Campo de plumas

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Nació muerto pero como era un niño muy deseado la familia se volcó para sacarlo adelante y consiguieron que dentro de sus limitaciones tuviera una vida casi normal. El no existir se manifestaba en detalles de la vida cotidiana: a menudo resultaba invisible para los demás y aunque era obvio que en general le veían y podían tocarle, apenas le hacían caso. En cuanto tuvo cierta edad, sus padres, que ya le habían ido aleccionando por goteo, le explicaron su situación, lo que fue un gran alivio para él, ya que había empezado a creer que padecía halitosis, que su voz era desagradable o que los compañeros le despreciaban por haberles infligido alguna ofensa que no conseguía determinar. Así, al alcanzar la edad adulta ya se había adaptado a no ser nadie, a pasar inadvertido y a que no le escucharan cuando intentaba decir algo. El ejemplo más claro de esta existencia intermitente y de baja intensidad es que cuando entraba en un bar el camarero no le atendía. Y poco más puedo decirle.

–Se lo agradezco.

–Ahora que le he contado lo que sé, ¿puede decirme por qué lo buscan, acaso XX ha hecho algo?

–¿Ha tratado más casos como este?

–No. Lo que ocurre es que muchas personas presentan los mismos síntomas de invisibilidad social y después de tratar a este chico… he llegado a pensar que algunos de los pacientes que he atendido en estos años…

–¿Quiere decir que les pasaba lo mismo?

–Pues no lo sé.

–Pero en ese caso ellos no lo sabrían.

–Si alguno lo supo a mí no me lo dijo. Ni yo me lo llegué a imaginar.

–¿En la literatura médica o científica se ha documentado algún caso similar?

–Yo no lo he encontrado.

–¿Lo ha buscado?

–Desde que XX entró por esa puerta no he hecho otra cosa.

–Yo también he mirado algo…

–A lo mejor ha tenido más suerte que yo.

–En los archivos no he visto nada. Tampoco sé cómo buscar…

–La entiendo. Yo no me atrevo a preguntar a colegas. No quiero que me retiren el permiso para ejercer.

–Usted no duerme mucho, eh.

–No. ¿Y usted?

–Tampoco.

–Podríamos hablar de madrugada.

–Sí. Una psicóloga y una inspectora de policía hablando de insomnio.

–Lo digo porque ahora tengo que seguir trabajando…

–Ay, perdone, tiene la consulta llena y yo aquí tan pancha.

–Espero haberle ayudado.

–La volveré a llamar, si no le importa.

–Pero aún no me ha dicho por qué le buscan.

–La familia cree que ha desaparecido.

–Ah.

–¿Qué le parece, cree que es posible?

–Pues no lo sé.

–¿Alguna vez le habló XX de suicidio?

–No, no creo.

–¿Podría ser?

–No, no. Vamos, no sé.

–Pues si usted no lo sabe… A ver, es su psicóloga… ¿Cree que ha podido marcharse sin decir nada a la familia?

–Qué quiere que le diga…

–¿Cuántas veces ha venido a su consulta?

–No estoy segura, diez, tal vez doce.

–¿Me puede enseñar la agenda, por favor?

–Tal vez veinte, oiga, estoy agobiada… Si me disculpa, tengo a los pacientes esperando.

–Sí, ya me voy… Aunque tendré que volver a molestarla… Gracias por su tiempo.

–De nada.

–Perdone, ¿y este librito?

–¿Qué?

Visión de Anáuhac

–Ah, pues…

Visión de Anáhuac (1519). Alfonso Reyes. ¿Es suyo?

–No, no sé…

–Está en su mesa… ¿es suyo o no?

–Pues se lo habrá dejado algún paciente.

–¿Puedo abrirlo?

–Sí, claro… pero…

–“Viajero, has llegado a la región más transparente del aire.” Qué interesante, ¿no?

–Basta, por favor, llevo mucho retraso… ¿Podemos hablar en otra ocasión?

–¿Me puedo llevar el libro?

–(La doctora con voz de hombre) ¡¡¡NO!!! Joder, ya está bien, déjeme en paz, ¡hostia!

–Disculpe, doctora, si no colabora va a tener que acompañarme.

–¿Yo?

–La familia me ha dicho que para su hijo este libro es como la biblia, que no se separa de él ni para ir al baño. Y ahora lo encuentro aquí, encima de su mesa…

–¿Este libro…?

–Si no me lo explica la voy a detener por la desaparición de XX.

–(Voz de hombre) Y una mierda, no me jodas.

–¡Pero por qué habla con esa voz?

–Está bien, inspectora. Escuche con atención: XX está dentro de mí.

–¿Qué!

–Ya lo sabe. Esa frase con voz de hombre la ha dicho él.

–Joder. ¿Le importa que fume?

–A mí no…

–Gracias.

–… Pero a él sí.

–Ah, perdón. ¿Puede explicarse un poco mejor?

–¿Cree que yo lo entiendo? Mire, XX ha descubierto que puede hacer cosas que un ser humano no podría imaginar…

–Como meterse dentro de otra persona.

–Por ejemplo.

–(Voz de hombre) Eso lo hemos descubierto entre la doctora y yo, a medias.

–Entonces usted es…

–(Voz de hombre) Qué lista, se ha ganado un ascenso.

–Ya…

–Discúlpele, inspectora, a veces es un poco maleducado.

–(Voz de hombre) Me gustaría veros a vosotras en mi situación.

–Por favor, déjame hablar a mí.

–(Voz de hombre) Vale. Pero creo que la inspectora sospecha que eres ventrílocua, JAJAJA.

–Calla, por favor.

–(Voz de hombre) Valeee.

–Bien, ahora ya lo sabe. ¿Nos va a detener a los dos?

–¿Por qué no se lo han dicho a sus padres?

–Usted qué cree… Oye, papá… que estoy pasando unos días en casa de la psicóloga… ay no, en su cuerpo.

–Pero… ¿él le pidió permiso a usted para…?

–Claro. Ya le ha dicho que fue de mutuo acuerdo.

–¿Y qué tal?

–Bien… Bueno, genial.

–¿Qué quiere decir?

–Eso, que muy bien.

–Ya. ¿Y el libro?

–Es una especie de guía para él, como un manual.

–No entiendo.

–No, claro. Yo tampoco. Es como un código que solo entienden los que están… bueno, en esa situación. Cada frase significa algo en su mundo.

–¿Le puede decir a XX que me hable él?

–Claro, a ver… ¿estás ahí? ¿XX?

–¿No responde?

–No. A ver: A batallas de amor…

–¿Es un santo y seña?

–Sí. Él ha de responder…

¡A batallas de amor campo de plumas!

–¡Hostias, inspectora, él está dentro de usted!

–(La inspectora, con voz de hombre) JAJAJA. ¡Queda usted detenida! ~

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(Barbastro, 1958) es escritor y columnista. Lleva la página gistain.net. En 2024 ha publicado 'Familias raras' (Instituto de Estudios Altoaragoneses).


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