Días con Hitler

De la ignorancia y la ligereza al hablar de uno de los mayores asesinos de la Historia.
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Hitler se me ha hecho presente los últimos días debido a la ignorancia histórica y la irreflexiva superficialidad.

Primero con ocasión de Vicente Echeverría del Prado. Había rastreado un poema que publicó en En pie de niebla, inconseguible en México. W lo escaneó y me lo envió desde Berlín. Durante la diligencia, mi amigo descubrió el poema filonazi “A la gran Alemania inmortal”. ¿Cómo se le pueden cantar odas a “Hitler, señor de un mundo sin mentira”, un año después de terminada la guerra? Mi perplejidad fue absoluta. Y, ¿no es una contradicción ser mexicano y congeniar con el nazismo? Si México colindara con Alemania, Hitler nos habría arrasado, pues la “raza mexicana” dista de ser aria.

Cuando comenté el poema con Gabriel Zaid, me explicó que “la gente prefiere olvidar que Hitler, igual que Stalin, fue visto en la perspectiva antigringa y tuvo simpatizantes en México”.

El mensaje de Zaid me alcanzó en Guadalajara, adonde había ido con ocasión de la Feria del Libro. En ese marco, Peña Nieto ostentó su ignorancia. De inmediato cundieron los chistes, entre otros una secuencia subtitulada al caso de La caída (Der Untergang). Nada diré acerca de estos subtítulos, repletos de errores de ortografía y vulgaridades fáciles (¿escriben así los que sí han leído?).

Al día siguiente, Proceso publicó su cartón semanal (“El pequeño Hitler”), donde se hacía burla de Calderón. Pero una cosa es que un adolescente –imagino– se entretenga en la red “traduciendo” el monólogo de Hitler, y otra es que una de las revistas de mayor circulación y peso específico en el país represente al presidente como uno de los mayores asesinos de la Historia.

Ya se sabe que la caricatura exagera los rasgos más pronunciados de la fisonomía: Napoleón aparece siempre como enano y Sarkozy con nariz de Cyrano y orejas descomunales. Para representar a Felipe Calderón, el dúo de caricaturistas Monosapiens –cuyo pensar se colige monoaural– lo pintó como Hitler, calcando la estética e incluso las escenas mismas de La caída. Por sí misma, la exageración es fallida, pues Calderón no ha planeado el asesinato sistemático de millones de personas. El cartón es fruto de la improvisación fácil e irreflexiva.

Más grave aún es que un nombre judío (Krauze) esté en boca del “pequeño Hitler”. Decenas de personas de esa familia murieron en campos de exterminio nazi. ¿Es esa la manera como una revista de izquierda –centinela de los desvalidos y las causas sociales– muestra respeto por las víctimas y sus familiares? Ahí, Monosapiens manifiesta su ruindad y su ignorancia histórica, que refleja la misma y preocupante condición de muchos mexicanos.

Por ejemplo: apenas el domingo pasado visité el mercado de pulgas de Avenida México, en Guadalajara. Me dejaron boquiabierto tantas pilas de productos nazis en distintos puestos: desde Mi lucha hasta calcomanías con suásticas, cascos de soldados de la ss y otra memorabilia. Pocos días antes había visto también un árbol en Mixcoac con suásticas navajeadas en la corteza.

¿A qué esa fascinación pronazi? De niño tuve la fortuna de aprender las dimensiones del asunto. En secundaria, el aburrimiento de la clase de matemáticas empujó a un compañero a dibujar en su cuaderno. Cuando el profesor lo vio, enrojeció, se puso fúrico y comenzó a gritar de una manera que ninguno olvidamos jamás. Conforme la salva de gritos nos taladraba los oídos, empezábamos a comprender: no se trataba de una caricatura suya, sino de una suástica. Aprendimos que con los símbolos del nazismo, que sembró dolor y sufrimiento en tantos seres humanos, no se juega. Años después ­supe que su familia había huido de Eslovenia para salvarse de la persecución nazi.

En México, las bromas sobre Hitler son moneda corriente. Justo ayer le compré un jugo al señor de siempre en la plaza donde vivo. Me advirtió que le invitara uno a mi acompañante de origen alemán, “si no te va a echar a Hitler encima”.

Durante mis años en Berlín aprendí que los alemanes no hacen bromas de esta calaña y que los periodistas –creo que ni siquiera los de Titanic– tampoco habrían publicado “El pequeño Hitler”.

Sin saber nada acerca de Timón, de José Pagés Llergo, de Salvador Borrego y de la fascinación de los treintas y cuarentas, para el grueso de los mexicanos Hitler es todavía la primera asociación que se establece con Alemania. La malhadada monoignorancia conduce a bromas ligeras e irresponsables, que hieren a judíos y a alemanes.

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Doctor en Filosofía por la Humboldt-Universität de Berlín.


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