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Viejo necio, fisgón, Sol indomable,
¿a qué viene el llamarnos
traspasando ventanas y cortinas?
¿Han de seguir tu curso los que aman?
Atrevido y pedante, ve y reprende
a escolares gandules y aprendices remisos;
di al montero que el Rey sale de caza,
y a la hormiga que vaya de cosecha:
Amor no sabe de estación ni clima,
ni de hora, día o mes –tiempo en harapos.

¿Tan augustos y fuertes crees tus rayos?
Yo los eclipsaría y nublaría
apenas con un guiño, y no quisiera
quedarme tanto tiempo sin mirarla.
Si ella no te ha cegado con sus ojos,
mañana, hacia el ocaso, mira, y dime
si las Indias de minas y de especias
están en su lugar o aquí, a mi lado.
Pregunta por los reyes que ayer viste
y oirás: “Todos aquí, en un lecho, yacen.”

Ella es todos los reinos; yo, los príncipes.
No existe nada más.
Los príncipes nos copian; si comparas,
todo honor es teatro; el oro, alquimia.
Eres, Sol, la mitad de feliz que nosotros
al reducirse el mundo así. Tu edad
exige ya descanso; es tu deber
dar al mundo calor: ya nos calientas.
Brillando aquí, lo harás en todas partes:
esta cama es tu centro, y tu esfera estos muros. ~

Versión del inglés de Andrés Sánchez Robayna.

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(Santa Brígida, Gran Canaria, 1952) es poeta y traductor. Ha publicado recientemente La sombra y la apariencia (Tusquets, 2010) y Cuaderno de las islas (Lumen, 2011).


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