En Francia, el escritor más autobiográfico de todos es, contra lo que la gente suele creer, Georges Perec. El abanderado del OULIPO, autor de libros lúdicos como La disparition -escrito sin la letra “e”-, sociológicos como Las cosas o novelescos como La vida instrucciones de uso, no cesó (incluso en estos mismos libros) de explorar y multiplicar caminos para narrarse a sí mismo. Prueba de ello es el librito Nací, recién editado por la editorial Anagrama, en traducción de Diego Guerrero, un amasijo de textos variopintos sobre la memoria y el olvido.
Nací recoge producciones tan distintas entre sí como una lista de algunas cosas que el autor quería hacer antes de morir, un artículo sobre su experiencia de soñador, el relato de una fuga adolescente, la explicación de por qué la isla neoyorquina de Ellis está íntimamente ligada a su identidad judía, o una divertida intervención durante una reunión de la revista Arguments en la que relata, algo borracho, su epifánico paso por el paracaidismo.
Nací es una excelente muestra del inmenso y heterogéneo terreno autobiográfico que quería abarcar Perec. En la larga “Carta a Maurice Nadeau”, su primer editor y una persona esencial en su carrera de escritor, Perec detalla todos sus proyectos en marcha: un libro en forma de árbol acerca de su genealogía familiar, una “autobiografía vespertina” de los lugares en los que durmió y una curiosa novela de aventuras que acabaría convirtiéndose en su autobiografía W o el recuerdo de la infancia. También explica su faraónico Lieux, un proyecto que debía durar doce años, en los que describiría doce lugares parisinos, a razón de dos lugares por mes, para elaborar unos 288 textos que mostrasen el paso del tiempo en la ciudad, en el escritor y en su escritura.
La entrevista con Frank Venaille, titulada “El trabajo de la memoria”, muestra a un Perec con una asombrosa conciencia sobre su trabajo autobiográfico. Todo gran escritor es también un gran crítico y Perec aborda en esta conversación temas como la relación entre la memoria individual y la colectiva, la posibilidad de una memoria ficcional o el papel de la descripción de lo cotidiano en una nueva autobiografía, desviada, más “realista”, cuya maestra sería la escritora japonesa Sei Shônagon y su Libro de la almohada. Refiriéndose a su libro Me acuerdo, una lista de recuerdos personales y generacionales, Perec tiene un hermoso hallazgo cuando formula la idea de un género que podría llamarse simpático.
Italo Calvino decía que “nadie es más inmune que Perec a la peor plaga de la escritura de hoy: la vaguedad”. En textos como “Nací”, “Kléber Chrome” o “Los ñoquis del otoño”, saboreamos su escritura distanciada, propia de un etnólogo que trata de designar las cosas de la manera más precisa y neutra posible. Es una escritura que anda a tientas, redefiniéndose a cada paso, sorteando los peligros de lo lírico y lo metafórico, de los lugares comunes de la literatura: “Esto puede durar mucho tiempo. Es propio de los hombres de letras disertar sobre su ser, enfangarse en el pantano de sus contradicciones: lúcido y desesperado, solitario y solidario, fabricante de hermosas frases sobre su mala conciencia, etcétera. Hace bastante años que dura esto y ya comienza uno a habituarse.”
En este sentido, Nací es ante todo un alegato contra la autobiografía clásica, aquella que busca “el acontecimiento trágico anunciado por los violines” y que trabaja a partir de “la conciencia, el sentimiento, la idea, la elaboración ideológica”. La autobiografía clásica tergiversa, embellece, y tiende a reproducir sus propios códigos. “Uno puede hacer un pastiche del tono autobiográfico”, escribió Patrick Modiano. La autobiografía, tal como se hacía hasta la segunda mitad del siglo XX, y tal como se ha seguido haciendo, tiene, según Perec, algo de farsa. “Los problemas de mi interioridad me dejan un poco frío o, para ser exacto, ya no soy capaz de considerarlos verdaderos puntos de partida”. Perec necesitaba otras estratagemas para contestar a las preguntas: “¿quién soy?, ¿qué soy? ¿dónde estoy?”
“Lo oblicuo. Lo desviado. El rodeo. El ardid. Son palabras de este tipo que usa Georges Perec cada vez que habla de su memoria o de sus escritos autobiográficos”, apunta el gran especialista Philippe Lejeune. “Imposible para él tomar el buen camino de los relatos clásicos, empezar con un tranquilizador Nací”. Y es que el autor de W o el recuerdo de la infancia fue el gran renovador de la escritura autobiográfica. No fue el único, claro. Pensemos, por ejemplo, en Nathalie Sarraute o Patrick Modiano. Pero fue él quien contribuyó, acaso en mayor medida, en la liberación de nuevas formas de narrarse a sí mismo. ¿No es inaudito hablar de la desaparición de sus padres en el Holocausto escribiendo sin la letra más importante del alfabeto? ¿Intercalar recuerdos de infancia en una distopía ubicada en una isla imaginaria? ¿Listar todos los alimentos líquidos y sólidos que engulló en el transcurso del año mil novecientos setenta y cuatro? Todas las propuestas de Perec, todos los ángulos y arquitecturas que inventó, han inspirado y siguen inspirando a los escritores. Que se lo pregunten a la última Premio Nobel de Literatura, Annie Ernaux, maestra del yo impersonal, quien declaró que “Perec fue el más decisivo” y que “su descubrimiento constituyó una gran inflexión en su representación de la escritura”.
Kim Nguyen Baraldi (Bruselas, 1985) es ensayista. Edita el blog Calle del Orco y es autor de Por qué Georges Perec (La uÑa RoTa, 2024)