Un asunto sensible. Tres historias cubanas de crimen y traición, de Miguel Barroso

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En la noche del 26 de marzo de 1964 Fidel Castro asume uno de sus papeles preferidos, el de fiscal y juez de los enemigos de la Revolución ante las cámaras. Se juzga por segunda vez a Marcos Rodríguez “Marquitos”, responsable siete años atrás de delatar a un grupo de jóvenes militantes del Directorio Revolucionario, organización que poco antes había intentado acabar con Batista asaltando el Palacio Presidencial. Refugiados en un piso de la calle Humboldt en La Habana serán abatidos por los hombres de uno de los más famosos torturadores de la dictadura, informado por “Marquitos”. Sólo que los vínculos del infame con el Partido Comunista eran conocidos y por ello líderes supervivientes del Directorio habían aprovechado el tardío juicio para apuntar como culpable al “sectarismo”, alusión inequívoca al partido que habría protegido al culpable hasta que en 1961 fue detenido en Praga. Algo que Fidel no podía tolerar y por eso tras cargar la traición sobre el sentimiento de odio personal, lanza una soflama contra las divisiones en el movimiento revolucionario: “¡Que esta Revolución no devore a sus propios hijos! ¡Que la ley de Saturno no imponga sus fueros! ¡Que las facciones no asomen por ninguna parte, porque esos son los amagos de la ley de Saturno, en que unos hoy quieren devorarse a los otros!”.

Los hijos no podían devorarse entre sí, y por eso el hombre del Directorio que mantiene su primera declaración es sancionado de por vida, pero Saturno/Fidel sí podía seguir en su labor de canibalismo político. Cierra las puertas a que el asunto de los mártires de Humboldt afecte al PCC, núcleo del partido único en formación, pero aprovecha la ocasión para golpear a los dirigentes comunistas fieles a Moscú que han tenido contacto con “Marquitos” y de los que éste sugiere que tuvieron relación con la CIA: el matrimonio formado por Edith García Buchaca, la censora que puso antes en marcha la caza de brujas intelectual empezando por Cabrera Infante, y sobre todo su marido Joaquín Ordoqui, número dos de Raúl Castro y vinculado con Jrushov. Atacado por Fidel en el curso de su show personal del juicio al delator, Ordoqui será encarcelado apenas depuesto Jrushov y en prisión domiciliaria permanecerá hasta su muerte, salvando la piel con toda probabilidad por la intervención soviética. La CIA tomó parte también en la elaboración de falsas pruebas que sirvieron para destruir al destacado hombre de Moscú en La Habana. La jugada de billar le había salido perfecta a Fidel. Brilló como nunca en el papel de Ángel justiciero de la Revolución. Dio una lección a los ex del Directorio y protegió con una muralla china el pasado del PCC, al mismo tiempo que de rebote eliminó a dos piezas claves del comunismo ortodoxo.

Nuestro Saturno estuvo desde un primer momento dispuesto a jugar la baza del comunismo soviético, única estructura política piramidal que, dentro y fuera de la isla, iba a apoyarle en todo, especialmente en la construcción del aparato represivo, el armamento y las relaciones exteriores, con una voluntad clara de dejar fuera de juego al disminuido Directorio y sobre todo al Movimiento 26 de Julio, cuyo papel tanto Fidel como los soviéticos creían terminado. Ahora bien, el Comandante tampoco pensaba aceptar la constitución de un poder comunista autónomo en el que, bajo las siglas que fueran, el antiguo psp montara en la isla una sucursal de Moscú. La historia es bien conocida a partir del asunto Escalante, y el caso Marcos Rodríguez fue una ocasión magnífica para eliminar otro obstáculo y de paso mostrar a la urss quien mandaba allí.

Miguel Barroso percibió muy pronto que el asunto de los “mártires de Humboldt” encerraba muchas más claves que la inmediata del juego entre los verdugos policiales de Batista y los posibles delatores presentes en el campo revolucionario. Emprendió una investigación ejemplar y el resultado es este libro: Un asunto sensible. Tres historias cubanas de crimen y traición, donde a partir de las noticias del enjuiciamiento de Marcos y del trágico episodio de la muerte de los cuatro militantes traicionados por él, una impresionante indagación documental se conjuga con una larga serie de entrevistas, realizadas después de un no menos increíble trabajo de localización, desde el hombre de la CIA pasado a Cuba, Philip Agee, cuyo libro sobre la agencia Diario de la CIA, mediante el contraste de dos ediciones, acaba aclarando favorablemente el enigma Ordoqui, hasta antiguos protagonistas del proceso revolucionario (Carlos Franqui, Martha Frayde), familiares de verdugos y conversos a la contrarrevolución (Ventura, Pellecer), amigos y conocidos de Marcos, familiares de los asesinados.

La importancia de este recorrido no se debe solamente a lo que cada entrevista aporta a la interminable labor de ir sacando el hilo de la madeja, sino al conocimiento de los personajes. Así, en segundo plano, detrás del argumento principal, encontramos un extraño y significativo coro de personajes que participaron en la Revolución, muchos se vieron implicados en el episodio y se mueven en un espectro de posiciones políticas de extrema amplitud. En este escenario, a modo de corifeo, Barroso sitúa hasta su muerte en 2004 a Joaquín Ordoqui hijo, hombre desmesurado, extraordinario, al que quien esto escribe tuvo la suerte de conocer por breve tiempo. En esa fase de gestación del libro, las conversaciones entre Barroso y Ordoqui en Madrid hacen del segundo una especie de garganta profunda, en el sentido de ofrecer a borbotones al investigador su conocimiento de primera mano de los personajes y de las circunstancias, y de ir perfilando las hipótesis. La intensa participación del escritor exiliado respondía asimismo a un interés personal: enterarse de una vez por qué su padre y su madre se vieron mezclados en una historia en principio tan alejada de ellos como la delación de la calle Humboldt, con derivaciones tan inverosímiles como la vinculación de un comunista de fiel observancia con la cia. Sin duda le hubiera gustado conocer la conclusión del trabajo de Barroso.

El libro de Agee proporciona la explicación, si se acude al mencionado contacto de ediciones, según nos revela Barroso. Salvo en la primera, el espía residente en Cuba “tiene la impresión de que tal vez Ordoqui actuó de informador en la década de los cincuenta”, siendo más tarde delatado por la CIA a los cubanos. La infamia respondía de modo estricto a los intereses de Fidel, pues refrendaba la persecución llevada a cabo contra el revolucionario y la CIA era la responsable, pues los documentos inculpatorios habían sido elaborados por un infiltrado guatemalteco, según la primera edición. Fidel necesitaba que Ordoqui fuera culpable después de que se le enfrentara en la crisis de los misiles, y Agee cambió su texto. De paso el autor nos proporciona una importante información: es posible acceder a documentos desclasificados de la CIA siempre que no estén implicadas cuestiones de Estado, a través de internet, tecleando www.cia.org. Pero más valiosos son tal vez los documentos facilitados por los archivos checos sobre la estancia en Praga de Marcos, enviado con una beca desde La Habana, hasta su detención a principios de 1961, prueba de una sorprendentemente temprana y estrecha colaboración entre el régimen comunista checo y una Cuba todavía no oficialmente adscrita al bloque.

Porque la trayectoria de “Marquitos” a partir de su delación, tal y como la reconstruye Barroso, es de lo más extraña. Se refugia en la embajada brasileña en La Habana. Viaja por varios países hasta instalarse en México, donde le acogen en 1958 los dos dirigentes comunistas luego implicados. Vuelve a Cuba tras la Revolución, es detenido y pronto liberado, para viajar en junio de 1959 a Praga con una beca que pronto se transforma en su actuación como agregado cultural en la embajada cubana. Nuevos contactos con la embajada de Brasil y en enero de 1961, detención pedida desde Cuba. Encarcelado desde entonces, la investigación se inicia en julio de 1962. En septiembre se dirige a Ordoqui pidiendo ayuda y confiesa en marzo de 1963. A partir de ese momento se suceden interrogatorios en que participa el propio presidente de la República, Osvaldo Dorticós, prólogo del interrogatorio de Fidel en víspera del segundo juicio, que se produce porque el primero no satisface al Comandante. La condena y ejecución en abril de 1964 se deben al episodio de Humboldt, pero de paso Ordoqui ha sido implicado.

Todo el asunto es revelador acerca del funcionamiento del Estado cubano bajo Castro. Ninguna ocasión mejor para darse cuenta de hasta qué punto todo el poder y en todo momento reside en Fidel Castro, interrogador, fiscal, juez y regulador de la marcha del proceso. El libro de Barroso deja claras las causas de esa implicación, en esa magistral jugada de billar que borra de hecho la historia, antes de utilizar el juicio como plataforma para proteger al comunismo de un lado y descabezarle de otro.

Ahora bien, si son importantes la doble estrategia de Fidel sobre el comunismo y la implicación de la CIA, no deja de ser significativo, con respuestas aún sin aclarar, el caso de la delación, y sobre todo de la protección comunista prestada a un tipo tan despreciable, aun cuando perteneciera o estuviera muy próximo a sus filas. Precisamente porque el Directorio tenía gente infiltrada por el PSP, como el propio Marcos, los comunistas tuvieron que saber perfectamente lo sucedido, y sin embargo le protegen en el exilio, en Cuba y en Praga, hasta que se hacen sospechosas sus relaciones con un embajador brasileño proamericano. ¿Cómo dos comunistas de la importancia de Ordoqui y García Buchaca acogen al personaje, si no es por decisión del Partido? Sigue el interminable e inexplicable encierro de meses y meses antes de la investigación y del juicio.

Los hombres del Directorio lo tuvieron claro en el primer juicio. Ese “Marquitos” cercano a sus militantes, infiltrado en sus propias palabras, aun discrepando de sus métodos de lucha desde una perspectiva comunista y que “trataba de influir políticamente en ellos”, no fue apresado antes porque las gentes del Directorio, tropezaron “contra un muro, debido a la protección que el viejo Partido dispensó a Marquitos hasta el momento de su detención en Praga”. Y si el Partido se arriesgaba a amparar a un miserable de tales características, cabe pensar que algo tuvo que ver en el inicio de la tragedia. En el estalinismo no tiene lugar la figura del buen samaritano. “Marquitos” era un informador del partido dentro del Directorio: ¿por qué informó a la policía? El magnífico libro de Barroso puede tener una segunda parte. ~

 

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Antonio Elorza es ensayista, historiador y catedrático de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid. Su libro más reciente es 'Un juego de tronos castizo. Godoy y Napoleón: una agónica lucha por el poder' (Alianza Editorial, 2023).


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