Un nuevo contagio de covid-19 –el tercero– ha puesto otra vez en el centro del debate público la salud del presidente Andrés Manuel López Obrador. Como en enero de 2022, y como en muchos otros momentos de crisis a lo largo de este sexenio, la comunicación del gobierno ha seguido tres pasos: negar, minimizar y eludir.
Primero, negar. Ante los rumores de que el presidente se había desvanecido durante una visita a Yucatán, el vocero de la Oficina de la Presidencia, Jesús Ramírez Cuevas, quien no se encontraba con López Obrador, dijo que se encontraba bien y que seguiría con su gira. Después, un tuit redactado supuestamente por el presidente, pero con un estilo poco común en sus comunicaciones, abonó a la desinformación, dejando al país sin elementos para entender qué estaba sucediendo y abriendo la puerta a toda clase de rumores.
Segundo, minimizar. Veinticuatro horas es una eternidad en una crisis, y ese fue el tiempo que pasamos los ciudadanos sin ningún funcionario que diera la cara. El lunes, el secretario de Gobernación salió a minimizar los hechos. No hubo traslado de emergencia, no hubo desvanecimiento, es un caso leve de covid-19 y estará de regreso en dos o tres días, fue la línea que dictó el funcionario a los medios. Sin embargo, la falta de evidencia en la forma de una foto o video que muestre al presidente convaleciente siguió generando dudas sobre esta versión oficial. Para el martes, el secretario de Salud insistía en que el presidente tenía un cuadro de “infección leve por covid-19” y que se encontraba simplemente descansando y tomando paracetamol.
Tercero, eludir. Ante la legítima exigencia de conocer el estado de salud real del Jefe de Estado, la maquinaria de propaganda del gobierno salió a las redes sociales a culpar a los medios y a los ciudadanos por exigir rendición de cuentas. El propio secretario de Gobernación decidió crear y avivar un conflicto, cuando lo que se necesita del gobierno es calma y certidumbre. Emulando la retórica demagógica de su jefe, llamó “malquerientes” del presidente a quienes exigen saber la verdad y dijo que “tienen el alma podrida” quienes dicen que López Obrador tiene más que covid. El secretario apuesta a la distracción para que la sociedad no se enfoque en los hechos: durante dos días no se ha sabido dónde ni en qué estado está el presidente, más allá de lo que sus titubeantes subordinados afirman.
He escuchado a algunos analistas decir que esto es una “comunicación errática” o que el gobierno “comunica mal”. En realidad, el presidente y su gobierno han sustituido intencionalmente la comunicación institucional por la propaganda de un movimiento que siempre se manejó en la agitación y la confrontación. La diferencia es que la comunicación busca informar al ciudadano, al que considera con derecho a saber la verdad. La propaganda, en cambio, busca que el ciudadano obedezca y acepte lo que se le dice sin cuestionar, con lo que se fortalece el poder del gobierno sobre los gobernados.
En el caso de la salud del presidente, se suman otros tres factores a esta visión autoritaria.
El primero es que López Obrador y sus subordinados ven a la política como una guerra sin cuartel en la que hay que derrotar a los enemigos del movimiento populista que encabezan. Cuando alguien ve a la mitad de sus gobernados como “enemigos”, buscará evitar “darles el gusto” de informarles la verdad sobre sus desventuras personales.
El segundo factor, igualmente preocupante, es el culto a la personalidad que se ha formado en torno a la figura del mandatario. Quienes consideran que AMLO “no es de este mundo” creen que informar de su estado de salud equivale a debilitarlo ante sus enemigos. Ya sea por fanatismo, por miedo a desatar la ira de su líder o por simple oportunismo, su primer círculo acepta esta idea y por eso prefiere negar, minimizar y eludir la realidad, antes que informar a la sociedad sobre lo que está pasando.
Finalmente, el tercer factor es que durante cinco años el presidente ha sido jefe y vocero omnipresente del gobierno. Por eso, su ausencia revela un estado de caos interno en las líneas de mando y desempeño del gobierno que, cuando el presidente está ahí, queda oculto detrás de la verborrea demagógica de cada mañana.
Al negar, minimizar y eludir la realidad, el gobierno apuesta una vez más a que los hechos terminen pareciéndose a su narrativa. Lo que quieren que pase es que el presidente se alivie rápido y salga en dos o tres días más en un video, dicharachero y contento, a atacar a sus críticos. Ya han tirado esos dados antes, ¿les volverá a funcionar? ~
Especialista en discurso político y manejo de crisis.