Nadal acaba de ganar su 21ยบ trofeo de Grand Slam. Su victoria en el Open de Australia ante un rival diez aรฑos mรกs joven lo convierte en el tenista masculino mรกs laureado de la historia. Nadal, que hace poco mรกs de un mes no sabรญa si podrรญa volver a jugar al tenis, disputรณ un partido de cinco horas para batir al nรบmero dos del mundo. Un encuentro en el que durante mucho rato estuvo desahuciado: el algoritmo llegรณ a estimar sus opciones de victoria en un birrioso 4%. Sabemos que nunca hay que dar por muerto a Nadal y, aun asรญ, la mayorรญa de sus seguidores ya habรญamos tirado la raqueta. Algunos, que ahora juzgamos insensatos, incluso habรญan apagado la tele. El que nunca bajรณ los brazos fue รฉl, que siguiรณ corriendo detrรกs de cada bola como una leona famรฉlica tras su cena.
Nadal es un tenista que impresiona por su tรฉcnica depurada y por su despliegue fรญsico, pero no es eso lo que ha cautivado a millones de personas en todo el mundo. El fervor por Nadal no es la rendiciรณn ante lo sobrenatural, sino el elocuente reconocimiento de los iguales. Lo que nos hace admirar a Nadal es esa โรฉtica del trabajoโ que le adjudicรณ su rival y sin embargo amigo Roger Federer, tanto mรกs esforzada cuanto prescinde de toda predestinaciรณn calvinista. Nos deshacemos en elogios a su tesรณn, su capacidad de sacrificio y esa entereza para resurgir en los peores momentos, porque parece que dependan de la voluntad y no de la gracia.
โSi hay meritocracia โme atrevรญ a tuitear tras el partido contra Medvedevโ, se llama Rafa Nadalโ. Pero nรณtese que lo escribรญ usando el si condicional.
El debate sobre la meritocracia es uno de los mรกs vivos, estimulantes y, a veces, acalorados de la actualidad, y lo es porque entronca con el gran tema de nuestro tiempo: la igualdad. Pero es, tambiรฉn, un debate con querencia por los hombres de paja, y en el que se echa en falta alguna ambiciรณn de sรญntesis y encuentro. ยฟExiste la meritocracia o somos el resultado de nuestra buena o mala fortuna? Si la realidad no fuera mรกs que la expresiรณn de nuestros desempeรฑos, entonces el รฉxito serรญa solo un justo reconocimiento y el fracaso, merecida culpa que nadie debe remediar. Pero, como quiera que la investigaciรณn social no puede guiarse por principios propios de algรบn dios vengativo y justiciero, el conocimiento acumulado nos avisa de que en el azar de nuestro nacimiento se prefiguran muchas de las circunstancias que marcarรกn nuestro porvenir.
Atribuir todo al mรฉrito es, quรฉ paradoja, una postura perezosa, un gran asidero en que descansar la conciencia de la comunidad. Pero haremos bien en evitar interpretaciones rigoristas para desarmar esta postura, pues reducir, por contra, la vida a unas circunstancias inasequibles a nuestros actos es tanto como ahogar la libertad. Como negar al individuo.
El corolario de esta pugna podrรญa escribirse en dos partes: 1) las personas que nacen en entornos desfavorecidos tienen una probabilidad mucho menor de ir a la universidad o de desarrollar una carrera profesional bien remunerada que quienes crecieron en entornos acomodados. Desde luego, hay quienes se reivindican como el ejemplo que desmonta esta proposiciรณn, pero no hay caso: una excepciรณn no refuta una estadรญstica y, ademรกs, conviene no tomarse a uno mismo como unidad de medida de las cosas. 2) Todo lo anterior no significa que, como los malogrados hรฉroes del teatro romรกntico, no podamos intervenir en nuestro destino. Nuestro futuro no es ajeno a las decisiones que tomamos ni a nuestro esfuerzo, y esta es una verdad cuyo aprendizaje es particularmente valioso para quienes parten de una posiciรณn de desventaja en la vida: cuantos mรกs obstรกculos nos ponga la suerte, mรกs importante serรก la tenacidad para vencerlos. O, dicho de otro modo, solo el niรฑo rico se puede permitir ser un haragรกn.
Si traducimos a la polรญtica esta conclusiรณn, probablemente nos descubramos defendiendo, desde coordenadas mรกs o menos rawlsianas, una sociedad en la que el nacimiento no determine el destino de las personas. O sea, la igualdad de oportunidades. Pero habรญamos comenzado hablando de Nadal y a รฉl hemos de regresar. Antes, sin embargo, todavรญa complicaremos un poco mรกs este entuerto.
Las democracias liberales encumbraron la naciรณn de ciudadanos libres e iguales, y la tensiรณn entre esos dos conceptos, libertad e igualdad, recorre la historia de las ideas. Tambiรฉn alcanza el corazรณn del debate sobre la meritocracia. Los defensores del esfuerzo y la superaciรณn ponen el foco en la autonomรญa personal, mientras sus crรญticos achacan la desigualdad a las ventajas de partida que disfrutan unos individuos respecto a otros. Ambas posturas contienen verdad, pero incluso tomadas en sรญntesis resultan incompletas para explicar toda la realidad. Sobre esta discusiรณn gravita, invisible, plรบmbea y masiva como una agujero negro, una asuencia: la de los genes. Es una omisiรณn inteligible, porque nuestra memoria aรบn alcanza los dรญas en que los peores crรญmenes se cometieron en nombre de la biologรญa. Sin embargo, negar la genรฉtica no nos librarรก de ella. Ni puede explicar el รฉxito de Rafa Nadal.
La psicรณloga y genetista del comportamiento Kathryn Paige Harden tiene una teorรญa sagaz: el racismo no se combate con daltonismo o con ceguera, sino con antirracismo. Es una forma sencilla y grรกfica de explicar una cuestiรณn que ha llenado muchas pรกginas de literatura. No se trata de negar las diferencias genรฉticas, sino de desligarlas de toda consideraciรณn moral. El color de la piel, el cociente intelectual o la fuerza fรญsica no dicen nada de la dignidad ni el valor de las personas. Extender un tabรบ sobre la disparidad biolรณgica solo tiene sentido para quien รญntimamente ha comprado las tesis eugenรฉsicas segรบn las cuales las diferencias biolรณgicas encierran diferencias morales.
Volvamos a Nadal. El mallorquรญn naciรณ en una familia de deportistas que muy pronto lo introdujo en el tenis. Su tรญo Toni, que habรญa sido tenista, le enseรฑรณ sus primeros golpes con solo tres aรฑos y fue su entrenador hasta 2017. Es evidente que Nadal creciรณ en un entorno privilegiado para la prรกctica del tenis, pero no parece que este hecho pueda justificar por sรญ solo la dimensiรณn del deportista. ยฟY quรฉ hay de esa รฉtica del trabajo que despierta pasiones en todo el mundo? Sin duda, su fortaleza mental y su capacidad de sacrificio pueden ser decisivas cuando se enfrenta a jugadores de enorme nivel, y la final del Open de Australia es un buen ejemplo. Tras su derrota, Medvedev dijo unas palabras tristes, especialmente tristes para un nรบmero dos del mundo que solo tiene 25 aรฑos: โHe dejado de soรฑar y asรญ es difรญcil seguirโ. A Nadal nunca le escuchamos algo asรญ.
Pero un carรกcter rocoso no basta para tirar bolas paralelas a la lรญnea despuรฉs de cuatro horas de partido. Para entendernos: la distancia entre Nadal y usted o yo no se mide รบnicamente en horas de entrenamiento bajo la supervisiรณn de un tรญo extenista, sino, principalmente, en talento. Rafa Nadal naciรณ con unas caracterรญsticas fรญsicas y unas destrezas que, en un entorno propicio para su desarrollo y sumadas a una constancia venerable, moldearon a uno de los mejores deportistas de todos los tiempos.
Asรญ, la biologรญa genera desigualdades de un modo parecido al que lo hace el entorno socioeconรณmico: como un accidente que escapa a nuestro control. A veces, esas diferencias nos sirven a todos con deleite, como un zurdazo de Nadal. Pero, en la vida cotidiana, sus efectos pueden ser menos gozosos.
En su libro The Genetic Lottery, que publicarรก en espaรฑol Deusto en octubre, Harden sostiene que obviar el papel que juegan los genes en nuestra vida tiene consecuencias sociales que pagan los mรกs vulnerables. La autora hace una reivindicaciรณn de la ciencia genรฉtica desde una perspectiva progresista e igualitarista que es audaz y viene a alertarnos sobre una realidad desatendida. Y, sobre todo, niega que en el vรญnculo de los genes con la desigualdad exista un determinismo que anule la posibilidad del cambio.
Para ilustrar su razonamiento, Harden habla de รญndices poligรฉnicos, o grupos de genes que se relacionan con algunos resultados. Tener ciertos poligenes puede aumentar nuestra probabilidad de desarrollar una enfermedad, caer en una adicciรณn, padecer depresiรณn, abandonar prematuramente los estudios o tener conductas que desemboquen en un accidente. Otros genes nos harรกn mรกs proclives a estudiar matemรกticas, a fijar mejor la atenciรณn o a concluir una carrera universitaria. En รบltimo tรฉrmino, nos avisa Harden, los genes acaban teniendo un impacto sobre aspectos tan cruciales como nuestra renta o nuestra salud, y las polรญticas pรบblicas encaminadas a atajar la desigualdad deberรญan tenerlos en cuenta.
Uno de los ejemplos que contiene su libro es el de la lucha contra el tabaquismo. Los impuestos pigouvianos que gravan la compra de cigarrillos han conseguido en Estados Unidos reducir su consumo a la mitad desde 1960. Puede afirmarse que ha sido una medida exitosa, pero no ha sido igual de exitosa para todos. Los cientรญficos han observado que esta polรญtica logra disuadir a muchos fumadores, pero apenas tiene efecto sobre aquellos en los que se han identificado poligenes asociados con el abuso del tabaco. De este modo, las polรญticas pรบblicas implementadas para reducir el tabaquismo estรกn dejando atrรกs al grupo de poblaciรณn que es precisamente mรกs vulnerable a esta dependencia.
Si defender la igualdad de oportunidades es aspirar a una sociedad en la que el nacimiento no lastre el porvenir de las personas, las polรญticas de equidad que solo tengan en cuenta el origen socioeconรณmico quedarรกn cojas y fallarรกn a muchos. Los factores genรฉticos que afectan a nuestros resultados merecen mayor atenciรณn de la que hasta ahora les hemos concedido. Empezando por la infancia.
Hasta ahora, la escuela ha aplicado un modelo pedagรณgico de irreprochable intenciรณn, pero cuyas consecuencias pueden generar alguna frustraciรณn. Les decimos a los niรฑos que el aspecto fundamental que decidirรก su futuro no serรก el talento ni la cuenta corriente de sus padres, sino una serie de actitudes a las que nos gusta llamar habilidades โno cognitivasโ y que son las mismas que admiramos en un campeรณn de tenis: la resistencia, la curiosidad, el afรกn de superaciรณn, el autocontrol o la motivaciรณn. Lo hacemos porque nos parecen habilidades que escapan a la loterรญa del nacimiento, que solo dependen de nuestra voluntad. Sin embargo, estudios cientรญficos han demostrado que todas estas actitudes se heredan en una medida muy similar al cociente intelectual. Tampoco en esto somos como Nadal.
Pero manejar informaciรณn genรฉtica exige hacer un uso correcto de ella. Usarla, como dice Harden, no para clasificar a las personas, sino para mejorar sus oportunidades. Que la biologรญa influya en nuestro desempeรฑo acadรฉmico, nuestra salud o nuestra renta potencial no significa que determine nuestro futuro. La libertad nos sigue haciendo humanos, aunque nuestro albedrรญo disfrute de una parcela menor de lo que quisiรฉramos. Por otro lado, la ciencia ha demostrado hasta quรฉ punto es relevante la interacciรณn de nuestros genes con el ambiente. Si sabemos de antemano que una persona tiene una probabilidad superior a la media de desarrollar una diabetes tipo 2, de abandonar temprano los estudios o de caer en la adicciรณn al juego, estaremos quizรก a tiempo de tomar medidas que prevengan esos acontecimientos.
El debate sobre la meritocracia tendrรก que incorporar la ciencia genรฉtica a sus discusiones, pero seguirรก siendo (casi) tan vibrante como una final de Grand Slam. Todavรญa quedan muchas preguntas. Y en cuanto a Nadal: ยฟnaciรณ o se hizo? Bueno, su caso es una mezcla extraordinaria en la que se podrรกn discutir las proporciones, pero no asรญ los ingredientes: circunstancias, genes y, claro, mรฉrito.
Aurora Nacarino-Brabo (Madrid, 1987) ha trabajado como periodista, politรณloga y editora. Es diputada del Partido Popular desde julio de 2023.