Rimbaud duerme en la penumbra
del granero.
Verlaine pasea sobre un caballo
donde la gasa de los molidos
espejos se refleja.
Los cascos quiebran ramas secas
de sauce y Verlaine acaricia, calmándolo,
el cuello del animal.
La silueta se funde con exquisitas
lágrimas soñadas.
Es la hora del sosiego,
la del amor distante, sin importar
la cerca que se encuentre.
Es la hora precisa, aquella donde
el viento se enreda
con el lago de niebla
y los astros irisan los pensamientos
del poeta que en el granero,
sin despertar, murmura: Oh, bienamado.
Es la hora de la luna blanca.
La de las espuelas de trigo
en los ijares del caballo.
La del bosque rimado por las briznas.
La del instante en que Verlaine
decide volver al sitio
donde nadie lo espera. ~