En su ensayo “The Art of Fiction” Henry James señala que la buena salud de un arte como el de la novela, que emprende en forma tan inmediata la tarea de reproducir la vida, exige que sea perfectamente libre. Sólo después de realizadas las elecciones del novelista, podrá aplicarse la prueba de la ejecución. Cuando, por ejemplo, Virginia Woolf se aventura con la educación sentimental de Orlando (1928), lo cierto es que se toma muchas libertades: en principio, la apariencia y sensibilidad ambiguas del personaje; los saltos espacio-temporales que lo transportan de la época isabelina al siglo XX y de Inglaterra a Turquía de un plumazo; su inusitado viaje transexual: de caballero a Lady Orlando. Pero desde un inicio la escritora define las lindes de su reino: un personaje de ficción y un tono paródico y ligero para presentarlo. El resultado: la credibilidad del lector y el disfrute de una ejecución no por artificiosa menos plagada de elegancia, humor, atisbos y sabiduría.
En La burladora de Toledo Angelina Muñiz-Huberman elige escribir “la fascinante aventura de la primera mujer cirujana de la historia, perseguida por la Inquisición y condenada por su ambigüedad sexual”, según reza la frase promocional de la portada del libro. Una historia así llama la atención, o por lo menos despierta curiosidad más allá del recalcitrante feminismo políticamente correcto de nuestros días.
Un caso singular el de Elena de Céspedes (alias Eleno de, conforme a los más de 500 folios de juicio inquisitorial que resguarda el Archivo Histórico Nacional de Madrid): esclava mulata que logró su manumisión; presunto hermafrodita y travesti que desempeñó los oficios de soldado y sastre y se tituló de cirujano, aunque estos eran prerrogativas varoniles; casada primero con un hombre y posteriormente con una mujer. No es de extrañar que el Santo Oficio la sometiera a juicio en la ciudad de Toledo en 1587 y la condenara a castigos corporales y a su aislamiento en un hospital –paradójicamente, como cirujana reclusa atendiendo a otros enfermos. La “Burladora de Toledo”, como se le conoció porque, al igual que el Burlador de Sevilla, seducía mujeres prometiéndoles matrimonio, es hoy objeto de investigación para efectos de un socioanálisis de la sexualidad y los correspondientes estudios de género. E innegablemente es una mina que explorar en términos de ficción y literatura.
Sin embargo, aunque la protagonista de la novela es un personaje histórico, su autora se toma varias libertades. La primera y más delicada: presentarnos a Elena de Céspedes no con la visión de su época sino con una mirada contemporánea. Por muy transgresor y lúcido que haya sido el personaje original de Elena de Céspedes, resulta no sólo inverosímil sino irritante oírla hablar de identidad, violación de derechos humanos, exilio y Holocausto en términos como sólo podría abordarlos un personaje actual. Pero la verosimilitud es algo que no parece preocupar a la autora, que así escribe en la novela: “La ventaja de manejar los tiempos pasados y presentes de manera despreocupada es que no engañas al lector. Le estás advirtiendo que no se crea la historia que lee, que es ficción tanto como la existencia suya y la del autor.” Si bien la novela autorreferencial y la novela-ensayo ocupan un lugar indiscutible en la tradición de la novela occidental, tampoco es conveniente vanalizar los límites de la ficción y de lo real cuando precisamente se parte de la historia y de un caso inquisitorial específico. Porque a final de cuentas la propia Muñiz-Huberman intenta justificar ese carácter “visionario” del personaje a partir del hecho mágico de su hermafroditismo. Y deslumbrada por la monstruosa singularidad del personaje, termina por convertirlo en un alter ego imaginario y en vocero de sus opiniones sobre el mundo y su humanidad perpleja y contradictoria.
Una auténtica pena porque la ambigüedad constante del personaje (Elena y Eleno) y de la escritura misma (Elenao) lleva a la autora a proponer una suerte de “hermafroditismo novelístico”: ni pseudonovela ni contranovela sino “novela y novelo”, para acoplarse a la situación de su protagonista: una novela que busca “escapar de toda clasificación y dejar fluir las prisioneras palabras de la aprobada cárcel mayoritaria”. Y esto, en su carácter de propuesta arriesgada y libertaria, que lo mismo hace confluir los tiempos pasados y presentes en una mentalidad omnímoda que llega a incluir a don Alonso Quijano como amigo y confidente de aventuras de doña Elena, hubiera dado cuenta de una novela transgresora en su forma, audaz en términos ficcionales y magníficamente ejecutada. Si sólo se hubiera inspirado en hechos reales y a partir de ahí ideado tal vez un personaje actual que enloquece al creerse Elena de Céspedes, tendríamos una novela disparatada, sí, como la tenemos, pero soberbiamente justificada. ~