Spalding Gray, una autobiografía andante

El actor estadounidense llevó el monólogo autobiográfico a sus últimas consecuencias en un tiempo en que la exhibición del “yo” no había tomado aún el teatro.
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Quizá para la época actual la exhibición del yo carezca de novedad, puesto que resulta cotidiana la exposición de nuestros hábitos en la narrativa social y los medios digitales facilitan nuestra representación ante los otros. No obstante, cincuenta años atrás esta primera persona se mantenía fuera del ojo público. Este encubrimiento ocurría particularmente en el arte escénico dada su milenaria tradición de resguardar a la persona tras el personaje.

Spalding Gray (1941-2004), actor y escritor estadounidense, vivió en carne propia la ruptura de esta distancia y la llevó hasta sus últimas consecuencias: convirtió el monólogo autobiográfico en su emblemática cruzada y enfrentó el peligro de hacer de la propia vida una obra de arte. Hijo de una madre con padecimientos mentales severos que la condujeron al suicidio, Gray encuentra un nexo vital en el taller de teatro de la secundaria, donde su ineptitud escolar y desajustes sociales hallan un sentido sobre algo que le parece propio a su naturaleza: “Algunas personas estudian actuación y se convierten en actores. Otras personas nacen actores, es una condición ontológica, simplemente están actuando todo el tiempo”, como declara en su obra A personal history of American theatre (1984).

Con el objetivo de consolidar su forma de vida como profesión, se traslada a la ciudad de Nueva York a finales de los años sesenta y desempeña diversos roles, incluido el de actor porno. Al ser epicentro de la vanguardia artística, la ciudad también le brinda la oportunidad de unirse a The Performance Group dirigido por Richard Schechner, conocido como el padre de los estudios de performance. Dentro de ese ámbito, cuya práctica escénica favorece la exploración psicológica de los personajes y la expresión verbal libre en lugar de la representación de un texto dramático, Gray comienza a descubrir su habilidad para convertir su vida en un peculiar acto teatral.

En conjunto con Elizabeth LeCompte, directora injustamente ignorada por los reflectores, funda la compañía The Wooster Group a mediados de los setenta en aras de explorar nuevas formas de narrativa y expresión escénica al confrontar elementos de representación clásica con una naciente tecnología multimedia. La compañía logra piezas que van colocándose en el panorama de la escena local como la trilogía Three houses in Rhode Island que incluye Rumstick road (1977), obra icónica en la que se explora el suicidio de la madre de Gray.

Dada a conocer en nuestros días gracias a una reconstrucción fílmica de los archivos de The Wooster Group, esta sorprendente pieza aborda el silencio de la familia Gray ante un acto doloroso e incomprensible. Estructurada con el audio de entrevistas reales hechas a la familia, parodias de procedimientos médicos y ejercicios de memoria que comparten la intimidad del artista, la pieza alcanza un clímax en la ominosa advertencia que uno de los psiquiatras que trató a su madre hace a Gray, al mencionar su posible predisposición hereditaria a la locura. En esa densa neblina de una obra viva rescatada a través del medio audiovisual, el hechizo de la calle Rumstick mantiene su fuerza como un complejo ejercicio analítico sobre la extrañeza y el absurdo de la vida real. El golpe emocional que provocan las palabras de Gray al dirigirse al público y decir: “Gracias por acompañarme esta noche”, resuena como el inicio de un pacto de intensa cercanía que este artista mantendría con su audiencia.

Tras su salida de The Wooster Group, Gray intercala su trabajo en cine y televisión con la formalización de un estilo para sus emblemáticos monólogos bajo una estrategia que consiste en vivir, diseccionar la experiencia en sus diarios, para después comentarla y hacer mofa de ello en un escenario, lo que le asegura una producción ininterrumpida. Sus temas recurrentes son la muerte, el sexo y toda la ansiedad existencial que puede haber en el medio. Gray hace de la exhibición de sus defectos y traumas una pieza artística a la que el público acude imantado porque el intérprete elabora de sí mismo un personaje crítico, pero a la vez entrañable.

El éxito llega gracias a Swimming to Cambodia (1987), un recuento de su experiencia dentro del rodaje de la película The killing fields (1984) en un comentario tan personal como político, y aumenta de manera exponencial al ser adaptada a una versión para cine bajo la dirección de Jonathan Demme. Esta popularidad lo arroja hacia la cruel obligación de explotar más y más sus vivencias, porque ahora también le representan un estatus de vida aceptable. Gray mantiene la gracia, pero no siempre la cordura mental.

“¡Contar una vida era más fácil que vivirla!”,expresa en No sé si lo estoy pasando bien o estoy tratando de matarme (Hueders, 2018). Las fronteras entre la persona y el personaje se desdibujan, al grado de que sus ataques nerviosos pueden ser confundidos con ensayos para sus espectáculos. Una divertida pero cruel ironía, sin duda.

Sus relatos ya lo identifican como el personaje neurótico, inmaduro, incapaz de superar a su madre no solo en sus problemas mentales, pendiente de las modas, en absoluto pánico por convertirse en padre, adquirir casas o con aspiraciones artísticas irrealizables como la escritura de una novela que crece sin fin, hecho descrito en Monster in a box (1991), adaptado al cine por Nick Broomfield.

Los espectadores acuden a ver el siguiente capítulo en la vida de Spalding Gray como si de un amigo cercano se tratase. Y en reciprocidad al vínculo por ser esos pasivos escuchas de sus infinitas neurosis, así como para espantar el aburrimiento, Gray comparte el micrófono para que algunos miembros de la audiencia simulen el mismo ejercicio al develar sus miedos y defectos, como un curioso ejercicio de terapia pública.

En 2001 sufre un accidente de tránsito y se fractura el cráneo, anticipando lo que quizás sería su destino. Su carácter se inclina por completo a la depresión, pese a ser tratado por prestigiosos médicos como el neurólogo Oliver Sacks. Este relata en uno de sus artículos cómo Gray parecía estar obsesionado con la idea de un “suicidio creativo”. Este tema incluso formó parte de sus últimos espectáculos, porque una vida que se cuenta en escena no puede dejar capítulos a medias.

Tras fallidos intentos y múltiples cartas de despedida a su familia, Spalding Gray desaparece en un ferri de Long Island en enero de 2004. Su cuerpo sale a la superficie meses después, cumpliendo el anhelo profesado por el artista de volver al agua, porque es “una especie de madre”.

A modo de homenaje, el director de cine Steven Soderbergh (uno de sus grandes admiradores) realiza el filme And everything is going fine (2010) como un gran collage que conserva un relato artístico y de vida íntegro, como pocos pueden ostentarlo. El caso de Spalding Gray recuerda aquella frase de Shakespeare: “La vida es un cuento contado por un idiota.” En algunos casos ese idiota podemos ser nosotros mismos. ~

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es dramaturga, docente y crítica de teatro. Actualmente pertenece al Sistema Nacional de Creadores-Fonca.


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