La mafia que se adueñó de México… y el 2012, de Andrés Manuel López Obrador

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El 20 de noviembre de 2006, en medio de un Zócalo atiborrado, sobre un enorme templete, Andrés Manuel López Obrador fue investido como “Presidente Legítimo” de México. Dos meses antes, el 16 de septiembre, a mano alzada, sus seguidores “votaron” rechazar el gobierno “usurpador” de Felipe Calderón y reconocer a López Obrador como su “presidente”. Ni una sola mención de estos hechos ni de este cargo aparece en el nuevo libro de López Obrador, tal vez porque esa farsa desembocó en un rotundo fracaso. Nadie recuerda hoy la “presidencia legítima” ni a sus doce secretarios-apóstoles (entre ellos gente supuestamente razonable, como Elena Poniatowska y José María Pérez Gay), ni el mismo López Obrador hace nada por recordarlo, lo que es natural, ya que de nuevo está en campaña en pos de la presidencia. ¿Entonces de nada sirvió su investidura? No exageremos: sirvió para recaudar una suma desconocida de fondos (que él maneja con total opacidad y a discreción) y con ellos recorrer varias veces la totalidad del país, imprimir mensualmente –con un tiraje de cinco millones de ejemplares– el periódico Regeneración, integrar bases de apoyo en cada uno de los municipios de México y promover su figura y su discurso con la mirada fija en el 2012. De hecho, este libro forma parte de su estrategia para hacerse con el poder. En él hace un dramático diagnóstico del país, explica el origen de nuestros problemas y expone la forma en que salvará a México, para “lograr la dicha del pueblo y el renacimiento de la nación”. Vamos por partes.

La nueva “crisis de México”

En 1947 Daniel Cosío Villegas publicó “La crisis de México”, un devastador análisis sobre la postración económica y moral en que estaba sumido el país. Para Cosío, el origen de esa situación se encontraba en la traición que los sucesivos gobiernos posrevolucionarios habían hecho a los postulados de la Revolución mexicana. Para López Obrador, la nueva crisis de México se origina a partir de que los gobiernos priistas de corte neoliberal toman el poder en 1982 y deciden seguir los dictados de “un grupo internacional de potentados, que se sienten dueños del planeta”, cuyo perverso fin era “dominar a los estados nacionales y apoderarse de los recursos naturales y de los bienes de la inmensa mayoría de los seres humanos”. Los gobiernos panistas, según el político tabasqueño, retomaron esa filosofía política y ahondaron la crisis.

Más allá de esta paranoica visión conspirativa, algunos de los datos que aporta López Obrador son devastadores. De 1982 a 2009 el producto per cápita ha crecido apenas un 0.6% anual. En 2009, según una medición que hizo el Banco Mundial, ocupamos el lugar 143 de 152 países en crecimiento económico, por debajo de Haití. Somos el país que más expulsa mano de obra del mundo, debido a la falta de apoyos e inversión en el campo. Se ha dejado a su suerte a los pequeños y medianos empresarios, que padecen una casi total ausencia de créditos y la desleal competencia de grandes monopolios, a los que el gobierno ha concedido de facto nichos protegidos. La cfe, el imss y Pemex están técnicamente quebrados. El 70% de los mexicanos ganan menos de 2,680 pesos mensuales. El 10% de las viviendas del país carecen de drenaje. Casi la mitad de los municipios mexicanos han perdido población a causa de la migración. El alarmante desempleo solo es aliviado por el comercio informal, que ya domina la mitad de la economía nacional. De 1982 a 2009 se pasó de 32 a 60 millones de pobres. La cobertura de salud es muy deficiente y el estado de la educación, deplorable. Desde el punto de vista de López Obrador hemos llegado a tal situación debido a que las grandes empresas no pagan impuestos (dato que el presidente Calderón pareció avalar cuando en octubre de 2009 dijo que “las empresas que más ganan, rara vez, muy rara vez, pagan impuestos”), a la absoluta corrupción gubernamental y al excesivo tamaño y costo del gobierno.

 

El origen del Mal

Heredero de una tradición cristiana que ve en el dinero y la riqueza la fuente de toda corrupción y todo el Mal, López Obrador señala a los grandes empresarios como los causantes de todas las desgracias nacionales. Su visión, maniquea, reduccionista y falsa, llega a extremos de caricatura. El pueblo en todos los casos es bueno, noble, trabajador, puro. Mientras que los empresarios son unos pillos, unos vándalos, unos saqueadores sin principios, cuya única motivación es la codicia desmedida. Con tal de acumular riquezas han conducido al pueblo de México al sufrimiento. Si en México hay inseguridad y el crimen organiza-
do ha desatado la violencia, los empresarios tienen la culpa por no invertir. Si el estado de la educación pública deja mucho que desear, es culpa de los empresarios, que han propiciado esa situación para suprimir la movilidad social. Si el campo padece falta de inversión es porque los empresarios prefieren que México importe los alimentos que consume. Todos los males del país tienen su origen en los grandes empresarios. Ellos son los dueños de México. El presidente, su empleado. Pero su poder no para en el dominio que tienen sobre el Ejecutivo. Ellos dominan a los partidos, a los legisladores, a la Suprema Corte de Justicia, a todas las instituciones (incluido el ife), a todos los medios de comunicación (menos a La Jornada, “ese gran periódico”). Los grandes empresarios han formado una mafia que tiene secuestrado al país, México en realidad no es una república, sino una dictadura encubierta…

Para probar lo anterior, López Obrador acude a Forbes, revista en cuyo índice de multimillonarios solo aparecía un mexicano en 1988 y 24 en 1994. Luego de acceder al poder de modo fraudulento, aduce López Obrador, Carlos Salinas de Gortari, amparándose en pretextos neoliberales, cedió a un grupo de empresarios casi la totalidad de los recursos naturales de la nación y las más redituables empresas del Estado (olvidando de paso mencionar que esas empresas eran en ese momento deficitarias…). Lo hizo a cambio de que apoyaran su dominio transexenal. Pero algo salió mal. Sin que López Obrador explique cómo y por qué pasó, el gran manipulador, Salinas, tuvo que salir de México durante el periodo de Ernesto Zedillo, aunque volvió a reaparecer en el sexenio de Vicente Fox. Salinas reagrupó a la clase empresarial y conspiró para impedir que López Obrador llegara a la presidencia. Todos los empresarios lo obedecen, por amistad o por miedo, dice López Obrador.

Lo cierto es que los elementos que aporta López Obrador para justificar su análisis son muy endebles; en varios casos rayan en lo ridículo. Según la visión conspiratoria de López Obrador, Salinas entregó las riquezas nacionales a un reducido número de empresarios y ellos son los dueños reales del país. Afirma López Obrador: yo los conozco a todos ellos y sé cómo piensan. Y acto seguido comienza a referir anécdotas y datos de algunos de estos malignos conspiradores. De Slim dice que es “bastante sencillo”, que “es sensible”, que “no usa trajes especiales”, que una vez lloró en su oficina al recordar a Pepe Iturriaga, que con él la relación ha sido “honesta y transparente”, más aún, comenta que no tiene “evidencias de que Slim actúe bajo las órdenes de Salinas”. De Ricardo Salinas Pliego dice que es un hombre respetuoso “en el marco de las limitaciones que le imponen sus convicciones e intereses”. De Alberto Baillères afirma que aunque es “una gente amable”, “tiene mucha fascinación por el dinero”. De Emilio Azcárraga dice que lanzó en 2006 a su televisora en su contra (pero no menciona que trasmitió diariamente durante muchos meses las conferencias mañaneras que daba como jefe de Gobierno de la ciudad de México). De estas anécdotas, deshilvanadas, sin apoyo de ninguna evidencia, sin soporte documental alguno, y cuyo eje es la posición que adoptaron ante su campaña en el 2006, desprende López Obrador una vasta conspiración, los hilos perversos de una mafia que todo lo controla. Entes malignos, los empresarios, dominados por el mero afán de lucro, tienen como único objetivo someter y causar sufrimiento al pueblo de México, que es noble y bueno.

 

El pasado en el futuro

Si es preocupante la ingenuidad con la que López Obrador fundamenta el origen de la crisis actual que padece el país, más inquietante resulta su visión del futuro. El capítulo en el que plantea las salidas para México incluye una reveladora crónica-reportaje del viaje que realizó por los 418 municipios indígenas, de usos y costumbres, de Oaxaca. Ahí encontró un pueblo que se ha resistido a los embates de la modernidad, que conserva sus tierras, sus costumbres, sus leyes, su idioma, su cultura. Un pueblo “alejado de la ambición, de la codicia y del odio”. Un pueblo, en suma, no manchado por el individualismo y la sed de oro que trajeron consigo los conquistadores. No le interesa a López Obrador explicar por qué, pese a ese conjunto de atributos positivos, esos municipios son los más atrasados y los más pobres del país. O mejor dicho, la única explicación que da me parece insuficiente: por falta de apoyo del gobierno. Y es que solo el gobierno puede solucionar los males de Méxi co. Un gobierno, claro, impoluto, honesto, con ideales. ¿Cómo se puede enderezar la economía? Poniéndola bajo la tutela del gobierno. ¿Y la educación, la salud?
Del mismo modo. ¿Y la moral? También. Un buen gobierno puede arreglarlo todo. El gobierno debe proveer a todos. Un gobierno asistencialista, paternalista, infinitamente bienhechor. Pero no un gobierno de “izquierda”, sino uno que base sus principios en “los valores del México profundo”. El futuro de México está en el reencuentro con su pasado.

 

En campaña

Desde 2007 López Obrador se ha dedicado a recorrer el país. Ha visitado en dos ocasiones todos los municipios de México y está a punto de comenzar su tercer recorrido. Desde 2007 vive en campaña permanente en busca de la presidencia de México, en busca del poder. Intuye que ha perdido irremediablemente el apoyo de los empresarios y de las clases medias. Su base de apoyo es ese 70% de la población que gana menos de dos salarios mínimos. Para esa base ha fabricado un discurso efectista, en extremo simplificador. Según ese discurso, el mal de México tiene nombre, se llama modernidad, se llama individualismo, se llama codicia. López Obrador trata de imponer una visión: el México anterior a la Conquista no padeció esos males. El México prehispánico, el México profundo, es una especie de Arcadia perdida. La Edad de Oro existió antes de la llegada de los españoles y puede volver a existir luego de que el pueblo bueno recupere lo que es suyo, sus recursos naturales y sus empresas. El pasado fue glorioso y el futuro lo será, siempre y cuando logremos salir del actual purgatorio en el que los mexicanos vivimos secuestrados por “la mafia que se apoderó de México”.

Este discurso simplificador, que López Obrador ha venido repitiendo miles de veces a lo largo y ancho del país, basa su poder de seducción y su eficacia en la identificación del Mal con un grupo (los ricos), pero sobre todo con una especie de supremo ser infernal: Salinas es Satán. México necesita que alguien lo rescate de la postración, alguien que sea ajeno al engaño, a la corrupción, al afán de lucro. Alguien con ideales. La misión (porque más que una campaña se trata de una misión) no resultará sencilla, ya que los viles han diseñado “toda una estrategia de comunicación perversa, basada en el manejo de lo más sensible e irracional del cerebro humano”, pero el bien prevalecerá, se hará finalmente la luz. Y entonces, solo entonces, México renacerá y podremos todos decir: gracias, Padre, Salvador nuestro, que nos libraste del Mal. ~

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