El Archipiélago de los Chagos

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Habría podido ser el paraíso. Perdido en el Océano Índico a más de dos mil kilómetros de la isla Mauricio y de las islas Seychelles, un rosario de islas de coral sembrado bajo los bancos de arena blanca, encerrando lagunas color turquesa, cada isla con una cabellera de cocoteros inclinados bajo la suavidad de los vientos alisios, lejos de cualquier peligro de ciclón. Para los habitantes de esas islas, el lugar fue durante generaciones no el paraíso, sino su tierra, suspendida entre el cielo y el mar. Ahí la vida no era idílica.
     En su mayoría descendientes de los esclavos africanos importados a la isla por los franceses en el siglo XVIII, los chagosianos debían trabajar duro en la fábrica de copra solamente recibiendo como salario raciones en víveres y en productos de primera necesidad, viviendo así fuera de todo sistema monetario (lo cual los hacía más vulnerables). Pero por lo demás, podían pescar libremente los peces que abundaban en las lagunas vecinas —como el extraordinario banco de los Chagos de treinta kilómetros de ancho—, cultivar su pedazo de tierra, o criar gallinas o cabras. Dos veces al mes, el barco que comunicaba entre sí las dependencias aledañas de la isla Mauricio traía las noticias del mundo exterior, y los complementos de víveres y mercancías que apenas podían comprar en la tienda de la Compañía. Esto habría podido durar eternamente, y Chagos habría podido deslizarse suavemente en el nuevo milenio con la gracia despreocupada de las sociedades criollas, e incluso recoger un poco más de ese maná providencial […]
     Pero la realidad fue muy distinta. Entre 1968 y 1971, las trescientas familias que comprendían más de mil quinientos chagosianos ligados a ese territorio durante generaciones fueron expulsadas sin miramientos, no sólo de la isla llamado Diego García sino también de las islas vecinas, Salomón y Perós Banhos. Ni siquiera fue necesario recurrir a la violencia. Muchos de los isleños que andaban de viaje en Mauricio, como la cantante Chartesie Alexis en 1968 o Christian Ramdas en 1971, vieron que se les negaba el derecho de regresar a Chagos para recoger sus cosas, y se quedaron en el destierro con sus maletas.
     Como habían vivido siempre apartados, los chagosianos carecían de defensa y de representación verdadera. La desaparición de la fábrica de copra, su única fuente de aprovisionamiento, los puso a merced de las autoridades. Al fin de evitar toda crítica, el gobierno inglés recurrió a los servicios de lo que podría llamarse una milicia privada para proceder a las expulsiones. Las últimas deportaciones en 1971 fueron particularmente dramáticas. Ancianos, mujeres y niños fueron reunidos y embarcados por la fuerza en el barco Norduaer abandonando todo detrás de ellos, sus casas, sus campos, sus animales de granja y hasta sus perros. Según los testimonios, a quienes intentaban resistir se les oponía la "opción de Hobson" (nombre del oficial usamericano encargado de vigilar el embarco): "Váyanse o muéranse de hambre."
     Las condiciones de instalación en Mauricio no fueron menos dramáticas. El gobierno inglés no mantuvo ninguna de sus promesas, y la situación económica de Mauricio en los años que siguieron la independencia volvió particularmente difícil la inmersión de los nuevos emigrantes. Una gran parte de las familias chagosianas encontró refugio en los abrigos anticiclones prestados por el gobierno inglés —eran algo parecido a medios cilindros de hierro cubiertos de zinc, que de día se transformaban en hornos y donde eran evidentes las condiciones de falta de higiene y de promiscuidad. Otras lograron encontrar alojamiento mal que bien en los barrios pobres de Port-Louis, en Cassis, en Point aux Sables, en Cité la Core, en Duckers Flat, en Rochebots. No había trabajo. A pesar de la voluntad de los chagosianos de conservar su dignidad, sus condiciones de vida eran las de proscritos sin ni siquiera el status de refugiados políticos viviendo en la miseria.
     Un informe publicado en 1975 por el Instituto para el Desarrollo y el Progreso (Hélène Stophe) hacía aparecer el desenlace de los exilados chagosianos en Mauricio: sobre las 277 familias interrogadas, la mitad reconocía que vivía en alojamientos miserables, con un ingreso de entre diez y veinticinco rupias mensuales (aproximadamente en francos franceses de la época). El único trabajo que se les ofrecía era el de mano de obra en los muelles de Port-Louis. Los niños en su mayoría no estaban escolarizados.
     Hoy, treinta años después, con el impacto del exilio, aun si las condiciones de vida han mejorado, el sentimiento de abandono de los chagosianos sigue siendo muy fuerte. Una película reciente, filmada en video por un grupo de mauricianos,1 deja ver la amargura de esta gente víctima de una injusticia tan grande. Sobre su isla nativa, Diego García, la base militar de Estados Unidos se ha instalado perdurablemente (el acuerdo inglés estipulaba una ocupación de cincuenta y cinco años, obviamente renovable). Se han construido depósitos de combustible a lo largo del atolón, poniendo en peligro el equilibrio ecológico. De la pista de vuelo han despegado los bombarderos gigantes hacia misiones en Camboya, Afganistán e Iraq.
     A pesar de los tratados de desnuclearización del Océano Índico, suscritos por Mauricio y por la mayoría de los países vecinos, caben pocas dudas de que tarde o temprano la base de Chagos acogerá misiles con ojivas nucleares. El desarrollo de la actualidad no incita al optimismo…
     El gobierno usamericano ha denegado a los exiliados el derecho de ir a poner flores sobre las tumbas de sus familias, con el pretexto de los imperativos de la seguridad en la guerra contra el terrorismo. Ya los ingleses habían negado a la población de las islas participar en la conservación y mantenimiento del cementerio, pues ello habría significado el reconocimiento de sus raíces.
     ¿Qué queda hoy de ese mundo apacible donde los habitantes de Chagos vivían día a día sabiendo conservar el frágil equilibrio de los atolones? En un reciente intento de conciliación, Inglaterra ofreció a los chagosianos la nacionalidad británica, lo que les permitiría sin duda ir a Inglaterra a trabajar como mano de obra aunque con ciertas restricciones. Pero ¿puede eso compensar la pérdida de la patria?
     Como todos los refugiados del mundo, los exiliados de Chagos no han renunciado a la esperanza de regresar algún día a sus islas nativas. Se puede soñar en ese día en que, a pesar de la insolencia inconsciente de las potencias militares y de la mercantilización de los gobiernos, el mundo recobrará su razón y sabrá hacer justicia a los hijos de Chagos. ~

                                                        —Traducción de Adolfo Castañón

 

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1. Chagos: la prohibida, película realizada por Gopalan hallapernal, David Constantin y Shehaz Patal, con la participación de Chartesie Alexis, Aunèlie Talasì, Anastasia Modinar, Rosamonde Saminadan, Raphaël Louis, Nicolas Harad. Camaleón Produtions. Isla de Mauricio, junio 2002. Para mayor información sobre el caso de Chagos, puede consultarse el sitio www.chagos.org, creado en Suiza por un comité chagosiano. En Inglaterra, Richard Clifford y Olivier Bancoult han fundado otra asociación, The Chagos Refugee Group, que cuenta con el apoyo de Nelson Mandela. La documentación del presente artículo ha sido tomada de U.S. Governement Publications, 1975. El mapa se inspira en el mapa de la Compañía, 1990. Le Point, 13 de diciembre de 2002. num 678.

 

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