El soñador cine mexicano puso en la sábana vertical titánicos volcanes y nubes marmóreas, rancherías festivas y sangrientas, provincias de tarjeta postal, vecindarios míseros pero musicales, sombreros rivales del horizonte, pistolas discutidoras, caballos más amorosos que las novias, sonoros caporales bravíos, guitarras galantes, idílicos balcones nocturnos, indígenas tan dramáticos como pintorescos, madres dulcemente autosacrificadas, doncellas honestas pero románticas, hembras de cuerpo alquilable y de corazón puro, noches de ronda erótica, tequilas incendiarios, machos bigotudos con falo de seis tiros, chistosos de esplendor radiofónico, vírgenes de medianoche y de virginidad perdida, vampiresas glorificables en danzones y boleros, tríos cantores de rancheras y boleros, caderas mamboletas, padrotes criminales corregidos en el callejón terminal, iconos vivientes de la Religión, iconos vivientes (y a caballo) de la Revolución, pobres santificados por el barrio y el amorcito corazón, torrentes de canción y melodrama, y de melodrama y canción y va de nuevo, farsas propiciadoras del mu (vergüenza ajena), fotogénicas poses telúricas, fotogénicas poses nacionalistas, machismo que nunca pierde pero si pierde arrebata, etcétera. Y he aquí que con eso y más y como sin advertirlo el cine de México fundó otro país: “México”. Alguien tenía que hacer el inventario de “México”, y fue Emilio García Riera (Ibiza, 1931-Guadalajara, 2002) en una obra que arriesgaba ser más cuantiosa en el papel que toda una cinematografía en el celuloide: los 18 tomos de la Historia documental del cine mexicano, es decir 6.050 pp de 25 por 18 cms, a doble columna, que fichan, documentan, comentan 3.544 cintas realizadas de 1929 a 1976. Quizá ninguna otra cinematografía ha contado con un historiador más terco, acucioso y sagaz. E investigar “México”, el de celuloide, era un modo de acercarse a los sueños de México, el de carne y hueso. El cine es mejor que la vida tituló García Riera su sabroso libro autobiográfico, ganador del Premio Villaurrutia, pero los 18 tomos de filmografía comentada con un estilo rápido y a la vez detallístico, un modo de mirar inteligentemente las películas, de explorar su anécdota argumental, prueban que, para asombro del espectador extraño, el cine mexicano pudo, en un quizá 93%, ser peor que la peor realidad mexicana (la cual, por otra parte, jamás abdica de la congénita vocación de empeorar).
Hombre de inagotable labor, García Riera fue de los fundadores del grupo y la revista Nuevo Cine, el principal promotor de Guadalajara como capital cinéfila, el autor de una cincuentena de
libros entre los cuales hay curiosas novelas y su gozable autobiografía con personajes adjuntos (including me!). Tanto Jomi
García Ascot como Álvaro Mutis se maravillaban de su veloz inteligencia y su vivaz ingenio, tan grouchomarxista y a veces tintanesco. Siempre admiré su modo de amar la vida sin idealizarla, y casi compartí su opinión de que el cine es mejor que la vida porque en la vida ganaba Franco y en el cine ganaba (pero a veces, Emilio, ¡a veces!) Gary Cooper. ~
Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.