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Marx y el antisemitismo en la izquierda

"Sobre la cuestión judía” es un texto en el que Marx transita entre el bagaje intelectual de su época y su pensamiento original.
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En 1843, un Karl Marx de 25 años escribió “Sobre la cuestión judía”. Quien lo haya leído conoce el debate que causa la segunda parte y sus aparentes tonos antisemitas. El contexto básico es este: ante las demandas de igualdad de derechos por parte de grupos judíos alemanes, el amigo y compañero hegeliano de Marx, Bruno Bauer, escribió que la emancipación política judía era imposible dentro del estado confesional alemán. Dicha emancipación solo sería posible en el marco de una emancipación religiosa general; cuando el judío dejara de ser judío y el Estado dejara de ser cristiano.

A esto respondió Marx con una formulación radical y hasta la fecha relevante -pensamos muchos- sobre la diferencia entre la emancipación política y la emancipación humana. La emancipación en la esfera política crea una construcción abstracta: el ciudadano, teóricamente colocado en plano de igualdad con sus semejantes y frente al Estado. Pero ese ciudadano universal no existe en la sociedad civil, donde privan las formas concretas de diferenciación y subordinación de los seres humanos en la esfera de la producción. (Aquí Marx sigue a Locke y Hegel en la visión de una sociedad civil reducida a las relaciones de producción.) Así, la emancipación humana necesariamente implica la extensión de la emancipación política al terreno de la sociedad civil, la reconciliación del ciudadano con el ser humano liberado a través de la abolición de la propiedad privada.

Hasta aquí, Marx ha plantado la semilla de dos de los grandes temas de la izquierda para los siguientes 150 años: la idea de que la emancipación procede por etapas y por ende la lucha por los derechos políticos es una parte fundamental del proceso histórico de la emancipación humana. Pero también la idea de que la emancipación última de la humanidad es universal; es la concreción del principio de igualdad, que en la esfera política es abstracto, en la vida social de todos los individuos. En este sentido, “Sobre la cuestión judía” también puede leerse como una refutación anticipada a ciertas visiones de la política identitaria que se proponen obtener la igualdad de derechos políticos para grupos marginados sin atender a la raíz  histórica y estructural de esa marginación.

En este punto, sin embargo, Marx introduce una peculiar caracterización de la sociedad civil de su tiempo. Después de demostrar fehacientemente que el Estado siempre podrá incorporar la particularidad religiosa (y por ende la condición judía como tal) manteniendo intacta la esfera de acumulación y explotación capitalista, Marx introduce la controvertida conflación de capitalismo con judaísmo:

“-Consideremos no al judío sabático, como hace Bauer, sino al judío cotidiano…¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál su dios secular? El dinero. Pues bien, la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época.”

Si se analiza bien el ensayo se ve con claridad el salto argumentativo del joven Marx; la identificación de capitalismo con judaísmo aparece como un intento apresurado de encarnar el sistema capitalista en una representación del judío invocada ex profeso para este efecto, sin que tenga un precedente en el texto. ¿De dónde viene esta imagen? En su libro “Anti-Judaism: The Western Tradition” (Norton 2014), David Niremberg afirma que Marx simplemente se apropió del imaginario y lenguaje antijudío de su época para hacer comprensible el argumento general sobre el capitalismo entre sus lectores. Es por así decirlo, la parte menos “marxista” y más idiosincrática del escrito. Bajo esta óptica, el ensayo “Sobre la cuestión judía” es fascinante no solo por la exposición del proto-materialismo histórico y la crítica temprana del liberalismo, sino por ser un texto en el que Marx transita entre el bagaje intelectual de su época y su pensamiento original.

Sin embargo, el daño estaba hecho. A pesar de los esfuerzos no menores de Lenin, Trotsky y otros pensadores del canon rojo por denunciar el antisemitismo como una ideología burguesa destinada a desviar la atención del proletariado de sus verdaderos enemigos de clase, la personificación del capitalismo en la figura del judío está firmemente arraigada en la izquierda. Y si no, acompáñeme el paciente lector en este ejercicio:

En la lista de las 25 mayores fortunas de México hay cinco personas con apellidos de origen libanés. Si se busca entre políticos y funcionarios públicos, uno se encontrará con los Karam, Ayub, Nacif, Chuayffet, Murat, Fayad, Jalife, Abud, y un largo etcétera. Sin embargo, si yo escribiera aquí que existe una organización libanesa que busca controlar el poder económico en México con el fin de apoyar un proyecto de dominación imperial, la gran mayoría de los amables lectores, con toda la razón del mundo, me tomaría como un loco de poca monta y jamás se volvería a asomar a Volante Izquierdo.

Lo que sigue usted ya se lo imagina, ¿por qué esta hipotética afirmación tan absurda adquiere cierto grado de plausibilidad para tanta gente si en vez de “libanés” escribiera “judío”?

Libaneses y judíos inmigraron a México en las mismas fechas, en las mismas cantidades, bajo las mismas condiciones de pobreza y con las mismas expectativas de encontrar nuevas oportunidades. A base de trabajo, cohesión interna y apoyo mutuo, ambos grupos lograron alcanzar un alto grado de movilidad social y presencia en la esfera pública. Sin embargo, el estigma persigue sólo a uno de los dos. Empresarios, políticos e intelectuales de origen libanés pueden ser objeto de las críticas más ácidas por sus ideas y acciones, pero esas críticas jamás vincularan sus “pecados” reales o imaginados con su pertenencia a una colectividad. Los recientes ataques antisemitas contra Ezra Shabot demuestran lo lejos que estamos de ofrecer  la misma crítica libre de prejuicio y racismo para los mexicanos de origen judío.

Ahí es donde opera en toda su insidia la imagen del judío como encarnación del capitalismo; es una reserva de estereotipos y prejuicios que se activa oportunamente para hacer creíbles las teorías más disparatadas o al menos para sembrar un principio de duda. Desde la izquierda solemos repetir la verdad a medias de que el antisemitismo es la provincia de la extrema derecha y sus expresiones más violentas como el fascismo y el nazismo. La aparición del antisemitismo en las filas de la izquierda se entiende como una especie de infiltración del prejuicio desde la derecha como una estrategia deliberada de desprestigio. Sin embargo, para llevar a cabo la lucha frontal contra el antisemitismo, es crucial reconocer la persistencia de estereotipos antijudíos que surgieron en el campo propio de la izquierda. Ese camino nos lleva a Marx y no podemos darle la vuelta. 

 

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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