No existe un acto descalificativo más lapidario en el mundo de la crítica cinematográfica que tildar a alguien de pretencioso. De manera similar a la del impuntual que utiliza la excusa del tráfico para exculparse de toda acusación de perezoso o indisciplinado cada vez que llega tarde, el crítico –o, mejor dicho, la persona que escribe o comenta sobre lo que aún conocemos como cine– no dudará en señalar como pretenciosa la obra que le demande más concentración que una narrativa genérica dividida en tres actos. Sin reparar, claro, en que descartar una obra por no acoplarse a una idea preconcebida del cine es un acto de presunción más insufrible que cualquier desplante del artista. El análisis demanda un acto previo de rendición, no arrogancia y complejos.
En México, donde la ambición autoral es castigada con particular enjundia por buena parte de la comentocracia cultural y el periodismo de espectáculos, probablemente no exista un cineasta más identificado como pretencioso que Carlos Reygadas, realizador de Japón (2002), Batalla en el cielo (2005), Luz silenciosa (2007), Post tenebras lux (2012) y Nuestro tiempo (2018).
Expuesto en términos mediáticos, los directores más reconocidos de México en el mundo, los famosos “tres amigos”, cuentan con personalidades bien definidas (aunque no necesariamente acordes con la realidad): Guillermo del Toro es un santo; Alfonso Cuarón, un innovador; y Alejandro G. Iñárritu, qué remedio, un ególatra insoportable. Reygadas habita un universo distinto, el del cine lento y contemplativo, identificado, de manera prejuiciada, con la pose y el esnobismo. Por fortuna, Reygadas no tiene ningún interés en cambiar esa percepción. Todo lo contrario: en Presencia, ensayo editado por AnDante, Reygadas asume abiertamente la intención de realizar un cine que desborde los corsés narrativos y se atreva a capturar la impresión del tiempo para transmitir experiencias más allá del lenguaje: “la flama que nos quema, el viento que nos acaricia, las frecuencias bajas de un volcán, la quietud de una fuente”. El cine concebido como textura y presencia, y no como un mero vehículo para contar una historia. Un arte que no aspire a representar nada, sino que simplemente se devele ante nosotros.
Estructurado en diecisiete capítulos y una sección de fragmentos, el libro abre como un manifiesto en contra de la representación. En la visión de Reygadas, el cine es el arte de la presencia, por lo que debe manifestarse al margen del discurso. El cine de la representación –el que cuenta una historia a través de imágenes simbólicas– pertenece al ámbito de la razón; el cine de la presencia –el que desea transmitir la experiencia vital de las cosas– forma parte del mundo de la sensación. Lo racional es directo y provechoso; lo sensible, amorfo e improductivo. “Las máquinas pueden emular al pensamiento jugando un ajedrez implacable, pero no pueden sentir el deseo de ganar ni el deber de una conducta digna al perder.”
El ideario de la presencia se extiende al manejo de los actores, a quienes les dedica el capítulo seis. Este segmento me recordó a unas declaraciones del actor y director John Turturro publicadas en la sección Guilty Pleasures de la revista Film Comment, en la edición de mayo/junio de 2001, hace ya más de veinte años. En el texto, Turturro confesaba que la artificialidad de algunos actores le producía sentimientos encontrados. “Nunca se sienten reales, incluso cuando son salvajes y explosivos. Siempre son autoconscientes de lo que representan. Me gusta verlos, pero todo es coreografiado. Son como actores Kabuki (forma de teatro japonés tradicional caracterizado por el uso de elaborados maquillajes). Richard Gere, Tom Cruise, Val Kilmer, Brad Pitt. La mayoría de las estrellas de cine son actores Kabuki.”
A diferencia de Turturro, Reygadas no tiene sentimientos encontrados respecto al histrionismo. Lo detesta, por lo que prefiere usar no actores: “Como Robert Bresson, también quiero ver a la persona y no a la máscara del actor –por más excelsa que pueda ser esta.” En paralelo, se pronuncia a favor de establecer una relación de confianza que trascienda la formalidad de una relación profesional, donde se construya una intimidad mutua que le permita conocer la tierra, casa, pensamientos y zonas oscuras del no actor. “Para elegir el vestuario, por ejemplo, acudo con ellos ante su propia ropa para elegir las prendas. De sus cajones personales procede la mayoría de lo que llevan puesto.” La idea es congruente con el concepto central del libro (el actor profesional es sinónimo de representación, no de presencia), si bien resulta controversial y arriesgada en un contexto justificadamente sensible a las relaciones asimétricas entre director y actores. ¿Cómo se establecen los límites? ¿Qué tan intensa necesita ser esta relación, exactamente?
Un aspecto que extraña de Presencia es la solemnidad con la que el director expone sus conceptos. El lugar común es concebir el trabajo de Reygadas como una expresión carente de sentido del humor. Falso. Botón de muestra: Este es mi reino, cortometraje que captura a manera de alegoría del México contemporáneo el paroxismo gradual de una fiesta convocada por el realizador en Tepoztlán. Impulsados por el alcohol, varios invitados proceden a destruir un coche abandonado. Justo después de que tira una banca sobre el automóvil, una mujer de aspecto clasemediero grita: “¡Esto no es Canadá!” La escena es una de las carcajadas más desmadrosas del cine nacional reciente. En el libro, en cambio, no hay el menor asomo de desenfado. Why so serious?
Presencia es un compendio de apuntes valiosos sobre la filosofía creativa del realizador: del diseño detallado de storyboards que antecede a la filmación (“mientras más planifiques, más vas a poder improvisar”) a su oposición a la tiranía de la imagen digital (sorpresa: odia los renders). También es pretencioso a más no poder. Aunque en el caso de Reygadas, al igual que en el de muchos otros realizadores independientes, dudo que exista una mejor recomendación posible para leerlo. ~
Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.