La salida del Sol

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Viejo necio afanoso, ingobernable sol,
      ¿por qué de esta manera,
      a través de ventanas y visillos, nos llamas?
      ¿Acaso han de seguir tu paso los amantes?
      Ve, lumbrera insolente, y reprende más bien
     a tardos colegiales y huraños aprendices,
      anuncia al cortesano que el rey saldrá de caza,
      ordena a las hormigas que guarden la cosecha;
      Amor, que nunca cambia, no sabe de estaciones,
      de horas, días o meses, los harapos del tiempo.

¿Por qué tus rayos juzgas
      tan fuertes y esplendentes?
      Yo podría eclipsarlos de un solo parpadeo,
      que más no puedo estarme sin mirarla.
      Si sus ojos aún no te han cegado,
      fíjate bien y dime, mañana a tu regreso,
      si las Indias del oro y las especias
      prosiguen en su sitio, o aquí conmigo yacen.
      Pregunta por los reyes a los que ayer veías
      y sabrás que aquí yacen Todos, en este lecho.

Ella es todos los reinos y yo, todos los príncipes,
      y fuera de nosotros nada existe;
      nos imitan los príncipes. Comparado con esto,
      todo honor es remedo, toda riqueza, alquimia.
      Tú eres, sol, la mitad de feliz que nosotros,
      luego que a tal extremo se ha contraído el mundo.
      Tu edad pide reposo, y pues que tu deber
     es calentar el mundo, con calentarnos baste.
      Brilla para nosotros, que en todo habrás de estar,
      este lecho tu centro, tu órbita estas paredes. –

 
     

— Versión de Jordi Doce

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