Hace ahora aproximadamente un año, en la noche del 1 al 2 de septiembre de 2021 –de lleno todavía en los peores momentos de la pandemia–, murió en una residencia de la isla veneciana de la Giudecca el escritor italiano Daniele del Giudice. Había nacido en Roma el año 1949 pero llevaba media vida afincado en Venecia y, sobre todo durante los años ochenta y noventa del pasado siglo, se hizo acreedor de un notable prestigio intelectual no solo dentro de las fronteras de la cultura italiana. Sus obras fundamentales son de ese periodo, en particular las dos novelas iniciales que lo consagraron de inmediato como un escritor que, pese a su juventud, era capaz de explorar, con rigor de pensamiento y minuciosidad en la ejecución formal, ámbitos poco concurridos por la literatura como las fronteras o interferencias entre narración y ciencia, entre ficción y nuevas tecnologías, entre expresión y visión o expresión y silencio, entre pensamiento y artilugios o dispositivos técnicos contemporáneos.
Las dos obras fundamentales a las que hacíamos referencia, dos breves novelas de acusado y meticuloso carácter, son Lo stadio de Wimbledon, de 1983, y Atlante occidentale, publicada dos años después. A los 36 años, y solo con esos libros, Del Giudice empezó a convertirse en una especie de punta de lanza de la literatura de su país. Italo Calvino saludó muy pronto su rara excelencia y señaló con acierto que su literatura se desplegaba en unas nuevas coordenadas narrativas, las que trazaban los temas y los singulares tratamientos de un intelectual concienzudo e innovador –qué pocas veces van del brazo ambas cosas– capaz de dialogar no solo con escritores o artistas sino también o sobre todo con científicos y filósofos, abriendo con ese diálogo y común indagación el viejo compás de la ficción. La incorporación como asesor de la prestigiosa editorial Einaudi, que tanto bacalao literario ha cortado en Italia, y sus intervenciones públicas o sus ensayos e introducciones a otros escritores (por ejemplo a las obras de Primo Levi o Italo Svevo) completaron en breve tiempo un perfil de escritor riguroso y exquisito.
Su nivel de exigencia fue alto, su obra breve y escasa, su indagación en los límites de las competencias y las materias, en la materia propiamente dicha y en nuestro tiempo tecnológico, de gran interés y actualidad. Tuvo fortuna editorial desde el principio y sus libros empezaron pronto a traducirse a otras lenguas, muchas veces por escritores, como en español y en esas mismas dos décadas, El estadio de Wimbledon y Atlas occidental en versión de Martínez de Pisón o Despegando la sombra del suelo, con traducción de quien esto escribe (los tres en la editorial Anagrama). Más tarde, en 2016, y cuando ya la estrella de Daniele del Giudice había empezado a dejar de brillar con intensidad, se tradujo a nuestra lengua Horizonte móvil por obra de Elena Rodríguez –el original es de 2009 y es una composición de piezas anteriores.
¿Por qué decimos que su estrella había empezado a declinar o dejado de brillar con tanta intensidad? A partir de mediados de los noventa, sus libros fueron recopilaciones y composiciones, conjuntos de textos unitarios que retomaban en buena parte los temas de sus primeras obras: el vuelo, el contraste con la ciencia y la tecnología, los aparatos, los diálogos y las búsquedas de personajes perdidos (Bobi Bazlen en Trieste, Saint-Exupéry en su último vuelo), las búsquedas de visiones, de luces, de simetrías, de nuevas materias, de sentimientos que asociar a las nuevas prácticas y los nuevos instrumentos o maquinarias: su búsqueda de sentido en última instancia en el mar de las desapariciones contemporáneas de personas, cosas y actitudes, de sentido.
Se publicaron recopilaciones de relatos (Mania, 1997), más tarde una colección más amplia, I racconti (2016), y una selección de ensayos e intervenciones (In questa luce, 2013). Staccando l’ombra da terra (1994) o, como hemos dicho, Orizzonte movile (2009) habían sido también de alguna forma recopilaciones. E I-Tigi. Canto per Ustica, un texto asimismo sobre aviación para un espectáculo con Marco Paolini (2001). No había ninguna obra de la envergadura narrativa de las dos primeras novelas; el aliento intelectual se mantenía, pero la vena profunda parecía haberse estancado. ¿Una autoexigencia y unos derroteros literarios que habían llegado a su límite?, ¿sequedad creativa?
El escritor, que también era piloto aficionado de avionetas y que tanto y tan bien había meditado sobre el vuelo y los aviones, sobre los pilotos y las situaciones límite y sobre la precisión de los lenguajes de la aeronáutica, que amaba como pocos las maquinarias y los dispositivos y el lenguaje para expresar su funcionamiento y para pensarlos, parecía que no conseguía ya la altura de vuelo de las grandes indagaciones que había emprendido y en las que parecía moverse con rara pericia y olfato.
Era también, o sobre todo, otra cosa. Un doloroso proceso de alzhéimer lo fue precipitando poco a poco en la pérdida del lenguaje y el silencio hasta verse recluido en sus últimos años en la residencia de la isla de la Giudecca en la que falleció. “Che sfiga per uno scrittore”, declaró amargamente a su muerte uno de sus mejores amigos, el filósofo, y alcalde de Venecia, Massimo Cacciari, que lo acompañó hasta el final. No es fácil traducir sfiga; es mala suerte, y también putada, una putada, también mal fario.
“Es difícil aceptar haber sido elegidos por determinados destinos”, dice el protagonista –una persona que empieza a amar la pintura en el mismo momento que sabe que se va a quedar ciego– de la deliciosa novela corta que lleva por título En el museo de Reims, una narración del corazón de la mejor época de Daniele del Giudice (1988) de inminente publicación en español en la editorial Pasos contados. Se trata de un texto excelente tanto en sí como para entrar en la rara obra de este escritor minucioso y clarividente en una contemporaneidad –la nuestra– de cegueras y pérdidas que él indagó con particular acierto en sus libros y respecto a las que buscó con exquisito tesón una relación adecuada, un juego idóneo de la mente y el sentimiento para con ellas, es decir, un sentido. ~
es escritor. En 2021
publicó La vida pequeña. El arte de la fuga
(Anagrama)