Del deseo a la mirada a la imagen

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• En el origen de la imagen gráfica está el deseo. Recuérdese el mito de la muchacha de Corinto que dibuja en una pared la sombra del amado antes de verlo marcharse, para resarcir en la memoria su pérdida inminente. Por ello, algunos afirman que el retrato está en el origen del arte y que es una forma restitutiva del placer, que con él se exorciza la pérdida del objeto y la pérdida de identidad. Nada más cierto para la fotografía, cuyo noema, nos recuerda Barthes ante la foto de su madre cuando era una niña, es un acto de existencia: esto ha sido.

 

• “El verdadero contenido de una fotografía es invisible”, escribe John Berger tal vez porque hay un instante inefable y epifánico en toda buena fotografía. ¿Y en el retrato? ¿Qué nos dice esa persona retratada? ¿Qué enigmas formula y responde? No, no hay misterio resuelto porque sabemos, con Jabès, que la respuesta no tiene memoria, sólo la pregunta recuerda.

 

• En el prólogo a Huellas de una presencia, Esther Seligson acierta cuando señala que, desde sus primeras fotografías, hay en Rogelio Cuéllar “un deseo profundo de descifrar lo velado, de darle voz a lo invisible a través de la mirada”.

 

• Pero hay quien disiente del retrato como enigma. Richard Avedon, por ejemplo, estaba en contra de todas esas teorías esotéricas del retrato que cifran en él poderes de revelación, de sacar a luz la esencia interior; por eso decía que el retrato no era “un hecho” sino “sólo una opinión” y que para el retratista “la superficie lo es todo”.

 

• En su libro Lincoln’s Smile and Other Enigmas, el historiador Alan Trachtenberg advierte que nuestra cultura actual desconfía de las verdades profundas, interiores, ocultas.

De ahí que se conciba al rostro fotografiado como una opaca, intrincada, cómplice construcción entre el artista, el retratado y el espectador. Pero no deja de preguntarse si no se ha perdido algo importante al abandonar la creencia de que el rostro es un texto –y que como tal puede ser leído o interpretado.

 

• (Entonces, cómo no recordar ese retrato célebre de Borges: “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.”)

 

• Los enigmas de un rostro, su misterio, su latencia inmanente. Barthes vela/revela cuando señala que el verdadero fotógrafo consigue “dar al alma transparente su sombra clara”.

 

• Hubo un fotógrafo armenio que, tras varias tomas infructuosas, tuvo la temeridad y socarronería de quitarle a Winston Churchill el puro de la boca y decirle que ahora sí le iba a hacer la foto.

Rogelio Cuéllar admira ese gesto y las dos fotografías emblemáticas de esa sesión: Churchill, serio con la fiereza de un león; Churchill, sonriente después del episodio del puro. El nombre de ese fotógrafo duende que sabía salirse con la suya: Yousuf Karsh.

 

• Desde su primer El rostro de las letras, fotografías de escritores nacidos entre 1900-1949, Rogelio Cuéllar declaraba: “Mi deseo era realizar un retrato fotográfico en el cual captara –y comunicara– algo más que sus personalidades como creadores. Esa parte imperceptible que quisiera alcanzar es el diálogo silencioso de la mirada de ellos con la mía.”

• Otro de los grandes amores de Rogelio Cuéllar: el fotógrafo norteamericano Arnold Newman. A los diecisiete años, en la librería de las pérgolas de Bellas Artes, compraría un libro fundamental en su formación: One Mind’s Eye. El joven e inquieto Rogelio Cuéllar no leería el prólogo en inglés pero aprendería las lecciones maestras en cada rostro fotografiado: “Cualquier tentativa fotográfica de mostrar al hombre completo no tiene sentido.

Sólo podemos mostrar lo que el hombre exterior revela –el hombre interior rara vez se revela a alguien, incluso al sujeto mismo. Nosotros tenemos que interpretar, pero nuestra interpretación puede ser falsa, por supuesto […] Para continuar con el concepto de interpretación, contrastemos la fotografía con la pintura. Una pintura es un asunto de distorsión creativa, y una fotografía es un asunto de selección creativa […] Si no hay mucho del propio fotógrafo, tampoco hay mucho retrato. En otras palabras, el fotógrafo debe formar parte de la fotografía.”

 

• Para Rogelio Cuéllar hay una fascinación en retratar creadores: “Aprendo mucho de ellos, me inquietan, me motivan. Aunque conozca su obra, el libro, el cuadro, la escultura, estoy ante un universo desconocido y mi encuentro con ellos es un misterio del que surge una riqueza maravillosa.”

 

• “En mi trabajo con los creadores no existe la fotografía construida. Busco que nuestro encuentro sea muy cotidiano, muy familiar, y esto me permite hacer un trabajo transparente, con luz natural, sin artificiosidad. Las personas que fotografío logran verse a través de mis retratos. Para lograr esto debo conseguir un diálogo, una comunicación a manera de complicidad con los creadores para no sólo obtener una fotografía circunstancial.

Ellos saben lo que busco: no es tanto la pose sino mostrarlos de forma que su retrato pueda ser perpetuo.”

 

• Rogelio Cuéllar ha hecho retratos considerados clásicos de los más importantes escritores mexicanos. Ahí está para siempre el rostro tímido hasta la hosquedad, de “niño castigado”, de Juan Rulfo. Ahí, la puerta que se abre/se cierra con Octavio Paz saludando/despidiéndose eternamente. Ahí, Carlos Fuentes perenne y jovial en su estudio. Ahí, José Emilio Pacheco guareciéndose entre un paisaje accidentado de cientos de libros. Su experiencia en el retrato de creadores lo lleva a diferenciar: “Los artistas visuales son más expresivos, más teatrales. Los escritores, tal vez por la naturaleza de su trabajo, son más cerrados. Su universo es más íntimo, más privado. Ningún escritor me ha cocinado, o ha bailado para mí como sí lo hicieron los pintores Gironella o Aceves Navarro.”

 

• ¿Qué nos dicen los retratos de estos escritores reunidos en torno al Salón del Libro de París? ¿Observando sus gestos, la boca que rehúye, la mirada que se impone, podría hablarse de una fisiognómica de la escritura con la que Aristóteles, Giambattista della Porta, J.C. Lavater estuvieran de acuerdo? ¿Un paraje de signos y señales que va de las líneas del rostro a las líneas de la página? ¿Es que mirando sus fotografías atisbaremos las selvas y las ciudades invisibles urdidas por su imaginación? ¿Sabremos acaso cuán cerca del corazón o cuán lejos de su sexo descansan las manos cuando abandonan la pluma o el teclado?

 

• “El retrato es un proceso de trabajo, aprendizaje, un diálogo, inclusive de silencios, una conversación de miradas, de intensidades, en la que siempre hay un espacio para la ternura y la vida.”

 

• Sin duda, Rogelio Cuéllar estaría de acuerdo con esta afirmación de su admirado Karsh: “El corazón y la mente son las verdaderas lentes de la cámara.”

 

• El misterio que el retrato parece revelar va del deseo a la mirada a la imagen.

Quizá de ahí derive la confesión de Skrebneski sobre que los retratos son las fotografías más íntimas. Pero no sólo la intimidad entre el fotógrafo y el retratado; también la intimidad puesta en juego del espectador.

 

• Por eso la insistencia de Rogelio Cuéllar cuando alguien papalotea y no pone atención a la cámara: “Si no me mira, no hay foto.” El contacto. El diálogo. El tacto de miradas. Sinestesias del deseo. ¿Acaso no decía sor Juana “óyeme con los ojos”?

 

• El retrato: desnudez, transparencia, encuentro de miradas: el goce restituido: convergencias de luz. ~

 

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