IlustraciĆ³n: Luis Pombo

Un escritor argelino y su paĆ­s

Su exitosa revisiĆ³n de El extranjero y sus crĆ­ticas al islamismo han hecho de Kamel Daoud un escritor incĆ³modo para Argelia. Su caso muestra los distintos rostros de un paĆ­s que se debate entre el autoritarismo y la modernidad.
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OĆ­ hablar por primera vez del escritor Kamel Daoud hace unos aƱos cuando una amiga argelina me dijo que, si querĆ­a entender cĆ³mo habĆ­a cambiado su paĆ­s en los Ćŗltimos aƱos, tenĆ­a que leerlo. “Si Argelia puede producir a Kamel Daoud, aĆŗn tengo esperanzas para Argelia”, me dijo. Al leer los artĆ­culos de Daoud en Le Quotidien d’Oran, un periĆ³dico de habla francesa, entendĆ­ lo que me decĆ­a. El estilo de Daoud era original, epigramĆ”tico, juguetĆ³n, lĆ­rico, descarado. TambiĆ©n me di cuenta de por quĆ© se le habĆ­a acusado de racismo, e incluso de “odiarse a sĆ­ mismo”. Por ejemplo, tras los ataques del 11 de septiembre, escribiĆ³ que los Ć”rabes se habĆ­an “estrellado” durante siglos y que seguirĆ­an estrellĆ”ndose mientras fueran conocidos por secuestrar aviones y no por construirlos. Pero eso me pareciĆ³ una provocaciĆ³n superficial de un hombre inteligente que se habĆ­a dejado llevar por sus metĆ”foras.

Cuanto mĆ”s leĆ­a a Daoud, mĆ”s parecĆ­a que lo que lo impulsaba no era el odio hacia sĆ­ mismo sino la decepciĆ³n amorosa. Un escritor de unos cuarenta aƱos –un hombre de mi edad– que creĆ­a que los argelinos y los habitantes del mundo musulmĆ”n merecĆ­an algo mejor que un rĆ©gimen militar o el islamismo –un menĆŗ de dos platos que se les ha ofrecido desde que acabĆ³ el colonialismo– y lo expresaba con enorme brĆ­o. Sin embargo, nada pudo prepararme para su primera novela: Meursault, caso revisado, una apasionante exploraciĆ³n del clĆ”sico de Albert Camus El extranjero, narrada desde la perspectiva del hermano del Ć”rabe asesinado por Meursault, el antihĆ©roe de Camus. La novela, publicada en espaƱol por Almuzara, no solo da nuevo aire a El extranjero sino que tambiĆ©n ofrece una crĆ­tica de la Argelia poscolonial: un paĆ­s nuevo que Camus, un francĆ©s pobre nacido en Argel, no viviĆ³ para ver.

Lo que mĆ”s me impresionĆ³ de la escritura de Daoud, tanto en su periodismo como en su novela, fue el arrojo con el que defiende la causa de la libertad individual: un arrojo que, me pareciĆ³, lindaba con la imprudencia en un paĆ­s donde las pasiones colectivas relacionadas con la naciĆ³n y la fe son muy exaltadas. Me preguntĆ© si su experiencia podrĆ­a arrojar alguna pista sobre el estado de la libertad intelectual en Argelia, un hĆ­brido muy peculiar de democracia electoral y Estado policial. El aƱo pasado obtuve una suerte de respuesta. Daoud ya no era solo un escritor; era alguien por quien habĆ­a que tomar partido, ya fuera en Argelia o en Francia.

Su calvario comenzĆ³ el 13 de diciembre durante una gira para promocionar su libro en Francia, donde Meursault fue muy aclamado por la crĆ­tica, vendiĆ³ mĆ”s de cien mil ejemplares y estuvo a dos votos de obtener el prestigioso Premio Goncourt. Daoud apareciĆ³ en el programa nocturno de entrevistas On n’est pas couchĆ© (“No estamos dormidos”) y, me comentĆ³ despuĆ©s, “sentĆ­ como si llevara todo el peso de Argelia sobre mis hombros”. Repetidamente le dijo a LĆ©a SalamĆ©, una periodista franco-libanesa, y una de las participantes en el programa, que Ć©l se considera argelino, no Ć”rabe (una posiciĆ³n no del todo inusual en Argelia, pero a la que se oponen los nacionalistas Ć”rabes). Daoud afirmĆ³ tambiĆ©n que hablaba un idioma llamado “argelino”, no Ć”rabe. Dijo que preferĆ­a encontrarse con Dios Ć©l solo, a pie, y no en “una excursiĆ³n organizada” para ver una mezquita, y que la ortodoxia religiosa se habĆ­a convertido en un obstĆ”culo para el progreso del mundo musulmĆ”n. Daoud no declarĆ³ en el programa nada que no hubiera dicho ya en sus columnas periodĆ­sticas o en su novela. Pero hacer esas declaraciones en Francia, que habĆ­a dominado Argelia de 1830 a 1962, hizo que en su paĆ­s personas que normalmente son indiferentes a la prensa escrita en francĆ©s le prestaran atenciĆ³n.

Una de esas personas fue un oscuro imĆ”n llamado Abdelfatah Hamadache, de quien se decĆ­a habĆ­a sido informante para los servicios de seguridad. Tres dĆ­as despuĆ©s de que Daoud apareciera en la televisiĆ³n francesa, Hamadache escribiĆ³ en su pĆ”gina de Facebook que Daoud –un “apĆ³stata” y un “criminal que ha adquirido caracterĆ­sticas sionistas”– debĆ­a enfrentar juicio y ser ejecutado pĆŗblicamente por insultar al islam. No era realmente un llamado a asesinar a Daoud: Hamadache hacĆ­a ese reclamo al Estado, no a los yihadistas freelance. Pero Argelia es un paĆ­s en el que mĆ”s de setenta periodistas fueron asesinados por rebeldes islĆ”micos durante la llamada DĆ©cada Negra, la guerra civil de los aƱos noventa del siglo pasado. Con frecuencia esos asesinatos estaban precedidos por cartas llenas de amenazas, panfletos, o grafitis en las paredes de las mezquitas. La “fetua de Facebook” de Hamadache, como se le conociĆ³, era algo nuevo y extraordinariamente descarado, porque la firmaba con su nombre. Esto causĆ³ un gran clamor, y no solo entre los liberales. Ali Belhadj, lĆ­der del proscrito Frente IslĆ”mico de SalvaciĆ³n (fis), criticĆ³ duramente a Hamadache, aseverando que no tenĆ­a autoridad para llamar apĆ³stata a Daoud y que solo Dios tenĆ­a derecho a decir quiĆ©n era o no musulmĆ”n, lo que, en opiniĆ³n de algunos, significa que el fis vio a Hamadache como un instrumento del Estado. De hecho, aunque el ministro de Asuntos Religiosos, Mohamed AĆÆssa, un hombre de modales apacibles y estudios sufistas, saliĆ³ en defensa de Daoud, el gobierno mantuvo una extraƱa neutralidad y se negĆ³ a responder cuando Daoud interpuso una queja contra Hamadache por incitaciĆ³n a la violencia.

Esa neutralidad refleja algo mucho mĆ”s profundo que una conveniencia polĆ­tica. La principal lecciĆ³n que el Estado argelino extrajo de la guerra de diez aƱos con los insurgentes islĆ”micos fue que el islamismo no puede ser derrotado en el campo de batalla: tiene que ser incorporado, no aplastado. De hecho, Argelia va una dĆ©cada adelante de otros paĆ­ses donde las Ć©lites laicas chocan con los movimientos islĆ”micos poderosos respecto a cĆ³mo deben ser los nuevos gobiernos despuĆ©s de los levantamientos Ć”rabes. Ahora Argelia es un paĆ­s prĆ³spero y confĆ­a cada vez mĆ”s en que su modelo de reparto de poderes puede y debe exportarse a paĆ­ses vecinos como Libia y TĆŗnez. Sin embargo, el caso Daoud estĆ” poniendo a prueba el modelo argelino.

Cuando tomĆ© un vuelo a OrĆ”n el 15 de enero de este aƱo, la guerra sobre la blasfemia se habĆ­a extendido a Francia, despuĆ©s de que las oficinas de Charlie Hebdo fueran atacadas por yihadistas franceses, dos hermanos de ascendencia argelina. En OrĆ”n los seguidores de Daoud habĆ­an dicho: Todos somos Kamel Daoud; ahora millones de personas en ParĆ­s decĆ­an Je suis Charlie. Me preguntĆ© de quĆ© manera los eventos de ParĆ­s afectarĆ­an la situaciĆ³n de Daoud. Al transbordar en Orly, abrĆ­ el periĆ³dico Le Monde para buscar una entrevista con Daoud sobre Charlie Hebdo. En ella Daoud manifestaba su temor de que se produjeran rĆ©plicas a menor escala del 11-S.

Ser un escritor argelino es ser estudiante de la violencia polĆ­tica. Argelia obtuvo su independencia de Francia en 1962, tras una de las guerras de descolonizaciĆ³n mĆ”s prolongadas y sangrientas del mundo. Su sistema polĆ­tico, a quien la gente se refiere solo como pouvoir, o poder, tiene una fuerte influencia de los muyahidines, los “guerreros sagrados” del Frente de LiberaciĆ³n Nacional (fln) que lucharon contra Francia. Abdelaziz Buteflika, el presidente argelino de 78 aƱos de edad, que ahora estĆ” en su cuarto mandato y que gobierna desde una silla de ruedas equipada con un micrĆ³fono porque su voz es ya muy tenue, se uniĆ³ al fln en 1956. Se dice que vive en una villa en las afueras de Argel y que solo puede trabajar unas horas al dĆ­a. Cuando en noviembre estuvo hospitalizado en Francia, Daoud escribiĆ³ sobre su rĆ©gimen: “Incluso la pregunta misma de quĆ© viene despuĆ©s se ha vuelto secundaria: no hay vida antes de la muerte, ¿por quĆ© preocuparse entonces de la vida despuĆ©s de la muerte?” Buteflika no es la Ćŗnica figura importante en el pouvoir a la que se le acaba el tiempo. Quienes encabezan el ejĆ©rcito y los servicios de inteligencia tienen alrededor de setenta aƱos de edad. Argelia enfrenta la crisis de una posible triple sucesiĆ³n en un momento en que los precios del petrĆ³leo estĆ”n en declive. Una bajada precipitada del precio del petrĆ³leo podrĆ­a impulsar a Argelia hacia una “ruptura violenta”, afirma Daoud.

Nadie sabe a ciencia cierta si el pouvoir tiene un plan de transiciĆ³n para la era posterior a Buteflika porque sus maquinaciones son absolutamente oscuras. Es algo deliberado: cuando el expresidente francĆ©s Nicolas Sarkozy preguntĆ³ a un ministro argelino por quĆ© el gobierno era tan opaco, se dice que el ministro respondiĆ³: “Porque en eso radica nuestra fuerza.” El cĆ³digo de secretismo impenetrable, como tantas otras cosas en Argelia, es producto de la Guerra de Independencia. El secretismo era una necesidad para una insurgencia anticolonial que luchaba contra uno de los ejĆ©rcitos mĆ”s poderosos del mundo, pero siguiĆ³ siendo el modus operandi del pouvoir despuĆ©s de la independencia. Se gobierna Argelia como si la guerra nunca hubiera terminado. Cada nueva crisis (las revueltas del pan, la guerra civil, las protestas de los bereberes, la Primavera Ɓrabe) ha justificado una posiciĆ³n de guerra permanente. Y cada emergencia ha retrasado el asunto de “quĆ© pasa despuĆ©s de la liberaciĆ³n”, como dice Daoud: “¿La meta es tener suficiente alimento, suficiente vivienda? ¿Por quĆ© no hemos hecho de la felicidad una de nuestras metas?” Esta es la pregunta de un joven, pero Argelia no ha sido gobernada por un joven desde la dĆ©cada de 1960.

Hoy los dĆ©cideurs argelinos –los hombres que toman las decisiones, en oposiciĆ³n a los polĆ­ticos que discuten en su plural pero impotente Asamblea Nacional– aseguran que su legitimidad se basa en dos hechos. El primero es que libraron a Argelia de ser gobernada por franceses. El segundo es que derrotaron la oleada de terrorismo islĆ”mico en la dĆ©cada de 1990. Para Daoud ninguno de los dos logros resulta suficiente. Argelia serĆ” verdaderamente libre solo cuando se “libere de sus libertadores”. No se trata Ćŗnicamente de derrocar al gobierno, algo que Daoud cree que fue la gran ilusiĆ³n de la Primavera Ɓrabe. TambiĆ©n la sociedad tiene que cambiar si es que Argelia quiere liberarse de los grilletes del autoritarismo y la fe islĆ”mica.

Los textos de Daoud han atraĆ­do a muchos lectores bien situados. Con frecuencia recibe llamadas de integrantes del pouvoir. Manuel Valls, el primer ministro de Francia, lo llamĆ³ hace poco para expresarle su admiraciĆ³n por Meursault. “Los hombres que estĆ”n en el poder se sienten fascinados por personas como yo. No tengo un Estado ni un ejĆ©rcito. Solo soy un tipo con un departamento y un auto. Pero soy libre y quieren saber: ¿Por quĆ© eres libre?

El 16 de enero, el dĆ­a que lleguĆ© a Argelia, miles de manifestantes, incluido Hamadache mismo, marcharon hacia la Place de la Poste en el centro de Argel despuĆ©s de las oraciones del viernes, en claro desafĆ­o a la prohibiciĆ³n de manifestaciones que hay en la capital. La concentraciĆ³n en defensa de Mahoma se habĆ­a convocado como protesta contra la caricatura aparecida en la portada de Charlie Hebdo tras la masacre en ParĆ­s. AĆÆssa, ministro de Asuntos Religiosos, se oponĆ­a a las manifestaciones, pero la indignaciĆ³n por las caricaturas era muy reciente y los predicadores salafistas pudieron avivarla con facilidad. Je suis Mohamed era una de las consignas mĆ”s comunes, una frase curiosa para denunciar la blasfemia, porque algunos musulmanes consideran blasfemo el hecho de declararse uno mismo profeta. (La consigna Je suis Mohamed la promoviĆ³ el tabloide Ć”rabe Echorouk, plataforma de diatribas contra Daoud, pero despuĆ©s la frase se recompuso a Je suis avec Mohamed: yo estoy con Mahoma.) JĆ³venes ondeaban la bandera negra del Estado IslĆ”mico en Iraq y en Siria, y declararon mĆ”rtires a los asesinos de ParĆ­s. Al igual que muchas manifestaciones en Argelia, esta se convirtiĆ³ en un disturbio y no pocos cristales se rompieron en nombre del profeta. Hamadache fue arrestado en Belcourt, el sitio donde creciĆ³ Camus, y ahĆ­ se le detuvo brevemente por haber participado en la manifestaciĆ³n.

Las protestas en OrĆ”n, donde el sentimiento antiislamista es muy fuerte, resultaron ser mucho menores que en Argel, pero lo bastante escandalosas como para detener el trĆ”nsito. Yo iba del aeropuerto al hotel con Robert Parks, un acadĆ©mico estadounidense muy cercano a Daoud. Parks, director de un centro de investigaciĆ³n en OrĆ”n desde 2006, me habĆ­a dicho que Argelia estaba recobrando su confianza de manera lenta pero segura. Me contĆ³ que los argelinos se sentĆ­an agradecidos por haber logrado evitar el tumulto de las revueltas Ć”rabes, gracias a lo cual habĆ­an podido hacer una valoraciĆ³n mĆ”s sobria, sensata y favorable de sus propias condiciones. Pero cuando un grupo de jĆ³venes manifestantes vino hacia nosotros, Parks virĆ³ bruscamente hacia una calle secundaria: temĆ­a que nos confundieran con franceses.

La audacia con la que los islamistas tomaron las calles era un recordatorio del acuerdo al que habĆ­an llegado con Buteflika poco despuĆ©s de su llegada al poder en 1999. Su “proyecto de reconciliaciĆ³n” ofrecĆ­a amnistĆ­a a quienes habĆ­an luchado en la guerra civil de 1992-2002, siempre y cuando depusieran las armas. El pouvoir nunca negociĆ³ con el ala polĆ­tica del fis: prefiriĆ³ tratar con los rebeldes armados a puerta cerrada. Las fuerzas de seguridad responsables de asesinatos extrajudiciales y desapariciones no enfrentaron cargos. A los combatientes islamistas les fue todavĆ­a mejor. Bajaron del maquis, la resistencia en las montaƱas, y volvieron a la mezquita. Se dijo que a muchos se les dio empleo y propiedades. La paradoja de la reciente guerra civil es que aunque los islamistas no lograron derrocar al Estado, el proyecto de reconciliaciĆ³n de Buteflika les permitiĆ³ aumentar su presencia desde dentro. En efecto, ahora los islamistas son un ala del pouvoir, que no solo los ha tolerado, sino que les ha permitido participar en la Asamblea Nacional. Y para los generales argelinos, que son quienes mĆ”s influyen en la toma de decisiones, su presencia tiene el atractivo extra de que sirve para advertir a los otros argelinos –asĆ­ como a los aliados de Argelia en Washington y ParĆ­s– sobre lo que podrĆ­a ocurrir si el ejĆ©rcito y los servicios de inteligencia relajaran su control.

No cabe duda de que Argelia ha dado grandes pasos desde la DĆ©cada Negra. Aunque Buteflika prĆ”cticamente no ha aparecido en pĆŗblico desde que sufriĆ³ un derrame cerebral en 2013, sigue siendo bastante popular, acaso porque no hay otra alternativa y porque se le reconoce el haber reconstruido Argelia al tĆ©rmino de la guerra civil. Cuando en 2003, el aƱo despuĆ©s del fin oficial de la guerra, hice un reportaje desde Argelia, este era un paĆ­s convulso, traumatizado, y la gente aĆŗn temĆ­a que hubiera coches bomba y falsos retenes montados por los rebeldes. Aunque los yihadistas radicales siguen activos en el este y en el sur, hoy dĆ­a Argelia es un paĆ­s seguro y sin grandes riesgos, no solo en las ciudades sino en las carreteras que las conectan. La nueva autopista Este-Oeste se construyĆ³ con mano de obra china y ha reducido el tiempo de viaje entre Argel y OrĆ”n a menos de la mitad: antes el mismo trayecto podĆ­a tomar diez horas en coche. La economĆ­a aĆŗn depende, sobre todo, del gas y el petrĆ³leo (constituyen mĆ”s del noventa por ciento de sus exportaciones), pero tiene casi doscientos mil millones en reservas de moneda extranjera. Argelia se ha ganado la admiraciĆ³n de las potencias occidentales, sobre todo de Estados Unidos, por la forma en que han llevado el contraterrorismo regional, el profesionalismo y la eficiencia de sus servicios de inteligencia y sus habilidosos recursos diplomĆ”ticos en TĆŗnez, Libia y Mali. En palabras de Ramtane Lamamra, su enĆ©rgico ministro de Relaciones Exteriores, Argelia “es exportador de seguridad y estabilidad”.

El pouvoir ha sido muy astuto para mantener esa estabilidad. A inicios de 2011 hubo algunas manifestaciones contra el gobierno despuĆ©s de que Mohamed Bouazizi se inmolara en TĆŗnez pero, como suele hacer, el pouvoir las contuvo movilizando a miles de policĆ­as en la capital, bajando el precio del azĆŗcar, la harina y el aceite, y ofreciendo dinero en efectivo a los jĆ³venes que quisieran iniciar (o que afirmaran querer hacerlo) su propio negocio. “La Primavera Ɓrabe es un mosquito al que le hemos cerrado las puertas en este paĆ­s”, se regodeĆ³ durante un discurso el primer ministro Abdelmalek Sellal, quien despuĆ©s hizo referencia a una marca de insecticida: “Si intenta volver a entrar, lo combatiremos con Fly-Tox.”

El pouvoir no es ni laico ni islamista: ha seguido una polĆ­tica de indecisiĆ³n deliberada, tolerando a islamistas radicales como Hamadache a la vez que se hace de la vista gorda ante lo que Parks me describiĆ³ como un “frĆ”gil experimento” de liberalizaciĆ³n cultural. El mejor sitio para presenciar ese experimento es OrĆ”n, el lugar de nacimiento del raĆÆ, un pop argelino que fusiona la mĆŗsica Ć”rabe y espaƱola con el disco y el hip-hop. En mi primera noche en OrĆ”n, apenas unas horas antes de las manifestaciones contra Charlie, fui a un centro nocturno con Parks y con una amiga suya, la poeta Amina Mekahli. Admiradora de Philip Roth, Mekahli citĆ³ de memoria un pasaje de La mancha humana, la novela de Roth sobre Coleman Silk, un profesor universitario negro que se hace pasar por blanco. Amina dijo que eso hablaba directamente de la angustia de la doble vida argelina. Los cabarets de OrĆ”n son bĆ”sicamente clandestinos, pero logramos entrar. Un mesero nos trajo una botella de Johnnie Walker etiqueta roja y un plato de fruta fresca. La mayorĆ­a de los clientes eran argelinos de entre veinte y treinta aƱos. Por todos lados me rodeaban pantalones estampados de piel de leopardo, minifaldas, imitaciones de bolsos de Louis Vuitton y lĆ”piz de labios. Mekahli me presentĆ³ a un amigo suyo a quien llamĆ³ Gigi, el “famoso homosexual”. Me explicĆ³ que Gigi, un hombre dulce y andrĆ³gino de unos cuarenta aƱos, hace el papel de celestino afuera de los baƱos del bar. Si un joven quiere acercarse a una muchacha, se lo dice a Gigi, y cuando la chica sale del baƱo, le comenta el interĆ©s del joven. “Lo fascinante de Gigi es que proviene de un barrio de clase trabajadora y se le acepta, aunque la palabra gay nunca se menciona”, dijo Mekahli. Yo estaba menos fascinado con Gigi que Mekahli, pero de pronto recordĆ© el comentario de Camus de que OrĆ”n es una ciudad “donde uno aprende las virtudes, sin duda provisionales, de cierto tipo de aburrimiento”.

Por supuesto, OrĆ”n ha cambiado desde la Ć©poca de Camus. Bajo el gobierno francĆ©s era una ciudad europea. Tras la independencia, los europeos huyeron en masa y migrantes llegados de pueblos cercanos ocuparon sus casas. Otros hallaron vivienda, lĆŗgubre pero gratuita, en complejos habitacionales de estilo soviĆ©tico, construidos por el Estado. En los Ćŗltimos aƱos los edificios se han vuelto mĆ”s altos: los hoteles Sheraton y MĆ©ridien parecen importados de DubĆ”i. Sin embargo, OrĆ”n conserva su carĆ”cter lĆ”nguido y mediterrĆ”neo. En los cafĆ©s los hombres dan sorbitos a sus tazas de cafĆ© o tĆ© de hierbabuena. Los restaurantes que estĆ”n a orillas del mar ofrecen pescado a la parrilla, paella y vistas maravillosas del MediterrĆ”neo, en tanto que en los puestos callejeros se sirve calentita: una baguette rellena de purĆ© de garbanzo, un sĆ”ndwich que trajeron a Argelia los colonos espaƱoles. En la calle la mayorĆ­a de las mujeres usan hiyab. Pero en los centros nocturnos como aquel al que fuimos, los jĆ³venes bailan, beben y, como escribiĆ³ Camus en 1939, “se encuentran, se miden y se evalĆŗan, felices de vivir y figurar”.

Llegamos a medianoche y la muchedumbre parecĆ­a dubitativa, pero cuando a las dos de la maƱana saliĆ³ a escena Cheba Dalila, una cantante de raĆÆ con una voz profunda como la de Nina Simone, la pista de baile se llenĆ³. MicrĆ³fono en mano, pasĆ³ de mesa en mesa recibiendo billetes de quienes le pagaban para que mencionara sus nombres en sus canciones. El bajo era tan potente que me retumbaba en el vientre. Una mujer con ajustados pantalones de mezclilla llevaba una camiseta que decĆ­a “Detroit 1983”; parejas de hombres bailaban con mujeres, era evidente que su interĆ©s estaba el uno en el otro. TomĆ© una foto pero Hadi, el hijo de Mekahli, me dijo que no lo hiciera: “Este lugar es de la mafia.” La “mafia” gana dinero con alcohol de contrabando y prostitutas (y, al parecer, habĆ­a prostitutas en el lugar). “Para mĆ­, sitios como este son una reapropiaciĆ³n de la identidad argelina. AquĆ­ Francia no existe. AquĆ­ la gente estĆ” totalmente descolonizada”, me dijo Mekahli.

La primera vez que visitĆ© a Daoud fue en un complejo enrejado de departamentos en las afueras de OrĆ”n estaba en piyama viendo la televisiĆ³n con su hijo de doce aƱos. HacĆ­a varias cosas a la vez: hablaba y hablaba sobre las Ćŗltimas noticias, escribĆ­a correos electrĆ³nicos, consultaba su cuenta de Facebook, contestaba llamadas. Apenas despegĆ³ la vista de la pantalla y temĆ­ que jamĆ”s logrĆ”ramos hablar. Me dijo que serĆ­a mĆ”s fĆ”cil si me quedaba en su casa.

Dos dĆ­as despuĆ©s, cuando dejĆ© mi hotel, causĆ© un pequeƱo incidente diplomĆ”tico. El concierge saliĆ³ a hablar con Daoud, que me esperaba en su auto. Si me iba del hotel, dijo muy nervioso, no habrĆ­a manera de verificar el paradero del Ć©tranger, el extranjero. No podĆ­a permitirse el lujo de tener otro HervĆ© Gourdel en sus manos: Gourdel, un excursionista francĆ©s, fue secuestrado y decapitado el aƱo pasado por islamistas radicales en las montaƱas de Cabilia. Daoud dijo que quizĆ” tendrĆ­a que avisar a la policĆ­a. Hospedar a un norteamericano sin duda aƱadirĆ­a otra marca negra a su expediente, dijo bromeando; una prueba mĆ”s de que se habĆ­a vendido a las fuerzas del imperialismo. Daoud sabe cĆ³mo piensan sus crĆ­ticos, en parte porque Ć©l mismo pensaba asĆ­. Es exislamista y tiene el Ć­mpetu del desertor. Me contĆ³ que dos aƱos despuĆ©s de contraer matrimonio su esposa se volviĆ³ cada vez mĆ”s religiosa y empezĆ³ a usar el hiyab. Se divorciaron en 2008 despuĆ©s del nacimiento de su hija.

El gran tema de la escritura de Daoud es la condiciĆ³n argelina. Ser argelino, dice, es ser “esquizofrĆ©nico”, estar dividido entre la piedad religiosa y el individualismo liberal. En OrĆ”n las vinaterĆ­as son legales pero estĆ”n ocultas; un anillo de autos se forma alrededor de ellas los jueves por la tarde, la noche anterior a la oraciĆ³n. Cada vez mĆ”s se acepta el sexo fuera del matrimonio, pero si una mujer entra en un cafĆ© de hombres se la ve como poco menos que prostituta. Los argelinos se estĆ”n volviendo mĆ”s modernos, pero por lo bajo, como si fueran reacios a admitirlo ante sĆ­ mismos. La hipocresĆ­a puede ser otro paso en el arduo camino hacia una sociedad mĆ”s tolerante, pero Daoud se exaspera: “Por lo menos los islamistas han decidido quĆ© quieren ser”, comentĆ³.

La campaƱa de Daoud contra el islamismo le ha ganado adoraciĆ³n, sobre todo entre los liberales y los argelinos que hablan francĆ©s, que lo aplauden por tener posturas que comparten pero que, por timidez, no expresan en pĆŗblico. Pero tambiĆ©n genera un amplio rechazo, no solo entre los islamistas sino entre nacionalistas e izquierdistas que lo consideran hostil a su propia sociedad. A veces parecerĆ­a que Daoud los provocara, como si estuviera buscando pelea. Durante la reciente guerra en Gaza, publicĆ³ una columna titulada “Por quĆ© no ‘soy solidario’ con Palestina”. Daoud tampoco se solidarizaba con Israel; simplemente, no le gustaba la implicaciĆ³n de tener que ser solidario con Palestina por ser musulmĆ”n. Se oponĆ­a a los bombardeos israelĆ­es por motivos anticolonialistas y humanitarios, no religiosos ni Ć©tnicos. Como tal, su tema oculto era Argelia. Lo que le molestaba en el llamamiento a la solidaridad con Palestina no era la causa en sĆ­, sino la presiĆ³n para unificarse, una vez mĆ”s, bajo la bandera de la identidad Ć”rabe e islĆ”mica.

La coacciĆ³n para unificar siempre ha sido una caracterĆ­stica definitoria del nacionalismo argelino. Durante la lucha por la independencia, los lĆ­deres del fln, muchos de los cuales eran bereberes, suprimieron la polĆ­tica de identidad bereber en nombre de una unidad nacional contra los franceses. Como seƱala Daoud, a partir de la independencia a los argelinos se les ha enseƱado a verse a sĆ­ mismos como pertenecientes exclusivamente al mundo Ć”rabe islĆ”mico y a rechazar su historia y experiencia: que la mayorĆ­a provienen de ancestros bereberes, no Ć”rabes; que un gran nĆŗmero de ellos aĆŗn habla ya sea bereber, una lengua que solo recientemente se reconociĆ³ como idioma nacional, o francĆ©s, que despuĆ©s de la independencia se volviĆ³ “extranjero”; y que incluso el Ć”rabe que habla la mayorĆ­a de los argelinos en casa es un idioma criollo cargado de palabras que provienen de otras lenguas. (De ahĆ­ la insistencia de Daoud en llamarlo “argelino”.) Lejos de representar una alternativa a la ideologĆ­a de la unidad Ć”rabe islĆ”mica, los islamistas argelinos predican una versiĆ³n mĆ”s religiosa de ella. El resultado es que Argelia sigue “atrapada entre el cielo y la tierra. La tierra pertenece a los liberadores”, mientras que “el cielo ha sido colonizado por personas religiosas que se han apropiado de Ć©l en el nombre de AlĆ””. A los argelinos “se les ha convencido de que son impotentes; no pueden construir siquiera una pared sin ayuda de los chinos”, afirma Daoud.

Esa sensaciĆ³n de impotencia encuentra su expresiĆ³n fĆ­sica en la decrepitud de la infraestructura argelina. “Las calles de OrĆ”n son una ofrenda al polvo, a las piedras y al calor”, escribiĆ³ Camus en un ensayo. “Si llueve, es el diluvio y un mar de lodo.” Estar lejos de las carreteras principales no es lo mejor que puede pasarte. Una noche lluviosa fui con Daoud en coche a una cena en un apartado barrio burguĆ©s de OrĆ”n. Las calles estaban convertidas en un potaje color cafĆ© y por poco quedamos atascados. “QuĆ© desastre”, dijo. Daoud, obsesionado con la pulcritud, piensa que la tolerancia a la suciedad que hay en Argelia es un sĆ­ntoma polĆ­tico, e incluso espiritual. Bajo el rĆ©gimen francĆ©s, a los argelinos se les arrebatĆ³ su tierra de manera violenta. Como el interior domĆ©stico era lo Ćŗnico que poseĆ­an, llegaron a considerar el espacio pĆŗblico algo que no les pertenecĆ­a. Al ser propiedad francesa, ese espacio era problema de otro. DespuĆ©s de la independencia, ese espacio se volviĆ³ problema del Estado. La religiĆ³n solo reforzĆ³ la idea de que los problemas cotidianos estĆ”n en manos de una autoridad superior. “Nuestros problemas ecolĆ³gicos tambiĆ©n son metafĆ­sicos. La gente que espera el fin del mundo no se preocupa por mejorar el presente”, afirmĆ³ Daoud.

Opina que el islamismo prospera en ese malestar mĆ”s profundo. La misma sensaciĆ³n de futilidad y de aburrimiento lleva a otros a huir, incluso a arriesgarse a morir en el mar. El hermano menor de Daoud es uno de miles de jĆ³venes argelinos –los llamados harraga– que han escapado a Europa en barco. A Ć©l lo rescatĆ³ un navĆ­o inglĆ©s y ahora vive, sin papeles, en el Reino Unido.

Daoud ya no es musulmĆ”n practicante y se describe como filosĆ³ficamente cercano al budismo. Le preguntĆ© si habĆ­a algo en el islam que aĆŗn admirara. “La primacĆ­a de la justicia sobre la fe me resulta muy atractiva”, dijo. “TambiĆ©n me gusta la ausencia de intermediarios entre el individuo y Dios. La Ćŗnica funciĆ³n del imĆ”n es oficiar misas. En la medida en que el islam trata sobre la relaciĆ³n directa entre Dios y los creyentes, se trata de una fe muy liberal.”

QuizĆ” estaba describiendo el islam que conociĆ³ de niƱo en Mesra, una localidad al noroeste de Argelia. Los Daoud, dijo refiriĆ©ndose a su familia, “estaban seguros de su fe, de modo que no sentĆ­an que tuvieran que defenderla, a diferencia de los islamistas de hoy, que son increĆ­blemente frĆ”giles”. Lo mismo puede decirse del apego de su familia a la tierra: fueron patriotas que vivieron la Guerra de Independencia, pero no sintieron la necesidad de negar “las complejidades de la vida bajo el rĆ©gimen colonial”. En la escuela Daoud aprendiĆ³ “una sola historia”; un relato en blanco y negro acerca de los infalibles muyahidines que luchaban contra los malvados colonizadores franceses. Sin embargo, en casa sus abuelos le hablaron de los franceses pobres que ellos conocĆ­an en Mesra; de un cura catĆ³lico que alimentĆ³ a la familia en tiempos de estrechez; de soldados franceses que preferĆ­an desertar antes que torturar y matar. MĆ”s tarde Daoud se enterarĆ­a de que el primer gran amor de su padre no fue su madre, sino una francesa con la que tuvo una relaciĆ³n durante la guerra.

Daoud, el mayor de seis hermanos, naciĆ³ en 1970, cuando Argelia se consideraba un Ć©xito poscolonial. Su presidente, el coronel Houari BoumĆ©diĆØne, enigmĆ”tico y taciturno, era un hombre autoritario, pero transformĆ³ Argelia en un actor regional, uno de los lĆ­deres del movimiento de los paĆ­ses no alineados. Bajo el rĆ©gimen de BoumĆ©diĆØne, que tomĆ³ el poder en un golpe militar tres aƱos despuĆ©s de la independencia, el ejĆ©rcito se convirtiĆ³ en la instituciĆ³n dominante de la vida argelina. Mohamed, el padre de Daoud, era gendarme. A pesar de su pobreza pudo, “como miembro de una generaciĆ³n ascendente”, casarse con una mujer que venĆ­a de una familia prĆ³spera, afincada en las afueras de Mesra y socialmente superior.

Mohamed Daoud, que estudiĆ³ en escuelas francesas, era el Ćŗnico miembro de su familia que sabĆ­a leer. Le enseĆ±Ć³ el alfabeto a su hijo y compartiĆ³ su pequeƱa biblioteca de libros en francĆ©s. En la biblioteca de Mostaganem, la ciudad portuaria donde Kamel Daoud fue a la escuela, leyĆ³ a Jules Verne, Dune y obras de mitologĆ­a griega. Pero el libro que mĆ”s lo cautivĆ³ fue El renacimiento de las ciencias religiosas, de Abu Hamid al-Ghazali, un teĆ³logo persa del siglo xi quien, tras una crisis de fe, intentĆ³ purificar su alma a travĆ©s de experiencias mĆ­sticas. Daoud dice que despuĆ©s de leer a Al-Ghazali a los trece aƱos “el CorĆ”n ya no fue suficiente para mĆ­. Era tan solo el rostro visible de un texto oculto”. A fin de descifrar aquel texto oculto mĆ”s sagrado, se volviĆ³ cada vez mĆ”s ascĆ©tico. Se metĆ­a una piedra en la boca para no hablar, despuĆ©s de leer que el silencio abre el corazĆ³n a Dios. Daoud querĆ­a ser escritor, pero tambiĆ©n querĆ­a ser imĆ”n. “Era una contradicciĆ³n, pero no lo vivĆ­ como algo contradictorio. Cuando se reza, se construye significado, igual que cuando uno escribe. Dios es tu Ćŗnico lector, pero en esencia es lo mismo.”

Al principio el CorĆ”n ganĆ³. Para un ambicioso argelino adolescente a inicios de los aƱos ochenta, la religiĆ³n ofrecĆ­a una carrera mĆ”s prometedora que el camino de la literatura. El presidente Chadli Bendjedid, que llegĆ³ al poder en 1979, dos meses despuĆ©s de la muerte de BoumĆ©diĆØne, echĆ³ para atrĆ”s el proyecto socialista de tierra y reforma de su predecesor y liberalizĆ³ la economĆ­a. Las tiendas estaban inundadas con productos de consumo de Occidente, pero la “desboumĆ©diĆØnizaciĆ³n” dejĆ³ un vacĆ­o ideolĆ³gico. Bendjedid lo llenĆ³ con el islam y la identidad Ć”rabe. ReprimiĆ³ la Primavera Bereber de 1980, un movimiento no violento que hacĆ­a un llamado a reconocer la cultura y el idioma bereberes, intensificĆ³ la educaciĆ³n arabizante e impulsĆ³ una ola de construcciĆ³n de mezquitas.

Envalentonado por estos cambios, el movimiento islamista, que bajo el rĆ©gimen de BoumĆ©diĆØne habĆ­a permanecido bajo control, comenzĆ³ a entrenar a una generaciĆ³n de jĆ³venes militantes. Daoud, un joven mĆ­stico musulmĆ”n que llevaba djellaba y turbante, fue reclutado por su profesor de geografĆ­a, miembro de una cĆ©dula islĆ”mica. Lo familiarizĆ³ con los escritos de Abul Ala Maududi, Sayyid Qutb y Hasan al-Banna –los fundadores del islamismo sunita moderno– y lo convenciĆ³ de que la salvaciĆ³n individual que buscaba solo podĆ­a lograrse a travĆ©s de una salvaciĆ³n colectiva, en la forma de un Estado islĆ”mico. Daoud se dejĆ³ crecer la barba, repartĆ­a folletos y se convirtiĆ³ en el imĆ”n de su secundaria. Durante un campamento de verano dirigido por islamistas, “vivĆ­amos como si fuĆ©ramos compaƱeros del profeta”. Los jĆ³venes militantes del emergente movimiento islĆ”mico argelino eran entrenados en campamentos y en clubes atlĆ©ticos, y Daoud parecĆ­a estar en el camino de convertirse en un lĆ­der. Pero al cumplir los dieciocho aƱos abandonĆ³ el movimiento. “SentĆ­ que tenĆ­a derecho a vivir y a rebelarme. Y estaba cansado. En cierto momento, ya no sentĆ­a nada. No sĆ© si esto es lo que significa perder la fe. Pero lo que resulta peligroso para una persona religiosa no es la tentaciĆ³n, sino la fatiga.”

El 5 de octubre de 1988, tres meses despuĆ©s de la ruptura de Daoud con el islam, Argelia sufriĆ³ la primera de una serie de violentas manifestaciones contra el gobierno. Daoud fue a Mostaganem armado con una cadena, dispuesto a “romper cosas”. Cuando llegĆ³ los militares habĆ­an comenzado a dispararle a la gente. Un anciano tratĆ³ de usarlo como escudo humano. A Daoud lo salvĆ³ una mujer que lo tomĆ³ del brazo y, haciĆ©ndose pasar por su madre, lo llevĆ³ a un lugar seguro. “Estaba furioso con esa generaciĆ³n de hombres capaces de esconderse detrĆ”s de un joven. Me pareciĆ³ muy simbĆ³lico”, dijo. Cientos de argelinos murieron en el Octubre Negro. Al aƱo siguiente se adoptĆ³ una nueva constituciĆ³n que legalizaba la existencia de partidos polĆ­ticos distintos al Frente de LiberaciĆ³n Nacional y, por lo tanto, el desmantelamiento del Estado unipartidista. El Frente IslĆ”mico de SalvaciĆ³n emergiĆ³ como el partido de oposiciĆ³n mĆ”s poderoso del paĆ­s.

En enero de 1992, el ejĆ©rcito cancelĆ³ la segunda vuelta de las elecciones nacionales para evitar que el Frente IslĆ”mico de SalvaciĆ³n llegara al poder. Privados de la victoria en las urnas, los islamistas tomaron las armas y estallĆ³ una brutal guerra civil. Daoud, que estudiaba literatura francesa en la Universidad de OrĆ”n, se oponĆ­a a que se cancelaran las elecciones, pero “en realidad no me importaba. Era un individualista. Detestaba a todo el mundo. VeĆ­a todo desde una distancia y pensĆ©: van a acabar devorĆ”ndose unos a otros”. HabĆ­a optado por una forma de rebeliĆ³n mucho mĆ”s personal, en la literatura, la mĆŗsica, la cerveza, aunque no probĆ³ el vino, una bebida que estĆ” especialmente proscrita en el CorĆ”n, hasta los treinta aƱos. LeyĆ³ a Baudelaire, Borges y al poeta sirio Adonis, y comenzĆ³ a escribir poesĆ­a y ficciĆ³n.

DespuĆ©s de la universidad Daoud empezĆ³ a trabajar como reportero de nota roja en un tabloide mensual llamado Detective. (“Lo que hace a The wire tan buena serie es que es una colaboraciĆ³n entre un escritor y un policĆ­a, que son los perros del mundo.”) A travĆ©s de sus viajes a pequeƱos pueblos remotos, donde escribĆ­a sobre juicios por homicidios y crĆ­menes sexuales, Daoud descubriĆ³ lo que Ć©l llama “la verdadera Argelia”. Cuando Detective se acabĆ³ en 1996, Daoud empezĆ³ a trabajar en Le Quotidien d’Oran. Mientras otros periodistas se quejaban del peligro que representaban los rebeldes islĆ”micos, Daoud alquilĆ³ un burro y fue a entrevistarlos. Hizo reportajes sobre algunas de las peores masacres de la guerra civil, incluyendo las matanzas de 1998 en el pueblo de Had Chekala, donde mĆ”s de ochocientas personas fueron asesinadas. Daoud me dijo que su trabajo como reportero le hizo sospechar de las “posturas endurecidas y los anĆ”lisis grandilocuentes”, y esa sensibilidad infundiĆ³ los artĆ­culos de opiniĆ³n que empezĆ³ a escribir en Le Quotidien. Daoud no defendĆ­a ninguna ideologĆ­a, solo hablaba en nombre propio y de nadie mĆ”s. Para sus nuevos admiradores esto era algo digno de celebrarse: el surgimiento de un espĆ­ritu libre autĆ©nticamente argelino. Para sus adversarios Daoud se volviĆ³ el rostro de la GeneraciĆ³n-Yo de Argelia: egoĆ­sta, vacĆ­a, antiargelina.

Meursault, caso revisado surgiĆ³ de uno de sus artĆ­culos. La premisa resulta ingeniosa: plantea que El extranjero, novela acerca del asesinato de un Ć”rabe que no tiene nombre en una playa de Argelia, era una historia real. Bien podrĆ­a haberlo sido desde la perspectiva de muchos argelinos; desde hace tiempo los crĆ­ticos nacionalistas hablan de El extranjero como si el homicidio que describe hubiera ocurrido en realidad y Camus, cuya oposiciĆ³n a la independencia resultaba difĆ­cil de perdonar para muchos escritores argelinos, fuera quien lo cometiĆ³. El golpe de inspiraciĆ³n de Daoud consistiĆ³ en dar un paso mĆ”s y hacer de Meursault, el asesino ficticio, autor de la novela de Camus. AsĆ­ como en El extranjero nunca se menciona el nombre del “Ć”rabe”, lo mismo sucede en Meursault, caso revisado con el de Camus.

Meursault es un monĆ³logo confesional, en la lĆ­nea de La caĆ­da de Camus, que un argelino llamado Harun dirige a un francĆ©s, cuyo nombre no se menciona, en un bar de OrĆ”n. Musa, hermano de Harun, fue asesinado en 1942 por un colono francĆ©s llamado Meursault, que adquiriĆ³ fama describiendo el asesinato en una novela titulada El otro. Ya anciano, Harun estĆ” decidido a darle a su hermano un nombre y una historia, y a corregir la versiĆ³n de los hechos que popularizĆ³ Meursault. En la primera mitad del libro se dedica justamente a eso, ajustando una vieja cuenta pendiente como la que los nacionalistas argelinos –y crĆ­ticos poscoloniales como Edward Said, que ridiculizĆ³ la “incapacitada sensibilidad colonial” de Camus– tenĆ­an con El extranjero.

Pero en la segunda mitad de su novela, Daoud muestra la poca relevancia que esa crĆ­tica tiene en el presente de Argelia, y niega al lector la satisfacciĆ³n fĆ”cil de la justicia anticolonial. AquĆ­ quien estĆ” en juicio es Argelia, no Camus. Nos damos cuenta de que Harun es un extranjero en un paĆ­s rebasado por el fervor religioso. La mezquita local le parece tan imponente que “impide ver a Dios”. El hombre que recita el CorĆ”n parece “interpretar por turnos el papel de torturador y el de vĆ­ctima”. El viernes la gente deambula en chanclas y piyamas arrugadas “como si ese dĆ­a estuviera dispensada de las exigencias de la urbanidad”. El viernes “no es el dĆ­a en que Dios descansĆ³, es el dĆ­a en que decidiĆ³ huir y no regresar jamĆ”s”.

Harun revela que Ć©l tambiĆ©n ha matado. Su vĆ­ctima, elegida al azar unos dĆ­as despuĆ©s de la independencia, es un francĆ©s llamado Joseph Larquais, un roumi o extranjero. Su cĆ³mplice y facilitadora fue su propia madre, que querĆ­a vengar la muerte de su hijo. Las nuevas autoridades lo castigan no por el hecho sino por el momento en que cometiĆ³ el asesinato: lo hizo despuĆ©s del 5 de julio de 1962, DĆ­a de la Independencia, de modo que el homicidio que comete no es un acto de liberaciĆ³n sino un bochorno para el rĆ©gimen. Buscando a su hermano, Harun encuentra a su doble: Ć©l es el hermano argelino de Meursault, un asesino en circunstancias igualmente absurdas, un extranjero en una tierra atrapada entre “AlĆ” y el aburrimiento”. Cuando un imĆ”n lo urge que acepte a Dios antes de que sea demasiado tarde, Harun lo rechaza con violencia, casi con las mismas palabras que Meursault emplea en su conversaciĆ³n con el sacerdote que le ruega aceptar a Cristo antes de ser ejecutado. “Me quedaba tan poco tiempo que no querĆ­a perderlo en Dios”, dice. “Ninguna de sus certidumbres valĆ­a un cabello de la mujer que amĆ©.” Esta es solo una de las muchas lĆ­neas tomadas de Camus. Meursault es menos una crĆ­tica de El extranjero que su secuela poscolonial.

El extranjero es una novela filosĆ³fica pero solo somos capaces de leerla como una novela colonialista”, respondiĆ³ Daoud cuando le preguntĆ© quĆ© lo atrajo a la obra de Camus. “La pregunta mĆ”s profunda que hay en Camus es de orden religioso: ¿QuĆ© hacer en relaciĆ³n a Dios si Dios no existe? La escena mĆ”s poderosa en El extranjero es la confrontaciĆ³n entre el sacerdote y el condenado. Meursault es indiferente hacia las mujeres, hacia el juez, pero estalla en cĆ³lera ante el cura. Y en mi novela, es alguien que se rebela contra Dios. Para mĆ­ Harun es un hĆ©roe en una sociedad conservadora.”

En Argelia Ɖditions Barzakh publicĆ³ Meursault en 2013 con grandes ventas y un gran nĆŗmero de reseƱas positivas. Pero cuando al aƱo siguiente la novela se publicĆ³ en Francia en la prestigiosa editorial Actes Sud de ArlĆ©s y, sobre todo, cuando fue nominada como finalista para el premio Goncourt en septiembre de 2014, empezĆ³ a causar controversia en Argelia. Medio siglo despuĆ©s de la independencia, la vida intelectual argelina existe bajo la sombra de su antiguo ocupante. Para muchos intelectuales argelinos era inconcebible que Daoud triunfara en Francia sin ayuda de la ubicua pero invisible e invariablemente siniestra main Ć©trangĆØre, o “mano extranjera”.

En cierto sentido, la “mano extranjera” es el francĆ©s mismo, el idioma que muchos escritores argelinos aĆŗn prefieren al Ć”rabe, pero que para los argelinos mĆ”s jĆ³venes ahora es un idioma extranjero: el que aprenden a hablar solo si es el que se habla en casa o si eligen estudiarlo en la escuela, como Daoud. Un viernes por la maƱana fui a ver a la novelista MaĆÆssa Bey, una de las escritoras argelinas en francĆ©s mas distinguidas del paĆ­s, a su casa en Sidi Bel Abbes, un pueblo pintoresco y ruinoso. Era dĆ­a de oraciĆ³n asĆ­ que las calles estaban desiertas. Los eucaliptos proyectaban delicadas sombras en los muros de los edificios pintados en brillantes tonos de azul, rosa y amarillo. Bey, nacida en 1950, es hija de un maestro de escuela nacionalista, torturado y asesinado por el ejĆ©rcito francĆ©s cuando ella tenĆ­a seis aƱos. Al igual que Daoud, ha escrito de manera elocuente acerca de los traumas de identidad de Argelia y el pluralismo reprimido por la retĆ³rica de la unidad nacional. Al igual que Daoud, ha rendido tributo a Camus como argelino. “Muchos argelinos no pueden imaginar que no escribas para Francia si escribes en francĆ©s. Es como si para ellos la guerra nunca hubiera acabado”, me dijo. La persistencia de este complejo colonialista, considera, explica por quĆ© existe un sentido tan agudo de tabĆŗ entre los escritores argelinos de hoy. “Hay temas que sencillamente no se pueden tocar, el islam por encima de todos. Es sagrado, y aunque critiques la forma en que se practica y no a la religiĆ³n en sĆ­, como lo hizo Kamel, tus palabras serĆ”n malinterpretadas y nadie lo sabrĆ”, porque esos rumores adquieren fuerza y son manipulados por el pouvoir. Y si cuestionas el discurso oficial sobre la relaciĆ³n de Israel o de Francia con Argelia, estĆ”s buscando problemas.”

El ataque mĆ”s sorprendente contra Daoud no viene de un yihadista sino de un colega dedicado a romper tabĆŗes: el novelista Rachid Boudjedra, que huyĆ³ de Argelia hace cuatro dĆ©cadas bajo amenaza de los islamistas. Boudjedra, tambiĆ©n autor de Ɖditions Barzakh, obtuvo notoriedad en 1969 cuando publicĆ³, en francĆ©s, El repudio, una novela sobre un joven cuyo padre abandona a su madre para casarse con una mujer mucho mĆ”s joven. Venga la humillaciĆ³n de su madre acostĆ”ndose con su madrastra; su hermano homosexual se suicida despuĆ©s de una relaciĆ³n con un judĆ­o. Empapada de fluidos corporales –sangre, heces, semen– y llena de grĆ”ficas descripciones de masturbaciĆ³n, El repudio fue un acto de rebeldĆ­a literaria extrema. Poco despuĆ©s de su publicaciĆ³n, Boudjedra se exiliĆ³ en ParĆ­s, luego en Marruecos durante los siguientes seis aƱos. AĆŗn conserva un departamento en ParĆ­s, y tras un breve periodo en que escribiĆ³ en Ć”rabe, ha vuelto a escribir en francĆ©s. Si alguien estaba en posiciĆ³n de comprender las dificultades de Daoud era Boudjedra. En vez de eso, ridiculizĆ³ la novela de Daoud llamĆ”ndola “mediocre” en Ennahar, el canal Ć”rabe de televisiĆ³n por cable que ese mismo dĆ­a le brindĆ³ una plataforma a Hamadache. DespuĆ©s, dijo que Daoud era “uno de esos escritores que tratan de conseguir un visado literario y van a Francia a lamerles las botas”.

Boudjedra tiene fama de ser muy difĆ­cil. Pero su desdĆ©n no es solo suyo y refleja un prejuicio de clase mucho mĆ”s extendido. De joven, Boudjedra luchĆ³ en la Guerra de Independencia y proviene de una prominente familia rural, mientras que Daoud es un hombre que se ha hecho a sĆ­ mismo y proviene de un pueblo perdido. Un amigo que pertenece al negocio editorial argelino lo compara con Rastignac, el advenedizo que trepa en la escala social en La comedia humana de Balzac. Para los intelectuales argelinos de izquierda eso hace de Daoud un arribista de provincias en vez de un intelectual genuino.

El dĆ­a despuĆ©s de ver a Bey en Sidi Bel Abbes, tomĆ© el tren de las ocho de la maƱana de OrĆ”n a Argel para visitar a viejos amigos, entre ellos el historiador Daho Djerbal, a quien conocĆ­ aquĆ­ en 2003. Me pareciĆ³ que Argel habĆ­a cambiado mucho. Al recorrer la rue Didouche Mourad, la principal avenida comercial, vi una ciudad que habĆ­a recobrado la vida, al menos la vida comercial. Vi una tienda Swatch, joyerĆ­as, agencias de viajes, boutiques de moda. Los cafĆ©s en las aceras estaban llenos de gente. En la Place de la Poste, cientos de personas, en su mayorĆ­a hombres, veĆ­an la Copa de Ɓfrica en una pantalla gigante colocada en el exterior. EchĆ© un vistazo a una encantadora librerĆ­a nueva, en las cercanĆ­as de otra que perteneciĆ³ a Joaquim Grau, un pied noir que en 1994 muriĆ³ asesinado a tiros por radicales islĆ”micos. El mercado al aire libre que serpentea por Bab el Oued, un barrio de clase trabajadora que alguna vez fue bastiĆ³n islamista, no era menos vibrante. Los puestos estaban llenos de aparatos elĆ©ctricos y ropa chinos, cd y dvd, y frutas y verduras frescas.

En la redacciĆ³n del histĆ³rico periĆ³dico que dirige, Djerbal tratĆ³ de convencerme de que esta normalidad era una ilusiĆ³n Ć³ptica, el efecto efĆ­mero de una explosiĆ³n de consumismo detonada por el precio del petrĆ³leo. No podĆ­a durar mucho, y la vuelta a la realidad no iba a ser agradable, me dijo. Djerbal me dio un tour d’horizon de la devastaciĆ³n causada por la liberalizaciĆ³n econĆ³mica argelina: la captura y venta de industrias estatales estratĆ©gicas a personas cercanas al rĆ©gimen, la acumulaciĆ³n de gigantescas fortunas privadas, la emergencia de una clase media parasitaria que no genera ninguna riqueza propia. Esas eran las personas que yo habĆ­a visto en los comercios de la rue Didouche Mourad, avenida que Djerbal retrataba como un pueblo Potemkin que no sobrevivirĆ­a al desplome de los precios del petrĆ³leo ni al fracaso del Estado argelino para diversificar la economĆ­a. Tal vez la caĆ­da estaba por llegar, pero recordĆ© una crĆ³nica similar del desastre anunciado que Djerbal habĆ­a escrito doce aƱos antes.

Cuando cambiĆ© de tema y mencionĆ© a Kamel Daoud, Djerbal se impacientĆ³, algo poco comĆŗn en Ć©l, como si le hubiese preguntado acerca de alguien muy por debajo de su nivel. Me respondiĆ³ que Daoud era parte del problema que acababa de describir; un hijo consentido del Estado al que atacaba. Sin embargo, tenĆ­a que admitir que era muy buen escritor. Djerbal sonriĆ³: “No lo suficientemente bueno como para ganar el premio Goncourt. AdemĆ”s, Francia jamĆ”s le darĆ­a el Goncourt a un argelino.” ParecĆ­a saborear la derrota de Daoud. ContinuĆ³: “Daoud representa un estrato sin legitimidad histĆ³rica.”

En Argelia el tĆ©rmino “legitimidad histĆ³rica” es muy especĆ­fico. Cuando estallĆ³ la Guerra de Independencia en 1954, el fln proclamĆ³ su “legitimidad histĆ³rica” como Ćŗnico representante de la naciĆ³n argelina. Tener legitimidad significa que uno representa una fuerza social colectiva y por lo tanto tiene derecho a ser escuchado. La mayorĆ­a de los intelectuales de Argelia se dan gran importancia mediante la legitimidad y el reclamo implĆ­cito de que hablan en nombre de una causa mayor: la naciĆ³n, el pueblo, la clase trabajadora, los bereberes. El hecho de que Daoud solo hable por sĆ­ mismo quizĆ” sea lo que sus crĆ­ticos encuentran mĆ”s perturbador.

Una tarde en Argel provoquĆ© una discusiĆ³n de cuatro horas por el solo hecho de mencionar el nombre de Daoud. Estaba en una cena que ofreciĆ³ Samir Toumi, un escritor que vive en un aireado y elegante departamento, en un edificio estilo Haussmann frente al Teatro Nacional. La facciĆ³n a favor de Daoud estaba encabezada por Sofiane Hadjadj, que dirige Ɖditions Barzakh con su esposa, Selma Hellal (juntos editaron la novela de Daoud). La facciĆ³n en contra de Daoud estaba representada por Ghania Mouffok, una periodista radical que admira la obra literaria de Daoud pero desprecia sus artĆ­culos. Mouffok, a quien conocĆ­ en Argel en 2003, acababa de regresar de hacer un reportaje sobre las protestas contra la extracciĆ³n de gas shale en el sur, una regiĆ³n histĆ³ricamente marginada que es tambiĆ©n la fuente de la riqueza que hay en Argelia: su gas y su petrĆ³leo. El movimiento habĆ­a reavivado su fe en el espĆ­ritu de resistencia argelino. “Cuando uno considera todo por lo que hemos pasado –mĆ”s de un siglo de colonizaciĆ³n, dĆ©cadas de dictadura, una guerra civil brutal– es increĆ­ble que seamos capaces de alzar la cabeza. Eso es lo que Kamel Daoud no ve”, me dijo.

Con una copa de vino en una mano y un cigarrillo en la otra, expuso los argumentos de la acusaciĆ³n. Daoud “escribe como si el imperialismo y el capitalismo no existieran”. Daoud se “odia a sĆ­ mismo”. “No es sorprendente que el narrador de Kamel se sienta mĆ”s cerca del hombre que asesina al Ć”rabe. Solo hay que leer sus artĆ­culos.” La novela era excelente, pero habĆ­a algo “sospechoso” en el Ć©xito obtenido por su libro en Francia. “Creo que hace que el lector blanco se sienta cĆ³modo”, afirmĆ³ Mouffok.

“¿QuĆ© paĆ­s crees que fue el primero que quiso traducir la novela de Kamel?”, interrumpiĆ³ Hadjadj: “Vietnam.”

“Me importa un carajo si la novela estĆ” traducida o no en Vietnam”, respondiĆ³ Mouffok. “Me preocupa lo que ven en ella los franceses.”

AspirĆ³ hondamente su cigarrillo e hizo una pausa: “Mira, yo adoro a Kamel. Estuvo brillante en On n’est pas couchĆ©, donde se mostrĆ³ atractivo, elocuente y sexi. Unos dĆ­as despuĆ©s lo vi en el canal Echorouk y el tipo que lo entrevistĆ³ se dirigĆ­a a Ć©l como si se tratara de un insecto. Le dije a Kamel: ‘No vayas a esos programas, y no te comportes como si fueras culpable. DefiĆ©ndete. Argelia es un paĆ­s que estĆ” fracasando, donde no se te permite tener Ć©xito y, si lo tienes, la gente quiere que fracases. Es un paĆ­s difĆ­cil y puede ser brutal’.”

Le preguntĆ© a Mouffok por quĆ© criticaba con tal severidad a su paĆ­s, cuando ella condenaba a Daoud por hacer bĆ”sicamente lo mismo. Su respuesta fue que ella se reservaba sus crĆ­ticas para los poderosos, mientras que Daoud atacaba a la gente. “Eso es pueril”, dijo Daoud cuando le contĆ© lo que me dijo Mouffok. “Yo no critico a ‘la gente’, yo critico gente. ¿Ves a ese tipo que se acaba de pasar el semĆ”foro? –estĆ”bamos en medio del trĆ”fico–, creo que es responsable de lo que hizo. Si alguien tira basura en la calle, es responsable de ese acto. Gente como Ghania opina lo mismo, pero no lo escribe. En vez de eso me acusan de odiar a Argelia: es absurdo. Claro que el capitalismo existe, y cuando se tiene un imperio, tambiĆ©n hay imperialismo. Pero el imperialismo no lo explica todo. Y no nos absuelve de solucionar nuestros propios problemas.”

En opiniĆ³n de Mouffok, el que Daoud crea en la responsabilidad individual sencillamente “reproduce el desprecio del pouvoir por la gente”. En Argelia, acusar a alguien de ser aliado o siquiera sentir simpatĆ­a por el pouvoir es el as bajo la manga.

Si Daoud comparte la sombrĆ­a visiĆ³n de la gente del pouvoir, el pouvoir no parece apreciarlo en absoluto. Cuando entrevistĆ© a Hamid Grine, ministro de ComunicaciĆ³n, desdeĆ±Ć³ las preocupaciones de Daoud por la fetua. “Kamel no estĆ” mĆ”s amenazado que otros como Ć©l”, afirmĆ³. Hamadache, quien se iniciĆ³ como bailarĆ­n profesional, era un excĆ©ntrico sin seguidores, y por lo tanto lo mejor era ignorarlo. “El caso ha atraĆ­do la atenciĆ³n porque vende periĆ³dicos, pero en el corazĆ³n del paĆ­s la gente habla del precio de las papas, no de Kamel Daoud.”

Casualmente Grine habĆ­a llamado a Daoud el dĆ­a anterior. Estaba molesto por un artĆ­culo reciente de Daoud, “El otro Je suis Mohamed”, un elogio a Mohamed AĆÆssa, ministro de Asuntos Religiosos, por su campaƱa contra la presiĆ³n que recibĆ­an los dueƱos argelinos de los canales Ć”rabes de televisiĆ³n por parte de islamistas. (“Hamid habrĆ­a preferido una columna titulada ‘Je suis Hamid’”, opina Daoud.) Grine sostuvo haber sido el primero en defender a Daoud, pero sus comentarios me parecieron menos que sinceros. HabĆ­a celebrado una reuniĆ³n privada con los ejecutivos de los canales por satĆ©lite en los que salĆ­a Hamadache pero, a diferencia de AĆÆssa, se abstuvo de criticarlos en pĆŗblico, porque “en Argelia tenemos una tradiciĆ³n de discreciĆ³n”. (Un mes despuĆ©s de nuestra conversaciĆ³n, Grine hizo declaraciones que hacĆ­an eco de las de AĆÆssa.)

Grine, de sesenta aƱos, tambiĆ©n es novelista. Al igual que Daoud, escribe en francĆ©s. Le dije que habĆ­a disfrutado su novela Camus dans le narguilĆ©, sobre un hombre que oye el rumor de que Camus es su padre biolĆ³gico. Grine se quejĆ³ de que su novela no se habĆ­a beneficiado del “gigantesco equipo de promociĆ³n” que catapultĆ³ el Ć©xito del libro de Daoud en Francia y dio a entender que su imagen de Camus tal vez no se habĆ­a visto con buenos ojos en ParĆ­s. El hĆ©roe de Camus dans le narguilĆ© se da cuenta de que Camus no es su padre y de que los argelinos tienen que abandonar la fantasĆ­a de recuperar a Camus, tal y como habĆ­an propuesto Daoud y Bey.

“Camus no fue un escritor argelino, fue un escritor francĆ©s”, asegurĆ³ Grine. “Era un colonizador de buena voluntad, un pied noir. SĆ­, tuvo algunos gestos hacia los argelinos, pero se oponĆ­a a la independencia.”

Grine no habĆ­a leĆ­do Meursault. “Estoy seguro de que es excelente. Mi hijo lo leyĆ³ y le gustĆ³. Yo solo leo lo que usted ve aquĆ­”, dijo, seƱalando un altero de documentos oficiales que habĆ­a sobre su escritorio. ~

 

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TraducciĆ³n del inglĆ©s de Laura Emilia Pacheco.

Publicado originalmente en The New York Times Magazine.

© 2015 The New York Times.

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Ha sido escritor en la London Review of Books y en The Nation. Ha colaborado, entre otras publicaciones, para The New York Review of Books y The New York Times.


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