos meses en que no tenรญa clases, entendiendo que, al ser una decisiรณn mรญa, mis padres no tenรญan por quรฉ seguir mandรกndome dinero. Encontrรฉ un trabajo de camarero, y asรญ pasรฉ mi primer verano en Madrid.

El Lavapiรฉs de entonces se encontraba en un momento de transiciรณn, ya iba dejando de ser el lugar donde habรญa menudeado la droga, con los heroinรณmanos y los traficantes vestidos con unas ropas deportivas brillantes y astrosas, pero todavรญa no era el Lavapiรฉs de tiendas al por mayor regentadas por inmigrantes, como iba a ser a finales de los noventa. Yo me sentรญ inmediatamente cรณmodo en aquel entorno, y puedo decir que hoy, veintisiete aรฑos despuรฉs, vivo en Zaragoza en un barrio no muy distinto de aquel. Entiendo que es un privilegio vivir en el centro de las ciudades, a la vez que encuentro placer en verme rodeado de comercios y gente de procedencias diversas. Es algo que me da alegrรญa y, en cierto modo, tal vez me prevenga de ser peor persona.

Yo era muy delgado, estudiaba Filosofรญa, como he dicho, y vivรญa en un estado permanente de crisis. El sexo, como es natural, estaba tambiรฉn entre mis preocupaciones. Me pasaba el dรญa andando por las calles o leyendo en bibliotecas pรบblicas, y era incapaz de imaginar cuรกl podrรญa ser mi lugar en un mundo que, en buena medida, sentรญa que no iba conmigo. Cuando unos aรฑos antes le dije a mi madre que habรญa cambiado mi matrรญcula de Periodismo por la de Filosofรญa, ella hizo sus consultas y unos dรญas despuรฉs me preguntรณ por telรฉfono si tenรญa intenciรณn de hacerme sacerdote. Ciertamente, aquellos estudios se consideraban un paso previo a los de Teologรญa, y es verdad que yo habรญa pasado por un periodo de inclinaciรณn religiosa. Le dije que no era mi intenciรณn aquello. Luego en mi casa se hicieron a la idea de que mi รบnica salida laboral era hacer oposiciones para profesor de instituto. Dirรฉ que en dos ocasiones, una vez que terminรฉ la carrera, viviendo todavรญa en Madrid, hice los trรกmites administrativos para pasar por el examen de oposiciones. Pero en ambas ocasiones me echรฉ atrรกs durante aquel proceso. Cuando hacรญa la cola delante de una ventanilla y veรญa a otros licenciados como yo con sus impresos y fotocopias compulsadas, entraba en un estado de descomposiciรณn nerviosa del que me costaba salir. Algunos de los aspirantes traรญan su tรญtulo enmarcado de casa, y asรญ lo tenรญan que mostrar ante el funcionario que nos atendรญa, con las molduras doradas, el paspartรบ y la escarpia con la que lo habrรญan colgado de la pared, entre, quizรก, paisajes al รณleo y otras orlas y titulaciones familiares. Nada tengo hoy contra todo aquello, al contrario, soy alguien a quien le gusta comprar cuadros y llevarlos a enmarcar, pero entonces para mรญ eso que veรญa no tenรญa relaciรณn con lo que me habรญa llevado a estudiar a los filรณsofos y a leer a los escritores durante todos esos aรฑos. Expresiones como โ€œtrabajo fijoโ€, โ€œmeter cabezaโ€ o โ€œnรณminaโ€, de uso comรบn entre padres y personas sensatas, me horrorizaban. De modo que en una ocasiรณn abandonรฉ sin mรกs la cola, y en otra me fui cuando ya habรญa salido la bola del sorteo del tema que debรญa desarrollar, y que era sobre la relaciรณn entre el hombre y la mรกquina. Pensaba que, igual que habรญa pasado mi primer verano en Madrid trabajando de camarero en una terraza, podrรญa seguir manteniรฉndome con trabajos ocasionales. Y es lo que hice. Escribรญ mientras una novela donde aparecรญan las calles que recorrรญa entonces a diario, y donde se reconocรญa ese barrio de Lavapiรฉs, con un personaje, Zenรณn, que iba dando pasos hacia la renuncia y la indigencia. Tiempo despuรฉs una editorial la publicรณ y Manuel Vรกzquez Montalbรกn escribiรณ en El Paรญs que ese libro era un retrato de la crisis econรณmica de la Espaรฑa de comienzos de los noventa, cuando a mรญ aquello apenas se me habรญa pasado por la cabeza. Es posible que, sin yo pretenderlo, fuese cierto lo que decรญa Vรกzquez Montalbรกn, pero la crisis del paรญs no era algo que me preocupase particularmente. Mis preocupaciones eran mรกs bien existenciales, por asรญ decirlo, algo acorde con mis lecturas de esa รฉpoca. Creo que entonces mi miedo al futuro se centraba en mi propio futuro, y estaba lejos de pretender hacer ningรบn anรกlisis social al novelar. Yo era en cierto modo un seรฑorito, sin serlo ni siquiera propiamente.

La terraza de La Latina donde trabajรฉ el primer verano pertenecรญa a un bar tradicional de Madrid. Me refiero a que era uno de esos lugares en los que se gritan las raciones y los cafรฉs, donde se llama โ€œjรณvenesโ€ a los jรณvenes que entran, donde parece que se encuentra mucho gusto en hacer ruido y donde hay que pasar la escoba a menudo por el sardinel de la barra, sucio de servilletas y de peladuras. No era un bar histรณrico o de categorรญa, pero tenรญa su barra de mรกrmol y sus camareros de uniforme. Los camareros eran unos hombres que se habรญan hecho mayores siendo camareros. Cada uno ocupaba su puesto, con eficiencia y a la vez con una actitud de estar defendiendo algo, como si en cierto modo el mundo fuese una cosa hostil. El dueรฑo estaba en un extremo de la barra, donde la caja, a la que solo tenรญa acceso รฉl; otro camarero, chistoso y dado a tomarse confianzas, atendรญa la parte central; del camarero del otro extremo de la barra tengo el recuerdo difuso de un hombre serio y flaco. Un cuarto hombre atendรญa la cocina, una estancia minรบscula de donde salรญan las raciones, pero que a mรญ, en ese entorno de chistes populares, jerarquรญa y gravedad, me parecรญa un pequeรฑo reino de libertad y de autonomรญa.

A veces venรญa al bar la mujer del dueรฑo y se ponรญa en el puesto de la caja. El dueรฑo entonces podรญa ocuparse de la terraza conmigo, y dando voces sobre las raciones y la oferta de la casa, trataba a un tiempo de indicarme cรณmo atender ese espacio haciendo que los clientes gastasen mรกs dinero. Los dueรฑos me trataban bien, aunque en todo momento estuve ahรญ en una situaciรณn irregular: se me pagaba en mano y, antes de irme, acordaba a quรฉ hora debรญa presentarme al dรญa siguiente. Eso era todo. La mujer del dueรฑo vestรญa de un modo elegante y no atendรญa a las mesas. Los dueรฑos tenรญan un hijo que estudiaba una carrera y al que mantenรญan apartado del trabajo del bar. Como sabรญan que yo iba a la universidad, y me veรญan siempre con alguna bolsa de libros, me lo presentaron un dรญa. Hablamos de las facultades donde estudiรกbamos y del ajedrez, al que รฉl era aficionado. Entonces vino su novia a buscarle y no recuerdo volverlo a ver. Todos en ese establecimiento aspirรกbamos a progresar, aunque yo no sabรญa hacia dรณnde, y se podrรญa decir que mi ocupaciรณn no era otra que darme tiempo.

Tuve por entonces novia, mi primera novia, una estudiante vasca que conocรญ en Pamplona y vino a hacer sus prรกcticas de trabajo a Madrid. Era una chica elegante y de carรกcter noble, pero para mรญ la cosa no funcionaba y la dejรฉ. No llegamos a vivir juntos. El caso es que yo durante ese verano acudรญa al trabajo de la terraza a media maรฑana y me iba a media tarde. Comรญa de pie, en un extremo de la barra, cuando las mesas se despejaban de clientes. Hacรญa todo eso porque no querรญa estar en la casa de mis padres ni en mi pequeรฑa ciudad. Sentรญa que habรญa emprendido un camino y que no debรญa retroceder. No estaba dispuesto a renunciar a la sensaciรณn de euforia que tuve cuando bajรฉ de la estaciรณn de Lavapiรฉs unos meses atrรกs, un impulso desprovisto en buena parte de objetivo y de fundamento, pero que contaba con la fuerza propia de aquella edad.

Tenรญa los brazos delgados, marcados con algunas cicatrices y morenos por el sol bajo el que trabajaba. Esto llevรณ a algunos camellos del barrio a tomarme por heroinรณmano, de modo que me buscaban cuando, arremangada la camisa blanca de mi uniforme, debรญa inclinarme en las cรกmaras de los helados y de la horchata. Debรญa quitรกrmelos de encima, igual que a veces, una vez que en aquel entorno me habรญan apodado ya como El Libros, hacรญa por librarme de quienes se dirigรญan a mรญ diciรฉndome que a ellos tambiรฉn les gustaba leer, porque me resultaban pesados.

Mi casa de Lavapiรฉs estaba a medio camino de mi trabajo en la terraza y de la Filmoteca de la calle Santa Isabel. Mientras vivรญ en el barrio, habรญa temporadas en que acudรญa a esa sala de cine diariamente. Acabรฉ haciรฉndome mรกs una cultura en aquel lugar que en la facultad. Asistรญa a ciclos enteros, da igual que fuesen sobre cine japonรฉs que sobre Raoul Walsh o sobre los hermanos Kaurismaki, a quienes vi dar una charla en esa misma sala, a todas luces borrachos. Vi cine con una perseverancia y una intensidad considerables, si bien tambiรฉn eran considerables mi ignorancia y mi inconsciencia. En mis dรญas libres empecรฉ a escribir guiones imitando las escenas que me habรญan gustado, o, mรกs bien, los guiones que publicaba Tusquets. Siguiendo esta lรญnea, un tiempo despuรฉs conseguรญ una beca para estudiar guion cinematogrรกfico durante un aรฑo, con Josรฉ Luis Borau entre los profesores. Aprendรญ mucho, pero finalmente pensรฉ que aquello no era lo mรญo, porque lo que me gustaba era escribir sin tener que depender de nadie, algo que no sucede cuando se trabaja para el cine. De modo que cuando dejรฉ lo de los guiones, y las colaboraciones para la televisiรณn en que me vi envuelto, volvรญ a sentirme liberado.

Por el piso de Lavapiรฉs, aparte de los tres que vivรญamos en รฉl, pasaba toda clase de gente. Pasaron un buen nรบmero de alemanes, algรบn estadounidense y un chino, Bing, que llegรณ a quedarse un aรฑo entero. Si hago un balance pragmรกtico, me doy cuenta de que he dedicado en mi vida mucha mรกs energรญa a enseรฑar el castellano que la que otros han dedicado a que aprendiera algรบn otro idioma. Pero esto es algo en lo que entonces no pensaba. Se quedaban a dormir en nuestra casa personas a quienes quizรก habรญamos conocido ese mismo dรญa. Hubo uno, Fernando, que llegรณ a hacerse un sitio en nuestro sofรก durante meses, sin que estrictamente le diรฉsemos permiso para estar ahรญ. Era gallego y su รบnico equipaje era una bolsa pequeรฑa y una cรกmara fotogrรกfica. Como era muy cinรฉfilo, รญbamos juntos a la Filmoteca y hablรกbamos largamente sobre las pelรญculas. Lo que a รฉl le interesaba era la fotografรญa. Creo que fui yo quien lo trajo a la casa por primera vez. Luego, como digo, se quedรณ viviendo entre nosotros de una manera imprecisa y parasitaria. Se hizo con uno de los juegos de llaves, que repartรญamos sin mucho cuidado, y, de pronto, lo encontrรกbamos en nuestro cuarto de baรฑo, o comiendo en nuestra cocina un bocadillo que habรญa comprado en la calle. Cuando el sofรก del salรณn quedaba libre, se tumbaba a dormir. Era un hombre delgado, pacรญfico y que hablaba en susurros. En esa mezcolanza o promiscuidad algo bohemia pasรกbamos por vacilaciones de toda clase. Podรญamos no ser gran cosa, pero estรกbamos dispuestos a vivir.

La casa de Lavapiรฉs era antigua, de las de sin ascensor, y no estaba en muy buen estado. Cuando hacรญamos fiestas o peleรกbamos en broma, el suelo retumbaba. Nosotros no dรกbamos a esto mucha importancia. En el piso de abajo vivรญa una familia de gitanos evangelistas. Un dรญa vinieron la madre y una de las hijas a llamarnos la atenciรณn. Nos dijeron que con nuestros saltos y alborotos daba la impresiรณn de que su techo se fuese a venir abajo. Tampoco a esto hicimos mucho caso. ร‰ramos unos veinteaรฑeros insensatos. Hasta que una noche nos despertรณ un crujido y un enorme estruendo. Salimos de nuestras habitaciones y comprobamos que nuestro piso seguรญa en pie. Nos asomamos a la calle, pero tampoco allรญ parecรญa haber pasado nada. Entonces abrรญ la puerta de la entrada y me encontrรฉ con un muro de polvo blanco y espeso. Era imposible reconocer nada a travรฉs de esa polvareda compacta. Asรญ que cerrรฉ la puerta y, aunque pueda parecer extraรฑo, nos volvimos a meter en la cama hasta la maรฑana siguiente. Entonces vimos que lo que se habรญa derrumbado era el techo que cubrรญa el hueco de la escalera. El cielo de Madrid quedaba a la vista entre los leรฑos partidos y las tejas. No fuimos nosotros los responsables de aquel hundimiento, pero sรญ que, en cierto modo, tomamos conciencia de una fragilidad que hasta entonces nos resultaba imperceptible. Las cosas, ciertamente, se podรญan venir abajo. Durante esos dรญas hubo tambiรฉn algunas tensiones entre nosotros, alguna discusiรณn que, si bien no acabรณ con nuestra amistad, sรญ puso a la luz la perspectiva de que aquella convivencia no dejaba de ser algo provisional, y de que cada uno encontrarรญa tarde o temprano un lugar propio fuera de aquella casa. Siendo esto evidente, suponรญa a la vez una revelaciรณn: aquel extraรฑo paraรญso, ese lugar de lecturas, conversaciones y alcohol, no era algo perpetuo. Lo sabรญamos, pero yo seguรญa sin hacerme a la idea de adaptarme a algo distinto, de modo que cuando llegรณ el final de la carrera me desentendรญ de los actos protocolarios y de la fotografรญa para la orla acadรฉmica, que debรญa abrirnos paso a otro mundo, asรญ como, poco despuรฉs, me fui de la cola de la calle Vitruvio donde unos aspirantes a oposiciones llevaban su tรญtulo encristalado y enmarcado.

Otra circunstancia de ese primer verano en Madrid, durante el tiempo en que trabajรฉ en la terraza de La Latina, es que me aflamenquรฉ. Fue algo transitorio de esos aรฑos, porque hoy, en general, me siento poco identificado con el flamenquismo. Pero entonces todo el mundo, por mรกs que fuese del rock o del pop, escuchaba los discos de Paco de Lucรญa, y Camarรณn estaba tambiรฉn muy presente. En el barrio yo iba mucho al Candela, un bar flamenco con reservado. Cerca de mi trabajo quedaba La Soleรก, que era un local en el que se tocaba la guitarra flamenca y donde no faltaban nunca aficionados dispuestos a cantar o a contar chistes. Yo iba ahรญ y me sentaba a escuchar. Intentรฉ aprender a reconocer los estilos, con poco รฉxito. Frecuentaba esos ambientes, a menudo saliendo solo. Me gustaba ese trasnochar. Habรญa algo en las letras de aquellas canciones que me atraรญa, lo que tenรญan de fatalismo estoico y de invitaciรณn a una vida arrojada, ajena a los valores de previsiรณn y de aburguesamiento. Las partes de amor, en cambio, o de folclore andalucista, no me decรญan nada, igual que ahora. Y si hoy soy en buena medida un defensor del orden burguรฉs, dirรฉ que no se debe a una renuncia a aquellas ideas o a una claudicaciรณn, sino, mรกs bien, a cierta destilaciรณn de ellas, a una expresiรณn mรกs precisa de aquel impulso de individualidad y de libertad.

Los domingos iba a mi trabajo de la terraza despuรฉs de haber pasado por el Rastro. Me detenรญa en los puestos de libros y pagaba por ellos sin mucho criterio. Una vez comprรฉ un juego de pesas para hacer ejercicio. Ya he dicho que era bastante delgado, por lo que no faltaron las burlas entre mis compaรฑeros del bar cuando me vieron aparecer con ellas. Me dijeron que si querรญa hacer mรบsculo podรญa presentarme temprano cada dรญa para montar la terraza, en lugar de venir a media maรฑana como camarero de apoyo. Ese era el tipo de humor en el que me veรญa envuelto en aquel lugar. Recuerdo que uno de los camareros utilizaba mucho la expresiรณn โ€œtirarse al metroโ€. El caso es que yo nunca habรญa vivido en una ciudad con metro, por lo que aquello, pese a su lado castizo, no dejaba de resultarme moderno y de hacerme ilusiรณn.

Una vez llamรณ a casa por telรฉfono Francisco Umbral. Uno de mis compaรฑeros de piso, como he contado en alguna otra ocasiรณn, hacรญa la tesis doctoral sobre รฉl. Yo buscaba alguna clase de maestro o interlocutor, y puedo decir que lo encontrรฉ en aquel compaรฑero y en los libros de Umbral que habรญa por toda la casa. Envenenados los dos de literatura, parecรญa que la vida no tuviese sentido fuera de ella. Umbral ponรญa mucho en sus libros una expresiรณn de Baudelaire, aquella de โ€œser sublime sin interrupciรณnโ€, y si bien, en lo que me toca, yo era tan ridรญculo sin interrupciรณn como sublime, estaba claro que habรญamos asimilado que nuestras vidas, resultasen como resultasen, iban a estar ligadas a esa vocaciรณn literaria. Luego pasaron los aรฑos, y cambiรฉ tambiรฉn de ciudad, y me convencรญ de que no hay nada por encima de la vida, ni siquiera la literatura. Me hice a la idea de que la literatura es importante porque hace mejor la vida, no porque la suplante. Eso pasรฉ a creer. Y asรญ es como dejรฉ de ser un iluminado de la planicie castellana para convertirme en el moralista aragonรฉs y pedagogo que soy hoy.

En aquellos dรญas tuve que hacer bastantes papeleos y colas frente a ventanillas: el empadronamiento en Madrid, algunos asuntos mรฉdicos, las prรณrrogas del servicio militarโ€ฆ Cuando terminรณ ese verano, un verano sin playas ni viajes, un verano que fue un puro empacho de Madrid, porque asรญ lo deseaba, unos meses de independencia econรณmica y de libertad โ€“un ensayo, quizรก, de lo que pretendรญa que fuese mi vidaโ€“, al final de ese tiempo, digo, comencรฉ las clases del รบltimo curso de Filosofรญa. El caso es que despuรฉs de aquel verano sentรญa que la filosofรญa acadรฉmica ya no podรญa ser lo mรญo, en cierta manera me habรญa echado a perder para ella. Ya no serรญa mรกs un chico de campus. Y ya no podรญa sino continuar echรกndome a perder, por decirlo de algรบn modo, hasta dar con el hombre que, tal vez, valiese la pena ser. ~

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(Huesca, 1968) es escritor. Su libro mรกs reciente es La flecha en el aire. Diario de la clase de filosofรญa (Debate, 2011).


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