Paranormal Activity: la flexibilidad del discovered footage

El primero de cuatro análisis sobre cada entrega de Paranormal Activity.
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Paranormal Activity es digna de estudio porque logró, hace apenas seis años, romper con esquemas que estaban ya más o menos impuestos y de los que difícilmente salían las cintas de horror más taquilleras; durante estos seis años, además, su aspecto visual y sus técnicas narrativas han sido imitadas y parodiadas en múltiples ocasiones: recordemos que esas dos circunstancias son el principio de los requisitos para entrar en la categoría de “clásico”. Este texto no tiene la intención de demostrar la calidad de las cintas, sea por separado o en conjunto; no es un alegato a favor o en contra de la saga sino una aproximación que nos permita conocer un poco más lo que sucede al interior de estas películas. Lo dividiremos en cuatro entradas. Fiel a la costumbre, contiene spoilers.

Paranormal Activity (2007)

Ya se ha hablado con anterioridad en este blog del género conocido como found footage –pietaje encontrado, aunque David Bordwell expresa en su texto acerca de Paranormal Activity su preferencia por llamarlo discovered footage, o pietaje descubierto, noción con la que estamos de acuerdo. Como ya se había anotado en esa ocasión, es relativamente sencillo rastrear sus raíces a través del cine –Blair Witch Project, Cloverfield, Holocausto Caníbal— hasta la literatura, donde es común referirse al género como manuscrito encontrado –La narración de Arthur Gordon Pym de Nantucket, Drácula, El Quijote de la Mancha—. (Encontramos pocas referencias al asunto del horror en manuscrito encontrado en el cómic, aunque sí existen algunos cuantos ejemplos: el diario de Rorschach, por ejemplo, se utiliza de esa forma en algunos momentos hacia el final de Watchmen. Seguro es una cuestión de lenguaje –es más difícil mantener la verosimilitud de un horror “real” que ha sido descubierto en el cómic que en el cine o la literatura dado que una persona asustada difícilmente se detendrá a dibujar y a escribir, pero, si alguien tiene ejemplos, agradeceríamos que los dejara en los comentarios.) También es relativamente sencillo identificar el porqué del uso del recurso: dar credibilidad con miras a causar efectos dramáticos en una historia a la que, de otra forma, sería más difícil introducir al espectador.

Katie y Micah forman una joven pareja que, al principio de la película, trata medio en serio, medio en broma, de lidiar con cierta presencia sobrenatural que causa molestias en casa. El joven decide conseguir una cámara –ya lo ha hecho al momento de iniciar la cinta— y registrar todo lo que sucede para intentar encontrar alguna explicación plausible. Oren Peli, director de la primera entrega de Actividad Paranormal –y productor de las tres secuelas—, le dio una estética dividida que ha permanecido, con algunas variaciones menores, en el resto de la saga. Por un lado encontramos lo que graba Micah, el novio de Katie, la chica poseída, mientras lleva su cámara a todos lados. Estas escenas de cámara en mano son híper personales; se acercan al máximo a los personajes –literal y metafóricamente— y son, en su mayoría, expositivas: revelan parte importante del problema –el demonio que la persigue, el fracaso constante de Micah por detenerlo, la paulatina fragmentación entre el noviazgo de ambos— y nos acercan emocionalmente a la pareja. Katie, en torno a quien gravita la película, es vista en varias ocasiones perdiendo la paciencia y en más de una rompiendo en llanto.

El momento más alto de la estética hasta intrusiva de la cámara subjetiva es un susto que ocurre momentos antes del final de la cinta: Katie yace sobre la cama después de haber padecido un episodio cercano a la catatonia –aunque ya nos imaginamos que está poseída—; justo cuando la joven pareja ha decidido que deben largarse de inmediato de la casa, ella, bajo el influjo de algún demonio, decide que es mejor quedarse allí. Micah discute brevemente pero ella insiste: “Todo estará bien”, dice. Micah abandona la habitación. “Todo estará bien”, se repite ella, “todo estará bien”. La última frase ya no es pronunciada con su voz sino con la del demonio; la cámara, abandonada por su novio en la cama, sigue registrando todo: su rostro, la voz distorsionada y la sonrisa que convierte al espectador en cómplice involuntario del desenlace de la película. Este susto es importante, también, porque sucede solo para el espectador, sin que dentro de la pantalla ocurra algún sobresalto para los protagonistas. Esta es precisamente una de las posibilidades más interesantes del discovered footage: hacer aún más cómplice al espectador de lo que sucede en pantalla.

Esta estética personalísima de la cámara en mano contrasta con las largas tomas emparentadas con las filmaciones de cámara de vigilancia –que podrían imbricarse con el cine de arte “contemplativo”— que conforman gran parte de la cinta. Esta cámara es la misma –físicamente, en el universo de la cinta— que la subjetiva; la diferencia radica en que es Micah quien la coloca para registrar lo que sucede por la noche. Los shots nocturnos  duran varios minutos sin que haya corte alguno; gran parte de su mérito radica en generar la necesidad, el interés genuino e inevitable, de mirar atentamente a la pantalla para saber qué está pasando allí. Esto provoca una atención al frame inusual en los blockbusters convencionales, donde lo más importante está aglutinado justo al centro de la pantalla. Paranormal Activity le da un pequeño giro al  uso estándar del encuadre y obliga al espectador interesado a ampliar su mirada cotidiana, no despreciable hazaña en el cine comercial de los dosmiles.

Un ejemplo de esto es la escena en la que Micah esparce el talco en el suelo de la habitación. Aunque la acción está más o menos situada al centro de la pantalla, lo cierto es que está más orientada hacia la parte izquierda inferior; cuesta trabajo ver lo que sucede a simple vista. Con todo, el suspenso creado hasta el momento obliga al espectador a mirar con atención el cuadro y, principalmente, a esa fracción de pantalla en la que se alcanza a ver el polvo en el piso del cuarto. La paciencia, como suele suceder, tiene sus recompensas: después de un lapso, ocurren las pisadas –que, aún así, resultan ligeramente difíciles de apreciar. La cinta es generosa en ese momento con el espectador distraído y le concede un momento en el que Micah y Katie revisan la grabación para ver, por si se lo perdió, las huellas del demonio que los persigue. Pocas veces como esta podemos ver en el cine hollywoodense de horror una estética tan dividida e, irónicamente, tan complementada.

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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