El cine español es una categoría extraña, que arrastra muchos tópicos y confusiones, empezando por el propio uso de esa categoría. Hemos visto la mayoría de ellos en funcionamiento estos días, a raíz de la gala de los Goya, los premios de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas.
A un escritor español no le echan en cara los libros de los demás escritores españoles, por ejemplo: bastante tiene con los suyos. Tampoco le adscriben las opiniones de los demás escritores españoles. No hay mucha gente que diga “yo no leo novelas españolas”, y tampoco se piensa que todas las novelas españolas hablen de la guerra civil, porque más o menos se asume que las novelas son diferentes y que entre ellas hay algunas que hablan de la guerra civil. En un país en el que se nacionalizan bancos y se dan ayudas a multinacionales, parece que el cine es la única industria que recibe dinero público, y esa es una impresión que cómicamente alientan medios que reciben subvenciones. Existe también la idea, profundamente divertida por su total desconexión con la realidad, de que se trata de un sector de millonarios. Se podría entender, sin recurrir a la teoría de la conspiración, que en algunas profesiones hay más gente de izquierdas o de derechas, pero la versión más imaginativa del mito del cine español presenta a todo el sector tomando el sol al borde de piscinas de lujo, conspirando a favor de Zapatero, Fidel Castro y otros miembros del eje del mal. Por otra parte, la gala de los Goya, emitida cada año por la televisión pública, siempre despierta interés: se sigue y se comenta, los periódicos dedican páginas a los vestidos, los chistes y al contenido de los discursos.
Este año, el ambiente venía caldeado. El asunto era si, en medio de una brutal crisis económica y cuando la industria suma al problema de la piratería el recorte de las ayudas y la subida de 13 puntos porcentuales en el IVA de las entradas, los profesionales del cine iban a hacer declaraciones políticas. La especulación acaparó espacio en los medios. En la alfombra roja, los periodistas preguntaban a los nominados qué les parecía que alguien protestara.
Media docena de los galardonados hicieron críticas a la gestión del gobierno. Una actriz dedicó su premio “a los que han perdido sus casas, sus ilusiones, sus esperanzas e incluso sus vidas por culpa de un sistema quebrado, injusto, obsoleto, que permite robar a los pobres para dárselo a los ricos”. Otra dijo que su padre había muerto en un hospital donde no había agua ni mantas y declaró que apenas había tenido trabajo en tres años. El presidente de la Academia criticó las medidas del gobierno que perjudican a la industria. Asombrosamente, los chistes de la presentadora recaían más en el gobierno que en la oposición.
Nadie debería escandalizarse por esto. El representante de un sector defiende sus intereses. Ocupar el poder tiene algunas contrapartidas, como por ejemplo que hagan más chistes sobre ti. Y uno puede compartir o no el discurso de Maribel Verdú –Christopher Hitchens usó la fórmula “socialismo para los ricos y capitalismo para los pobres” para describir la crisis financiera, y hace unas semanas Ulrich Beck hablaba de “socialismo de Estado para los ricos y los bancos, neoliberalismo para las clases medias y los pobres”– o el de Candela Peña –que me pareció desafortunado y poco hábil si lo que pretendía era defender la sanidad pública–, pero no parece que fuesen un abuso de la libertad de expresión.
Sin embargo, algunos han intentado desacreditar a esos peligrosos subversivos. El periodista Santiago González escribió sobre la gala. Según González, en la actuación de la presentadora “hubo momentos inenarrables, como cuando definió la especial jurisdicción de los actores: ‘la máxima autoridad para nosotros, el presidente de la Academia, Enrique González Macho’”. Como Santiago González es un hombre inteligente, no pienso que realmente se tome en serio lo que insinúa: más o menos, que los miembros de la industria del cine no reconocen a las instituciones de este país y se consideran parte de una especie de república sectorial al margen de la ley. La distorsión intelectual de la insinuación me recordó lo que le dijo a Harold Ross uno de sus redactores: “Eres tan retorcido que comes un clavo y cagas un tornillo”.
El texto de González tenía el encanto de pedir equidistancia a un monólogo cómico. Reprochaba, por ejemplo, que hubiera un chiste acerca de los sobres de Bárcenas. Pero ¿qué guionista podría resistirse en este momento? A todos nos seduce la posibilidad de hacer una broma fácil, y González lo sabe bien: él mismo aprovecha la ocasión para hacer un chiste de sobres a partir de un error de la gala.
Candela Peña dijo que solo había trabajado en una película en los últimos tres años. González la corregía:
“No sé si recollir-lo en català com a actriu catalana que sóc, o decir: “Thank you very much. I’m very, very happy… [grandes aplausos] Quiero decir que hace tres años que no trabajaba [desde 2008 ha trabajado en 6 películas, lo que hace una media de 1,2 películas por año, a saber: tres en 2008, una en 2009, una en 2012, por la que ha recibido el premio y la que está haciendo con Isabel Coixet, que se estrenará en abril] (los corchetes son de González)
A mí también me sorprendieron los aplausos. Pero yo no estaba al corriente de que en los Premios Gaudí Candela Peña había recibido críticas por dar su discurso de agradecimiento en castellano y por no aplaudir una declaración independentista de la actriz Montserrat Carulla. La contabilidad de González (que esta vez no pone link a su fuente) es curiosa. Decide remontarse hasta el 2008, un año en el que Peña hizo tres películas (entre ellas un cortometraje), y así le sale esa media de 1,2 películas anuales. Si en el 2009 Peña hizo The Island Inside, en 2010, 2011 y 2012 solo aparece una película suya en imdb.com, Una pistola en cada mano, por la que recibió el Goya.
El periodista establecía una analogía entre las palabras de la gala con el caso de “un joven dirigente de IU en Vitoria escribió una carta abierta a Cosme Delclaux, entonces secuestrado por ETA, en el diario Egin. El espíritu de la misma venía a ser un ‘jódete, Cosme’”. Posiblemente él mismo se dio cuenta de que la comparación era un tanto excesiva, ya que matizaba antes que se trataba de “un caso más severo”.
La Razón dedicó una portada a Maribel Verdú, bajo un titular que decía “La doble cara del cine español”, con un fotomontaje sobre el rostro de la actriz y el letrero: “Maribel Verdú, de multipropietaria, vendedora de hipotecas y accionista de una clínica privada a heroína antidesahucios y abanderada de las críticas al Gobierno por los recortes”. Es decir: cuando recibes un premio por tu trabajo decides solidarizarte con gente que lo está pasando mal, y un par de días después te encuentras una campaña llena de insultos y especulaciones sobre tu vida privada. Bajo la retórica ampulosa que presenta a Verdú como “vendedora de hipotecas” y luego como una especie de Agustina de Aragón antisistema, se encuentra el dato de que la actriz había hecho un anuncio en el que se fomentaba la contratación de hipotecas. Parece un poco extraño que haber hecho un anuncio te impida criticar algo –especialmente en un medio que publica anuncios–, o pensar que una persona que se encuentre en una situación económicamente cómoda no pueda defender a los que están en una situación peor. Y, en todo caso, sería mejor presentar argumentos que lanzarse a un ataque personal.
En la línea de quienes reprochan a los actores que lleven ropa de gala en una gala y aun así critiquen al sistema –por lo visto, serían mucho más convincentes si fueran desharrapados–, este fin de semana ABC publicaba tres páginas tituladas “El capitalismo sienta bien a los actores más críticos”, que denunciaban que a estrellas de Hollywood como Penélope Cruz y Javier Bardem les vayan bien las cosas. Se detallaban inmuebles y empresas de gente que ha criticado al gobierno, o de gente que es próxima a gente que ha criticado al gobierno, o de gente de quien se sospecha que podría criticar al gobierno si tuviera la oportunidad. Se hablaba de “prebendas que el ciudadano de a pie no disfruta” cuando un registrador de la propiedad se negó a informar del patrimonio de un actor. El artículo estaba lleno de insinuaciones malintencionadas: la empresa de Pilar Bardem tiene un “nombre casi guerracivilista”, la productora de Pedro Almodóvar es un “emporio cinematográfico” y José Corbacho recibió un préstamo de La Caixa.
Aun así, es el estilo que eligen esos medios, y resulta mucho más preocupante la respuesta del ministro de Hacienda, que dijo que “alguno de nuestros famosos actores no pagan impuestos en España”. En un momento chanante, añadió que, cuando paguen en nuestro país, “las bases imponibles y la recaudación serán más amplias”, como si la culpa del déficit fuera de los actores. Esas palabras, que pretenden desacreditar a todo un sector, son irresponsables, tienen un tono levemente mafioso y no están a la altura de lo que debería ser un ministro de un país democrático. No es la primera vez que el ministro Montoro, que amenazó a los medios críticos con airear sus deudas tributarias, adopta maneras que recuerdan a Cristina Kirchner.
Se dice con frecuencia que damos demasiada importancia a las opiniones políticas de las celebridades, y posiblemente sea cierto, aunque no creo que sea culpa suya. Como en profesionales de todo tipo, hay opiniones más o menos discutibles, más o menos fundadas. Tienen derecho a exponerlas y nosotros a criticarlas: yo lo he hecho en más de una ocasión. Lo peligroso es que se intente difamar a quien piensa de otra manera, que se creen categorías groseras e indiscriminadas, y que quien nos representa a todos se comporte como un cacique o un aprendiz de Joe McCarthy.
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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).