Un liberalismo actualizado

El liberalismo y sus desencantados. Cómo defender y salvaguardar nuestras democracias liberales

Francis Fukuyama

Traducción por Traducción de Jorge Paredes

Deusto

Barcelona, 2022 , 176 pp.

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El nuevo libro de Francis Fukuyama, El liberalismo y sus desencantados, es una introducción al liberalismo pero también es una actualización teórica. El célebre politólogo repasa a los pensadores tradicionales del liberalismo pero actualiza su pensamiento con reflexiones y observaciones de teóricos contemporáneos, muchos de ellos fuera del circuito convencional (Samuel Moyn, Martin Gurri, Deirdre McCloskey, Shadi Hamid… ). Esto demuestra que la doctrina del liberalismo está en constante evolución y revisión, al igual que Fukuyama, que demuestra un interés genuino por las ideas de sus coetáneos, algunos mucho más jóvenes que él. Es una loable muestra de humildad de un gigante de la politología.

Fukuyama no solo aborda en este libro la perversión de lo que se ha denominado “liberalismo clásico”, una perversión provocada por los creyentes en un fundamentalismo de mercado que ha convertido el liberalismo en neoliberalismo, es decir, en simple desregulación y rechazo al Estado; también se atreve a cuestionar o revisar algunos postulados de la economía neoclásica, como su énfasis en la propiedad privada, sin importar si hay instituciones fuertes que la garanticen o si la distribución de esa propiedad es justa, o la “entronización del bienestar del consumidor como medida definitiva del bienestar económico”, una visión en la que caen a menudo los defensores de las políticas de competencia. Quizá solo faltaría que abordara la cuestión del crecimiento económico como única medida para calcular el bienestar en un país, y la obsesión con el pib, que no es más que un medidor de producción y no tiene en cuenta otras variables (los servicios públicos, por ejemplo, no cuentan en el crecimiento económico, pero son esenciales para el bienestar de un país).

Fukuyama no solo defiende el liberalismo frente a la derecha. También lo hace frente a los ataques desde la izquierda, que han reducido el liberalismo a una parodia y una doctrina de individualismo cínico y eurocéntrico. El autor afirma que el liberalismo no es una cuestión exclusivamente occidental, a pesar de que su desarrollo histórico tiene mucho que ver con las guerras de religión en Europa y el intento de pacificar el continente. Sus explicaciones recuerdan a su monumental historia de la política, Orden y decadencia de la política, y son quizá lo más original del libro: “El individualismo no es una característica ‘blanca’ o europea. Uno de los retos permanentes de las sociedades humanas es la necesidad de ir más allá del parentesco como fuente de organización social, hacia formas más impersonales de interacción social. Muchas sociedades no europeas han empleado una serie de estrategias para reducir el poder de los grupos de parentesco, como el uso de eunucos en China y el Imperio Bizantino. […] La meritocracia era simplemente otra estrategia eficaz para evitar la necesidad de contratar a un primo o a un hijo para un trabajo para el que no estaban manifiestamente cualificados, y elegir al individuo más adecuado para realizar la tarea en cuestión” [la traducción es mía desde el original].

También defiende las limitaciones y los contrapesos al poder, que la izquierda iliberal considera una manera de perpetuar las desigualdades o un tipo de conservadurismo; hay izquierdistas schmittianos que piensan que el autoritarismo no está mal si defiende sus ideas.

El autor es consciente de que el liberalismo, como sostienen sus críticos, diluye los vínculos tradicionales. Su defensa es inteligente: claro que consigue eso, porque a lo que aspira es a que esos vínculos puedan ser voluntarios. Pero siempre añade un matiz. Por ejemplo, sostiene que Rawls, cuyas ideas han penetrado en la izquierda liberal desde los años setenta, daba excesiva importancia a la autonomía y a la elección por encima de otros bienes: “El tipo de liberalismo que pretende ser implacablemente neutral con respecto a los ‘valores’ acaba volviéndose contra sí mismo al cuestionar el valor del propio liberalismo, y se convierte en algo que no es liberal.” Sostiene, como ha dicho ya por ejemplo Paul Collier en El futuro del capitalismo, que las tesis de Rawls llevadas a un extremo han desembocado en las políticas de la identidad actuales: “Creemos que tenemos un yo interior cuya libertad está siendo restringida por una serie de instituciones existentes, desde la familia hasta los lugares de trabajo y las autoridades políticas.”

Las tesis de Fukuyama en este libro no son nuevas, pero sí resultan frescas. Incluso en los capítulos donde uno intuye qué es lo que va a sostener (por ejemplo, los que tratan la privacidad, la libertad de expresión o el nacionalismo), acaba añadiendo algo original o innovador. Cuando reflexiona sobre la teoría crítica o los estudios culturales, critica su influencia en la izquierda pero no simplifica sus ideas ni las convierte en una parodia o un hombre de paja que resulta fácil de vencer, algo común en muchos pensadores supuestamente antiposmodernos. Al hablar de privacidad, intenta llevar el debate más allá de la concepción clásica de la censura, que es algo que solo ejercen los gobiernos: las grandes empresas tecnológicas son Estados autoritarios supranacionales capaces de regular la circulación de la información a nivel global, y sus restricciones a la libertad de expresión pueden considerarse también censura.

Fukuyama no es el primero en hacer una revisión y actualización de los principios liberales en los últimos años. En esta revista, Timothy Garton Ash ha defendido ideas parecidas (véase “El futuro del liberalismo”, publicado en el número de marzo de 2021). Pensadores como Yascha Mounk o Edmund Fawcett han criticado en libros recientes la deriva neoliberal del liberalismo o la tensión que hay entre la democracia (normalmente desde una visión plebiscitaria) y el liberalismo con el surgimiento de los populismos. Fukuyama se postula a sí mismo con este libro como un defensor valiente, humilde y original del “liberalismo clásico”, una doctrina suficientemente flexible como para adaptarse a diferentes épocas y contextos y suficientemente necesaria como para seguir estando vigente siglos después de su creación. ~

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Ricardo Dudda (Madrid, 1992) es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres. Es autor de 'Mi padre alemán' (Libros del Asteroide, 2023).


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