¿Qué se considera sano y qué enfermo dentro de una sociedad? ¿Qué entendemos como una conducta normal en nuestra cotidianidad? Estas fueron interrogantes que se hizo la pareja creativa y sentimental formada por Rodrigo Plá y Laura Santullo al momento de emprender El otro Tom, su quinto largometraje, que narra un año en la vida de Elena, una madre soltera y mujer obrera perteneciente a la comunidad chicana de El Paso, Texas, quien se ve lidiando con maestras de escuela, psiquiatras y trabajadores sociales cuando Tom, su hijo de nueve años, es diagnosticado precipitadamente con Trastorno de déficit de atención e hiperactividad y se recomienda medicarlo.
A propósito de su estreno en salas comerciales (tras su paso por festivales como los de Venecia, Toronto, Biarritz y Morelia), así como de sus cinco nominaciones en la próxima entrega del Ariel (incluyendo mejor película y mejor guion original), compartimos la entrevista con los realizadores, quienes hablaron acerca de la manera en que sus propias inquietudes como padres se trasladaron a la escritura del guion, cómo buscaron construir en la ficción un vínculo madre-hijo verosímil y humano, así como de su arriesgada apuesta por filmar en inglés y en la frontera México-Estados Unidos.
Si bien son películas distintas y los trastornos que padecen los personajes no tienen mucha relación entre sí (la demencia senil y el Trastorno de déficit de atención e hiperactividad respectivamente), ya en La demora (2012)hablaban de cómo desde el interior de las familias no siempre se consigue entender este tipo de condiciones médicas ni se sabe convivir con ellas. ¿De dónde nace el interés de abordar el tema?
Laura Santullo (LS): Siento que los cinco largometrajes que hemos hecho en conjunto, sin ser autobiográficos, representan las preocupaciones de vida que hemos ido teniendo a lo largo del tiempo. En el caso de La demora, recuerdo que en aquel entonces nos preguntábamos sobre la vejez de nuestros padres y era una temática que estaba en nuestras conversaciones, el cómo abordar esa etapa. En cambio, cuando surgió el proyecto de El otro Tom, nuestros dos hijos eran pequeños y en nuestro entorno empezábamos a notar con mucha claridad la facilidad y la ligereza con la que se diagnostica y medica a la infancia sin reparar en la individualidad de cada niño, su circunstancia y su historia personal, y desde ese lugar quisimos hacer nuestro acercamiento al tema de los trastornos y cómo convivimos con ellos.
Justamente es un diagnóstico apresurado lo que origina el dilema de Elena: medicar a Tom por su comportamiento la vuelve una madre negligente ante los ojos de maestras y padres de familia; suspender el tratamiento provoca que su capacidad de cuidar a su hijo sea cuestionada por las autoridades.
Rodrigo Plá (RP): Uno de los aspectos que más nos interesó fue descubrir que conductas de la infancia que en otro tiempo eran vistas como normales, como podían ser la inquietud y la curiosidad, de pronto son consideradas patologías. En la película esto lo representamos con la secuencia en el salón de clases, en donde Tom se está arrastrando en el piso y escondiendo debajo del pupitre y tiene un desencuentro con su maestra. Lo más importante que sucede en esa secuencia es que la maestra lo llama por otro nombre, algo que obviamente hicimos de forma deliberada para captar la atención del espectador: esa maestra ni siquiera lo conoce y aun así hay una laxitud con la que juzga y determina “Este es un niño problema que debe de cambiar de comportamiento”, y eso desencadena el conflicto de Elena sobre medicar o no a su hijo.
LS: Siento que una de las intenciones al hacer la película era cuestionarnos cómo la sociedad ha ido estrechando el marco de lo que se considera normal y dónde aquello que no es normal resulta problemático, es enjuiciado y necesita ser constreñido, cuando, tal vez, lo que deberíamos de empezar a contemplar es convivir con otras formas de pensamiento. Creemos que es una tontería querer meter a toda la gente en cajitas y a partir de una sola característica de la persona concederle una identidad. Son ideas que sobrevuelan la película, pero sin olvidar de ocuparnos de un caso en concreto, el de una madre soltera y su hijo de nueve años, porque al final hacer una película, más que presentar una declaración de principios, es contar una historia.
La película también pone sobre la mesa que generalmente no se logra concebir que la infancia pueda tener problemas de salud mental. Por ejemplo, cuando Elena le dice a una a una doctora que los niños no piensan en el suicidio, o a través del personaje de la niña con depresión que Tom llega a conocer.
LS: Creo que actualmente vivimos con dos corrientes que van en paralelo. Una que, en parte, la pandemia ha empujado, amplía la posibilidad de hablar y discutir acerca de cómo la salud mental nos atraviesa a todos. Esto de alguna manera empieza a saltar a la palestra pública, hay mucha mayor información que se puede consultar con muy diversos puntos de vista. Por otro lado, hay una segunda corriente en donde todo se patologiza. Hay demasiadas conductas de niños y también de adultos que han acabado en el famosísimo Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, o DSM, creado por la psiquiatría estadounidense, que compila y clasifica los trastornos mentales y sirve como referencia para el resto del mundo, y en cada edición va sumando nuevos trastornos.
Sin embargo, si nos ponemos a pensar, parte de esos trastornos no son más que el sinónimo de gente viviendo. Si uno sufre una pérdida, es evidente que va a estar durante bastante tiempo en duelo, deprimido, no obstante, eso es considerado una enfermedad según el manual. Tal vez tiene que ver que estamos sobrevalorando la idea de la felicidad, estamos en una sociedad que impulsa a la gente a creer que se puede estar siendo feliz las veinticuatro horas del día como si fuera un slogan, lo cual por supuesto es una estupidez.
Como en sus dos películas previas, El otro Tom está protagonizada por una mujer en medio de entornos adversos: al igual que en La demora, es una mujer obrera que le está costando trabajo subsistir; como en Un monstruo de mil cabezas (2015), es una mujer enfrentada a un mundo burocrático que no entiende del todo. ¿Cómo es la escritura de estos personajes?
RP: Después de entender los motores y motivos que tienen para hacer lo que hacen, la premisa que seguimos al momento de construir personajes siempre es la misma: que estos sean complejos, ambiguos, contradictorios y que sean lo más imperfectamente humanos que se pueda, aunque en esto no importa si son hombres o mujeres.
A diferencia de películas como La zona (2007) o Un monstruo de mil cabezas, en las cuales presentaban urbes cuyas autoridades resultaban omisas, en El otro Tom se muestra un sistema sumamente presente.
RP: En términos dramáticos necesitábamos ubicar la historia en un espacio concreto en donde existiera un aparato gubernamental fuerte. Efectivamente, en nuestras películas anteriores nos habíamos ocupado en cuestionar la ausencia del Estado, pero aquí nos interesó preguntarnos por lo contrario. Eso nos llevó a elegir un lugar que funcionara en esos términos: en algún momento pensamos en España, luego lo descartamos y finalmente elegimos Estados Unidos.
En El otro Tom tenemos a un Estado que, por un lado, cuenta con asistencia social, el Housing First y una serie de programas que ayudan a personas con limitaciones económicas o que viven en contextos violentos, pero que, por otro lado, tiene demasiada incidencia sobre lo que sucede en la intimidad de las familias.
En la película colocamos a nuestros personajes en situaciones complejas, justo en la línea entre lo que está bien y lo que está mal, y cuando ella se resiste a seguir medicando a su hijo, envían a una serie de asistentes sociales que van a evaluar los comportamientos dentro de esa casa, algo que es tremendo: ¿quién es el padre que puede resistir que otros digan si lo está haciendo bien? Todos metemos la pata todo el tiempo. Creo que la película hace un intento de reflexión acerca de los límites entre lo público y lo privado y hasta dónde tiene derecho el Estado de llegar.
A propósito de que la película está nominada al Ariel a Mejor Guion Original, tengo entendido que el proceso de escritura fue atípico: El otro Tom viene acompañada de una novela, pero la película no es una adaptación ni el libro es una novelización. ¿Cómo fue esa etapa?
LS: Fue un proceso muy peculiar: arrancamos una investigación en conjunto que en buena medida fue guiada por la madre de Rodrigo, quien es psicoanalista y nos hizo llegar múltiples materiales acerca de la salud mental en niños, no solo desde el psicoanálisis, sino también desde la neurología y de otros lugares. A partir de esta investigación, la novela y el guion cinematográfico nacieron al mismo tiempo y se fueron trabajando en paralelo. Había temporadas largas donde escribíamos el guion, eso se detenía, yo me dedicaba a escribir la novela y así sucesivamente, de este modo los dos procesos se fueron retroalimentando. Quisimos hacer entonces la película, pero el proyecto se atoró, financiar las películas siempre resulta complicado. En gran parte a eso se debe que nos haya llevado diez años terminarla y por eso la novela se publicó hace cuatro años y medio, porque es más fácil editar un libro, pero, efectivamente, la película no es una adaptación.
En algún punto la novela detuvo su devenir vital, pero el desarrollo de la película siguió. En el momento en que se tomó la decisión de trasladar la acción a Estados Unidos, consideramos filmar en la frontera, porque al ser habitada por gente que pertenece y al mismo tiempo no pertenece a dos lugares, que es una especie de bisagra entre dos culturas y dos idiomas, reforzaba y redondeaba el concepto de la imposibilidad de simplificar y rotular a las personas, porque la identidad está atravesada de muchas situaciones. Así llegamos a El Paso, Texas, lo que devino en una nueva investigación que realizó sobre todo Rodrigo, que fue quien más veces viajó para tratar de indagar cómo se trataba esta situación en este lugar en específico.
Esta segunda investigación impactó de manera muy seria en el guion. Cuando Rodrigo volvió de El Paso propuso modificar cosas, porque se topó con una serie de situaciones que eran distintas a como las teníamos planteadas. Eso hace que el resultado sean dos obras que surgen del mismo impulso y que por supuesto comparten una trama, pero cada una tiene aspectos que la hacen singular, algo que me gustó mucho de este proceso.
Por otro lado, los actores protagonistas de El otro Tom, Julia Chávez e Israel Rodríguez Bertorelli, está nominados al Ariel en la categoría de mejor revelación actoral. Platíquenme acerca del casting y de cómo fue el trabajo con ambos.
RP: Todo empieza cuando tomamos la decisión de filmar en El Paso. Optamos por trabajar con la gente del lugar, sin experiencia previa en la actuación, para poder conservar sus acentos, sus modismos e incluso incorporar en la película esas formas de hablar, de comportarse, de vestirse; creíamos que si llevábamos actores provenientes de la Ciudad de México esa identidad se iba a perder en el camino.
Eso implicó otro tipo de compromiso y de trabajo. Comenzamos la búsqueda de actores organizando una serie de talleres de teatro gratuitos para niños en bibliotecas, los cuales tuvieron mucha recepción, porque descubrimos que en el lugar no hay tantas actividades de carácter cultural. Fue un proceso lúdico donde los niños aprendían a jugar con su cuerpo, a reaccionar a estímulos, a interpretar a otra persona –por ejemplo, al chico molesto del salón de clases–, y así los íbamos guiando hacia la película. En todo este proceso fuimos acompañados por Diana Sedano, una actriz, dramaturga y directora teatral mexicana.
Así apareció frente a nosotros Israel Rodríguez Bertorelli, quien interpreta a Tom, un chico que desde el principio mostró muchas cualidades, que nos gustaba mucho. Pero resulta que aunque es hijo de padre mexicano, su español es mínimo, por lo tanto, cuando escuchaba los diálogos en español su rostro reflejaba preocupación por no estar captando del todo lo que estaba pasando. Entonces se tomó la decisión radical y casi en pleno rodaje de hacer la película en inglés, lo cual fue una apuesta importante, sobre todo porque nuestro inglés es un tanto rudimentario, pero de verdad queríamos trabajar con él.
De forma paralela a eso llegó Julia Chávez, quien interpreta a Elena, porque alguien de la producción la vio en un bar, le gustó su look y la invitó al casting. Julia es una masajista profesional que demostraba muchas aptitudes, y ella fue nuestra guía en esa transición al inglés. Nos ayudó mucho a encontrar los modismos y las frases adecuadas que se usan en el cotidiano dentro de ese inglés de El Paso que tiene sus particularidades, que es muy pocho, siendo al final una decisión que le dio una personalidad a la película.
Ya teniendo a nuestros dos actores, optamos desde los ensayos por no darles el guion para que no elaboraran un prejuicio sobre los personajes que iban a interpretar, y más bien reforzamos lo que ellos eran y los colocamos en situaciones concretas para ver sus reacciones y así poder construir ese vínculo madre-hijo. De esta manera descubrimos que sus realidades tenían ciertas coincidencias con sus personajes, por ejemplo, Julia es madre soltera de tres niños e Israel tomaba clases en su casa, porque en su escuela también cuestionaban su comportamiento. Eso nos ayudó a trabajar los espacios y las situaciones que atraviesa su relación.
En El otro Tom, al final no está en entredicho el amor de Elena hacia su hijo, pero por un momento ella reclama su espacio. Me parece un retrato honesto acerca de la maternidad.
LS: Efectivamente, nos interesaba romper la imagen de la maternidad edulcorada e idealizada, donde ella hace todo bien, e introducir la idea de que la maternidad en realidad es compleja, que no hay una forma buena o mala de ejercerla, sino múltiples intentos aunque estos sean torpes, que el amor hacia los hijos surge en la imperfección y en la incomodidad. Queríamos que Elena fuera una madre un poco atípica que se encontrara ajena a los estándares de la buena madre.
Algo que nos gusta es que la película no concluye con un “se resolvió todo” o “se arruinó todo”. Tiene el final que puede tener cualquier vínculo familiar, donde no es que haya cambios bruscos para siempre, sino pequeñas modificaciones. En el momento en que ella considera que cumplirle a Tom la promesa que le ha hecho es relevante, algo en la relación entre ellos se va acomodando, pero no mucho más que eso.
(Ciudad de México, 1984). Crítico de cine del sitio Cinema Móvil y colaborador de la barra Resistencia Modulada de Radio UNAM.