Ilustraciรณn: Pablo Duarte

Los animales se divierten

El juego animal pone en tela de juicio que la lucha por la supervivencia sea el รบnico motor de los seres vivos. Del darwinismo al electrรณn este ensayo invita a ver la libertad lรบdica como un principio de la naturaleza.
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En cierta ocasiรณn, mi amiga June Thunderstorm y yo estuvimos media hora sentados en un prado junto a un lago de montaรฑa observando cรณmo un gusano medidor se bamboleaba en lo alto de un tallo de hierba, giraba hacia todas las direcciones posibles y, finalmente, saltaba al tallo mรกs prรณximo para seguir haciendo lo mismo. Asรญ continuรณ recorriendo un amplio cรญrculo, en lo que tendrรญa que ser un enorme gasto de energรญa, sin que aparentemente hubiera razรณn alguna para hacerlo.

โ€œTodos los animales juegan โ€“me habรญa dicho una vez Juneโ€“. Incluso las hormigas.โ€ Ella habรญa trabajado durante muchos aรฑos como jardinera profesional y habรญa tenido ocasiรณn de observar y examinar numerosos episodios como este.

โ€“Mira โ€“me dijo con un aire de modesto triunfoโ€“. ยฟVes lo que quiero decir?

Muchos de nosotros, al escuchar esta historia, insistirรญamos en comprobarla. ยฟCรณmo sabemos que el gusano estaba jugando? Quizรก los cรญrculos invisibles que trazaba en el aire no eran mรกs que la bรบsqueda de alguna clase de presa desconocida. O un rito de apareamiento. ยฟQuiรฉn puede probar que no se trataba de eso? Y aunque el gusano estuviera jugando, ยฟcรณmo sabemos que esta forma de juego no servรญa en รบltima instancia a algรบn propรณsito prรกctico, un ejercicio o entrenamiento para alguna posible emergencia futura de los gusanos medidores?

Esta serรญa tambiรฉn la reacciรณn de la mayorรญa de los etรณlogos profesionales. En general, el anรกlisis de un comportamiento animal no se considera cientรญfico si no se parte del supuesto, al menos tรกcitamente, de que el animal estรก actuando conforme a los mismos cรกlculos de medios y fines que uno aplicarรญa a las transacciones econรณmicas. Segรบn ese supuesto, un gasto de energรญa debe estar dirigido a algรบn objetivo, ya se trate de obtener alimento, de asegurar el territorio, de alcanzar una posiciรณn dominante o de maximizar el รฉxito reproductivo… a no ser que se pueda probar con absoluta certeza que no es asรญ, y una prueba absoluta en tales materias es, como puede imaginarse, muy difรญcil de conseguir.

En este punto debo seรฑalar que realmente no importa quรฉ tipo de teorรญa de la motivaciรณn animal pueda considerar un cientรญfico: lo que cree que piensa un animal, si es que piensa que de un animal puede decirse que โ€œpiensaโ€ en algo. No estoy diciendo que los etรณlogos crean realmente que los animales son simples mรกquinas racionales de calcular. Lo que estoy diciendo es que los etรณlogos se han encerrado en un mundo en el que ser un cientรญfico significa ofrecer una explicaciรณn del comportamiento en tรฉrminos racionales, lo que a su vez significa describir un animal como si fuera un actor econรณmico calculador que intenta maximizar alguna forma de interรฉs propio, independientemente de cuรกl pueda ser su teorรญa de la psicologรญa o la motivaciรณn animal.

Esta es la razรณn por la que la existencia del juego animal se considera una especie de escรกndalo intelectual. Estรก poco investigado, y quienes lo estudian son vistos como personajes un tanto excรฉntricos. Al igual que sucede con muchas nociones vagamente amenazantes y especulativas, se introducen criterios difรญciles de satisfacer para probar que existe el juego animal, e incluso, cuando se lo reconoce, la investigaciรณn suele canibalizar sus propios hallazgos al intentar demostrar que el juego debe tener alguna funciรณn de supervivencia o de reproducciรณn a largo plazo.

A pesar de todo esto, aquellos que se meten en la materia se ven invariablemente obligados a concluir que el juego existe en todo el universo animal. Y no solo existe entre criaturas tan notoriamente juguetonas como los monos, los delfines o los cachorros de perro, sino entre especies tan improbables como las ranas, los foxinos, las salamandras, los cangrejos violinistas y… sรญ, hasta las hormigas, que no solo se dedican a actividades superfluas como individuos, sino que, desde el siglo XIX, tambiรฉn se las ha visto organizar guerras fingidas, al parecer por pura diversiรณn.

ยฟPor quรฉ juegan los animales? Bueno, ยฟpor que no tendrรญan que hacerlo? La verdadera pregunta es: ยฟpor quรฉ nos parece tan misteriosa la existencia de acciones ejecutadas por el puro placer de actuar, el ejercicio de facultades por el puro placer de ejercitarlas? ยฟQuรฉ es lo que nos dicen estas acciones acerca de nosotros mismos para que por instinto supongamos que son misteriosas?

La supervivencia de los mal adaptados

La tendencia del pensamiento popular a contemplar el mundo biolรณgico en tรฉrminos econรณmicos estaba presente en los comienzos de la ciencia darwiniana del siglo XIX. Charles Darwin, despuรฉs de todo, tomรณ prestada la expresiรณn โ€œsupervivencia de los mejor adaptadosโ€ del sociรณlogo Herbert Spencer, el niรฑo mimado de los tiburones del capitalismo. Spencer, por su parte, quedรณ admirado por el modo en que las fuerzas que guiaban la selecciรณn natural segรบn El origen de las especies coincidรญa con sus propias teorรญas del laissez-faire econรณmico. Se entendรญa que la competencia por los recursos, el cรกlculo racional de la ventaja y la extinciรณn gradual de los dรฉbiles eran las directrices primordiales del universo.

La apuesta en favor de esta nueva visiรณn de la naturaleza como el teatro de una lucha brutal por la existencia era muy arriesgada, y desde muy pronto se plantearon objeciones. Una escuela alternativa de darwinismo que emergiรณ en Rusia subrayaba la importancia de la cooperaciรณn, y no de la competencia, como motor del cambio evolutivo. En 1902, este enfoque se expresรณ en un libro popular, El apoyo mutuo: un factor de la evoluciรณn, escrito por el naturalista y divulgador del anarquismo revolucionario Piotr Kropotkin. Respondiendo explรญcitamente a los darwinistas sociales, Kropotkin argumentaba que toda la base teรณrica del darwinismo social era errรณnea: las especies que cooperan de manera mรกs eficaz tienden a ser mรกs competitivas a largo plazo. Kropotkin, prรญncipe de nacimiento (renunciรณ al tรญtulo en su juventud), pasรณ muchos aรฑos en Siberia como naturalista y explorador antes de ir a la cรกrcel por agitaciรณn revolucionaria, de donde escapรณ para huir a Londres. Redactรณ El apoyo mutuo a partir de una serie de ensayos escritos en respuesta a Thomas Henry Huxley, un conocido darwinista social, y resumiรณ la visiรณn rusa de la รฉpoca, segรบn la cual, aunque la competencia es sin duda un factor que impulsa la evoluciรณn tanto natural como social, en รบltimo tรฉrmino el papel de la cooperaciรณn es decisivo.

La biologรญa del siglo XX, y en particular la emergente subdisciplina de la psicologรญa evolutiva, se tomรณ muy en serio el desafรญo ruso, aunque raramente lo llamรณ por su nombre. Por el contrario, se camuflรณ bajo el mรกs amplio โ€œproblema del altruismoโ€, otra expresiรณn tomada de los economistas y que dio lugar a debates entre los teรณricos de la โ€œelecciรณn racionalโ€ en las ciencias sociales. Esta cuestiรณn ya habรญa preocupado a Darwin: ยฟpor quรฉ tendrรญan los animales que sacrificar sus ventajas individuales en favor de otros?, pues nadie puede negar que en ocasiones lo hacen. ยฟPor quรฉ un animal atrae hacia sรญ una atenciรณn potencialmente letal a fin de alertar a sus compaรฑeros de rebaรฑo del acecho de un predador? ยฟPor quรฉ las abejas obreras tendrรญan que suicidarse para proteger su colmena? Si proponer la explicaciรณn cientรญfica de cualquier comportamiento significa atribuir motivos racionales y maximizadores, entonces ยฟquรฉ es lo que estรก tratando de maximizar la abeja kamikaze?

Todos conocemos la respuesta consiguiente, que fue posible gracias al descubrimiento de los genes. Esos animales solo estaban tratando de maximizar la propagaciรณn de sus propios cรณdigos genรฉticos. Lo curioso es que esta visiรณn (que ha venido a conocerse como neodarwiniana) fue desarrollada en gran medida por figuras que se consideraban a sรญ mismas radicales de uno u otro tipo. Ya en la dรฉcada de 1930, el biรณlogo marxista Jack Haldane intentaba irritar a los moralistas diciendo con ironรญa que รฉl, como cualquier entidad biolรณgica, estarรญa encantado de sacrificar su vida por โ€œdos hermanos u ocho primosโ€. El culmen de esta lรญnea de pensamiento llegรณ con El gen egoรญsta, del ateo militante Richard Dawkins, donde se insistรญa en que todas las entidades biolรณgicas podrรญan describirse mรกs adecuadamente como โ€œrobots torpesโ€ programados por cรณdigos genรฉticos que, por alguna razรณn que nadie puede explicar, actรบan como โ€œexitosos gรกnsteres de Chicagoโ€, extendiendo sin compasiรณn sus territorios en un deseo infinito por propagarse. Tales afirmaciones se matizaban tรญpicamente con comentarios como el siguiente: โ€œPor supuesto, esto solo es una metรกfora, los genes en realidad no quieren ni hacen nada.โ€ Pero la verdad es que las conclusiones de los neodarwinistas partรญan, en la prรกctica, de su supuesto inicial: que la ciencia exige una explicaciรณn racional, que esto significa atribuir motivaciones racionales a todo comportamiento y que una verdadera motivaciรณn racional solo puede ser aquella que, al observarse en seres humanos, podrรญa describirse como egoรญsta o avariciosa. El resultado fue que los neodarwinistas fueron mucho mรกs lejos que los representantes de la variedad victoriana. Si los darwinistas sociales de la vieja escuela como Herbert Spencer veรญan la naturaleza como un mercado, aunque se tratara de un mercado inusualmente despiadado, la nueva versiรณn era descaradamente capitalista. Los neodarwinistas proponรญan no solo la lucha por la supervivencia, sino un universo de cรกlculo racional movido por un imperativo en apariencia irracional de crecimiento ilimitado.

En todo caso, asรญ fue como se entendiรณ el desafรญo ruso. El argumento real de Kropotkin es mucho mรกs interesante. Buena parte de este argumento se refiere, por ejemplo, al modo en que el comportamiento animal suele ser ajeno a la supervivencia o la reproducciรณn, siendo por el contrario una forma de placer en sรญ mismo. โ€œVolar en bandadas por placer es muy comรบn entre todo tipo de avesโ€, escribe. Kropotkin multiplica los ejemplos de juego social: parejas de buitres volando en cรญrculos para entretenerse, liebres tan amigables con otras especies que de manera ocasional โ€“e imprudenteโ€“ se acercan a los zorros, bandadas de pรกjaros que ejecutan exhibiciones aรฉreas, grupos de ardillas que se reรบnen para practicar la lucha y otros juegos similares:

Hoy sabemos que a todos los animales, comenzando por las hormigas, siguiendo con las aves y terminando con los mamรญferos superiores, les gustan los juegos, la lucha, correr unos detrรกs de otros, intentar atraparse, gastarse bromas entre sรญ, etc. Y aunque muchos juegos son, por asรญ decirlo, una escuela de comportamiento adecuado de los jรณvenes para la vida adulta, hay otros que, aparte de sus propรณsitos utilitarios, son, junto con la danza y el canto, meras manifestaciones de un exceso de fuerzas, โ€œla alegrรญa de la vidaโ€ y el deseo de comunicarse de algรบn modo con otros individuos de la misma especie o de otra; en resumen, una autรฉntica manifestaciรณn de sociabilidad, la cual es una caracterรญstica distintiva de todo el mundo animal.

Ejercer las capacidades propias en toda su extensiรณn es gozar del placer de la propia existencia, y para las criaturas sociables tales placeres aumentan de manera proporcional al realizarse en compaรฑรญa. Desde la perspectiva rusa esto no necesita ninguna explicaciรณn. Se trata en realidad de lo que es la vida. No tenemos que explicar por quรฉ las criaturas desean estar vivas. La vida es un fin en sรญ mismo. Y si estar vivo consiste en realidad en tener facultades (correr, saltar, luchar volar por el aire), entonces con seguridad el ejercicio de tales facultades como fin en sรญ mismo tampoco tiene por quรฉ ser explicado. No es mรกs que una extensiรณn del mismo principio.

Friedrich Schiller habรญa argumentado ya en 1795 que era precisamente en el juego donde se encuentra el origen de la autoconciencia, y por tanto de la libertad, y por tanto de la moralidad. โ€œEl hombre solo juega cuando es hombre en el pleno sentido de la palabra โ€“escribรญa Schiller en Sobre la educaciรณn estรฉtica del hombreโ€“, y solo es un hombre completo cuando juega.โ€ Si esto es asรญ, y si Kropotkin estaba en lo cierto, entonces los destellos de la libertad, o incluso de la vida moral, comienzan a aparecer por todas partes a nuestro alrededor.

Por consiguiente, apenas puede sorprender que este aspecto de la argumentaciรณn de Kropotkin fuera ignorado por los neodarwinistas. A diferencia del โ€œproblema del altruismoโ€, la cooperaciรณn por placer, como fin en sรญ mismo, no puede recuperarse para propรณsitos ideolรณgicos. De hecho, la versiรณn de la lucha por la existencia que emergiรณ a lo largo del siglo XX dejaba aรบn menos espacio para el juego que la antigua versiรณn victoriana. El mismo Herbert Spencer no tenรญa ningรบn problema con la idea de que el juego animal no tenga ningรบn propรณsito, siendo simplemente un divertimento o exceso de energรญa. Al igual que un empresario o vendedor de รฉxito podรญa irse a casa y jugar una buena partida de naipes o de polo, ยฟpor quรฉ los animales que triunfan en la lucha por la existencia no podrรญan tambiรฉn divertirse un poco? Sin embargo, en la nueva versiรณn abiertamente capitalista de la evoluciรณn, en la que el impulso hacia la acumulaciรณn no tenรญa lรญmites, la vida ya no era un fin en sรญ mismo, sino un mero instrumento para la propagaciรณn de secuencias de adn; y asรญ la misma existencia del juego se veรญa como una suerte de escรกndalo.

ยฟPor quรฉ yo?

No se trata solo de que los cientรญficos se muestren reticentes a emprender un camino que pueda conducirlos a ver el juego (y por consiguiente las semillas de la conciencia de sรญ, la libertad y la vida moral) entre los animales. Para muchos de ellos cada vez es mรกs difรญcil justificar la atribuciรณn de cualquiera de estas cosas incluso a los seres humanos. Una vez que todos los seres vivos han sido reducidos al equivalente de actores de mercado, a calculadoras racionales que tratan de propagar su cรณdigo genรฉtico, se llega a aceptar que no solo las cรฉlulas que constituyen nuestros cuerpos, sino cualesquiera seres que fueran nuestros ancestros inmediatos carecen de cualquier cosa remotamente parecida a la conciencia de sรญ, la libertad o la vida moral… lo que hace difรญcil comprender cรณmo o por quรฉ la conciencia (una mente, un alma) pudo haber evolucionado alguna vez.

El filรณsofo estadounidense Daniel Dennett encuadra el problema con mucha lucidez. Tomemos por ejemplo las langostas, argumenta: no son sino robots. Las langostas pueden arreglรกrselas sin tener ningรบn sentido de sรญ mismas. Podemos preguntarnos quรฉ se siente cuando se es una langosta. No se siente nada. No poseen nada que siquiera se parezca a la conciencia; son mรกquinas. Pero si es asรญ, sigue argumentando Dennett, entonces se debe suponer lo mismo para toda la escala ascendente de la complejidad evolutiva, desde las cรฉlulas vivas que constituyen nuestros cuerpos a criaturas tan elaboradas como los monos y los elefantes, de los cuales, a pesar de sus cualidades aparentemente humanas, no se puede demostrar que piensen acerca de lo que hacen. Asรญ prosigue hasta que, de repente, Dennett llega a los seres humanos, quienes, pese a que ciertamente van volando en piloto automรกtico al menos el 95% del tiempo, parecen poseer este โ€œyoโ€, esta conciencia autoinjertada en su cabeza que de vez en cuando aparece para supervisar y tomar nota, interviniendo para decirle al sistema que busque un nuevo empleo, abandone el tabaco o escriba un artรญculo acadรฉmico sobre los orรญgenes de la conciencia. Segรบn la formulaciรณn de Dennett:

Sรญ, tenemos un alma, pero estรก hecha de un montรณn de robots diminutos. De alguna manera, los trillones de cรฉlulas robรณticas (e inconscientes) que componen nuestros cuerpos se organizan entre sรญ formando sistemas interactivos que mantienen las actividades tradicionalmente atribuidas al alma, el ego o el yo. Pero, una vez que hemos aceptado que los robots simples son inconscientes (si las tostadoras, telรฉfonos y termostatos son inconscientes), ยฟpor quรฉ no podrรญa haber equipos de estos robots que realizaran sus proyectos mรกs fantรกsticos sin necesidad de componerme a mรญ? Si el sistema inmune tiene su propia mente, y el circuito de coordinaciรณn entre la mano y el ojo que recoge bayas tiene su propia mente, ยฟa quรฉ viene molestarse en hacer una supermente para supervisar todo eso?

La respuesta que se da a sรญ mismo Dennett no es especialmente convincente: sugiere que desarrollamos la conciencia para poder mentir, lo que nos proporciona una ventaja evolutiva (si es asรญ, ยฟlos zorros tambiรฉn serรญan conscientes?). Pero la dificultad de la cuestiรณn se multiplica cuando preguntamos cรณmo sucede eso: โ€œel difรญcil problema de la concienciaโ€, como lo llama David Chalmers. ยฟCรณmo se asocian en apariencia las cรฉlulas y los sistemas robรณticos para tener experiencias cualitativas como sentir la humedad, saborear el vino, adorar la cumbia pero ser indiferentes a la salsa? Algunos cientรญficos son lo suficientemente honrados como para admitir que no tienen la mรกs mรญnima idea de cรณmo se explican este tipo de experiencias, y sospechan que nunca la tendrรกn.

ยฟBaila el electrรณn (o los electrones)?

El dilema tiene una vรญa de escape, y el primer paso es considerar que nuestro punto de partida podrรญa estar equivocado. Otra vez, hablemos de langostas. Las langostas tienen una reputaciรณn muy mala entre los filรณsofos, que suelen considerarlas como ejemplo neto de criaturas sin pensamiento ni sensaciones. Podemos suponer que esto se debe a que las langostas son el รบnico animal que los filรณsofos han matado con sus propias manos antes de comรฉrselas. Resulta desagradable arrojar a una olla de agua hirviendo a una criatura que pugna por evitarlo; uno tiene que poder decirse a sรญ mismo que la langosta no estรก en realidad sintiendo nada (la รบnica excepciรณn a esta pauta parece ser, por alguna razรณn, Francia, donde Gรฉrard de Nerval solรญa sacar a pasear atada con una correa a una langosta que tenรญa como mascota, y donde Jean-Paul Sartre llegรณ a obsesionarse erรณticamente con las langostas en cierto momento, despuรฉs de haber tomado demasiada mescalina). Pero de hecho, la observaciรณn cientรญfica ha revelado que incluso las langostas practican algunas formas de juego: manipular objetos, por ejemplo, acaso por el mero placer de hacerlo. Si tal es el caso, llamar โ€œrobotsโ€ a estas criaturas equivaldrรญa a despojar de su significado a la palabra โ€œrobotโ€. Las mรกquinas simplemente no juguetean. Pero si, despuรฉs de todo, las criaturas vivientes no son robots, entonces muchas de estas cuestiones en apariencia espinosas se disuelven de inmediato.

ยฟQuรฉ ocurrirรญa si procediรฉramos desde la perspectiva opuesta y conviniรฉramos en tratar el juego no como una anomalรญa peculiar sino como nuestro punto de partida, un principio que estรก ya presente no solo en las langostas y en todas las criaturas vivas, sino tambiรฉn en todos los niveles donde encontramos lo que los fรญsicos, los quรญmicos y los biรณlogos llaman โ€œsistemas autoorganizadosโ€?

Esto no es tan disparatado como puede parecer.

Los filรณsofos de la ciencia, confrontados al rompecabezas de cรณmo puede emerger la vida a partir de la materia muerta, o cรณmo pueden evolucionar los seres conscientes a partir de los microbios, han desarrollado dos tipos de explicaciones.

La primera consiste en el llamado emergentismo. Su argumento es que, una vez que se alcanza un cierto nivel de complejidad, se da una especie de salto cualitativo en el que โ€œemergenโ€ nuevos tipos de leyes fรญsicas completamente nuevas, las cuales se basan en las anteriores pero no pueden reducirse a ellas. Asรญ, se puede decir que las leyes de la quรญmica emergen de la fรญsica: las leyes de la quรญmica presuponen las leyes de la fรญsica, pero no pueden reducirse simplemente a estas รบltimas. De igual manera, las leyes de la biologรญa emergen de la quรญmica: evidentemente uno tiene que entender los componentes quรญmicos de un pez para entender cรณmo nada, pero los componentes quรญmicos nunca proporcionarรกn una explicaciรณn completa. Lo mismo puede decirse que la mente humana emerge de las cรฉlulas que la constituyen.

Los que sostienen la segunda posiciรณn, a menudo llamada panpsiquismo o panexperiencialismo, coinciden en que todo eso puede ser verdad, pero argumentan que la emergencia no es suficiente. Como lo ha seรฑalado en fechas recientes el filรณsofo britรกnico Galen Strawson, imaginar que uno puede viajar desde la materia inconsciente hasta un ser capaz de discutir la existencia de materia inconsciente en solo dos saltos supone acaso un trabajo excesivo para la emergencia. Algo tiene que haber antes en cada nivel de la existencia material, incluso en el de las partรญculas subatรณmicas, algo por mรญnimo o embrionario que sea, capaz de hacer algunas de las cosas que solemos pensar que hace la vida (e incluso la mente), de manera que ese algo se organice en niveles cada vez mรกs complejos hasta producir, por รบltimo, seres con conciencia de sรญ mismos.

El debate pone sobre la mesa todo tipo de cuestiones, incluyendo el viejo problema del libre albedrรญo. Tal como se lo han planteado innumerables adolescentes, a menudo mientras contemplaban fascinados por primera vez los misterios del universo, si los movimientos de las partรญculas que constituyen nuestros cerebros estรกn predeterminados por leyes naturales, entonces ยฟcรณmo puede decirse que tenemos libre albedrรญo? La respuesta habitual es que, desde Heisenberg, sabemos que los movimientos de las partรญculas atรณmicas no estรกn predeterminados; por ejemplo, la fรญsica cuรกntica puede predecir las posiciones a las que los electrones tenderรกn a saltar, en conjunto, en una situaciรณn dada, pero es imposible predecir en quรฉ direcciรณn saltarรก cualquier electrรณn particular en cualquier caso particular. Problema resuelto.

Salvo que en realidad no lo estรก: todavรญa falta algo. Si todo esto significa que las partรญculas que constituyen nuestros cerebros se mueven de un lado a otro de manera aleatoria, cabrรญa imaginar alguna entidad (โ€œmenteโ€) inmaterial, metafรญsica, que interviene para guiar las neuronas en direcciones no aleatorias. Pero esto nos llevarรญa a un razonamiento circular: necesitas tener una mente para hacer que tu cerebro actรบe como una mente.

En contraste, si tales movimientos no son aleatorios, al menos puedes comenzar a pensar en una explicaciรณn material. Ademรกs, la presencia de innumerables formas de autoorganizaciรณn en la naturaleza (estructuras que se mantienen en equilibrio con sus medios, desde los campos electromagnรฉticos a los procesos de cristalizaciรณn) aporta una gran cantidad de material de trabajo a los seguidores del panpsiquismo. Es verdad โ€“argumentanโ€“, uno puede insistir en que todas esas entidades estรกn en realidad obedeciendo a las leyes naturales (leyes cuya misma existencia no necesita ser explicada) o que se mueven de una manera totalmente aleatoria… pero si lo hace es solo porque uno ha decidido que esa es la รบnica manera en que quiere verlo. Y el hecho de que uno tenga una mente capaz de tomar tales decisiones sigue siendo un completo misterio.

Desde luego, este enfoque siempre ha correspondido a la posiciรณn minoritaria. Durante gran parte del siglo XX fue desechado por completo. Es muy fรกcil ridiculizarlo (โ€œEspera, ยฟen serio estรกs sugiriendo que las mesas pueden pensar?โ€ No, nadie estรก sugiriendo eso; el argumento es que esos elementos autoorganizados que constituyen las mesas, como los รกtomos, muestran formas en extremo sencillas de las cualidades de lo que, en un nivel exponencialmente mรกs complejo, consideramos como pensamiento). Sin embargo, en los รบltimos aรฑos, sobre todo con la fama que vuelven a tener en ciertos cรญrculos cientรญficos las ideas de filรณsofos como Charles Sanders Peirce (1839-1914) y Alfred North Whitehead (1861-1947), hemos comenzado a recuperar ese enfoque.

Curiosamente, son en gran medida los fรญsicos quienes se han mostrado receptivos a tales ideas (tambiรฉn los matemรกticos, lo que quizรก no debiera sorprender, dado que los mismos Peirce y Whitehead comenzaron sus carreras como matemรกticos). Los fรญsicos son mรกs juguetones y menos rรญgidos que, por ejemplo, los biรณlogos, en parte porque raras veces tienen que enfrentarse con fundamentalistas religiosos que pretenden desafiar las leyes de la fรญsica. Son los poetas del mundo cientรญfico. Si uno estรก ya dispuesto a aceptar objetos de trece dimensiones o un nรบmero infinito de universos alternativos, o bien a sugerir casualmente que el 95% del universo estรก compuesto de materia y energรญa oscuras de cuyas propiedades no sabemos nada, entonces quizรก no representa un salto tan grande contemplar la posibilidad de que las partรญculas subatรณmicas tengan libre albedrรญo o incluso experiencias. Y, de hecho, la existencia de libertad en el nivel subatรณmico es una cuestiรณn sobre la que hoy dรญa se desarrolla un enconado debate.

ยฟTiene algรบn sentido decir que un electrรณn โ€œeligeโ€ saltar en la direcciรณn en que lo hace? Evidentemente no hay manera de probarlo. La รบnica evidencia que podrรญa haber (la de que no podemos predecir lo que va a hacer) ya la tenemos, pero no es muy concluyente. Sin embargo, si queremos una explicaciรณn materialista del mundo que sea coherente (es decir, si no deseamos tratar la mente como una entidad sobrenatural impuesta sobre el mundo material, sino como una organizaciรณn mรกs compleja de los procesos que ya estรกn en marcha en todos los niveles de la realidad material), entonces tiene sentido que algo al menos parecido a la intencionalidad, algo al menos parecido a la experiencia, algo al menos parecido a la libertad tendrรญa que existir tambiรฉn en todos los niveles de la realidad fรญsica.

ยฟPor quรฉ entonces la mayorรญa de nosotros nos ponemos de inmediato en guardia ante tales conclusiones? ยฟPor quรฉ nos parecen insensatas y contrarias a la ciencia? O mรกs en concreto, ยฟpor quรฉ nos mostramos perfectamente dispuestos a atribuir una capacidad de acciรณn a un filamento de adn (aunque sea de manera โ€œmetafรณricaโ€), pero en cambio consideramos absurdo atribuรญrsela a un electrรณn, a un copo de nieve o a un campo electromagnรฉtico coherente? Parece que la respuesta es que resulta prรกcticamente imposible atribuir egoรญsmo a un copo de nieve. Si nos hemos convencido a nosotros mismos de que la explicaciรณn racional de la acciรณn solo puede consistir en tratar la acciรณn como si tras ella hubiera algรบn tipo de cรกlculo interesado, entonces segรบn esa definiciรณn no puede encontrarse ninguna explicaciรณn racional en ninguno de esos niveles. A diferencia de la molรฉcula de adn, de la que al menos podemos pretender que persigue algรบn proyecto criminal de autoagrandamiento despiadado, un electrรณn no tiene interรฉs material alguno que perseguir, ni siquiera la supervivencia. No compite en ningรบn sentido con otros electrones. Si un electrรณn actรบa en libertad (si, como se supone que ha dicho Richard Feynman, โ€œhace todo lo que quiereโ€), entonces su libre acciรณn solo puede ser un fin en sรญ. Lo que significarรญa que encontramos la libertad por sรญ misma en los propios fundamentos de la realidad fรญsica; y eso significa tambiรฉn que encontramos ahรญ la forma mรกs rudimentaria de juego.

Nadando con los peces

Imaginemos un principio. Llamรฉmosle principio de libertad, o mejor, como las construcciones latinas tienden a pesar mรกs en estas materias, llamรฉmosle principio de libertad lรบdica. Imaginemos que este principio sostiene que el libre ejercicio de las facultades o capacidades mรกs complejas de una entidad tiende, bajo ciertas circunstancias, a convertirse en un fin en sรญ mismo. Evidentemente no serรญa el รบnico principio activo en la naturaleza. Hay otros principios que tiran hacia otras direcciones. Pero como mรญnimo ayudarรญa a explicar lo que en realidad observamos, como por quรฉ, a pesar de la segunda ley de la termodinรกmica, el universo parece estar haciรฉndose cada vez mรกs complejo y no al contrario. Los psicรณlogos evolucionistas pretenden ser capaces de explicar (como dice el tรญtulo de un libro) โ€œpor quรฉ es divertido el sexoโ€. Lo que no pueden explicar es por quรฉ divertirse es divertido. Este principio sรญ podrรญa hacerlo.

No voy a negar que lo que acabo de describir es una brutal simplificaciรณn de cuestiones muy complejas. Ni siquiera digo que la posiciรณn que estoy defendiendo aquรญ (que hay un principio del juego en toda la realidad fรญsica) sea necesariamente cierta. Solo insistirรญa en que tal perspectiva es al menos tan plausible como las extraรฑas e incoherentes especulaciones que en la actualidad pasan por ser la ortodoxia, en la que un universo inconsciente y robรณtico de pronto produce poetas y filรณsofos a partir de la nada. Tampoco pienso que el hecho de ver el juego como un principio de la naturaleza signifique por fuerza adoptar alguna clase de visiรณn utรณpica nebulosa. El principio del juego puede explicar por quรฉ es divertido el sexo, pero tambiรฉn puede explicar por quรฉ lo es la crueldad (como lo puede atestiguar cualquiera que haya observado un gato jugando con un ratรณn, muchos juegos animales no son particularmente simpรกticos). Sin embargo, este principio nos proporciona una base para despensar el mundo que nos rodea.

Hace aรฑos, cuando ejercรญa la enseรฑanza en Yale, a veces invitaba a los estudiantes a realizar una lectura que contenรญa una famosa fรกbula taoรญsta. Al estudiante que pudiera decirme cuรกl era el sentido de la รบltima lรญnea le concederรญa automรกticamente la nota โ€œAโ€ de sobresaliente (ninguno lo logrรณ nunca).

Zhuangzi y Huizi estaban paseando sobre un puente sobre el rรญo Hao cuando el primero indicรณ:

โ€“ยกMira cรณmo se lanzan los pececillos entre las rocas! Esa es la felicidad de los peces.

โ€“Si tรบ no eres un pez โ€“repuso Huiziโ€“, ยฟcรณmo puedes saber lo que hace feliz a un pez?

โ€“Y si tรบ no eres yo โ€“dijo Zhuangziโ€“, ยฟcรณmo puedes saber que yo no sรฉ lo que hace feliz a un pez?

โ€“Si yo, no siendo tรบ, no puedo saber lo que tรบ sabes โ€“replicรณ Huiziโ€“, ยฟno se deduce de ese mismo hecho que tรบ, no siendo un pez, no puedes saber lo que hace feliz a un pez?

โ€“Volvamos a tu pregunta original โ€“dijo Zhuangziโ€“. Me preguntabas cรณmo sรฉ yo lo que hace feliz a un pez. El hecho mismo de que me lo preguntaras demuestra que tรบ sabรญas que yo lo sabรญa, como en efecto lo sabรญa, a partir de mis propios sentimientos sobre este puente.

La anรฉcdota suele contarse como una confrontaciรณn entre dos visiones del mundo irreconciliables: la lรณgica frente a la mรญstica. Pero si eso es verdad, ยฟentonces por quรฉ Zhuangzi, que fue quien la escribiรณ, se presenta a sรญ mismo como derrotado por su amigo lรณgico?

Tras haber reflexionado sobre esta historia durante aรฑos, se me ocurriรณ que era precisamente de eso de lo que se trataba. Es sabido que Zhuangzi y Huizi eran muy amigos. Les gustaba pasar horas argumentando de esa manera. Con seguridad es ahรญ donde Zhuangzi querรญa llegar. Podemos entender lo que siente el otro porque, al discutir acerca del pez, estamos haciendo exactamente lo que hace el pez: divirtiรฉndonos, haciendo algo que hacemos bien por el puro placer de hacerlo. Implicรกndonos en una forma de juego. El hecho mismo de que te sintieras impulsado a vencerme en un razonamiento y de que te contentara tanto el hacerlo demuestra que la premisa sobre la que argumentabas tenรญa que ser falsa. Si hasta los filรณsofos estรกn motivados en primer lugar por tales placeres, por el ejercicio de sus facultades superiores sin mรกs interรฉs que el de hacerlo, entonces seguramente se trata de un principio que existe en todos los niveles de la naturaleza, y es por eso por lo que yo pude identificarlo tambiรฉn en el pez.

Zhuangzi tenรญa razรณn. Y tambiรฉn la tenรญa June Thunderstorm. Nuestras mentes son solo una parte de la naturaleza. Podemos comprender la felicidad de los peces (o de las hormigas o de los gusanos medidores) porque lo que nos mueve a pensar y a razonar sobre estas cuestiones es, en รบltima instancia, exactamente lo mismo.

Entonces, ยฟacaso no fue divertido? ~

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Traducciรณn del inglรฉs de Josรฉ Carlos Lechado.

Publicado originalmente en The Baffler.

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Es escritor, antropรณlogo y profesor en la London School of Economics. Se ha especializado en las teorรญas del valor y en teorรญa social. Es activista polรญtico, de ideas anarquistas.


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