Foto: cortesía MUAC.

Francis Alÿs: la infancia en juego

En su exposición Juegos de niñxs, 1999-2022, Francis Alÿs de alguna forma nos recuerda lo que Freud señaló hace un siglo: que una obra de creación tan solo continúa y sustituye lo que fue el juego en la infancia.
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Todo es color de imperio, de comercial imposición…
Y ahí donde llegamos, la danza cesa,
el canto enmudece, la ronda se deshace.

María Zambrano

La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar
la seriedad con que jugaba cuando era niño.

Friedrich Nietzsche



Antes de la política, de la educación o la cultura, estuvo el juego. Y con él, algo difícil de soportar. Todo aquello que no podemos vencer, es necesario darle juego, usarlo de algún modo. “Hacer algo con lo que se ha hecho de nosotros”, decía Sartre. ¿No es eso lo que hacen los niños cuando juegan? Por lo mismo, si la exposición de Francis Alÿs parece un simple catálogo de juegos infantiles es porque su fuerza radica precisamente en que el artista tuvo el coraje de observar y escuchar durante tantos años y en diversos países sin haber añadido nada más: “Lo mágico de un juego de niños es que no tiene secretos, es lo que hay”. Estoy de acuerdo con él, pues a diferencia del adulto, adoctrinado hasta las narices por la doxa social y el comentario ininterrumpido, en los juegos de niños de esta exposición encontramos un tipo de interioridad que pone el secreto en el exterior. Porque una cosa es guardar distancia con un tablero y abandonar un juego por múltiples razones y otra muy distinta dejar que sea el juego el que te juegue a ti, como hacen los niños. Los que estamos interesados por el arte no podemos olvidar lo que ya Freud había señalado hace un siglo y que Alÿs de alguna forma nos recuerda en este compendio: que una obra de creación tan solo continúa y sustituye lo que alguna vez fue el juego en la infancia.

El placer del juego consiste en haber podido destronar a la tiranía del miedo con la de una melodía, en haber conquistado el vértigo con el vaivén de un columpio o en hipnotizar a la tristeza con el movimiento de una danza. El juego, más allá de esto o lo otro, pone en juego el decir. “Solo creería en un dios que supiese bailar”, escribió alguien que nunca abandonó la seriedad de su niñez. Y Walter Benjamin mantenía que la pasión del juego es la más noble de las pasiones pues las comprende a todas. Apostar por la lentitud de un caracol, por las sacudidas de una llanta rodando o manejar con destreza el vuelo de un papalote nos puede dar muchas más alegrías que las que pueda tener en años el alma que no juega.

Se dice que solo los locos y los niños dicen la verdad. ¿Será porque ellos saben más sobre el lenguaje y sobre el deseo que el común de los adultos, adoctrinados por su educación acabada y las mil conexiones que los medios de masas nos ofrecen hoy en día?

Foto: cortesía MUAC.

Una sociedad que cree que el deseo es algo que se gestiona, es una sociedad que ha dejado de escuchar su propia infancia. ¿No es, por lo mismo, una ironía que se utilice el lenguaje inclusivo inventado por la izquierda estadounidense para el nombre de una exposición que defiende el poder de las tradiciones que el sur popular, tan patriarcal y matriarcal, resguarda en su mayoría? Tiene gracia, pues mientras los intelectuales adoptan la corrección imperial, los niños venezolanos captados por Alÿs y su equipo le arrancan las patas traseras a los saltamontes para que estos logren volar más alto. Mientras en las sociedades progresistas se rechaza cada vez más aquello que no se somete a las categorías racionales del discurso, los niños congoleses han encontrado una especie de canto adecuado para reunir a los mosquitos macho y hembras con la intención de aplastarlos, en una especie de ofrenda sacrificial dedicada a Eros y Tánatos.

Decía el colombiano Nicolás Gómez Dávila que, si el lugar común tradicional escandaliza al hombre moderno, el libro más subversivo en nuestro tiempo sería una recopilación de viejos proverbios. ¿No es lo que ha hecho Francis Alÿs con esta recopilación de juegos de niños? Cuando se habla una sola lengua, la de la civilización y el progreso, lo que se pierde son incontables formas locales de pensar, hablar y escuchar. También de jugar. Recordemos que más que el culto al pasado, como nos han hecho creer, las diversas tradiciones del mundo transmiten algo ilícito que solo puede pasar de voz en voz, de un cuerpo a otro. Ya había notado hace mucho Benjamin que la reproductibilidad técnica rompía los lazos y la memoria comunitaria para saturar los sentidos con un saber inmediato que nos promete la construcción de identidades en detrimento de cualquier alteridad. Si los juegos, los chistes, los albures y los viejos proverbios se han vuelto más subversivos y novedosos que cualquier cosa que hoy se proclama como nueva, es porque lo que trasmiten es siempre héteros, la diferencia que puede rayar una pantalla y no la falsa y estéril promesa de ser alguien reconocible.

En su Elogio de la profanación, Giorgio Agamben nos cuenta cómo la esfera de lo sagrado y la del juego están estrechamente vinculadas. De hecho, la mayor parte de los juegos de niños que conocemos deriva de antiguas ceremonias sagradas, rituales y prácticas adivinatorias. La ronda, por ejemplo, era en su origen un rito matrimonial; los juegos de pelota, como sabemos en México, reproducen la lucha de los dioses por la posesión; los juegos del azar provienen de prácticas oraculares; el trompo era un instrumento de adivinación, etcétera. Sin embargo, en el juego no se trata tanto de una fuerza sagrada como de la desactivación de esta. Así, continúa el filósofo italiano, “los niños que juegan con cualquier objeto que les caiga en las manos, transforman en juguete aquello que pertenece a la esfera de la economía, de la guerra o de otras actividades a las que estamos habituados a considerar como serias”. Una llanta de automóvil, un pedazo de vidrio, una lata vacía, se transforman de pronto en juguetes. Los niños son capaces de subvertir un objeto al darle un uso completamente distinto a la utilidad para la que fue destinado por la industria. Rescatan así un uso inútil y singular que pertenece al instante: “Si hoy los consumidores en la sociedad de masas son infelices no es sólo porque consumen objetos que llevan incorporados en sí su propia imposibilidad de uso; sino también, y sobre todo, porque creen ejercer su derecho de propiedad sobre ellos, porque se han vuelto incapaces de jugar con ellos, de profanarlos”.

La intensidad siempre deja un rastro, un resto. Los padres y las madres saben cómo los juegos de sus hijos atraen siempre a otros hijos, a otros padres, pero también provocan peleas, gritos y llantos. Recuperarse de un juego es ciertamente algo desconcertante. Y mirar un juguete que ha sido usado con tanta intensidad por el niño es, al menos, inquietante. Como si éste estuviese hechizado, poseído por el demonio. Todo lo que para nosotros es peligro e incorrección, para el niño es motivo de juego y vínculos clandestinos. Es él el que descubre las cuevas y los lugares secretos, el que pone la mano en el fuego y ve apariciones en las sombras.  

Si el juego puede llegar a ser peligroso es porque se atreve a tratar con lo intratable. Se juega porque hay heridas, huellas indelebles a partir de las cuales es posible volver, cambiar de ritmo, desaparecer y reaparecer, entregarse a la incertidumbre de una falta o a un destello de luz… Quizá por eso decía Heráclito que el tiempo mismo es un niño que juega. Y Freud observó desde un principio cómo a través de su juego el niño acomodaba el mundo con un orden nuevo. De hecho, si los juegos de niños pueden llegar a ser aterradores es porque rehacen una realidad que vela lo inmundo del mundo, como lo hacen los niños de Ciudad Juárez, Baja California o Malinalco. En ellos se puede percibir cómo el lenguaje no es algo que se enseña, sino que se le impone al niño como recurso a su desamparo. Lo que hacen estos niños mexicanos es lo que en psicoanálisis llamamos combatir la impotencia con la imposibilidad. Y de paso, hacer nuevas amistades. O dicho de una forma más cercana a Machado: estar en paz con los hombres en virtud de la guerra de las entrañas. Por lo mismo, si rehacer los vínculos es una tarea poética antes que política, los juegos de niños tienen mucho que enseñarnos al respecto. ~


Francis Alÿs. Juegos de niñxs, 1999-2022
Museo Universitario de Arte Contemporáneo, Ciudad de México
Hasta el 17 de septiembre 2023

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(Ciudad de México) Estudio en la Escuela de Artes de Utrecht (HKU), en Holanda. Es doctora en historia del arte (UNAM), profesora y psicoanalista.


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