Josefina Vicens

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1. Tiene la voz ronca, grave. Fuma. Tiene el pelo corto, ondulado. Se viste como hombre: pantalones, blusa blanca abotonada hasta el cuello. En 1934, Josefina Vicens tiene veintitrés años y un trabajo en el recién inaugurado Departamento Agrario. Es cardenista. No estudió una carrera universitaria, empezó a trabajar a los catorce años para ayudar a su familia. Le gusta leer. Es burócrata. Checa tarjeta, firma todas las mañanas como Juana de Arco, Don Quijote, Marcel, Emma Bovary. Depende del personaje que tiene en mente. Se casa a los veinticinco años con José Ferrel, dura un año su matrimonio. Frecuenta el Café París, se reúne con los Contemporáneos. Y escribe. A mano. En mayúsculas, con letra molde.

 

2. De padre español y madre mexicana, nace en Tabasco el 23 de noviembre de 1911. Muere el 22 de noviembre de 1988, en la ciudad de México. Después de su divorcio no regresa a la casa familiar, sigue su recorrido:

 

Si desde chiquita lo que quería ser es vagabundo y andar con mi morralito atrás y dormir cada noche en un sitio. Imagínese, una gente así como que no es nada femenina, desde luego.

 

Trabaja en varias oficinas dependientes del gobierno, se involucra en la política. Le gustan los toros, la plaza, los domingos a las cuatro de la tarde. Escribe en la prensa bajo dos pseudónimos: Pepe Faroles y Diógenes García. ¿Un botón? En Torerías, revista cuyo gerente y colaborador era Pepe Faroles:

 

Carlitos Arruza, ese simpático joven de 23 años de edad, pleno de salud y de facultades físicas logra dar el aspecto de un señor maduro, enfermo, sin interés por nada ni nadie.

 

Critica. Eso hace. Un día, un hombre la quiere golpear. Diógenes García se encarga de la política. Vicens escribe argumentos/¿guiones? cinematográficos, ochenta aproximadamente. Tiene dos protagonistas y narradores masculinos: José García y Luis Alfonso Fernández. Es decir, dos novelas narradas en primera persona: El libro vacío (1958) y Los años falsos (1982). Un cuento, “Petrita”, basado en La niña muerta de Juan Soriano, y algunos poemas breves. Josefina, José, Pepe. Sus amigos la apodaban Peque. Como Juan Rulfo al tocar la puerta de su casa. Beben tequila juntos. Esa noche Rulfo la reta a escribir otro libro, ella le responde así: “Juan, ¿por quéno escribes otro libro?” Repito: ella es autora de El libro vacío.

 

3. No pasa nada en el libro. Como tampoco pasa nada en la trilogía de Beckett, en los paseos de Robert Walser ni durante la tarde que la señora Dalloway compra flores. Su protagonista tiene un nombre como cualquier otro. Como en Kafka, ese extraño caso donde los personajes están despojados de nombres, reducidos a iniciales. Sustituibles. De modo que aquíla anécdota y el nombre están reducidos a la nada. José García está atrapado entre las cuatro paredes lisas de su oficina, iguales a las cuatro letras de su nombre: “¡Amigo García! ¡Tan impersonal, tan indiferente como si dijera cualquier número!” La historia es simple: un hombre de 56 años quiere escribir una novela, pero escribe su imposibilidad. Lleva dos cuadernos, leemos el cuaderno uno. Un largo quejido, la imposibilidad de empezar el segundo cuaderno, en el que supuestamente escribirála novela. Pero Godot nunca llega. Y la torre no hace al Montaigne. El cuaderno lleno que desea ser el cuaderno siempre vacío. Eso leemos. El conflicto, la crítica, la angustia. La incertidumbre. Esa palabra que cruza El libro vacío y que es la misma que cruza el siglo XX. La guerra interna, ese violento mar. La profundidad en la que acontece nuestro idioma. El reverso perfecto de Pedro Páramo: la vida cotidiana de un oficinista en la ciudad de México. Sus preocupaciones. Sus pagos en abonos. Su mujer entibiando las dos cobijas raídas mientras, en el cuarto de al lado, él escribe sobre su imposibilidad de escribir. El chorro de agua que lo despierta en la mañana antes de ir a la oficina. Su pelito mojado mientras imagina una tempestad.

 

4. ¿Cuál es entonces el camino que lleva a las palabras? ¿Está en las anécdotas, en las fechas, en los temas, en los nombres? La respuesta del texto es vital: adentro. El libro vacío es una línea vertical. No horizontal, como una mesa de novedades. Llega a las profundidades oscuras, frías. Al fondo de esa incertidumbre donde solo hay preguntas, donde no hay luz. No hay nada. No hay anécdota ni nombres. Acaso palabras. Quizá allí estaba el lazo que Octavio Paz leyó:

 

Pues, ¿qué es lo que nos dice tu héroe, ese hombre que “nada tiene que decir”? Nos dice: “nada”; y esa nada –que es la de todos nosotros– se convierte, por el mero hecho de asumirla, en todo: en una afirmación de sí mismo y, aún más, en una afirmación de la solidaridad y fraternidad de los hombres.

 

5. La última frase del libro es el deseo de encontrar la primera frase. Tal vez como el último pensamiento que tendremos sea el deseo de seguir viviendo. La muerte es posible en todas las fechas como el punto final es posible en cualquier momento. En otras palabras, el recorrido es el fin. No encontrar respuestas, una verdad última o llegar a un resultado final. Es el camino: la vida o el libro. Eso es. La misma cosa. Eso parece decirnos Josefina Vicens. Con esa voz grave. ~

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