La portada deja un sentimiento extraño. Es táctil al ojo, ataca el formato usual de las antologías poéticas de Galaxia Gutenberg al mostrarse con una cubierta desgajada, que revela su tapa interna tras unas rasgaduras que, precariamente, se pliegan al cartón. Pero una vez que el libro se desenvuelve, resulta evidente que este desprendimiento (enunciado ya desde la portada) es más bien una analogía: nuestros dedos comprueban que las rasgaduras no están presentes, y no son más que una impresión digital sobre cartón mate. De ahí en más, El desprendimiento se convierte en un libro alrededor de la obra (más que una simple antología) de David Huerta, al reunir varios poemas emparedados por una serie de apéndices que le dan un interés muy particular, tanto para el público mexicano que, acaso, está familiarizado con el poeta, como para el público español y más ampliamente iberoamericano al que la antología aspira a comunicar la obra –y más que eso, se infiere, la figura– de uno de los escritores fundamentales del México actual.
La presentación, escrita por el coantologador Jordi Doce, informa puntualmente el motivo del libro: celebrar y mostrar a otros públicos la obra que mereció a Huerta el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019, así como generar una especie de narrativa general de todas las posibilidades que conjura su práctica. En ese mismo trabajo, Doce señala el valor del poeta como tallerista, docente y divulgador de la cultura; estos medios, de acuerdo con el ensayo, se perciben como fundamentales para entenderlo, ya que “la vitalidad de Huerta está ligada a un sentimiento de gratitud y a la noción de poesía como arte colectivo, apoyado en una tradición que a su vez genera una comunidad de espíritus afines”. Más allá de las construcciones mitológicas, sociales y estéticas que existen alrededor de la figura del poeta, quien escribe es, antes que nada, un comunicador: alguien que entrega perspectivas a la vista de otros, y en este sentido la poesía puede ser vista como un trabajo postulado fundamentalmente desde un horizonte ético.
Ahora bien, es importante no confundir una visión ética de la poesía con una labor ideologizante o con un deber ser de la escritura, la vida o el lenguaje, como algunos círculos y congregaciones de poetas quisieran. En Huerta, la poesía funciona desde el ímpetu que W. H. Auden nos brindó en su elegía a William Butler Yeats: como una forma de acontecer, como una boca, y la cristalización que ejerce sobre su vida personal, sobre la circunstancia política de México, sobre la historia y los sentires humanos, antepone todo discurso frontal y específico a un disgregarse de lo sensible. Huerta nunca hace un esfuerzo por mostrar el mundo tal cual “es”, ni de pensar cómo “debería ser”, sino que comprende la realidad a partir de lo liminal de su propia experiencia: la percepción de la luz, del calor, del agua, del frío, del sentimiento amoroso, son cosas que suceden desde el cuerpo, experiencias comunes en las que se va formando un sentido de existencia que es, al mismo tiempo, sumamente material y de una espiritualidad casi panteísta: “Ver el dibujo viviente / Es ver la materia ardiente / Y el espacio desasido / Es contemplar el sentido / Del mundo siempre naciente.” En esta búsqueda se encuentra con Tomás Segovia, su maestro indudable, con la “inmensidad íntima” que proclamaba Eliseo Diego, y con poetas de su generación como José Carlos Becerra y Coral Bracho.
Huerta, como confiesa en la semblanza autobiográfica que precede a la colección de poemas, no es un poeta de origen académico tanto como un producto del ambiente cultural mexicano del siglo XX: confiesa que su escuela poética fueron “las salas de redacción de los suplementos literarios y las revistas en las que he trabajado”. Parecido a su apuesta por la percepción más allá de los constructos líricos, este libro no apuesta del todo a un trabajo crítico-académico que muestre todas las facetas del poeta (si bien Doce hace algo de ese trabajo en la introducción, presentándonos diferentes épocas creativas en modos muy claros), sino que se percibe más como un ejercicio autobiográfico, donde los poemas escogidos son momentos de vida, cosas que se creyeron en un momento y ya no se conciben igual, o principios que se mantienen firmes. A través de ellos, vemos cómo ha pasado la vida de Huerta, y llegamos a un entendimiento más o menos claro de los cambios en su escritura. Iniciado por una semblanza cálida y terminado en el discurso que el poeta dio al recibir el premio fil en Lenguas Romances, este trasunto por una vida literaria también conlleva cierta pérdida, al preferir la cohesión temática a la variedad de una obra tan amplia: el Huerta que tenemos aquí repite ciertos temas y preocupaciones, tiene imágenes coherentes entre sí y mantiene, aunque no del todo la forma, cierto ánimo contemplativo que no es la única voz del autor.
Por esta cohesión temática, que prefiere al poeta de los momentos más contemplativos de Incurable y de El ovillo y la brisa, alcanzamos a perder cierto ánimo más apasionado que sobresaldría en otros momentos de su opus magnum, o en poemas omitidos de Historia, Versión y Los cuadernos de la mierda. Este último destaca como un momento extraño y experimental, que bien está latente en la obra anterior, pero eso no se percibe tanto en la antología. Uno se pregunta si esta decisión está hecha para apelar a las maneras del público ibérico, bastante más tradicional en sus tendencias líricas que el latinoamericano, y que es el que determina a fin de cuentas el destino de esta antología. El sentir nostálgico, sobrio, de la mayoría de los poemas, también nos comunica que estamos frente a un libro que mira hacia atrás, a los espacios de la memoria, e intenta dibujar la imagen de una vida como se ve desde el presente, en lugar de colocarse en los zapatos de un pasado que ya no se puede recuperar. Esto también se conecta con el ethos poético del autor, quien observa siempre desde las condiciones determinadas por el cuerpo: acento en lo físico que me hizo, en un principio, creer que la portada estaba en realidad desgajada (gesto que hubiera celebrado si no requiriera de un suaje ridículo).
Si, entonces, El desprendimiento es un libro-invitación, una forma de conocer la obra de David Huerta a partir de un gesto simultáneamente íntimo y contemplativo (pocas antologías hacen sentir que el autor te habla como esta) que se dirige, principalmente, al publico ibérico, cabe preguntarse cómo lo leeremos en México y América Latina. Teniendo disponible la edición del fce de su poesía completa más o menos al mismo precio que este libro, el mayor valor que encontraremos consiste en la introducción de Doce y sus apéndices: poemas inéditos, el discurso de aceptación y el poema “Ayotzinapa: México”, que cierra el libro y sirve como una conjura desde el pasado que mira la situación actual de nuestro país, aún respetando el ethos del autor. Con este poema, Huerta se revela a sí mismo como lo más cercano que tenemos a un Seamus Heaney o a un Eugenio Montale: poetas que abordaron el acontecer de sus pueblos durante toda su carrera, y ahora, desde la posición de la madurez, conjuran las posibilidades que están cerca de presentarse en un mundo anárquico.
Que El desprendimiento aparezca en la colección de poesía reunida de Galaxia Gutenberg, junto a poetas como Olvido García Valdés, Joan Brossa o Yves Bonnefoy, reafirma la vocación de la casa editorial por realizar volúmenes que recuperen lo más relevante de la poesía contemporánea y da seguimiento a una serie de contenidos que se perciben, cada vez más, de diversas latitudes y operaciones críticas. Huerta es el segundo autor latinoamericano, después de Gonzalo Rojas, en ser incluido individualmente en esta colección, y como el chileno antes que él, a partir de su obra se puede dar cuenta de un momento histórico de la poesía de nuestra región que trasluce en la de sus alumnos y lectores: el horizonte que abre es, al menos, el de la poesía mexicana que se enuncia desde los centros urbanos-culturales. En su poesía, como en sus prácticas pedagógicas y editoriales, David Huerta es una de las principales entradas a la poesía mexicana, por lo que es altamente posible que esta antología permita mayor interés y curiosidad ante la obra de otros escritores anteriores, contemporáneos o alumnos suyos. Con los ojos puestos en nuestro país, cerremos esta breve lectura reconociendo la actualidad de sus poemas tan personales como políticos: en 2022, la memoria de los vivos sigue quebrantada, la desaparición y la barbarie están en cada esquina, y nuestros cuerpos quizás están tan resentidos, tan cansados, que nos es difícil recuperar la voz. Una voz como la de David Huerta, que abraza y comprende sin buscar adoctrinamiento alguno, sigue siendo tan vital como necesaria. ~
(Naucalpan, 1994) escribe poemas y ensayos. Su primer libro, Fracción continua, fue publicado por el FOEM en 2022.