[…] Lo que sí recuerdo son dos reseñas sobre Persona non grata de Jorge Edwards escritas por Mario Vargas Llosa y Emir Rodríguez Monegal, gran crítico literario uruguayo. Las leí en paralelo con la obra de Arthur Koestler. Esas reseñas, distintas entre sí y en su apreciación del régimen cubano, muestran un avance en el sentido de romper el tabú que representaba Cuba. Son de fines de 1974. Un año decisivo para Plural, como estamos viendo. También para mí.
El libro de Edwards fue un parteaguas. Había aparecido a fines de 1973. Es uno de los libros más importantes del siglo en nuestro orbe político y cultural. Edwards, partidario de la revolución intelectual de izquierda, había llegado a Cuba como encargado de negocios del gobierno de Allende, pero el ejercicio de su libertad de expresión –siempre privada, nunca pública– no era bien visto por las autoridades. La pesadilla que vivió –toda la parafernalia del espionaje, el acoso, el miedo– es muy conocida ahora, pero fue Edwards quien la retrató por primera vez con perplejidad.
Para Emir, la persona non grata en Persona non grata vivió una experiencia similar a la del condenado de El proceso. Exageraba, claro. El veredicto para Josef K. fue distinto al del autor chileno, que solo fue expulsado de la isla. Sobre «el caso Padilla», tema central en el libro, opinó que no era relevante por la persecución a Padilla –un desorbitado y megalómano «Stavroguin del trópico»– sino por el ahogo a la libertad de creación que esa cacería hacía evidente. La crítica de Rodríguez Monegal era un manifiesto contra los intelectuales latinoamericanos que, arrastrados por la pasión ideológica, habían decidido no ver la realidad opresiva de Cuba.
¿Cuál fue la crítica de Vargas Llosa?
Su caso es muy relevante. Mario ya había tenido serios desencuentros con la Revolución a la que había apoyado con convicción y entusiasmo. Escribió contra la invasión soviética a Checoslovaquia. A raíz del caso Padilla renunció al consejo editorial de Casa de las Américas, cuya revista comenzó a publicar ataques en contra suya, el primero de ellos de Haydée Santamaría. Con esos antecedentes, escribió sobre Edwards. Lo elogiaba justamente por haber roto «el tabú sacrosanto en América Latina para un intelectual de izquierda: el de que la Revolución cubana es intocable». Con buen sentido, a sabiendas de la buena fe de Edwards, Vargas Llosa interpretaba el libro como un servicio a la Revolución, como una señal de alerta, como la apelación a una enmienda necesaria en favor de la libertad creativa. De hecho percibió en el libro una secreta nostalgia por el pasado inmediato. Era la crítica de un amigo. Pero justamente por eso, reclamaba a la Revolución que pusiera a los escritores en la disyuntiva inadmisible de ser lacayos o réprobos. Esa postura era indigna de Cuba, digna de Stalin. Como tantos otros intelectuales de América Latina y de Occidente, Vargas Llosa había creído en la Revolución cubana, y su fe había sido activa, apasionada, comprometida. Por eso era difícil dejar esa creencia y por eso con el tiempo se volvería contra ella, con idéntica convicción. La nota sobre el libro de Edwards fue quizá su última llamada al régimen en el que puso su fe. Se acumulaban las evidencias, pero ante ellas estaban los argumentos de los revolucionarios, que Vargas Llosa con toda honestidad valoraba, sobre todo el bloqueo de Estados Unidos, que impedía que prosperara el socialismo en Cuba. Por eso escribió que, a pesar «del horror biológico que le inspiraban las sociedades policiales y el dogmatismo, los sistemas de verdad única», si debía elegir entre uno y otro elegía el socialismo, pero ya sin la ilusión de los tiempos pasados.
Una declaración de fe, desesperada.
Y terminal.
¿Es vigente Persona non grata?
Tan vigente como el régimen opresivo que describió hace casi cincuenta años. Nadie lee ahora a Koestler porque sus libros describen una realidad que ya no existe. Pero la Cuba que vio Edwards es, en esencia, la misma de hoy. El libro es actual.
Fragmento del libro Spinoza en el Parque México, p.p. 251-253.
Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.