Lo que más emborracha es el sol. Un día adelantado de primavera en mitad del invierno aligera los pensamientos y el paso. Se esperaba una tormenta y ha salido el sol, y todos con él han salido a la calle. Lo que ayer me preocupaba ahora me parece una tontería, aunque hay quien sigue reprochándose algo: que la culpa de mortificarse era suya por no haber aprendido a dejarse llevar.
Todas las noches, en una fase ligera y afligida del sueño, hay un momento en que me digo que voy a suspender los insensatos planes del día siguiente. Es por un temor que tiene que ver con el estado de alerta permanente en el que vivimos. Por la mañana todo parece sencillo y alegre y hago la cama y no deshago ningún plan.
Aunque se desparrama, el sol que incide sobre el muro irregular y blanquísimo resulta tan concentrado y tan evocador como una taza de café negro. El hábito de prepararse con cuidado un placer breve y común, como el café que beberemos de la tacita minúscula, es un aprendizaje de generaciones: multitud de gente bailando en la cabeza de un alfiler. No es lo valioso solo lo que introducimos en nuestro cuerpo, el café, sino la larga tradición de prepararlo bien. A Europa lo trajeron los mercaderes venecianos. La cantidad de cosas que han tenido que pasar para que exista Venecia y para que ahí se desarrolle y triunfe el gremio de los mercaderes es inmensa; cabe en la minúscula tacita y tú te la bebes, la vacías en el gaznate con un movimiento gracioso de la muñeca. En los barcos llegaban el café y la peste. Viajaré a Venecia gracias al sol.
Sobre el sol en el muro otra vez: cómo es posible que un cierto calor y matiz de la luz tenga el poder de cambiar los estados de ánimo. A veces incluso un cierto tono parece que justifica los días, como si no tuviésemos que hacer nada en la vida. Veo a mi alrededor y en mí todo el esfuerzo que ponemos en vivir y me asalta fugazmente la sospecha de que no hemos entendido nada a pesar de lo claro que está todo. La asombrosa certeza de que aún somos jóvenes, sin ningún mérito por nuestra parte, indica que no tenemos que hacer nada. Cuando hacemos un esfuerzo por algo, ¿lo hacemos porque creemos que eso nos ayudará a acercarnos a lo que buscamos, o para tener argumentos contra el enanito reñidor que se ha ido creciendo dentro de nosotros? Cuánta energía que se dispersa en la defensa.
¿Lo importante es acumular cosas y conseguir lo que creemos que buscamos o ser capaces de percibir lo que nos rodea en medio y a pesar de nuestros aparentes tropiezos?
Para aprovechar lo radiante del día han sacado a los niños a jugar al pequeño parque escalonado. Como están comiendo bocadillos les permiten quitarse las mascarillas y gracias a eso les da el sol en la cara. Así que corren y gritan. Repartidos de esa manera, en grupos y en distintos planos, siempre en movimiento, recuerdan a una famosa fotografía en blanco y negro de Édouard Boubat de los años cincuenta, en la que los niños están en plena lucha de bolas en el Jardín de Luxemburgo, cubierto por la nieve. En primer término las sillas apiladas, y al fondo los árboles pelados. La fotografía recuerda a su vez al cuadro de los cazadores en la nieve de Brueghel el Viejo, por la posición y el color de las figuras y por la multiplicidad de planos que sugieren por su posición, a punto de cambiar para ellos pero congelada para nosotros. Aquí en el parque a una niña le está cayendo una bronca tan furiosa que solo puede ser injustificada, pero deja claro que las condiciones incomprensibles en las que tienen que convivir alumnos y profesores desde hace ya tanto tiempo tiene mucho que ver con esa ira.
En días como este parece que tenemos menos necesidades, o que se nos satisfarán sin que tengamos que esforzarnos demasiado. Nos sentamos en la terraza de justo esa cafetería porque creemos que no vamos a pasar frío. Pasamos algo de frío y el desayuno resulta ser el más caro del barrio. Hemos llenado el mundo de las cosas que hemos fabricado para tener algo por lo que cambiar el dinero.
La basura no recogida y los zapatos desparejados en la acera son mucho más tristes al sol, que también puede ser un manto zarrapastroso. Pero sigue haciendo frío y en unos días volverá el invierno a sacar sus otras joyas.
Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).