Imagen: Wikimedia Commons.

Linchamientos

El anonimato es fundamental para el linchamiento. El delito de todos oculta el de cada uno.
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Hay linchamientos en la Biblia: “Sacaron al blasfemo fuera del campamento y lo apedrearon” (Levítico 24:23).

El ostracismo griego no apedreaba, pero los ciudadanos usaban tepalcates (fragmentos de cerámica) para escribir (anónimamente) el nombre del conciudadano que merecía el destierro.

Lope de Vega dramatiza un linchamiento en Fuenteovejuna (1619). El jefe político abusivo de un poblado de 300 habitantes (Fuenteovejuna) llega a una boda, encarcela al novio y rapta a la novia. Que lo rechaza, escapa y vuelve a pedir justicia a todos. Liberan al preso y matan al abusivo. Llega un juez que interroga a uno por uno, inútilmente:

¿Quién mató al comendador?
-Fuenteovejuna, señor.
¿Y quién es Fuenteovejuna?
-Todos a una.

El anonimato es fundamental para el linchamiento. El delito de todos oculta el de cada uno. Los linchamientos son ejecuciones tumultuarias cometidas al margen de la ley por un grupo que actúa como fiscal, juez y verdugo contra un supuesto culpable de crímenes horrendos. O de ofensas a lo sagrado. O del mero hecho de estar supuestamente relacionado con un grupo abominable o con el diablo.

Los linchamientos exaltan a los cobardes: así no enfrentan personalmente los agravios, reales o imaginarios. También a los resentidos de que a otros les vaya bien.

La agresión puede ser espontánea y explosiva, a raíz de un incidente. También puede ser orquestada con influencers, pagados o no. Puede consistir en un coro de chiflidos, abucheos, burlas o insultos. Puede arrojar piedras o lanzarse a una cacería de brujas que culmine en la horca o la hoguera. Puede hacerse en los medios o en las redes sociales.

En un Estado democrático, el poder político se dispersa, la violencia no. “Democratizar” la violencia convertiría a cualquier matón en un Estado dentro del Estado.

También se lincha desde la autoridad que condena públicamente. Eso alerta a paleros colocados dentro de la multitud, real o virtual. Al recibir la consigna, los paleros inician un coro siniestro: ¡Crucifícalo! ¡Bruja! ¡Paredón! ¡Cállenlo!

En Europa, los nazis y fascistas fueron los últimos organizadores de linchamientos. En los Estados Unidos, los racistas, macartistas y guardianes de lo políticamente correcto. En México, desgraciadamente, los linchamientos no han terminado, y van en aumento.

Pedro José Peñaloza y otros (Los linchamientos, Porrúa, 2020): Entre 1988 y 2018, Chiapas, Morelos y Oaxaca acumularon el 90% de los linchamientos del país. Pero entre 2000 y 2011, el Estado de México y la Ciudad de México acumularon 49%. Nacionalmente, en 1990 hubo un linchamiento; en 2000 hubo 19, en 2010: 47. Y quizá 200 en 2019, según lo que sigue.

Lynching in Latin America (del Politécnico de Zúrich, Suiza, diciembre de 2022; disponible en la web) cubre 18 países de 2010 a 2019, entre los cuales destaca México. Tuvo el mayor número de linchamientos: 40% del total. En 2010, había en el país un linchamiento por semana, cifra que llegó a cuatro en 2019.

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos y el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM presentaron en mayo de 2019 un Informe especial sobre los linchamientos en el territorio nacional (en la web). Recoge puntos de interés: Que un linchamiento lo hacen de 10 a 50 personas y dura unos cuantos minutos. Que puede quedar en amago, ya sea porque la víctima escapa o es rescatada por las autoridades. Que, además de insultar, puede golpear o matar. Que puede estar anunciado con mantas: “La próxima vez que robes, te linchamos”. Que se lincha, en primer lugar, a los ladrones, violadores, policías abusivos, secuestradores y conductores de vehículos que atropellan a peatones.

Todas las cifras sobre linchamientos son recuentos periodísticos. No hay estadísticas oficiales porque ni siquiera existe el concepto de linchamiento en la legislación penal.

Por otra parte, no es fácil enjuiciar una acción colectiva, anónima, breve, ocasional, cometida por muchos que la creen justificada porque las autoridades no garantizan la seguridad pública ni hacen justicia pronta y expedita. O, peor aún, evitan los enfrentamientos con los delincuentes o son sus cómplices.

No hay linchamientos en Dinamarca, sino en Fuenteovejuna. ~


Publicado en Reforma el 29/I/23.

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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