Xirau, filosofía de lo indecible

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La poesía carga en sus palabras una verdad sustancial, un último pronunciamiento sobre el mundo o la génesis de los afectos. Ante la aridez de las ciencias duras y de la filosofía que tiende al positivismo, puede nacer otra alternativa del pensamiento, una filosofía más intuitiva, encarnada, vivencial, más cercana al territorio de lo poético, pero no por ello menos clara y precisa. Tendríamos que pensar en una filosofía del umbral, como la que desarrolló Ramón Xirau, que puede ser sistemática y erigir sus edificios conceptuales con rigor, sin abandonar la calidez del lenguaje y el análisis literario, para resolver su preocupación esencial: la existencia misma, “filosofía: razón de vida; razón hecha de amor”.

A Xirau, fallecido el pasado 26 de julio, le preocupaba la extinción de la filosofía en su sentido clásico como metafísica que se ocupa de lo esencial, como ética que desentraña asuntos psicológicos y se pregunta por el laberíntico mundo de los afectos, esos ánimos invisibles que conducen toda existencia. El filósofo estaba angustiado por la desaparición del lenguaje lúdico, el reemplazo de la metáfora y su socorro para expresar lo indecible en aras de un “positivismo lógico o una filosofía lingüística”, como habría de llamarla en su Epígrafes y comentarios. Quizá, como notaba Xirau, el desarrollo lógico de toda filosofía, de toda disciplina social y humanista, sea volverse científica, porque mucho de lo que pasa actualmente “tiene que ver con la palabra laboratorio. El adelanto de la ciencia y de la técnica entusiasman al filósofo (quien se vuelve cientista, entusiasta del progreso y de una humanidad futura mal definida)”.

Xirau utilizaba la etiqueta “filósofos de Oxford” para referirse a autores como Austin, Strawson, Gilbert Ryle, entre otros, que encaminaban su labor al análisis lógico del discurso, combatiendo los postulados sin claridad o formalidad científica y que no tuvieran certezas empíricas (como los de la filosofía metafísica). Porque si bien es necesario comprender el mundo con mayor precisión analizando microscópicamente “causas segundas” –como la validez o no de los postulados de la ciencia, el derecho o el arte– conviene hacerlo sin repudiar el discurso que aspira a explicarse las causas primeras, la existencia misma. Aspirar a “una forma de comunicación vital” que no anule el sentido inicial de la filosofía clásica. Esta supremacía del rigor nos ha llevado a comprender al hombre social de manera científica, como creía entonces Xirau que lo hacía la filosofía marxista, sobre la cual no tenía una imagen negativa, a menos que esta se convirtiera en “una ciencia sin hipótesis, y se sustituyera la hipótesis por el dogma”.

El conflicto de Xirau no es con el espíritu analítico que va extendiendo su influencia conforme los tiempos y la coyuntura lo exigen. Su preocupación no es que existan hombres dedicados a la filosofía analítica y otros que entre el linde de lo racional y lo poético aspiren a construir un discurso edificante, a tener un auténtico interés filosófico. El problema para Xirau, que sigue siendo nuestro problema, es el dogmatismo intelectual: el que “buena parte de la filosofía de nuestros días ve con malos ojos la posibilidad misma de una metafísica o de una moral; ambas carecen de sentido para el positivismo lógico o la filosofía lingüística”. La llamada de atención fue puesta por Xirau desde hace casi seis décadas. Si hemos de recuperar algo de la filosofía de Hegel, es que no podemos concebir solamente un lado “absoluto, fijo y estático” de la vida, no podemos tener interpretaciones definitivas de la existencia, estar enajenados a ver solamente una cara de la moneda sin concebir “su negación y su relación con los opuestos o contrarios”.

Sin embargo, también pensar desde términos dialécticos es moverse dentro de un mundo de posibilidades limitadas, binarias. Esto Ramón Xirau lo sabía bien, y su labor no se desenvolvió solamente dentro del ámbito filosófico, sino que fue también un prolífico poeta, editor y ensayista. Un intelectual, un pensador total, templado por la afección de la sabiduría, tan amplia e inefable como la pasión misma. Una filosofía de lo imposible, de eso que no se agota en una descripción. “Me inclino así por una doctrina de la libertad”, escribía Xirau. Por una filosofía en la cual metáforas y paradojas convivan con el afán de precisión, develen una verdad, expresen lo extraordinario: “Porque desde nuestra finitud –y por lo tanto desde nuestro lenguaje finito– queremos a veces decir lo infinito para lo cual carecemos de lenguaje: para lo cual necesitamos usar el lenguaje, romperlo y abrirlo a lo no del todo decible: el amor, lo numinoso, la angustia, el gozo, la alegría”, lo sagrado. ¿No es esto también filosofía pura?

El filósofo nacido en Barcelona en 1924, quien escribía siempre sobre lo mexicano en primera persona del plural –“de México, nuestro México”–, del país que lo abrigó tras el exilio. El maestro en sentido socrático, que hizo escuela, que dejó discípulos en todo el ámbito hispanohablante, ese hombre admirable, preocupado por la ética que promulgó con el ejemplo. El poeta que tuvo la avidez de develar el ser en sus versos, de engendrar una poesía filosófica, o una filosofía poética. Hoy sus labios cerrados por la muerte piden “silencio. Una mirada en los pámpanos pide silencio, y todo el campo tiembla de pensar en las aves que se acercan…” ~

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Es ensayista y estudia el doctorado en filosofía en la UNAM.


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