Este 2009 celebramos la mirada al cielo de Galileo Galilei, hace exactamente 400 años, con un pequeño telescopio que lograba magnificar las imágenes cerca de veinte veces y mediante el cual pudo ver los cráteres de la luna, las fases de Venus y las manchas solares, así como cuatro de los satélites de Júpiter (hoy conocidos como satélites galileanos). Estas observaciones marcaron el inicio de una era en que el hombre lograba acercarse y mirar por primera vez con detenimiento el Universo que lo rodea. Las observaciones de Galileo apoyaron la teoría heliocéntrica de Copérnico, planteada un siglo antes, y desbarataron de un plumazo las ideas de la cosmología teológica de la época, colocando al hombre en un lugar alejado del centro del cosmos y mostrando las “imperfecciones” de los objetos estelares, todo ello contrario a las Escrituras. La publicación de estas observaciones en su libro Sidereus Nuncius (El mensajero estelar), de 1610, dio inicio a una encarnizada lucha entre Galileo y la Iglesia católica. Sus libros fueron prohibidos por la Inquisición y fue acusado de herejía. Debió pasar los últimos años de su vida bajo arresto domiciliario.
Galileo fue, tal vez, el primer científico moderno, es decir, el primero en combinar la observación con el análisis matemático, y uno de los primeros exponentes de la ciencia como la concebimos hoy, basada en la racionalidad y la lógica deductiva: “La filosofía está escrita en este gran libro, el universo […] está escrito en el lenguaje de las matemáticas y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas.” Su legado se ha visto reivindicado por los grandes descubrimientos de la ciencia moderna.
Casi exactamente 250 años después, el 22 de noviembre de 1859, se publicó en Londres El origen de las especies, de Charles Darwin, posiblemente la obra científica más importante de la era moderna, que remite al Homo sapiens a un modesto lugar junto a las demás especies que pueblan la tierra y hace patente, además, el mecanismo que da lugar a la evolución de las mismas. Su teoría, extendida y amplificada por los modernos avances de la biología molecular y la genética, ha sido comprobada de manera irrefutable en multitud de ejemplos. Este gran descubrimiento representó un nuevo y definitivo golpe a la visión antropocéntrica y dogmático-teológica del universo. Aunque Darwin no fue perseguido como Galileo, sus teorías siguen siendo cuestionadas por fundamentalistas de muy diversos credos y su profundo mensaje no ha sido comprendido por gran parte de la humanidad.
Es innegable que la racionalidad científica y humanística convive en pleno siglo XXI con todo tipo de supersticiones basadas en la ignorancia o en dogmas irracionales, los “demonios” de nuestro mundo. La diversidad de estas es sorprendente, desde variedades relativamente benignas hasta visiones unilaterales, de carácter discriminatorio y con frecuencia criminal, sobre grupos sociales distintos al nuestro. Dentro de las primeras están la astrología y las diversas formas mágicas de “predecir el futuro”, así como creencias tales como que los extraterrestres nos vigilan o que los pozos petroleros de Cantarell, vistos desde un avión, son naves interplanetarias en ordenada formación. Estas descabelladas visiones de la realidad se han convertido en jugosos negocios que aprovechan los programas televisivos sensacionalistas y algunos vivales y charlatanes que explotan nuestra tendencia a la credulidad así como la falta de una cultura científica que genere un indispensable escepticismo. Otra doctrina persistente es la teoría de la conspiración. Por ejemplo, aquellas que sostienen que la llegada a la Luna hace exactamente cuarenta años fue una puesta en escena o que fueron los propios norteamericanos los que derribaron las Torres Gemelas en 2001. O, para dar un ejemplo muy reciente, la que afirma que el virus de la influenza A/H1N1 es una creación humana diseñada como arma biológica. Esto es un disparate, pues los virus no requieren de pasaporte y nadie es inmune al contagio. Los argumentos de los adictos a las conspiraciones suelen ser tan absurdos e intrincados que resulta difícil comprender su enorme atractivo para gran parte de la humanidad. Mucho más graves son los mitos de superioridad “racial” y la discriminación por razones religiosas o étnicas, excusa de guerras y holocaustos.
En realidad, los avances científicos en las ciencias de la vida, en particular el desciframiento del genoma, apuntan al origen común y reciente del género humano. Las diferencias entre “razas” son superficiales, ya que nuestra especie surgió en África hace sólo cien mil años. Las migraciones subsecuentes pueden estudiarse con gran precisión mediante métodos genómicos. La ciencia apunta entonces a que todos somos parientes cercanos. De hecho, la visión científica nos muestra con nitidez la compleja e íntima relación que guarda nuestra existencia con la de otras especies de animales y plantas y el delicado balance que se requiere para la sustentabilidad de nuestro medio ambiente.
La forma de interpretar la realidad de Galileo, de Darwin y de otros grandes pensadores y científicos de nuestra historia libra cada día una dura batalla contra la ignorancia y el pensamiento dogmático e irracional. Como afirmaba Carl Sagan, la visión científica es una débil luz en la oscuridad reinante. Es necesario intensificar nuestros esfuerzos para mantenerla encendida. ~
(Monterrey, Nuevo León, 1951) es un físico, investigador, catedrático y académico mexicano, especializado en física nuclear y molecular. Es miembro de El Colegio Nacional.